The Tender Bar: Ben Affleck se roba el film de George Clooney con un personaje de tarambana carismático a su medida
El actor abraza con mucho entusiasmo su rol de carismático mentor del protagonista en este film de iniciación sentimental al que le faltan ideas y, sobre todo, amor por el universo pueblerino e ilusionado que retrata
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The Tender Bar (Estados Unidos/2021). Director: George Clooney. Guion: William Monahan, J.R. Moehringer. Fotografía: Martin Ruhe. Edición: Tanya M. Swerling. Elenco: Ben Affleck, Tye Sheridan, Daniel Ranieri, Lily Rabe, Christopher Lloyd, Briana Middleton, Max Martini. Duración: 106 minutos. Disponible en: Amazon Prime Video. Nuestra opinión: regular.
George Clooney ha sabido imprimir una mirada propia a historias que ya parecían cargar con grandes nombres y firmes perspectivas. Fue el caso de su ópera prima, Confesiones de una mente peligrosa (2002), basada en las memorias de Chuck Barris, productor televisivo cuya doble vida escondía varios crímenes por encargo para la CIA. Fue adaptada por Charlie Kauffman, guionista y también director que ha sabido labrarse un universo propio. Clooney sorprendió por su audacia en el manejo del material, una fuerte mirada política que esquivaba lo más explícitamente discursivo, y una clara solidez en la puesta en escena. Algo de ello reapareció en Buenas noches y buena suerte (2005) en la que la legendaria pelea entre el periodista Edward Murrow y el senador McCarthy se revelaba como un ácido retrato de la paranoia anticomunista de los años 50, actualizado en plena era Bush, tiempo en el que Clooney emerge como un director ciertamente a tener en cuenta a futuro.
Sin embargo, su derrotero posterior terminó anegándose en alegatos políticos obvios (Operación Monumento) y ejercicios de estilo fallidos (Suburbicon: bienvenidos al paraíso) –quizás con la única grata excepción de Secretos de Estado–, hasta destilar en una película como The Tender Bar, un coming of age sin demasiadas ambiciones ni estatura clásica para ser recordada. Nuevamente un material ajeno es la fuente, en este caso las memorias del ganador del Pulitzer J. R. Moehringer, y Clooney enlaza los dos tiempos del personaje sin demasiado ingenio más allá de la estricta cronología. En 1973, JR (Daniel Ranieri) y su madre (Lily Rabe) regresan a la casa de sus abuelos en Long Island, al norte del estado de Nueva York, repleta de primos y bullicio, de ese calor familiar mezclado con quejas y reproches que aparecía con mejor humor y calidez en la Brooklyn de Días de radio de Woody Allen. Para JR, ese hogar es la única experiencia de familia posible, ya que su padre, DJ, bohemio y alcohólico, lo ha desairado tantas veces en sus once años hasta convertirse en una voz lejana en la radio.
Pero en Long Island también está el tío Charlie (personaje perfecto para el tarambana maduro y querible en el que se ha convertido Ben Affleck), maestro de la calle que maneja con sabiduría el bar Dickens y conduce un descapotable azulino. Charlie es “el” personaje de la película gracias a que Affleck le imprime todo el cariño que le falta a Clooney por sus criaturas. Por ello, la película se resiente cuando llegamos a la adolescencia de JR (interpretado por Tye Sheridan) y sus aspiraciones de estudiar en Yale, como quiere su madre, de convertirse en escritor y conquistar a la chica rica del campus. Lo que sobreviene son algunos destellos de un joven que intenta conciliar sus fracasos y sus miedos con ese hueco que ha dejado el abandono de su padre. El apego de Clooney se limita a esa única idea, a sostenerla en las reiteradas aclaraciones del origen de sus iniciales, en las intervenciones de la voz en off, en las conversaciones de JR con sus amigos, en los agridulces encuentros con su padre que confirman lo que ya sabíamos.
Desde el comienzo, la película trasunta un desgano evidente en la puesta en escena, monótona y previsible, que solo logra encenderse en la vivacidad de los encuentros entre el niño Ranieri y Lily Rabe, del abuelo cascarrabias que interpreta Christopher Lloyd y la convicción de Affleck de que Charlie es un personaje hecho a su medida. Incluso Clooney descansa en escenas de montaje algo perezosas para condensar las salidas de JR junto a Charlie y sintetizar el interés por la lectura que nace en el niño en una serie de planos sobre los libros que aguardan tras la barra del bar Dickens.
Esa falta de nervio en la realización y la obstrucción de cualquier mirada propia fuera del texto original, algo que quizás podría haber logrado un director como Clint Eastwood, derivan en una película con sabor a poco, que no termina de abordar con profundidad ni la vocación literaria de su personaje, ni los conflictos de clase que lo hacen un outsider en su pasión amorosa, ni la relación con un padre que nunca es más que una serie de clisés. El tono al que aspira Clooney confunde el espíritu clásico con una rampante bonhomía que deriva en el inevitable desinterés por la historia y el destino de los personajes. Solo Charlie sostiene, con su radiante presencia, ese mundo que lo define, parado en la puerta del bar, esperando que su sobrino salga a conquistar una grandeza que él nunca dejó de perseguir.
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