Terror en la ópera: regresa el último clásico de Dario Argento, el cineasta que amaba el color de la sangre
Llega a los cines argentinos una copia remasterizada de esta película de 1987, que es una de las favoritas de los numerosos fans que tiene en todo el mundo
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“Solo sé que me interesan la agresividad y la violencia. Me fascina su estética. Me encanta el color de la sangre, es pura pasión”, dijo alguna vez Dario Argento, famoso director italiano de 82 años que hace rato disfruta en vida del culto que ha generado su cine. El año pasado, el Festival de Sitges, el primero dedicado íntegramente al cine fantástico y una cita clave para los amantes del terror, le otorgó el Gran Premio Honorífico en reconocimiento a su vasta trayectoria. Y desde hace un tiempo se vienen reestrenando en cines, en copias remasterizadas, algunas de sus películas más famosas, como Rojo profundo (1975), que llegó a salas de Argentina a principios de este año.
Ahora es el turno de Terror en la ópera (1987), para muchos su última gran película, un festival sangriento que se desata alrededor de una reinterpretación moderna de una de las tragedias más oscuras de Shakespeare. Hay un asesino obsesionado con una joven actriz y cantante que debe reemplazar a la protagonista original, una estrella atropellada por un automóvil en el inicio de la historia, y que parece confirmar con su raíd de ataques letales el rumor que siempre persiguió a esa obra, una maldición que arrastra como una condena. La película está programada en siete salas: Cinépolis Recoleta, Cinépolis Pilar, Cinépolis Mendoza, Atlas Patio Bullrich, Multiplex Belgrano, Cine Lorca y América Santa Fe.
Si bien Argento empezó su carrera en el cine como guionista de experimentados directores de su país (Sergio Leone, Tonino Cervi, Alfio Caltabiano), no es en ese terreno donde Terror en la ópera es más fuerte. Por encima del argumento, por momentos elemental, muchas veces disperso e incluso deliberadamente bizarro, está la estilización de la imagen, esa obsesión con la sangre y la violencia que siempre han reflejado sus películas. En este caso, esa violencia es esencialmente misógina: las víctimas del asesino son casi siempre mujeres, pero no hay que confundir la manía del psicópata con la intención del director, un malentendido frecuente. Terror en la ópera no celebra esa violencia, más bien la denuncia. “La pregunta por los asesinatos de mujeres me la han formulado cientos de veces en los últimos cuarenta años -declaró alguna vez el director romano, agotado por esa clase de cuestionamientos-. Me ha pasado en todos lados, en ocasiones públicas y privadas y hecha por los interlocutores más diversos. Todos tratando de tirarme encima infundadas cuestiones de misoginia. Nadie, en cambio, me interrogó sobre por qué -y me parece evidente, estadísticas en mano- prefiero trabajar con ellas. Es instintivo para mí poner a las mujeres en el centro de una acción crucial”.
Más allá de esas trabajosas polémicas, en Terror en la ópera hay un trabajo soberbio de puesta en escena, referencias a la literatura ominosa de Edgar Allan Poe y a las versiones cinematográficas y teatrales de El fantasma de la ópera, la gran novela gótica publicada en 1910 por el francés Gastón Leroux también protagonizada por un psicópata enamorado de una cantante lírica que siembra el terror en la Ópera de París para atraer su atención. En la película de Argento, una escena particularmente pertubadora sintetiza ese objetivo enfermizo: el brutal asesinato a cuchillazos del novio de la protagonista, obligada a observarlo con una técnica parecida a la que sufre Alex en La naranja mecánica. Independientemente del sadismo habitual de los criminales del cine de Argento, la secuencia también alude al voyeurismo del espectador, a la obcecación morbosa por mantener la mirada sobre lo que nos causa repulsión. Siempre hay subtexto en las historias de este cineasta audaz y provocador cuyo cuidado por las formas motivó que alguien lo llamara “el Visconti de la sangre y la violencia”.
Admirador de Leone, Bernardo Bertolucci y sobre todo Alfred Hitchcock, otro gran especialista en perversiones, Argento también generó su propia legión de admiradores: Brian De Palma, John Carpenter y todo el slasher americano de los 80, los más notorios. Es considerado uno de los grandes maestros del giallo, un subgénero de películas policiales producidas generalmente en Italia y protagonizadas por asesinos disfrazados, con tramas cargadas de suspenso y misterio y un alto nivel de violencia. El giallo tiene su origen en la literatura pulp italiana, más concretamente en las novelas de tapa amarilla publicadas por la editorial Mondadori y Argento ha quedado instalado con justicia como uno de sus máximos exponentes. Consciente de su influjo, él ha dicho que su cine “ha recorrido el mundo como una serpiente”, después de ver con orgullo cómo decenas de películas sangrientas producidas en Corea del Sur, Taiwán y Hong Kong también lo tuvieron como modelo evidente. Una metáfora adecuada para un artista lleno de ideas inquietantes.
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