Swallow: thriller minimalista sobre degluciones y malestares de una vida a simple vista idílica
Swallow (Estados Unidos, 2019). Guion y dirección: Carlo Mirabella-Davis. Fotografía: Katelin Arizmendi. Edición: Joe Murphy. Elenco: Haley Bennett, Austin Stowell, Elizabeth Marvel, David Rasche, Denis O’Hare. Duración: 94 minutos. Disponible en: Mubi. Nuestra opinión: muy buena.
En una aislada fortaleza ubicada en el pliegue de una colina sobre el río Hudson, Hunter (Haley Bennett) pasa sus días de recién casada. Recorre los ambientes vidriados, limpia la impecable piscina al aire libre, decora la cena de su marido con arte y esmero. Carlo Mirabella-Davis diseña ese ambiente amplio y vacío con el justo minimalismo que lo lleva del melodrama al thriller al restringir el exceso y asfixiarlo en una opresión subterránea. Si en la primera escena vimos el sacrificio de un cordero como preámbulo a la nueva vida del matrimonio, el anuncio del embarazo será el detonante de la compulsión de Hunter a tragárselo todo, objetos y malestares.
La referencia evidente de la ópera prima de Mirabella-Davis es la extraordinaria Safe (1995) de Todd Haynes, aquella premonitoria fábula sobre una mujer que percibía en su tóxico entorno el asomo de su mayor enemigo. Para Hunter, la necesidad de ejercer cierto control sobre su vida es la base de su voracidad por los objetos –diagnosticada médicamente como síndrome de Pica-, aquellos que traga pacientemente como en una audaz ceremonia y luego acomoda como trofeos sobre una repisa. Bolitas, chinches, alfileres de gancho, pilas, todo termina surcando su interior, en una travesía peligrosa que esconde un extraño deseo de liberación.
Es notable la precisión con la que Mirabella-Davis construye cada escena, el asfixiante equilibrio de sus encuadres formando una prisión tan trasparente como impenetrable. Todos los vínculos de Hunter, con su marido y sus suegros, con un pasado que se esconde en el necesario olvido, funcionan como inmejorables carceleros, como esos persistentes reflejos de sí misma que la persiguen, que nunca le dejan escapatoria. Como una princesa de cuento de hadas, impostora en su pretendida perfección, Hunter subvierte con la deglución de cada objeto esa armonía. Y Mirabella-Davis sitúa cada peligro en el centro de nuestra mirada, con sus filos amenazantes como evidentes recordatorios de que nada de esa historia es lo que parece.
Como ocurría con la extraordinaria actuación de Julianne Moore en Safe, cuya agonía encontraba expresión en la plástica del desconcierto, aquí Haley Bennett consigue dar a Hunter el justo desequilibrio de una máscara dañada. Su mirada por momentos extraviada, el tono infantil de su voz y el goce sutil frente a cada gesto de rebelión la sitúan como la extraña de un entorno que se vuelve su enemigo. Y en ella Mirabella-Davis concentra la única ironía posible en ese solemne anhelo de prosperidad que la rodea, la única verdadera vitalidad pese a su pulso mortuorio, la única consistente vibración frente a esa desesperante ambición de quietud que supone toda vida perfecta.
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