Este año la primera película de Superman protagonizada por Christopher Reeve cumple cuatro décadas, pero lejos de los nobles valores que el personaje transmitió desde la pantalla grande, este film escondió en su realización una verdadera batalla de egos, productores megalómanos, juicios de todo tipo y hasta un actor que quiso interpretarse a sí mismo como un sándwich. Filmar Superman fue una verdadera epopeya que se convirtió en el suceso cinematográfico más importante de 1978, y por ese motivo repasamos cómo se gestó el mito del kriptoniano en el cine.
En busca de la franquicia perfecta
Ilya Salkind era un joven productor a comienzos de los setenta. Su padre, Alexander, dueño de su propia productora y una leyenda del rubro, escuchó de parte de su hijo una idea a la que consideró descabellada: hacer una película basada en Superman. El icónico superhéroe de DC Comics había abandonado hace tiempo la pantalla grande y chica y ya no era el héroe de moda, pero él sabía que el nombre era en sí mismo un imán y envalentonado por el éxito de su film basado en Los tres mosqueteros le sugirió a su padre que ese personaje podía ser el protagonista de una suculenta saga en la línea de James Bond. Calculadora en mano y atentos a no gastar más de la cuenta, en 1974 compraron los derechos y empezaron a orquestar una épica que estaría a la altura de otros clásicos hollywoodenses como Lo que el viento se llevó o El mago de Oz (y cuya realización sería no menos compleja que la de aquellas).
Para lograr un éxito seguro, los Salkind se apoyaron en tres pilares. Por un lado, no harían una sino dos películas en simultáneo. De esta forma ahorrarían dinero y podrían tener la secuela lista cuando la primera fuera –como ellos esperaban– un boom de taquilla. Por otra parte, necesitaban reclutar actores de prestigio que convocaran a un público poco interesado en el cine de superhéroes. Y, por último, querían tener efectos especiales de vanguardia. Para coordinar esta titánica tarea eligieron a Guy Hamilton, el responsable de varios films de James Bond, y llamaron a Mario Puzo, el prestigioso autor de El Padrino, para que se encargara de los guiones. Pero el gran capricho que tenían los Salkind –y que confiaban sería el boleto al triunfo– era traer a bordo a Marlon Brando. El actor era un mito viviente ya en ese momento, y los productores lo tentaron con una oferta económica, que no pudo rechazar. Sin embargo, el primer gran problema surgió cuando a pocas semanas de comenzar el rodaje, el director abandonó el proyecto.
Richard Donner, un director por descarte
Por motivos de evasión fiscal, Guy Hamilton no podía permanecer en Inglaterra más de treinta días al año. Sin saber este dato, los Salkind resolvieron que la mayor parte de la filmación se llevara a cabo en ese país, razón por la cual el realizador se vio forzado a renunciar. Presionados por el calendario, contemplaron entonces una lista de candidatos que incluyó a George Lucas, William Friedkin, Francis Ford Coppola e incluso Steven Spielberg (al que descartaron porque querían ver cómo le iba con Tiburón y al que luego buscaron desesperadamente cuando se convirtió de golpe y porrazo en el nuevo Midas de Hollywood). En esta tarea, quizá el momento más extremo lo sufrieron con el realizador de La pandilla salvaje, Sam Peckinpah, quien en la única reunión que tuvieron sacó un revolver y le dijo al veinteañero Ilya: "Niño, mejor que te quedes callado, ¿acaso sabés algo del negocio del cine?"
Con el guion de Puzo listo (un trabajo por el que habían pagado 600 mil dólares), el elegido para sentarse en la silla del director fue Richard Donner, un experimentado autor televisivo que ganó renombre gracias La profecía. Mientras preparaba la secuela de ese film, recibió el inesperado llamado: "Mi nombre es Iliya Salkind, ¿sabés quién soy? Estoy haciendo Superman, no tengo director y por el trabajo te pagaré un millón de dólares". El hombre rápidamente aceptó y una hora más tarde recibía las 500 páginas firmadas por Puzo.
Según revela el libro Superman vs. Hollywood, Donner vio que el libreto era "ridículo" y que presentaba chistes sin sentido como un cameo de Kojak, un popular personaje televisivo de la época: "Me senté entonces a leer el guion, y me tomó una eternidad. Era la cosa más larga que había leído en mi vida. Era tediosa, indulgente, carecía de punto de vista y hasta era irrespetuosa con las historietas. Si filmaban esto, iban a destruir la leyenda de Superman".
El disgusto fue aún mayor cuando vio los efectos visuales que estaban preparando, a los que denominó como "dignos de la televisión más barata". En ese punto, y encariñado con el proyecto más por tozudez que por convicción, el nuevo responsable convocó al guionista Tom Mankiewicz y llamó a los Salkind para proponerles retocar la propuesta de Puzo casi de cero. Pero todavía faltaba una pieza clave: encontrar al encargado de interpretar al extraterrestre más famoso de la cultura pop.
Christoper Reeve, el Superman perfecto
Inicialmente la lista de actores incluía a las caras más importantes de la industria, pero por uno u otro motivo, ninguna de esas posibilidades llegaba a concretarse. Robert Redford pedía demasiado dinero; Clint Eastwood tenía una agenda desbordada, y James Caan expresó que ni loco "se metería en ese traje tonto". Nick Nolte también recibió una oferta, pero dijo que solo aceptaría si podía hacer de Clark Kent un esquizofrénico. Otros nombres posibles fueron los de Al Pacino, Steve McQueen, Dustin Hoffman, Paul Newman, Sylvester Stallone e incluso Muhamad Ali (que irónicamente se cruzaría años más tarde con Superman en un popular cómic de DC), pero un pálpito le sugería a Donner que la mejor opción era buscar a un desconocido, a un rostro anónimo que no le robara al mito su lugar de protagonista absoluto de la historia. Fue entonces que el jefe de casting, Lynn Stalmaster, sugirió a un joven llamado Christopher Reeve.
En un principio, Reeve fue considerado muy delgado para el rol y si bien su presencia desprendía un innegable magnetismo, no fue hasta que el director lo vio en una obra de teatro que decidió arriesgarse y darle el trabajo. En enero de 1977, Reeve oficialmente se convertía en Superman. Con el objetivo de ganar masa muscular, comenzó a entrenar con David Prowse, el fisicoculturista que poco tiempo después se pondría el traje de Darth Vader, y bajo su tutela, Reeve ganó catorce kilos de musculatura en pocas semanas.
El actor era un gran fan del viejo serial de los cincuenta protagonizado por George Reeves, pero intuía que casi treinta años después, el héroe debía ser encarado desde un lugar menos caricaturesco, otorgándole una humanidad más profunda. En una entrevista, el joven intérprete confesó: "Para finales de los setenta, la imagen de la masculinidad había cambiado. Ya era aceptable que un hombre mostrara gentileza y vulnerabilidad y yo sentía que el nuevo Superman debía reflejar esa imagen contemporánea de lo que significaba ser masculino". Cuando utilizaba la capa, Reeve entendía que su personaje debía transmitir fortaleza, pero también calidez, mientras que en la piel de Clark Kent, necesitaba esa ternura torpe que conquistara al público y para la cual basó su actuación en el Cary Grant de La adorable revoltosa. Aunque había algo que a Reeve lo tenía intranquilo y era el compartir rodaje con Marlon Brando , no solo su ídolo, sino también una de las personalidades más rebeldes del cine.
Brando: ser una valija verde (o un sándwich)
El salario que Marlon Brando recibió por actuar menos de veinte minutos en Superman fue un verdadero récord. Por ser Jor -El, el padre kriptoniano del protagonista, obtuvo 3,7 millones de dólares, más un 11,7 por cierto de las entradas vendidas. Pero al actor solo le interesaba el papel porque quería conseguir dinero para financiar una serie tipo Raíces que reivindicara la figura de los nativos americanos. Mientras tanto, y antes de conocerlo, Donner pensaba en cómo trabajar con una figura conocida por ser imposible de dirigir.
El realizador llamó al representante de la estrella, Jay Kanter, y escuchó algo que lo tomó desprevenido: "Me dijo que la idea de Marlon era interpretar a Jor-El como si fuera una valija verde. Jay me explicó que Brando odiaba trabajar, pero amaba el dinero, y que si podía convencerme que los kriptonianos tenían el aspecto de valijas verdes y yo filmaba eso, a él le pagarían solo por hacer el doblaje". Desorientado, llamó luego a Francis Ford Coppola, amigo cercano de Don Corleone: "Marlon es un tipo brillante. Su cabeza es brillante, pero ama hablar. Mantenelo charlando y vas a solucionar cualquier problema". Finalmente cuando lo conoció, el actor se mostró muy afable, pero le propuso una idea aún más inesperada: "¿Y qué tal si hago el papel como si fuera un sándwich?", recuerda Donner y agrega: "Yo ya iba mentalizado a que me dijera lo de la valija verde y me sale con eso del sándwich y me dice que cómo podíamos saber nosotros el aspecto de los kriptonianos, ¡y que quizás eran todos sándwiches!". Pero recordó el consejo de Coppola y le siguió la corriente: "En un momento me sonrió, y me dijo: 'Hablo mucho, ¿no? Mejor veamos el vestuario'".
En el rodaje Brando terminó siendo muy amable, pero sí hubo un capricho que no negoció: no quería memorizar sus líneas. Se negó tajantemente a leer de antemano el guion y por ese motivo tuvieron que camuflar sus diálogos en los decorados. Uno de los lugares más originales en los que escondieron sus parlamentos fue en los pañales de Superman de bebé. El argumento con el que sostenía su postura era muy sencillo: "Cuando lea el guion esa primera vez ante la cámara, sonaré más honesto".
Un gran villano, la amenaza de un musical y un héroe anónimo
El otro nombre fuerte que los productores se aseguraron fue el de Gene Hackman. El protagonista de Contacto en Francia había aceptado hacer de Lex Luthor sin demasiado entusiasmo por miedo a estropear su prestigio. La preocupación de los Salkind por tener problemas con las agendas de Hackman y Brando los llevó a organizar toda la filmación alrededor de ambos actores, priorizando sus escenas para evitar contratiempos y asegurando sus participaciones en el largometraje.
Con respecto a Luisa Lane, la actriz elegida fue Margot Kidder , otra relativa desconocida que convenció por la química que tenía con Reeve. Uno de los momentos en donde puede palparse la buena relación entre ambos es el clip en el que Superman lleva a volar a Luisa por primera vez. Esa secuencia casi onírica solo pudo ganar en emoción gracias a la interpretación de Kidder y cómo Donner retrató al héroe central a través de los idealizados ojos de esa protagonista. Originalmente ese segmento iba a ser un musical titulado "¿Puedes leer mi mente?", aunque al director la idea no lo entusiasmaba. Kidder insistió mucho con poder cantar, pero el realizador explicó por qué dio de baja esa opción: "Su audición no fue mala, pero no dejaba de ser la voz de una actriz y no de una gran cantante. Entonces le dije: '¿Y si recitás el parlamento como si te hablarás a vos misma?' Ella hizo eso y quedó en la película y lo mejor fue que salió de su corazón".
Otro de los nombres clave, pero frecuentemente ignorado en el éxito del film, es el del yugoslavo Zoran Perisic. El especialista en efectos visuales fue el responsable de hacer creíble el vuelo de Superman, a través de un sistema que denominó Optic Process y que permitía superponer de manera natural la figura de Reeve sobre un paisaje proyectado. Respecto de esto, Perisic reveló: "Christopher está sujeto a un mástil que no se ve, y todo lo que hace son los movimientos que simulan su vuelo, mientras que la cámara y el proyector crean la ilusión del movimiento". El trabajo fue tan arduo para el equipo que la primera vez vieron a Reeve volando en pantalla, se conmovieron hasta las lágrimas.
Fin de fiesta
Mientras Donner llevaba adelante la titánica tarea de hacer Superman I y II en simultáneo, las peleas con sus jefes no cesaban: "El único problema que tenía entre manos era con los Salkind, porque en vez de ayudarme, me complicaban. Siempre el tema era la plata. Nunca me dijeron con qué presupuesto contábamos. Yo no tenía ni idea de cuánto se estaba gastando. A veces yo autorizaba algo y ellos arbitrariamente lo cancelaban". La tensión entre ellos llegó a tal punto que el director les prohibió que visitaran el set. Los productores llamaron entonces a Richard Lester para que oficie de mediador, aunque el plan oculto era uno muy distinto.
Finalmente la sangre llegó al río. Con el primer film terminado y con el 75 por ciento de su secuela realizada, al director le sonó el teléfono, era su agente: "Acabo de recibir un telegrama de los Salkind. Ya no requieren más tus servicios". La decisión de los productores fue reemplazarlo por el mencionado Lester, que reescribió parte del guion pero intentó mantenerse fiel al espíritu de su antecesor. Todo había terminado mal para él, todo, a excepción del inconmensurable éxito que iba a tener su película.
Los creadores de Superman y un juicio eterno
La historia del guionista Jerry Siegel y el dibujante Joe Shuster y cómo en 1938 le vendieron a DC los derechos de Superman por apenas 130 dólares es un abuso empresarial tristemente célebre. Cuando en 1975 los medios se hicieron eco del inminente film del kriptoniano, Shuster tenía 59 años y estaba prácticamente ciego, mientras que Siegel trabajaba por un sueldo mínimo como cartero. Furioso, el guionista escribió una carta abierta contra la empresa que seguía facturando millones mientras él dormía en una catre en el departamento de su hermano: "Yo maldigo la película. Espero que súper fracase. Espero que todos puedan darse cuenta de la red venenosa que rodea al personaje (...). En los últimos 37 años ni Joe Shuster ni yo ganamos nada. Los editores de Superman acabaron con mis días, trituraron mi felicidad. Los ejecutivos de DC son monstruos cegados por el dinero. Si los de Warner tuvieran consciencia, corregirían todo el mal que me hicieron a Joe y a mí".
El texto impactó profundamente y para evitar mala prensa, Warner le reconoció a los autores parte de sus derechos negados. La empresa anunció que iba a darles una pensión vitalicia de veinte mil dólares anuales, un seguro médico y garantizó que en todas las apariciones del personaje figurara la leyenda que reconocían a Superman como una "creación de Jerry Siegel y Joe Shuster". En los años posteriores, los juicios por autoría siguieron, pero al menos gracias al film, los padres de la criatura obtuvieron un demorado reconocimiento. En el estreno del largometraje, Shuster y Siegel asistieron conmovidos por el crecimiento del héroe al que crearon con menos de 25 años.
Un triunfo agridulce
La llegada de Superman a la pantalla grande fue uno de los grandes éxitos de 1978, la crítica y el público se rindieron ante el carisma de Reeve y ante un largometraje que inauguraba una era de esplendor de los films de superhéroes. Según la taza de inflación actual, la película recaudó en el mundo más de mil millones de dólares y fue la más vista del año en los Estados Unidos detrás de Grease. Ilya saboreaba un triunfo cinematográfico absoluto y se entusiasmaba frente a las posibilidades que brindaba esa nueva mina de oro en forma de "S". El joven productor no lo sabía en ese momento, pero su carrera no volaría tan alto una segunda vez.
Un legado ineludible
El largometraje de Superman es un clásico absoluto. El tono inocente –pero no infantil–, de la lucha por el bien de un héroe sin claroscuros, sus moderadas dosis de humor y un despliegue visual imponente son aún hoy una fórmula infalible de mostrar superhéroes en el cine (irónicamente, en la actualidad Marvel bebe de esa estructura mucho más que DC).
Por otra parte, el trágico destino de Reeve entristeció a su público y su lucha por continuar su carrera despertó la admiración de sus pares. Hasta el final de sus días, el actor fue asociado con Superman. En 2006, Bryan Singer dirigió Superman regresa y homenajeó el espíritu del film de Donner. Con un actor (Brandon Routh) que calcaba el estilo de Reeve, una fuerte simbología católica (otro rasgo ineludible del protagonista) y una trama centrada en un alienígena que abrazaba su identidad terrícola a través de la paternidad, Singer logró una destacada producción, aunque fue maltratada por un público que no se dejó llevar por esa sensibilidad retro. En 2013, cuando Henry Cavill interpretó a una versión del personaje que hasta era capaz de matar se hizo evidente que la esencia del héroe se había perdido.
Las décadas pasan y Christopher Reeve sigue siendo el Superman definitivo y –como decía el póster de su película– el único capaz de emocionarnos al hacernos creer "que un hombre puede volar".
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