Mucho antes de convertirse en lo que para las nuevas generaciones no es más que un gran musical de Andrew Lloyd Webber, Sunset Boulevard fue en origen y sobre todo en esencia la mejor película jamás hecha en Hollywood sobre el mundo... de Hollywood. Y cómo la capital del entretenimiento suele ser ingrata hasta con sus mayores glorias, que a su manera también pagan un alto precio por los excesos de vanidad y orgullo exhibidos durante los tiempos de esplendor.
Sunset Boulevard, una de las obras maestras de Billy Wilder, comienza como sabemos con el fortuito encuentro entre un joven aspirante a guionista llamado Joe Gillis (William Holden) y la antigua y olvidada estrella del cine mudo Norma Desmond (Gloria Swanson), que sueña un regreso con gloria mientras vive recluida en una antigua mansión con la única compañía de un fiel chofer llamado Max von Mayerling. Gillis se convierte en amante de Desmond, convencida de que el guionista la ayudará en su anhelada vuelta, pero éste tiene otros planes y sueños propios por cumplir en Hollywood.
Quienes se hayan acercado desde el musical a la película estrenada en la Argentina el 1° de noviembre de 1951 con el título local de El ocaso de una vida (y un afiche en el que se omitía el agregado clave de "A Hollywood Story") están todavía más lejos de una de las pequeñas grandes historias que dejó el rodaje. Wilder imaginó el punto de partida de la historia de otra manera. Así lo soñó, lo escribió y hasta lo filmó. "Quería que Sunset Boulevard empezara en el depósito de cadáveres de Los Angeles. Tenía que verse un coche fúnebre, que se detiene delante del vestíbulo, un cadáver es sacado de él y llevado al depósito, donde yacen alrededor de una docena de muertos, cubiertos por sábanas blancas. Ahí es donde se lleva el nuevo cadáver, y alguien escribe en un letrero el nombre del muerto entregado y lo ata a uno de sus pies, al dedo gordo. Después, la cámara se aparta del cadáver y muy despacio las sábanas blancas que cubren los cadáveres se vuelven transparentes y de esta manera se reconoce que el muerto que acaban de traer es William Holden. Y entonces se ven los demás cadáveres: un niño de once años, un hombre de 65, una mujer... Y los muertos empiezan a hablar, a conversar, contándose unos a los otros cómo han llegado hasta allí", describe Wilder en Nadie es perfecto, el libro semiautobiográfico que lleva su firma y la del periodista alemán Hellmuth Karasek.
Durante esa amena charla, el cadáver de un hombre que en vida fue muy corpulento le pregunta a Joe Gillis, el personaje de Holden, cómo murió. En la respuesta se habla de Hollywood, lo que lleva a la inevitable siguiente pregunta: "¿Usted se dedicaba al cine? ¿Era actor?". Gillis responde que no, que era guionista. "Y mi mayor deseo fue tener una piscina –agrega- hasta que al final la conseguí, pero estaba llena de sangre".
En la minuciosa biografía de Wilder firmada por Ed Sikov y publicada por Tusquets se dice que en el amanecer del 26 de marzo de 1949 empezó el rodaje de Sunset Boulevard "con planos de preproducción de la morgue del condado de Los Ángeles y de su patio exterior". Para filmar los interiores hubo que esperar hasta el 10 de junio. Cuenta Sikov que el rodaje transcurrió sin contratiempos, con los actores y los extras transformados en cadáveres, hasta que una toma quedó interrumpida por un ruido extraño. "Entre las sonrisas del equipo, el ayudante de Wilder recorrió las hileras de cadáveres tapados hasta que encontró al que estaba roncando", narra el biógrafo de Wilder.
Los verdaderos problemas aparecieron después, con la película terminada. Como Sunset Boulevard hablaba de temas ciertamente sensibles para la comunidad hollywoodense, Wilder y su socio Charles Brackett decidieron hacer el primer test con el público lejos de allí, en la ciudad de Evanston, cercana a Chicago. Wilder se llevó una de las grandes decepciones de su larga vida cuando vio que el público empezaba a reírse en el momento exacto en que la cámara ingresó en la morgue y se ve cómo le colocan a William Holden una etiqueta con su nombre en el dedo gordo del pie. "Fue la mayor carcajada que había oído en toda mi vida –admitió el director-. Salí del cine bastante triste. Me crucé en las escaleras con una señora que también había dejado la sala. Cuando pasó al lado mío me preguntó: "¿Ha visto alguna vez en su vida una porquería semejante?". Le contesté: "No, nunca".
Lo mismo pasó durante la segunda proyección en Poughkeepsie (Nueva York). Y una tercera en Long Island, ya en vísperas del estreno, le mostró definitivamente a Wilder la inconveniencia de mantener ese prólogo. Hasta el jefe de los estudios Paramount, Barney Balaban, pidió que se eliminara esa secuencia y se pensara en una nueva introducción, según relata Sikov.
Wilder obedeció y la película adquirió solo en ese momento las características que tiene hoy, cuando ocasionalmente nos encontramos con ella en alguna señal de TV paga especializada en clásicos. Vemos la carpeta asfáltica del Sunset Boulevard (avenida icónica de Los Ángeles, que atraviesa Hollywood a escasos 300 metros del Teatro Chino y del lugar en el que se entregan los Oscar) y la llegada de varios vehículos policiales al lugar en el que se encuentra el cadáver de Gillis, quien no obstante seguirá relatando en "voice-over" los hechos narrados en la película.
Lo más notable de esa apertura es el plano yaciente de Holden flotando en la piscina de la mansión, registrado desde el fondo del agua. Wilder decía que ese plano también tenía que incluir al grupo de policías y fotógrafos contemplando el cuerpo al costado de la piscina, mientras los flashes de las cámaras lo hacían brillar. La solución la aportó John Meeham, el director de arte de la película, que aprovechó el depósito de agua disponible en uno de los sets de los estudios Paramount y colocó un espejo en el fondo. Con Holden en el agua y los fotógrafos mirando para abajo, registró desde lo alto un plano con la cámara apuntando al espejo ubicado en el lugar más profundo del depósito. "El público queda desconcertado no sólo por lo fantasmagórico del cadáver, sino también por la posición que se le pide que adopte. Joe Gillis, al menos, flota; nosotros nos hemos hundido hasta el fondo", ilustra Sikov.
De haberse cumplido otro deseo original de Wilder, quien flota sobre la piscina de la mansión de Norma Desmond no debía ser Holden, sino Montgomery Clift, que a sus 28 años era por entonces uno de los astros juveniles más refulgentes de Hollywood. Cuenta Sikov que Clift estaba entusiasmado con el papel, pero en vez de quedarse en Hollywood a trabajar con el guion junto a Wilder y Brackett prefirió irse de vacaciones a Europa después de terminar otro exigente rodaje (el de La heredera, de William Wyler, con Olivia de Havilland). Cuando volvió, ya no pensaba lo mismo. Decidió no hacer la película porque creía que no era conveniente para su carrera filmar en continuado dos historias en las que enamora a mujeres mayores que él. Para reemplazarlo, Wilder recurrió a Holden, una de las figuras contratadas por Paramount que estaba disponible y que luego se convirtió en uno de los mejores amigos y confidentes del director.
Swanson se quedó con un papel que, al parecer, Wilder había imaginado al comienzo para otra actriz. Según Sikov, el director llegó a imaginar que la pareja ideal la integrarían Mae West y Marlon Brando. Descartaron a Pola Negri y Mary Pickford, hasta que George Cukor, colega y amigo de Wilder, tiró el nombre de Swanson, que resultó el definitivo. El director Erich von Stroheim encarnaría a Max, el chofer de la estrella que en la historia avanza inexorablemente hacia la locura. Stroheim aportó varias ideas al guion y al rodaje, entre ellas el hecho clave de que era él mismo quien escribía las cartas a Desmond haciéndole creer que se trataba de sus admiradores. Además él tenía la particularidad de no saber manejar, lo que trajo algunas dificultades durante el rodaje. Sobre todo cuando hay que personificar a un chofer. De hecho, en casi todas las escenas en las que se lo ve manejando el imponente Isotta Fraschini dentro de los estudios Paramount, simula manejar mientras una grúa remolca el vehículo.
Curiosamente, la mansión elegida como residencia de Norma Desmond no estaba en realidad sobre Sunset Boulevard, sino en Wishire, otra de las avenidas características de Los Angeles. La enorme casa era propiedad del magnate John Paul Getty, que sacó ventajas de los trabajos de restauración y adaptación que exigía el perfil imponente de su principal personaje femenino. Tras el rodaje, la mansión volvió a su dueño más grande y fastuosa de cómo la entregó. Una de las escenas más famosas rodadas en esa mansión es la del tango ("La cumparsita") que Holden y Swanson bailan durante una celebración de fin de año. Para filmar la escena se recurrió a la misma técnica usada en la escena del tango bailado por Rodolfo Valentino en Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1921).
Se dijo también que en un momento le pidieron a Swanson que aceptara someterse a sesiones de maquillaje que la ayudarían a verse todavía con mayor edad de la que tenía en ese momento (casi 50 años). La actriz habría replicado: "¿Y no sería mejor maquillar a William Holden para que parezca todavía más joven de lo que es?". Holden tenía en el momento de rodar Sunset Boulevard 31 años.
Para hacer más real la conexión entre la película y la historia del verdadero Hollywood, Wilder tomó varias decisiones que pasaron a la historia e hicieron su aporte para que Sunset Boulevard adquiriese la estatura de leyenda. Primero, convocó a tres grandes estrellas de los tiempos del cine mudo para una escena en la que jugaban a las cartas como "figuras de cera" en compañía de Desmond. Fueron elegidos Buster Keaton, H. B. Warner y Anna Q. Nilsson. Keaton, el mayor artista cómico de la historia del cine, era en la vida real un excelente jugador de bridge. Segundo, llamó para que actuara como sí misma a Hedda Hopper, exactriz y una de las dos más célebres divulgadoras de chismes del Hollywood clásico. La otra era Luella Parsons, a quien también Wilder quería en la película, pero al ver el protagonismo de Hopper declinó el ofrecimiento. Tercero, aprovechó al director más famoso de Paramount en aquél momento, Cecil B. DeMille, para interpretarse a sí mismo.
En una de las mejores escenas de la película, Swanson regresa como Norma Desmond a Paramount mientras DeMille filma Sansón y Dalila, algo que ocurría exactamente en ese momento. "Utilizamos sus platós en las visitas de Norma. Lo tuvimos un día. Diez mil dólares", resumió Wilder, según el libro de Sikov. Wilder soñaba también con que DeMille le pidiera a Hedy Lamarr, que interpretaba a Dalila, que le cediera su silla para que fuera ocupada por un momento por Desmond. Como Lamarr pidió 10.000 dólares, no fue posible. Wilder optó por sentar a Desmond en la silla de DeMille, que ya había cobrado.
Después del rodaje, y con la decisión de eliminar la secuencia completa de la morgue ya tomada, sólo quedaba una última serie de proyecciones para las personalidades más influyentes de Hollywood, actores, directores y sobre todo ejecutivos. Uno de ellos, el poderoso Louis B. Mayer (cabeza de MGM) salió enojadísimo de la sala y bramó contra Wilder. "¡Bastardo! ¡Deshonraste a la industria que te creó y que te alimentó! ¡Deberían cubrirte de alquitrán, emplumarte y echarte de la ciudad!", le dijo, según coinciden todos los narradores de la vida de Wilder. La respuesta de éste fue brevísima. Apenas un "Fuck You".
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