Streaming: El sonido del metal es el desparejo retrato de un músico al borde del abismo
El sonido del metal (Sound of Metal, Estados Unidos, 2029). Dirección: Darius Marder. Guion: Darius Marder, Abraham Marder. Fotografía: Daniel Bouquet. Elenco: Riz Ahmed, Olivia Cooke, Paul Raci, Mathieu Amalric. Duración: 120 minutos. Disponible en: Amazon Prime Video. Nuestra opinión: buena.
En los primeros planos de El sonido del metal, la oreja de Ruben (Riz Ahmed) está en el centro de cada imagen. La acción se acerca a los sonidos que envuelven al universo de este baterista, desde los furiosos golpes que le da a los redoblantes en cada una de sus canciones, pasando por la serenidad de la cafetera todas las mañanas, hasta la prolija rutina con la que limpia su consola. Y con esos minutos iniciales, el director Darius Marder retrata a su protagonista a partir de aquello que lo constituye, pero que pronto perderá. Porque un instante después, ese mundo de sonidos se apaga con un agudo pitido. Sin demasiado conocimiento sobre qué le sucedió, si la pérdida de audición fue consecuencia de su trabajo o por alguna enfermedad autoinmune, la realidad del protagonista sufre un dramático revés.
Frente a su problema, Ruben da los pasos que puede. Primero busca continuar su vida como si nada pasara; por ese motivo, intenta ocultarle a Lou (Olivia Cooke), su pareja y con quien comparte escenario, lo que le está pasando. Claro que ella no tarda en darse cuenta de que su novio padece una sordera muy severa. La posibilidad de una operación que le devuelva la audición resulta casi imposible por los costos, entonces la única posibilidad que surge es instalarse en una comunidad integrada por personas sordas.
Aunque a priori se resiste, él sabe que no tiene más remedio que aceptar ese nuevo mundo y su nueva realidad. Forzado a empezar de cero y aislado de su antigua vida, el protagonista se muda a ese lugar; allí convive con otras personas que le enseñan a decodificar las reglas de una sociedad de la que ahora él forma parte. Lenguaje de señas, expresión corporal, nuevos paisajes y vínculos, Ruben no tarda en integrarse y convertirse en una pieza valiosa de ese engranaje. Pero cuando la posibilidad de someterse a una cirugía resurge, las dudas se apoderarán de él.
El sonido del metal es la película de un director que por momentos necesita subrayar lo que salta a simple vista. No porque desconfíe de la comprensión de los espectadores, sino porque quizá aún no encontró el pulso que le permita confiar en el poder de sus propias imágenes (y sonidos, en este caso). A lo largo de la trama hay transiciones que se sienten apuradas, cambios que responden más a necesidades del guion que a evoluciones naturales en la conducta de los protagonistas. De esa manera, el film tironea a Ruben de un lado hacia el otro, y su propia voluntad queda algo desdibujada. Sin embargo, el personaje logra desarrollar un complejo mundo interno, y un pasado infernal que de a poco asoma: heroinómano en recuperación, procura que su sordera no lo lleve a perder el control, transitando un delicado equilibrio que lo aleje de sus viejas adicciones.
El tramo del largometraje que transcurre dentro de la comunidad de personas sordas es donde tanto Ruben como Marder encuentran la anhelada armonía. El director le pone pausa al desprolijo ritmo de la historia, y toma aire para retratar cómo es la vida de su protagonista en ese lugar. De ese modo quedan lejos los ruidosos recitales para dar paso a momentos al aire libre, espacios de juegos y una rutina en la que Ruben se encuentra inesperadamente pleno. Y aquí se redescubre al personaje a través de pequeños destellos de alegría, hasta que él comprende eso que le explicó el coordinador de esa comunidad, Joe (Paul Raci), cuando era un recién llegado: que la sordera no es una discapacidad.
Pero a lo largo de su último acto, El sonido del metal establece una idea poco feliz. Más allá del enorme trabajo de Ahmed, un actor capaz de cargar sobre sus hombros un guion que da algunos pasos confusos, la historia sugiere que a veces lo mejor es conformarse. Por momentos, la mirada del realizador se empecina en quitarle a Ruben cada cosa que desea, y así se desarrolla un sádico esquema que consiste en ponerlo una y otra vez contra las cuerdas. Entonces, la trama no solo somete sistemáticamente al protagonista, sino que incluso parece castigarlo cuando busca asumir riesgos ante lo nuevo, aunque eso signifique salirse de su zona de confort. Porque aunque Ruben luche incansablemente por escapar de las prisiones impuestas por el destino (o por el guion), su tragedia es la certeza que liberarse de una jaula no le significará necesariamente ser libre.
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