Streaming: El rompecabezas de sentidos y emociones de Abrázame fuerte confirma a Mathieu Amalric como un excelente director
Con la magnífica Vicky Krieps ratificando su talento tras El hilo fantasma y la interpretación de Marta Argerich como corazón de una historia críptica y devastadora, el film logra transmitir el dolor de la pérdida y la irracionalidad del duelo
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Abrázame fuerte (Serre moi fort, Francia/2021). Dirección: Mathieu Amalric. Guion: Mathieu Amalric, basada en la pieza teatral de Claudine Galea. Fotografía: Christophe Beaucarne. Edición: Francois Gédigier. Elenco: Vicky Krieps, Arieh Worthalter, Anne-Sophie Bowen-Chatet, Sacha Ardilly, Juliette Benveniste, Aurèle Grzesik, Aurélia Petit. Duración: 97 minutos. Disponible en: Mubi. Nuestra opinión: muy buena.
Clarisse (Vicky Krieps) escucha el sonido de un piano desde el lobby de un hotel; un sonido lejano, intervenido por voces que parecen convocarla. En la pantalla de un televisor asoma la figura de una pianista joven, con su pelo negro, mientras hace muecas a cámara sin dejar de mirar las teclas; más tarde se la ve entrecana, acercándose con parsimonia al instrumento al que le da vida. “Es Marta Argerich”, le responde un pasajero que resulta estar de paso por ese lugar a la espera de un concierto en la noche. Es también joven, lleva el pelo cubierto de rastas, recogidas en un enorme rodete. Clarisse se acerca como en trance hacia la pantalla, toma una silla y se acomoda al lado del flautista. Lo mira de reojo, luego de frente, abre su camisa y palpa el latido de su corazón. Cierra los ojos y escucha el piano en sintonía con las conversaciones de Marta y su hija en Bloody Daughter.
Esa escena trascurre en el centro de Abrázame fuerte, la película de Mathieu Amalric –actor que ya se ha ganado su lugar como excelente director- que acaba de estrenar Mubi. Extraña y laberíntica demuestra la vocación del director de esquivar los abordajes convencionales, eludir la tiranía de la explicación y también recuerda su atracción por esas figuras magnéticas y envueltas en la magia de las divas. En Tournée (2010) eran las strippers de un show de burlesque en una gira por Francia; en El cuarto azul (2014), la femme fatale imaginada por George Simenon como enclave del deseo prohibido y también de la traición; en Bárbara (2017), una cantante misteriosa a la que un director recrea en su propia musa y su fantasma. En Abrázame fuerte es Argerich pero también esa compleja maternidad que se dibuja alrededor de su presencia, la misma que evoca con el sonido del piano los recuerdos perdidos de Clarisse.
En un asombroso trabajo de dirección, Amalric empieza apenas con una pieza del rompecabezas. Clarisse dispone las fotografías de su familia sobre una cama, toma algunas pertenencias aisladas –un encendedor azul, una partitura, un dibujo infantil- y parte en un viaje secreto en las horas del amanecer. Un AMC Pacer de 1978 o 1979 –ya no se acuerda- la lanza a un recorrido secreto y solitario, inundado de voces entremezcladas, de diálogos truncos con el pasado, de destellos de un regreso imposible. ¿Es esta la crónica de un abandono? La necesidad de respuestas siempre queda suspendida y el director nos invita al extrañamiento de su personaje, a esas imágenes porosas y azuladas que definen su universo, aquel que siempre tensan la frontera entre lo real y lo imaginado. Como en El cuarto azul, película con la que guarda una exquisita concomitancia, ambas sostenidas en la perdida y el desconsuelo –aquí sustituido el deseo por un anhelo más impreciso– el extravío es la salvaguarda de lo que resta antes de la locura.
Mientras Clarisse viaja, su familia parece continuar con su vida. Lucie (Anne-Sophie Bowen-Chatet) ensaya sus lecciones de piano, Paul (Sacha Ardilly ) se pinta para el próximo juego, Marc (Arieh Worthalter ) prepara el desayuno para sus hijos y los apura para no llegar tarde al trabajo. Al pasar recuerdan una lista de compras dejada por Clarisse en la heladera, con enojo Marc desecha sus cremas y perfumes, en soledad cada uno memoriza el pedido de su regreso. Las voces se cruzan de plano a plano, de tiempo en tiempo, como un río que fluye con el correr de la memoria y la imaginación, que enreda cuerpos y sensaciones, que establece una conversación siempre cinematográfica. Amalric no persigue engaños y sorpresas sino explorar el interior de cada personaje antes de contarnos qué les pasa, el secreto de su risa o de su pena. No entrega una sola imagen fácil, desganada, sostenida en un lugar común. Su narrativa es un precioso espiral, preciso y meticuloso, concebido con la distancia justa para no enredar sus líneas, para integrar las revelaciones al rumbo definitivo.
En el centro de esta historia está la verdadera diva, Vicky Krieps, una actriz que ha demostrado su envidiable talento en este tiempo, que ha ascendido desde su fascinante aparición en El hilo fantasma sobre interpretaciones ácidas, cerebrales, desgarradoras. Clarisse camina de un lado a otro en esa vieja casona del siglo XVII compartida con su familia, lo hace antes de su partida y también en su memoria, siguiendo la pesquisa de lo que ha perdido. Krieps contiene en sus expresiones esa ambigüedad, el pulso de la huida y las ansias de una verdad inaceptable. Ella nos lleva de la mano en su transitar, en el sonido melodioso de su voz que se enreda con los acordes del piano, en la magia secreta de una película que no reniega del dolor para rozar la belleza.
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