Stanley Kubrick, aquel fotógrafo adolescente
NUEVA YORK.- Desde 1945, cuando tenía 17 años y vivía en el Bronx, Stanley Kubrick trabajó como fotógrafo desde Nueva York para la revista Look. En octubre de 1946, pasó a formar parte del staff full time de la revista, a la que renunció en 1950. "A los 21, ya tenía cuatro años de experiencia en ver cómo funcionaba el mundo", dijo Kubrick en una entrevista de 1972. "Creo que si hubiese ido a la universidad, jamás me habría convertido en director de cine".
Los años de la Segunda Posguerra fueron la época de gloria de las revistas gráficas norteamericanas, con Life y Look a la cabeza. La más elegante de ambas era Life, que tenía un enfoque internacional y que empleaba a un plantel de fotógrafos de algo nivel, que incluía a Henri-Cartier Bresson y E. Eugene Smith. La revista Look, que salió de circulación en 1971, era más provinciana, con el foco puesto en los problemas y anhelos de los norteamericanos, y sus fotógrafos eran sumamente profesionales, pero poco inspirados.
Los archivos de Look se encuentran en el Museo de la Ciudad de Nueva York, donde el 3 de mayo pasado se inauguró una muestra titulada "Stanley Kubrick, visto a través de dos lentes diferentes". La exhibición, así como el catálogo publicado por Taschen que la acompaña, apuntan básicamente a lo que era Kubrick antes de convertirse en Kubrick.
A menos que estuviesen registrando hechos noticiosos, los fotógrafos de las revistas gráficas estaban muy limitados en su creatividad: sus fotos servían para ilustrar una historia preconcebida y diseñada por los editores. Las posibilidades de experimentación eran mínimas.
Los tópicos que abordó Kubrick son tan antiguos que huelen un poco a naftalina. Dos amantes abrazados en un banco de plaza mientras sus vecinos miran ostensiblemente hacia otra parte. Pacientes nerviosos en la sala de espera de un médico. Boxeadores amateurs sobre el ring. Celebridades en sus casas. Perros mimados de ciudad. Probablemente haya ayudado que Stan, como se lo conocía por entonces, fuese casi un niño, porque logró que esas remanidas imágenes le resultaran novedosas y hasta logró dotarlas de cierta frescura.
Al saber la trayectoria profesional que tomaría luego, es inevitable buscar en esas fotos algún prenuncio de su futura grandeza. En el gesto amargo de esa madre del subte, que envuelve con sus manos a un nenito rubio que bien podría ser un malhumorado ángel caído, la fuerza de la expresión y del gesto logran capturar un temperamento individual. Las diagonales de cuerdas, piernas y brazos en el retrato del boxeador Walter Cartier durante un descanso entre rounds, sumado al dramático contraste de la luz, hace pensar en las muchas películas blanco y negro sobre pugilistas profesionales, incluida El beso del asesino, del propio Kubrick. (En su primera película como director, el cortometraje documental El día del combate, de 1951, aparecen tanto Cartier como su hermano mellizo, Vincent.)
La sorprendente toma del bon vivant y humorista gráfico Peter Arno sentado al piano, con los ojos cerrados y la boca abierta, y un cenicero como pisapapeles de la partitura de música, está compuesta con precisión magistral. Los mismo que la graciosa foto de un hombre en el hipódromo luchando con un periódico en medio del viento.
Otras fotos con énfasis en la puesta en escena podrían ser fotogramas: un administrador de circo a los gritos mientras de fondo ensayan los acróbatas, un chico trepándose al techo de un conventillo, un vagón de subte lleno de pasajeros dormidos. Al mirar esas fotos, uno quiere saber cómo sigue.
Kubrick, que murió en 1999, fue un excelente fotógrafo de revistas. Sin embargo, sus fotos se quedan cortas en algo crucial: rara vez sorprenden. Cuando dijo que no se habría convertido en director de no haber sido por su periodo de aprendizaje en la revista Look, tal vez haya querido decir que después de pasarse cuatro años ilustrando historias escritas por otro, ya estaba listo para empezar a escribir sus propios guiones.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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