Spielberg en el mundo de Kubrick
"A.I.-Inteligencia Artificial" ("A.I. Artificial Intelligence", Estados Unidos/2001). Dirección: Steven Spielberg. Con Haley Joel Osment, Jude Law, Frances O´Connor, Brendan Gleeson, Sam Robards y William Hurt. Guión: Steven Spielberg, sobre un libreto de Ian Watson basado en el cuento corto "Super-Toys last all summer long", de Brian Aldiss. Fotografía: Janusz Kaminski. Edición: Michael Kahn. Diseño de producción: Rick Carter. Música: John Williams. Producción de Amblin y Stanley Kubrick presentada por Warner Bros. Duración: 145 minutos. Apta para todo público.
Nuestra opinión: muy buena.
"A. I.-Inteligencia Artificial" es una de las películas más desconcertantes e inclasificables que Hollywood haya producido en mucho tiempo y, por lo tanto, en una industria dominada por las fórmulas y los productos premoldeados, se trata de un film muy atendible y destinado al debate inteligente.
Dirigida por Steven Spielberg a partir de un proyecto que durante muchos años desarrolló el fallecido Stanley Kubrick, "A. I." es una extraña y a la vez fascinante combinación entre las disímiles miradas, ideas y obsesiones trabajadas por el primero especialmente en tres de sus films ("Encuentros cercanos del tercer tipo", "E.T." y "El imperio del sol") y las que el segundo elaboró junto con Arthur C. Clarke en "2001, odisea del espacio".
Así, ese "monstruo de dos cabezas" que es "Inteligencia Artificial" aparece como un film casi esquizofrénico y en muchos sentidos incoherente, al punto que por momentos se niega y se contradice a sí mismo. Pero es también la falta de inhibiciones y de miedo a caer en el ridículo lo que convierte a este delirante viaje al futuro -que, al mismo tiempo, recupera los universos imaginarios y la iconografía de "El mago de Oz", "Dumbo" y "Pinocho"- en un largometraje de un despojamiento y un riesgo artístico notables.
La película arranca con una voz en off (la de Ben Kingsley) que nos sitúa en un futuro apocalíptico, en el que las glaciaciones han sumergido ciudades enteras, como Venecia y Nueva York, las plagas han devastado la mayoría de las riquezas naturales y la población humana se ha reducido drásticamente, al extremo de que los robots son mayoría.
En ese contexto de escasez de recursos, en el que además las parejas son obligadas a traer muy pocos hijos al mundo, un equipo de científicos liderado por el profesor Hobby (William Hurt) diseña a David, un niño-robot programado para amar incondicionalmente a sus padres y con capacidad también para soñar y, claro, para sufrir.
David es vendido a Monica (Frances O´Connor) y Henry (Sam Robards), un matrimonio que sobrelleva, como puede, la trágica situación de tener a su único hijo en un coma profundo. La convivencia en el hogar no es simple, pero todo se complica aún más cuando el hijo natural -que permanecía congelado- se recupera milagrosamente y regresa al hogar, desatándose una inevitable guerra de celos entre ambos chicos.
Tres historias
La película se divide en tres episodios con innumerables vueltas de tuerca y hasta cambios de registro. El film pasa de una frialdad y una solemnidad casi omnipresentes a un humor desatado y un contexto de suma violencia, especialmente en la segunda parte, cuando aparece el hilarante personaje de Gigolo Joe (Jude Law), robot especializado en seducir y complacer sexualmente a las mujeres.
Las contradicciones y contrastes de la película también se advierten en la estética y propuesta casi na•f propia de un universo infantil dominado por los cuentos de hadas, con el niño-robot protagonizando a lo largo de varios siglos todo tipo de aventuras, con el querible monito Teddy como inseparable ladero, pero que gradualmente se va oscureciendo para trabajar de forma bastante descarnada un complejo de Edipo no resuelto y una estructura que remite a la cruenta historia de "Frankenstein".
La película podrá conmover a algunos e irritar a otros, a partir de sus dilemas morales, sus alegatos espirituales, su misticismo y ciertas propuestas ligadas al imaginario de la new-age. Pero, más allá de los cuestionamientos que pueda merecer, "A.I." constituye una de las reflexiones más interesantes y profundas que el cine de ciencia ficción haya planteado sobre la relación entre el hombre y la tecnología. Allí donde el robot que interpretaba Robin Williams en "El hombre bicentenario" o el personaje de Data en la saga de "Viaje a las estrellas" se quedaban en la presentación superficial de un androide capaz de "sentir" como un humano, aquí Spielberg y Kubrick ampliaron el horizonte del cuento original de Brian Aldiss para imaginar un horizonte mucho más ambicioso y plantear interrogantes bastante más sobrecogedores.
A esta compleja apuesta temática, Spielberg le sumó un gran despliegue visual (contó con un presupuesto de 90 millones de dólares) en el que se destacan la fotografía del polaco Janusz Kaminski (iluminador preferido del director), los efectos visuales y de animación de Industrial Light & Magic y los animatronics (muñecos) de Stan Winston.
Mientras el apuntado Kingsley y otros famosos, como Robin Williams, Chris Rock y Meryl Streep aportan sus voces, es Haley Joel Osment (el recordado chico de "Sexto sentido") el que se consagra con una conmovedora interpretación de un robot que quiere ser un niño.
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