Soriano: "Lucho contra el bronce"
En Valparaíso habló con LA NACION sobre lo que no debe faltarle a un actor e hizo un repaso de su trayectoria en España
VALPARAISO.– Luego de seis semanas, Pepe Soriano terminó el rodaje de El brindis. Es su primera película en Chile. Y puede ser el camino previo a una segunda experiencia laboral en este país, donde productores locales quieren estrenar Visitando al Sr. Green. La magnífica interpretación que hace Soriano en esta pieza fue, precisamente, motivo de la propuesta que recibió el actor, por parte del director chileno Shai Agosin, para uno de los protagónicos de su ópera prima, El brindis.
En clave de comedia dramática, el film aborda “la historia de tres seres humanos, que están viviendo etapas distintas”, dice Agosin. Soriano se ha “cargado varios años encima” para componer a Isidoro. “Un anciano judío que está en los últimos días de su vida, y que de alguna manera quiere reconciliarse, terminar bien su vida”, según apunta el director. El trío se completa con el actor chileno Francisco Melo (“un rabino en la mitad de la vida, que ha perdido un poco la fe, y se topa con una mujer joven que le mueve el piso”), y Ana Serradilla, actriz muy popular en México –país coproductor del film–, que personifica a la hija de Isidoro, Carmen, cuyo horizonte sentimental se modifica tras conocer al rabino.
Después de tantos días en Valparaíso, la pintoresca ciudad portuaria ya le resulta familiar a Soriano. Mientras filmaba El brindis recorrió subidas y bajadas de las calles, pero también volvió a caminarlas en sus tiempos libres. Para nutrirse de un alimento que considera vital para un actor: observar. De éste y otros temas, habló durante la entrevista con LA NACION.
“Cualquier método en el teatro conduce al rescate de la intuición. Lo creativo es la intuición –reflexiona Soriano–. De ahí que a veces hubo en el teatro nacional actores que casi no sabían leer y escribir, pero eran grandes actores. Luego aparecieron las escuelas como solución del camino del actor. Pero no es todo. Un actor necesita mucho más que eso. Por un lado, las vivencias cotidianas, conectarse con la gente, porque de ahí uno abreva. Y tratar de ver, leer y aprender acerca de todo. Cuanto más rico sea un actor en la búsqueda de cosas, más rica será su traducción como actor. Y lo demás es mitología. Porque en general la gente es como quiere verlo a uno, como imagina la imagen de uno. Y uno es uno frente a sí mismo con sus falencias, debilidades, y miedos”.
–Estrenar, según cuenta usted, le da miedo.
–Y lo reconozco: para mí es sudar la gota gorda. Y hay una imagen con la que uno lucha. Me parece bárbaro que se me respete como actor. Y lo agradezco. Lo que no quiero es que me empiecen a poner pedacitos de bronce. Porque empiezan por los pies, siguen subiendo, y en un momento te encontrás con que no sos más una persona. Yo quiero seguir siendo persona. De oficio, actor. Tener claro eso. Y las limitaciones. Que no pocas veces, son un techo que ponen otros.
–¿Por ejemplo?
–Para mi gusto, el buque insignia en el mundo actoral es Alfredo Alcón. Creo que ha sido ético a más no poder; mejor persona, también. Tiene una cantidad de méritos enorme. Pero hay algo que es real: la Argentina le pone un límite. Y nos pone un límite a muchos.
–El bronce, como dice usted.
–El bronce, claro. Ya más que eso no hay. Y uno lucha contra el bronce para estar vivo. Además, porque es importante que la gente pueda saber de las contradicciones de uno. Ya que eso me hace similar al semejante. Si yo acepto esa regla de juego, me convierto en un diferente. Y encima, de bronce. ¡Llega un día en que no podés dialogar con nadie! Por eso digo que me rehúso al bronce, a esa suerte de personaje. Sería muy triste para mí que no me vean como una persona.
–Hablando de personajes, usted tiene una variada gama de creaciones: Lisandro de la Torre, la anciana de La nona, Francisco Franco…
–Lo de Franco me abrió las puertas en España. En principio, fue el trabajo que me llevó allí. En segundo lugar, el productor me trató mal cuando le dije que yo me quería doblar. Pero lo hizo desde una legitimidad, estaba convencido y era así. Me decía: “¿Cómo me hablas de rodaje si eres argentino? Llegaste la semana pasada, estás rodando la película y tengo el doblador”. Yo respondí: “Tengo que estudiar, no me gusta que me doblen”. Por consejo de Dina Rot fui a ver a Concha Doñaque para que me ayudara a hablar con acento español. Después de algunas clases ella tuvo que viajar a Buenos Aires. Pero el rodaje continuaba, así que no me quedó más alternativa que largarme a hablar. Un día el director de la película me dijo: “¿Yo estoy loco o tú estás hablando castellano?”
–Y terminó doblándose con un acento del más genuino español.
–Me llevó un mes el doblaje. Cuando terminé, la emoción y la alegría de él era paralela a la mía. Habíamos triunfado los dos. Entonces él le decía a sus amigos: “El argentino es un fenómeno, nunca ha estado en España, ha hecho una película y se ha doblado”. El primero que dijo “¿Cómo puede ser?” fue José Luis Garci, que después de ver la película, comentó: “¡No lo puedo creer!”.
–¿Fue entonces cuando Garci le propuso filmar con él?
–Me dijo: “Hagamos una película juntos”. Yo pensé que sería para salir del apuro, pero no. Hice cinco trabajos con él y una amistad fuerte. De Garci pasé a Armiñán. Después a Ricardo Franco, un gran director ya fallecido. Y así se fueron dando las cosas. Con Fernando Fernán Gómez hicimos a dos hermanos en El mar y el tiempo. Trabajé mucho allá.
–¿La decisión de irse a España tuvo que ver con las difíciles circunstancias que había vivido en la Argentina?
–No, las circunstancias me las comí en la Argentina… Y antes, la pasé realmente muy mal. Pero digamos que en el fondo de la historia tengo un libro de quejas menor porque hay mucha gente que no lo puede contar, porque está muerta. Me parece injusto lo que me ocurrió, indecoroso…, una porquería. Pero yo lo puedo contar, porque estoy vivo.
–Además de películas, también hizo televisión en España.
–Sí. Ya me había instalado con mi mujer, y estaba dispuesto a quedarme en España, donde vivimos del 86 al 93. Y me contratan para hacer Farmacia de guardia. Tuvo un éxito impresionante y por cuestiones de tiempo, durante un año y medio, no pude hacer siquiera una película. Cuando me ofrecieron renovar contrato por otro año y medio, lo conversé con mi mujer; no estaba demasiado convencido.
–¿Quería volver a la Argentina?
–Sí. En ese momento me llama Raúl de la Torre, para hacer Funes, un gran amor. En el intervalo de tres meses que se da entre la primera y la segunda parte de Farmacia…, viajo a Buenos Aires, y ya en el primer día de rodaje de Funes…, me encuentro con Daniel Binelli (¡me faltaba Rodolfo Mederos, nomás!), empieza a sonar la música, y me pongo a llorar. “No puedo, es mucho, es muy fuerte para mí”, les digo. Deciden que filme al día siguiente. Y otra vez, me largo a llorar. Al tercer día canta Jairo, y yo ya era un río. Ahí dije: “Yo estoy de más en España”.
–Eso terminó de decidirlo.
–Volví a España y le dije a mi mujer: “Mirá, si no me van a pagar un dinero que sea importante para armar la carrera aquí; si esto del programa de televisión es un humor que respeto, pero que no entiendo; y el éxito, qué sé yo qué es, pasará, y a lo mejor saldrá otra cosa para hacer en televisión, pero…”. Vendimos los muebles del departamento que alquilábamos, y regresamos a la Argentina. Mis hijos se quedaron allá. Tuve que recomenzar otra vez, no fácilmente. Porque también la memoria del medio juega. Y creo que a mucha gente, desde la producción, le importaba un rábano que hubiera trabajado en España, que hubiera sido éxito. En fin, lo demás es historia más o menos conocida. Estoy muy contento con lo que estoy haciendo: Visitando al Sr. Green y esta película en Chile.
–¿Qué puntos de contacto hay entre su personaje de El brindis y el del Sr. Green?
–La manera de hablar, la conducta, el movimiento son similares. El director del film, Shai Agosin, además me pidió que mi personaje tuviera esa cercanía con el de la obra de teatro. Pero el personaje, como decían los cómicos más antiguos en teatro, ya lo tengo hecho. Lo que me cambia es la letra y la situación. El de Green era un ucraniano. El de la película, si no es ucraniano, es polaco. Pero como muchos tipos que viven en la Argentina desde hace años: salvo el color de la voz, tienen el acento fortísimo de los gringos.
–Captar ese acento tiene que ver con la observación y la convivencia con la gente que usted mencionaba.
–La observación permanente. Y tratar de ser popular, pero no convertirse en populista.
–¿Qué significa esto último para usted?
–Hacer permanentemente concesiones para que a uno lo quieran. Pero es traicionarse a sí mismo. Yo digo lo popular porque es la aspiración de alcanzar la mayor cantidad de gente, respetándola. Sé cuáles son los golpes bajos del oficio. No los quiero emplear. Me parece una falta de respeto para el que me escucha. Yo me puedo equivocar. Pero no puedo poner mala fe. Hay una enorme cantidad, y hubo –no quiero dar nombres–, si repasamos la televisión, sobre todo, de entrega de personajes absolutamente populistas. Porque esos actores no viven ni sienten esos personajes; entregan algo sólo para gustarle al otro. A mí me parece que tenés que otorgarle cierta legitimidad, tratando de no ofender al que está escuchando, porque es una persona. Yo hago lo que siento que legítimamente tengo que hacer. Felizmente, no soy el único. Soy producto de un caldo de cultivo.
–De una generación de actores y directores que conciben la profesión de una manera…
–Así es. Por eso salta mi respeto y afecto por muchos compañeros. Y cuando están bien, me alegro como compañero y como espectador que está viendo un trabajo bien hecho. Lo veo a Marrale en Las manos, a Darín haciendo Luna de Avellaneda, y El aura y digo “¡Qué actor!” Me da gusto… Por eso no soy un milagro ni el único: soy producto de esa generación… Pero defiendo mi posición. No quiero ser populista. Populistas fueron todos los que hablaron en la década pasada. Y hacían los discursos y la apología del farandulismo. A mi me enseñaron a hablar bien, tengo que tratar de hablar bien. Y si me enseñaron que yo era vehículo para trasmitir pensamiento, tengo que trasmitir esos pensamientos. ¿Cómo?: no engañando al espectador.
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