A mediados de los 90, Brad Pitt era un actor de moda que estaba convirtiéndose en uno de los más famosos de Hollywood. Después de hacerse notar con un pequeño rol en Thelma y Louise, fue acumulando papeles protagónicos en películas como Entrevista con el vampiro; Leyendas de pasión; Pecados capitales; y Doce monos; entre otras.
Habiendo participado de estos films de perfil alto, el actor eligió como su próximo proyecto Siete años en el Tíbet, dirigida por Jean-Jacques Annaud y basada en el libro autobiográfico en el que Heinrich Harrer narra el tiempo que pasó en el Tíbet y su amistad con el Dalai Lama.
El rodaje de la película llevó a este actor acostumbrado al glamour de Hollywood a una tierra extraña, con hermosos paisajes y legiones de fans que harían cualquier cosa por verlo: Argentina.
La historia de cómo llegó a filmarse una superproducción en Mendoza, en una época en la que la globalización e internet todavía no habían achicado tanto las distancias, comenzó cuando la producción tuvo que abandonar el rodaje en la India, debido a un conflicto político, que estaba relacionado con el contenido del film. Entonces, el productor Richard Goodwin recordó una montaña, el Aconcagua, que había visto cuando trabajó en la Argentina en la película De amor y de sombras, de Betty Kaplan.
Fue en esa ocasión que Goodwin conoció a Ana Aizenberg, quién terminó siendo la productora asociada del film y se ocupó de armar todo lo que tenía que ver con la parte argentina del rodaje. El productor la convocó y le contó que iba a filmar en el país la película dirigida por Annaud y protagonizada por Brad Pitt.
"No había Google como ahora pero le pedí a un amigo que me buscara quién era Brad Pitt porque no lo tenía claro. Mi amigo me dijo: 'Es un bombón, ¿cómo no te acordás?'", recuerda entre risas Aizenberg, a veintiún años de aquella aventura.
Hasta ese momento se habían filmado en la Argentina pocas producciones tan grandes, excepto por Highlander II, que tuvo algunos problemas por el contexto económico, y Evita, de Alan Parker, que había resultado una experiencia exitosa.
"No tenían nada básicamente, más que un acuerdo con una productora que se ocupaba de lo administrativo –cuenta Aizenberg sobre el comienzo de la producción local del film de Annaud–. No contrataron a una empresa armada que hiciera la producción sino a mí sola, así que tuve que arrancar de cero".
Lo primero que tuvo que hacer la productora, a pedido expreso de Goodwin, fue asegurarse de que el gobierno argentino les diera permiso para filmar la película. Después del problema en la India, que les había costado mucho dinero, no podían arriesgarse. Aizenberg llevó el guion a un pariente que trabajaba en el Ministerio del Interior, que lo leyó y le aseguró que no habría ningún conflicto.
Con esa garantía comenzaron a trabajar en las oficinas instaladas en Buenos Aires, a donde iban llegando desde Europa los jefes de cada departamento del equipo para ir armando la producción y buscando a técnicos locales que pudieran trabajar en el film. La mayoría de los técnicos argentinos que participaron del rodaje siguieron trabajando luego en el cine argentino, como la directora de arte Mercedes Alfonsín y el director Martín Hodara, entre muchos otros.
Además de las oficinas en Buenos Aires se armó una especie de pueblo completo en Mendoza para alojar al equipo y hacer el trabajo de producción. "Armamos dos poblaciones completas, la de ficción y la del equipo técnico –cuenta Aizenberg, quien vivió un año en Mendoza mientras trabajó en la película–. Eran como dos mundos paralelos. Hubo empleo para toda la provincia. Zonas que habían estado completamente paradas alquilamos todos los galpones que había para hacer estudios. Se hacía todo ahí al mismo tiempo".
Según explica la productora había mucho dinero disponible para gastar en la producción y una exigencia importante de calidad. El presupuesto estimado fue de 65 millones de dólares y el equipo técnico estuvo formado por alrededor de 700 personas. "Consumimos todo lo que había, los autos que se alquilaban en Mendoza y también tuvimos que traer de San Juan y hacer un leasing desde Buenos Aires porque todo el equipo necesitaba autos para transportarse en las locaciones donde se filmaba. Los scouting se hacían en aviones privados. Una vez llegamos a viajar de La Plata a Buenos Aires en avión privado porque a Annaud le había agarrado un ataque de nervios por los tiempos".
La dimensión de Siete años en el Tíbet requería esos recursos. Uno de los gastos que fueron necesarios fue el alquiler de un avión privado para llevar a Pitt durante el receso de Navidad y para traer a la Argentina a quien era entonces su novia, Gwyneth Paltrow , que traía una considerable cantidad de equipaje con ella.
"A Gwyneth sí que no la pudimos convencer de que acá había de todo –dice la productora–. Venía con cajas enormes de comida para Brad, como cereales y también VHS para ver películas. Lo cual era un problema en la Aduana cada vez que viajaba. Venía todo el tiempo a visitarlo, así que teníamos a los dos y a David Thewlis, un actor inglés espectacular, que ese estaba más con el pueblo".
Los viajes de la actriz y los productos que traía era una cuestión menor al lado de otros traslados que se hicieron para la película. Además del equipo técnico europeo y Pitt, también era necesario que entraran al país monjes tibetanos. "Trajimos todos los monjes que encontró la encargada del casting en el mundo. No tenían pasaporte, estaban indocumentados porque eran exiliados", cuenta la productora, que explica que para completar al elenco "tibetano" también se convocó a gente de Jujuy y de Bolivia. Incluso la propia hermana del Dalai Lama fue contratada para interpretar a la madre del mismo.
"Como no había mucho espacio para albergar a la gente usamos un par de bases militares y en una de esas fueron a vivir los monjes tibetanos, que terminaron jugando al fútbol con los militares –recuerda Aizenberg–. Verlos con la túnica arremangada jugando con los milicos era surrealista". Además de los improvisados partidos de fútbol, los monjes tibetanos tenían una visita recurrente cuando meditaban en el jardín de la base. "Gwyneth estaba entrenando para una película, así que salía a correr por la montaña en top y shorts mínimos y pasaba por donde estaban los monjes meditando. La encargada del casting no lo podía creer y la quería matar", cuenta Aizenberg, riéndose.
Hubo otras figuras claves del film que trajeron sus complicaciones: los yak, animales bóvidos típicos del Tíbet, que tuvieron que ser fletados a la Argentina para el rodaje. "Los yak terminaron viniendo de Canadá en un avión, con dos personas que las cuidaban –dice la productora–. El avión se quedó en San Pablo, hubo varios problemas. Justo era la época de la vaca loca y tuvieron que pasar por el Senasa. Después estaban en un corral en Uspallata, con gente especializada que los cuidaba. El productor les tuvo que poner nombre a cada uno y hacerles un permiso como si fuera un pasaporte".
Lidiar con la estrella de la película, explica Aizenberg, no fue difícil. El problema era controlar a los fans que intentaban acercarse a Pitt de todas las formas posibles y era parte del trabajo de la productora asegurarse que el actor estuviese protegido. "Era muy fácil para todos trabajar con Brad –dice la productora–. En el set filmaba y estaba en su trailer muy tranquilamente, pero si salía a cualquier lado era imposible porque se juntaba mucha gente. Tenía dos guardaespaldas porque llegó un momento que el tema de los fans lo preocupó. Pero le encantó".
Pitt, quien se hizo un grupo de amigos entre la gente que trabajaba en la película, pidió que armaran en un bar de Uspallata un boliche para que el equipo se juntara a la noche, después del rodaje. También en esa localidad mendocina, los monjes hicieron una bendición, con una ceremonia con pañuelos blancos, de la que participó el actor y el equipo.
Un inconveniente que tuvo la producción fue con la casa en la que Pitt se alojó durante el rodaje. Antes de que el actor se mudara allí, una revista publicó fotos de la casa acondicionada para recibirlo. "Fue antes de que se mudaran y nosotros no sabíamos cómo había podido suceder algo así porque no queríamos mostrar nada de cómo vivía –cuenta la productora–. Echaron a los caseros que supuestamente eran culpables. Nosotros sospechábamos que no habían sido ellos y después supimos que los que nos habían alquilado la casa, la fotografiaron, vendieron el material y echaron a los caseros. Cuando nos íbamos, Brad se enteró de esta historia y les compró una casita en un barrio".
Las fotos que se hicieron durante el rodaje se perdieron y no hay material filmado de backstage porque el estudio no quiso y despidió al equipo que se había contratado para hacerlo. Por eso es que casi no existen imágenes del detrás de cámara de Siete años en el Tíbet.
Lo último que se filmó en la Argentina fueron las escenas de la estación de tren. Aunque el equipo de producción quería irse a Europa para hacerlas, desistieron en cuando consiguieron el lugar ideal: La Plata. El único problema que tuvieron fue un conflicto con los comerciantes que estaban frente a la estación, que no querían que se realizara allí el rodaje. "Se arregló completa toda la estación de La Plata –cuenta Aizenberg–. Se pudo conseguir permiso de las autoridades locales y se negoció con Trenes. Pero los del barrio se negaban. Terminamos tapeando la estación".
Eso fue lo último que filmaron en la Argentina. Pitt se quedó unos días en Buenos Aires pero no podía salir porque le preocupaba el acoso de los fans. Vivía con dos guardaespaldas y no andaba por la calle porque era imposible. A pesar de la experiencia con la intensidad de los fans locales, según Aizenberg, el actor se fue contento de su experiencia en la Argentina e incluso hace poco su productora, Plan B, averiguó para filmar en el país.
El rodaje de Siete años en el Tíbet tuvo un gran impacto económico en la región en la que se filmó y cambió la vida de muchos técnicos locales que eran jóvenes y empezaron ahí sus carreras en el cine. Para la propia Aizenberg fue el comienzo de su trabajo para crear una Film Comission argentina, una oficina dedicada a promover y facilitar la exportación de la estructura local para filmaciones.
La película de Annaud se estrenó en el festival de cine de Toronto, en 1997, y llegó a la Argentina en abril del año siguiente. En la taquilla global recaudó 131.457.682 dólares, según las cifras que informa Box Office Mojo.
Pitt continuó su carrera con ¿Conoces a Joe Black? y El club de la pelea. Su fama fue creciendo hasta ser una de las caras más conocidas del planeta, se convirtió también en productor y se separó de Gwyneth Paltrow. Pero esa es otra historia.
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