A mediados de la década de 1980, dos verdaderas instituciones del cine no habían alcanzado todavía su madurez: la escena del cine independiente norteamericano –cuyo gran evento anual era apenas un diminuto festival que se realizaba en dos salas de Park City, en el estado de Utah–, y el futuro director Steven Soderbergh, que había abandonado Hollywood al ver que sus aspiraciones quedaban reducidas a ser apuntador de un programa de preguntas y respuestas. Desmoralizado, el entonces joven de 24 años regreso a su hogar de Baton Rouge, Luisiana, consiguió trabajo en un videoclub, y consoló su ego engañando a su novia.
"Ponía todo mi empeño en conseguir aprobación y aceptación de cuanta mujer se me cruzara", recordaría más tarde en una entrevista con Rolling Stone. Una noche, al mirar a su alrededor en un bar de Baton Rouge, Soderbergh se dio cuenta de que se había acostado con tres de las personas que estaban a cuatro pasos a la redonda. Ya era hora de madurar. Un año después, ya estaba de vuelta en Los Ángeles, durmiendo en el sofá de un amigo y aferrado a un guion que había escrito para tratar de entender por qué había perdido el rumbo, una especie de auto-disección que lo obsesionaba desde los 12 años, cuando había escrito una novela autobiográfica de 120 páginas.
Sexo, mentiras y video, de cuyo estreno se cumplen 30 años, es una película dramática que divide la psiquis de Soderbergh en cuatro personajes. Soderbergh se imaginó como la emocionalmente frígida Ann (Andie MacDowell), como su mujeriego esposo John (Peter Gallagher), y como su competitiva amante Cyndi (Laura San Giacomo), que a todo esto también es la hermana de Ann. El público, sin embargo, supuso mayormente que Soderbergh, un joven de apariencia tímida, estaba representado por el personaje de Graham (James Spader), un diletante de voz suave que no se acercaba a una mujer ni a diez metros de distancia. De hecho, Soderbergh se vestía igual que Graham, quien es descrito en el guion como "una especie de sepulturero del mundo del arte".
"Nunca hablamos al respecto", admitía Spader en el mismo artículo de la Rolling Stone. "Pero había días que salía de vestuario, llegaba al set de filmación, y me daba cuenta de que Steven y yo teníamos puesta la misma ropa".
Como una especie de castigo autoimpuesto por haber engañado a su novia de la universidad ("Era un mentiroso patológico", explica en la película), Graham ha decidido restringirse a entrevistar a las mujeres sobre sus vidas sexuales y registrarlo en video, en vez de intentar seducirlas. "Es un proyecto personal como el de cualquiera", dice. "El mío es simplemente un poco más personal que los demás".
También lo era la película de Soderbergh, que fue escrita, dirigida y editada a lo largo de varias extenuantes semanas en la misma ciudad de Baton Rouge. Sexo, mentiras y video parecía desnudar a tal punto el inconsciente de Soderbergh que el crítico cinematográfico Gene Siskel se sintió en confianza como para preguntarle con cuántas mujeres se había acostado. Y Soderbergh le contestó pícaro: "Con más de 2 y menos de unas 15, digamos..."
Pero a diferencia de Graham, que destruye esos videos, Soderbergh compartió esas imágenes con el mundo. Su idea era hacer una película en blanco y negro con 200.000 dólares que suponía que nadie iría a ver, ya que según le comentó a la revista Time, esa gente hablando de sexo sin sacarse la ropa "iba a resultar demasiado europea para el público norteamericano, y demasiado hablada para ser traducida en Europa". Sin embargo, cuando uno de los productores ejecutivos, Morgan Mason, le mostró el guion a su esposa, la cantante pop Belinda Carlisle, ella insistió en que se metiera de lleno en el proyecto.
Así y todo, e incluso con un presupuesto estimado en 1,2 millones de dólares y un par de rostros medio conocidos que actuaban en contra de los estereotipos –MacDowell había decepcionado al público con su papel en Greystoke, la leyenda de Tarzán, y Spader, por supuesto, venía de interpretar a una seguidilla de tipos ricos y desagradables en La chica de rosa, Wall Street y En el fondo del abismo–, Sexo, mentiras y video fue la última película invitada a participar del USA Film Fest 1989 (hoy conocido como Festival de Cine de Sundance), y solo como un favor especial a Marjorie Skouras, miembro del comité de selección y gran defensora de la película.
Allá por 1989, un estreno en la ciudad de Park City era un honor que la mayoría de las películas preferían evitar. Por entonces, estrenar una película en ese moroso festival no era una distinción de "cine cool", sino un reconocimiento explícito de que la película era demasiado barata y rara para seducir a las masas, una píldora intragable para un público ávido de distracciones como Los cazafantasmas 2, Volver al futuro II, Arma mortal 2, y Batman, de Tim Burton. Por más que Robert Redford, su gran impulsor, poco después rebautizaría el festival en honor a su personaje de 1969 en Butch Cassidy and the Sundance Kid, aquella exitosa película ya era un recuerdo lejano, reliquia de una época en la que los adultos iban al cine a ver historias para adultos, antes de que Steven Spielberg y George Lucas les entregaran las mejores butacas a los niños.
Soderbergh no tenía demasiadas expectativas cuando presentó su película en Park City, a tal punto que en vez de armarse un cronograma de entrevistas con la prensa se ofreció como chofer voluntario de los visitantes que llegaban al festival. Después de la primera proyección de Sexo, mentiras y video, se disculpó por el estado de la copia y le pidió al público que levantara la mano si creía que tenía que cambiarle el título a su película. La mitad de la sala votó afirmativamente. Pero su modestia rayana en la autoconmiseración resultó muy oportuna para aquel fin de década signado por la epidemia del sida, el narcisismo y la decadencia: las entradas para la última función se agotaron y la película ganó el premio del público, que se entregaba por primera vez. A la salida, un hombre se acercó a Soderbergh en medio de la nieve y le preguntó: "¿Mi novia puede besarle los pies?"
La consagración llegó con el Festival de Cannes, donde Soderbergh se alzó con la Palma de Oro desplazando a otros competidores de gran valía, como Spike Lee y su Haz lo correcto. El empujoncito publicitario adicional se lo dio Rob Lowe, que había estado sentado en primera fila en el estreno de la película en Cannes, y que esa misma semana tuvo su propio escándalo sexual en video, una coincidencia que la prensa sensacionalista no dejó pasar. Tal como Soderbergh lo había anticipado, su película era de estilo europeo, y los críticos del Viejo Continente elogiaron que no hubiera ni persecuciones en auto, tiros y música de rock. Win Wenders, presidente del jurado, cuyas películas criticaban abiertamente que "los yanquis hayan colonizado nuestro inconsciente", dijo que ver a un director norteamericano que adoptaba la independencia creativa europea le daba "confianza en el futuro del cine".
Cuando la película se convirtió también en un éxito de taquilla –con 24,7 millones de dólares de recaudación en los Estados Unidos y la mayor tirada de VHS de la historia para una película independiente–, los reflectores empezaron a apuntar al Festival de Sundance. "Me preocupan un poco las consecuencias que pueda tener Sexo, mentiras y video en el festival", dijo Soderbergh en Park City en 1990, tras observar la llegada en masa de nuevos agentes y distribuidores. "Esto puede convertirse más en un mercado de películas que en un festival de cine". Durante los próximos cinco años, Sundance seguiría redefiniendo su marca con el descubrimiento de nuevas películas que marcarían toda una década: Roger & Me, Slacker, El Mariachi, Hoop Dreams, La dura realidad, y Dependientes.
La ironía, sin embargo, es que la llegada de ese cine norteamericano sensible y dialogado que auguraban los críticos y el jurado de Cannes tras la aparición de Sexo, mentiras y video, nunca llegó a florecer del todo, en parte debido al éxito en Sundance de películas como Perros de la calle. Para fines de la década de 1990, los cineastas independientes se deleitaban con las persecuciones en auto, los tiros y la música de rock, incluso Soderbergh, que después de una seguidilla de fracasos demasiado cerebrales se reivindicó ante los fans, los críticos y los votantes de la Academia con el estreno de Un romance peligroso, una película de amor y de tiros.
El brillo y el glamour de sus siguientes entregas –Erin Brockovich, Traffic, Magic Mike, y la trilogía de Ocean–, siguieron distanciando a Soderbergh de sus orígenes, aunque el cineasta sigue intercalando sus triunfos comerciales con películas chicas y valientes que parece disfrutar él más que su público. "No tengo que probarle a nadie mi condición de director no comercial", le dijo Soderbergh a la prensa en 1989. Después de 30 años, Soderbergh sigue compartiendo un rasgo con el personaje de Graham interpretado por James Spader: ambos sostienen la cámara con sus propias manos.
Traducción de Jaime Arrambide.
Amy Nicholson
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