Sensatez y sentimientos: elecciones atrevidas, masculinidades reconfiguradas y un acto de justicia para Jane Austen
En este 2020 se cumplen 25 años del estreno de Sensatez y sentimientos, la excelente adaptación de la novela de Jane Austen escrita por Emma Thompson y dirigida por Ang Lee. Fue todo un fenómeno en los años 90, no solo porque reavivó las llamas del fanatismo por la escritora británica –algo que, en realidad, ya había comenzado ese mismo 1995 con una miniserie de la BBC sobre Orgullo y prejuicio, que hizo famoso a Colin Firth por su inolvidable Darcy-, sino porque resultó un primer peldaño para la reinvención de las transposiciones de los textos clásicos en sintonía con las demandas de modernas intertextualidades. Pese a desmarcarse de la literalidad y contener apenas algún que otro diálogo extraído del texto original, la interpretación de Thompson es una de las más fieles al espíritu de Austen que haya dado el cine, con una compleja actualidad dada por la reflexión en torno a la autonomía de la mujer, la gestación de su propia libertad y la necesidad de su independencia económica.
La idea de adaptar al cine Sensatez y sentimientos nació en 1989 de la inquieta inventiva de Lindsay Doran, la nueva presidenta de la pequeña productora Mirage Enterprises (fundada por el director Sydney Pollack), cuando decidió que su novela favorita de Jane Austen –solo adaptada en formato de miniserie por la BBC en dos ocasiones, una en 1971 y otra en 1981, y como telefilm en 1990- merecía una nueva oportunidad en pantalla, que hiciera justicia a la riqueza del material original.
Mientras Doran y Emma Thompson coincidían en el rodaje de Volver a morir en 1991 –la primera como productora, la segunda como protagonista-, la Mirage seguía en el pantano de la imposible adaptación, dando vueltas a una serie de propuestas sobre cómo abordar el tono de Austen, con equilibrio entre la sátira y el romance, en una perspectiva moderna pero fiel al espíritu de aquellas letras. A partir de una casual conversación con la actriz, Doran descubrió en televisión la serie Thompson (1988), en la que Emma oficiaba de anfitriona de un espectáculo integrado por viñetas musicales y sketch cómicos. "Descubrí que el humor y el estilo de escritura de Emma eran exactamente lo que había estado buscando", recuerda Doran en el libro Sense and Sensibility: The Screenplay and Diaries, editado como una suerte de homenaje a ese proceso de colaboración conjunta. Unas semanas después, la Mirage Enterprises eligió a Thompson para escribir el guion, pese a que no tenía experiencia como guionista. Un largo camino había comenzado.
Las palabras y los hombres
Thompson estuvo casi cinco años escribiendo y puliendo el guion, primero en forma manuscrita y luego en una computadora que amenazó con tragarse su trabajo para siempre hasta que su buen amigo, el actor Stephen Dry, logró rescatarlo de las fauces de la tecnología (por ello recibió un cálido agradecimiento de la producción en los créditos). Entre impasses por sus trabajos como actriz y contratiempos debido a los caprichos tecnológicos, la idea neural de Thompson fue cobrando forma: no consistía en trasladar el lenguaje de Austen a los diálogos cinematográficos sino evocar su espíritu irónico en conversaciones cercanas a los oídos modernos. "El lenguaje de Sensatez y sentimientos es mucho más arcano que el de las últimas novelas de Austen. Por ello quería conservar la elegancia y la agudeza del original sin estar atada a sus exactas palabras. La colaboración con Doran fue permanente y el objetivo era lograr la fluidez en la narrativa sin que el peso del texto se convirtiera en un problema", recuerda la actriz en uno de esos diarios publicados. Reinventar el lenguaje de los clásicos es algo que requiere talento y temeridad: atreverse a sortear las trampas de la escritura de un nombre venerado se convierte en la mejor estrategia para garantizar la vigencia de sus hallazgos.
Uno de los dilemas centrales de Sensatez y sentimientos consistía en hacer atractivos a los personajes masculinos de la historia, incluso más allá de la mirada con la que la propia Austen los había modelado. Thompson imaginó a Edwards Ferrars, el joven tímido con ambiciones de párroco de provincia que enamora a Elinor Dashwood, en la piel de Hugh Grant, quien podría dotarlo de un atractivo y una divertida distinción que no estaban previstos en el imaginario de Austen, teñido en esa etapa de su escritura por el halo de las figuras paternales. Algo similar ocurría con el Coronel Brandon, el apuesto militar que conquista a la joven Marianne, signado por el triste recuerdo de un romance trágico y cuya celebrada hidalguía fue definida por la figura del maduro Alan Rickman. Ambos personajes no solo ganaron en encanto, sino que propusieron nuevas formas de masculinidad contrarias incluso a algunos tópicos de la época. En el ensayo de 1998, Jane Austen en Hollywood, Devoney Looser señala que la mirada de Thompson enriquece los personajes masculinos ideados por Austen en 1811, consiguiendo potenciar su atractivo a partir de tres rasgos: una actitud igualitaria hacia las mujeres, cierta afectividad en el vínculo con los niños y una clara sensibilidad emocional.
"El principal problema del libro en relación a los romances, vistos desde nuestra época, es el abrumador estupor que define a los hombres con los que las hermanas Dashwood finalmente se emparejan. Esa cuestión esencial es la que el guion de Thompson ha solucionado", escribía el crítico Louis Menand en The New York Review of Books en 1996. Y a eso se agrega la decisión de contar con actores que convirtieran ese estado de desconcierto inicial en el condimento imprescindible para el romance que Austen había imaginado. La historia está situada a fines de la época georgiana, antesala del romanticismo literario y corolario de la reciente revolución industrial, y cuenta los avatares de una familia de cuatro mujeres, madre y tres hijas, quienes quedan desamparadas luego de la muerte del padre. Con la herencia en manos del único hijo varón, el egoísta y frívolo John, secundado por su altiva esposa Fanny, las Dashwood deben enfrentar la desposesión económica y el cambio radical al que sus vidas se enfrentan. El contraste entre los espíritus de las hermanas, la racional Elinor y la romántica Marianne, y el agudo retrato de una Inglaterra guiada por las conveniencias sociales y los prejuicios de clase completan el intenso retrato que define a uno de los trabajos pioneros de Austen.
Las hermanas sean unidas
Ya como colaboradora efectiva de la producción de la película, que entonces contaba con la participación de la Columbia Pictures como productora asociada, Emma Thompson sugirió a las hermanas Natasha y Joely Richardson como las posibles actrices para dar vida a Elinor y Marianne. El resto del elenco podría formarse con figuras británicas de prestigio que no dieran lugar a dudas en relación al linaje de esa atrevida adaptación. Sin embargo, la Columbia quería a Thompson como la protagonista, debido a su triunfo como mejor actriz en los Oscars por La mansión Howard (adaptación de la novela eduardiana de E. M. Forster).
La insistencia del estudio finalmente inclinó la balanza: Thompson sería la mejor Elinor, convertida en una soltera de 27 años (y no de 19 como en la novela), edad más cercana a la de Thompson (35) y más significativa para el dilema que planteaba la falta de pretendientes a los ojos contemporáneos. La elección de Marianne fue mucho más ardua. Kate Winslet inicialmente fue parte del casting para interpretar a Lucy Steele, la secreta prometida de Edward, pero el impacto que consiguió en la prueba de cámara le hizo ganar el papel de la segunda hermana de inmediato. Definidas las actrices, la clave de la dinámica entre ambas estaba en la potencia de su hermandad pese a las diferencias temperamentales. La diferencia de edad también jugó a su favor: con solo 19 años, Winslet cristalizaba el temerario romanticismo que llevó a Marianne a desafiar las normativas sociales y el amor propio para llevar su pasión por el libertino y ambicioso Willoughby hasta el borde del sacrificio.
Intensa y contradictoria, esa relación fraternal dejó para el recuerdo una de las frases inolvidables de la película en la boca de Elinor: "¿Qué sabes tú de mi corazón? ¿Qué sabes de otra cosa que no sea tu propio sufrimiento? (…) Créeme, Marianne, si no hubiera estado obligada a guardar silencio podría haberte proporcionado pruebas suficientes de que tengo corazón roto".
La elección del director
Así como Doran finalmente se decidió por una guionista sin experiencia pero con intuición para la adaptación, y por dos actores que resignificaban la confección de las masculinidades como Grant y Rickman, también guiada por el consejo de Emma Thompson se decidió por el director taiwanés Ang Lee para la dirección. Deslumbradas por El banquete de la boda (1993), película presentada en el Festival de Berlín que dio a Lee su inicial proyección internacional, Doran y Thompson acordaron que el sabio manejo de las tensiones familiares en el seno de una comedia social colocaba a Lee como una elección visionaria. "Pensé que estaban todos locos: me crié en Taiwán, ¿qué puedo saber sobre la Inglaterra del siglo XIX?", contaba Lee en una entrevista con The Daily Beast, en 1995. "Cuando comencé a leer el guion entendí que tenía sentido el por qué me habían elegido. Cuando en mis películas aspiraba a combinar la sátira social y el drama familiar, en realidad había estado tratando de hacer Jane Austen sin saberlo. Jane Austen era mi destino. Simplemente tenía que superar la barrera cultural".
Justamente para salir del "molde BBC" de las películas históricas y darle a la puesta en escena una ambición más cosmopolita, Lee se perfiló como una figura atractiva, capaz de insuflar al siglo XIX en la campiña inglesa un aire de épica doméstica. Trabajó codo a codo con la actriz y guionista y juntos modelaron las instancias claves de la ambientación y los detalles del tono que terminaría definiendo a la película: esa tenue ironía que subyace al universo de Austen, en el que sus mujeres combinan el arrebato y la reflexión en la conquista de su resistente autonomía. "De alguna manera yo conocía ese mundo del siglo XIX mejor que los ingleses del presente, porque crecí con un pie en esa sociedad feudal. Por supuesto, el humor cortante, el sentido del decoro y los códigos sociales son diferentes, pero la esencia de la represión social contra el libre albedrío está en mi origen, crecí con ella", recordaba Lee.
Después de pasarse seis meses en Inglaterra para familiarizarse con la cultura, el idioma y el humor inglés, Ang Lee inició el rodaje en abril de 1995 en el condado de Devon, donde está ambientada la novela. Con una planificación minuciosa y claras ideas sobre cómo quería llevar a cabo el trabajo, concluyó la filmación en 65 días, signados por la armonía entre el equipo y la mutua colaboración entre director y guionista. Lee sugirió a Thompson y Winslet que vivieran juntas para construir el vínculo entre hermanas, a Hugh Grant que actúe menos como una estrella, propuso clases de Tai Chi a gran parte del elenco para relajarse en el uso de los pesados vestuarios, y logró mantener su autoridad pese a los miedos que tenía al sentirse un director "contratado". Los únicos contratiempos los trajo la predisposición del director a repetir tomas hasta conseguir la adecuada: Winslet sufrió una severa hipotermia luego de las múltiples repeticiones de la escena en las que es rescatada de la lluvia por Willoughby. Tardó varias jornadas en recuperarse.
El presupuesto finalmente quedó fijado en 16 millones de dólares debido a la expectativa que generó para la Columbia el éxito de la versión de Mujercitas de Gillian Amstrong, en 1994. Estrenada en un año que no suponía aniversario ni recordatorio alguno de la vida de Jane Austen, fue la gran impulsora de una fiebre que llevó a la novela a la lista de las más vendidas en The New York Times. También abrió las puertas a nuevas adaptaciones en los años siguientes: Emma (1996), de Douglas McGrath, con Gwyneth Paltrow, y Mansfield Park (1999), de Patricia Rozema, con Frances O’Connor, hasta la versión definitiva de Orgullo y prejuicio (2003), que inició la carrera del director Joe Wright y consagró a Keira Knightley.
El legado
La visión de Emma Thompson en la confección del guion convirtió el agudo retrato de Jane Austen en un legado moderno. La reimaginación de los personajes masculinos –clave en escenas como la de la biblioteca y el atlas entre el tímido Edward y la rebelde Margaret debajo de la mesa, o la lectura de los poemas de Shakespeare que el coronel Brandon le regala a Marianne en su convalecencia- y la subterránea reflexión sobre los asuntos de clase y género que afectan al universo femenino, siempre en clave de comedia romántica, le permitieron a la película sintonizar con un público de fines del siglo XX que ingresaba al territorio de Austen por una puerta nueva.
Al mismo tiempo, la decisión de no filmar el beso final entre Elinor y Edward, de convertir la escena de la declaración en una nota cómica gracias al divertido llanto de Thompson, y de nutrir de un imaginario fresco y conmovedor un mundo literario del pasado, permiten rever la película con cierto asombro. Cuando las adaptaciones que encuentran nuevos rumbos sobre los senderos originales, como fue el caso de la nueva Mujercitas de Greta Gerwig, son la distinción de esta época, Thompson nos recuerda que fue pionera en ese camino.
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