Sebastián Borensztein: “Siempre se puede estar peor”
Hiperactivo, locuaz, agudo, llega a la entrevista con cierto nerviosismo. Tarda en acceder; se le interponen personas que quieren comentarle los detalles de una etapa llena de compromisos. La promoción de su última película, La odisea de los giles, lo tiene ocupado casi por completo. Finalmente, se hace el tiempo para la conversación, que de inmediato se convierte e una interesante reflexión sobre el país, sus sueños y la riqueza de un film que busca que nos riamos de nosotros mismos. Está basado en La noche de la usina, la novela de Eduardo Sacheri.
Sebastián Borensztein es el responsable del guion y la dirección de casi todos sus proyectos, y ésta no es la excepción. Ricardo Darín y su hijo, el Chino Darín, integrantes del elenco, se involucraron también como productores desde el primer momento en esta película que cuenta la historia de un grupo de vecinos que, a fines de 2001, deja de lado sus diferencias en función de un bien común.
–¿Qué fibra te tocó la novela de Eduardo Sacheri para encontrar ahí una historia para el cine?
–Me encantó la historia y sobre todo el ADN argentino que tiene. Los personajes son profundamente argentinos.
–Está situada en un momento muy particular, una crisis que vivimos todos: la de 2001 ¿cómo la viviste?
–Cuando se desató me acuerdo que la gente no sabía bien lo que estaba pasando; cuando nos dimos cuenta, recuerdo que yo estaba en mi casa y pinté la bandera argentina en toda la pared del living, tenía mucha bronca. No fui damnificado económicamente porque tenía mi cuenta en rojo, pero vi gente quebrada, fundida, o que se moría por el disgusto de haber perdido los ahorros de toda su vida.
–"Nos arruinaron la vida a todos", dice uno de los personajes en la película.
–Así fue.
–También dicen "No nos puede pasar nada peor".
–Geno Díaz, un gran humorista argentino, decía: "No digamos que no podemos estar peor, porque podemos". Siempre se puede estar peor y siempre se puede estar mejor. Después de 2001 no hubo otra hecatombe. En ese momento creímos que se había terminado el país. Si bien los países no bajan la persiana como las empresas, todos sentíamos que se había acabado. Había una ausencia absoluta de liderazgo, los presidentes asumían y renunciaban, nadie se quería hacer cargo, había una anarquía total. La sensación era que habíamos perdido el país, pero no fue así.
–¿Cómo ves al país hoy?
–Lo veo mediocrizado al máximo, lo veo triste, tenso, violento, apagado. Estas son las palabras que me surgen. La que pondría en mayúsculas sería: decadencia; siento que venimos en una pendiente de decadencia de muchas décadas y todos han hecho alguna contribución para que esto suceda. Me parece que nadie puede sacar los pies del plato en esta sentencia: gobiernos, empresarios, ciudadanos. Lo que tenemos lo hemos construido entre todos. Y lo que tenemos por hacer también va a ser responsabilidad de todos los sectores, tenemos que poner voluntad.
–¿Cómo lo soñás?
–Lo que sueño es que se sienten en una mesa las cabezas que mandan, se pongan de acuerdo en 4 o 5 políticas de estado y que esas políticas tengan continuidad, gobierno tras gobierno, independientemente de quien gane, sino nunca tenemos certeza de nada.
–En La odisea de los giles, justamente, se unen personas que vienen de distintas ideologías con un proyecto común, vecinos y amigos de distintos extractos sociales que arman una cooperativa.
–Esto es lo nuclear de la película, más allá de la aventura, las emociones que te provoca la historia. El núcleo es el grupo de personas que representan todas las clases sociales del país, desde los indigentes hasta los empresarios; con ideologías distintas pero con un objetivo común para llevar a delante. La película tiene un mensaje esperanzador: si no bajas los brazos, se pueden hacer las cosas.
–La película también plantea una justicia por mano propia.
–Cuando pensás en justicia por mano propia, lo asociás a la violencia y estos tipos salen a recuperar lo que les robaron; es justicia por mano propia pero no tiene la connotación de la violencia. Ante una situación en la que vos no tenés a quien recurrir, lo único que te queda es organizarte y ver cómo salir adelante. El acto que llevan adelante tiene que ver con recuperar lo que les robaron.
–Últimamente se escucha esa expresión: "recuperar lo robado". ¿Cómo ves las investigaciones por corrupción que se llevaron adelante?
–Ojalá se recupere todo lo robado, no sé ni cuanto es, ni donde está. Se dice que está por todas partes. Suena novedoso, antes uno daba por hecho que los gobiernos pasaban, robaban, se iban y listo. Hay que otorgarle a la sociedad el derecho a evolucionar. Cosas que antes nos parecían normales y cotidianas ahora se las cuestiona, hay cosas que ya no se pueden naturalizar.
–¿Qué puede dejar como reflexión el film?
–Aspiro que esta película sea recordada como una película antigrieta, no solamente porque la historia reúne personas con ideologías diferentes, sino porque también el elenco tiene esa misma diversidad de pensamiento y hemos vivido una gran experiencia. Hemos convivido con un supremo nivel de felicidad. No existió la grieta. Aspiro a que sea un hito cultural, por lo menos desde el cine.
–¿Quiénes son "los giles" para vos?
–Los giles somos todos, excepto una docena de tipos que son los que manejan los piolines. Por eso la palabra "gil" no está puesta en un sentido despectivo, sino como una característica más del ciudadano común: el tipo que labura, que cumple, que hace lo que tiene que hacer. Finalmente, ese también puede llegar a ser un gil, porque confía. Pero a pesar de todo sigue adelante, se repone. Me acuerdo que mi padre me decía: "Este es un gran país, estamos en un quilombo, yo no voy a verlo, pero ustedes sí". Y hoy me encuentro diciéndole a mi hija de ocho años lo mismo. Eso me duele.
–Trabajaste con Tato Bores, tu padre, durante seis años, escribiendo y dirigiéndolo. ¿Qué fue lo que te transmitió?
–Mi viejo era un tipo de una gran honestidad y una gran ética, muy preocupado por los demás; yo no sé si soy un tipo tan preocupado por los demás como lo era él. Siempre me decía: "Pensá que del otro lado de la pantalla hay gente, a veces yo venía con un chiste y él me hacía reflexionar: vos estás hablando acá de un ciego y si yo fuera él y escuchara esto, no me gustaría"
–Se ponía en el lugar del otro.
–Cien por ciento. Mi viejo era un gran amigo de sus amigos y era un tipo muy honesto. Ese es el gran legado para mí: no tener doble moral que caracteriza a gran parte de nuestra sociedad. El legado de ser una buena persona.
–¿Tenés cosas en común con la voz del narrador, el personaje de Fermín, que interpreta Ricardo Darín?
–Simpatizo mucho con las reflexiones de Fermín; él concentra la gran tragedia argentina de esos años, el espíritu de resiliencia que tenemos, con ayuda de los demás, claro. Lo vienen a buscar para reinventarse. Él no puede solo. El grupo sale a recuperar a su líder.
–La película fue elegida para participar de los festivales de Toronto y San Sebastián. ¿Puede convertirse en una historia universal?
–Si mirás los diarios internacionales ves que hay descontento en todo el mundo, la gente está enojada con el sistema financiero, con los gobiernos, está cargando contra las fallas que presenta la democracia, hay lugares donde la democracia está muy cuestionada. En estos últimos cien años evolucionó todo menos la representatividad democrática. La ciencia, la tecnología, las finanzas evolucionaron: la democracia no ha tenido esos ajustes que debe tener un sistema tan importante frente a los cambios de la humanidad.
–¿Cuál es tu meta hacia la evolución personal?
–Frenar la cabeza, tomar más tiempo para decodificar, analizar y reflexionar antes de emitir. Hago esfuerzos para vivir cada vez más en el presente y menos en la fantasía del futuro o la nostalgia de pasado.
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