Sebastián Borensztein: “La vigencia de mi padre es directamente proporcional a la decadencia argentina”
A punto de estrenar su nueva película, Descansar en paz, habla con LA NACION de la situación actual del cine argentino, de las ganas de llevar al cine su novela sobre la vida de un argentino en el Tercer Reich y del sueño de contar en la pantalla la historia de su papá, Tato Bores
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“Hay Sergio Dayán a montones en la historia argentina y no solo en los años 90. En tiempos del Rodrigazo, en el 2001, hoy mismo”, dice Sebastián Borensztein desde Uruguay, al otro lado de la pantalla, llevando la conversación virtual con LA NACION a un terreno real que lo obsesiona: el contexto histórico de las historias de ficción que viene contando en la TV, el cine y, ahora, también en las plataformas de streaming en las últimas tres décadas.
Borensztein acaba de llegar de Málaga, en cuyo festival de cine se produjo el estreno mundial de Descansar en paz, su primer largometraje desde La odisea de los giles (2019). La película, exhibida en la competencia oficial, regresó a la Argentina con dos premios, uno para Joaquín Furriel al mejor actor protagónico y otro para Gabriel Goity al mejor actor de reparto.
Basada en una novela de Martín Baintrub, Descansar en paz tendrá el jueves 20 un estreno limitado en cines (no está programada en las grandes cadenas multipantalla) y una semana después estará disponible en Netflix. “Una primera adaptación fue escrita por Marcos Osorio Vidal y yo me hice cargo de la segunda. Hicimos con los productores de la película, Ricardo y el Chino Darín y Federico Posternak, un trabajo muy arduo y compartido acerca de cómo presentar la historia y plantear la escena final, que es la más compleja de todas”, señala Borensztein.
La película es el relato de la encrucijada a la que se enfrenta Sergio Dayán (Furriel), un pequeño empresario que por distintas circunstancias acumula en un momento de la Argentina del 90 un tendal de deudas impagables, sobre todo a un poderoso financista (Goity). El azar y un hecho terriblemente cruento (el atentado contra la AMIA en 1994) lo impulsan a desaparecer y, sobre todo, tomar distancia de su esposa (Griselda Siciliani) y sus dos hijos.
Borensztein identifica a la película entre el thriller trágico y el drama familiar. “Tiene un registro muy diferente a todo lo que hice hasta ahora. Me toca ahora por primera vez caminar por un sendero más bien oscuro y dramático”, agrega.
-No hay lugar entonces para esas observaciones irónicas y humorísticas que siempre caracterizaron tus obras anteriores.
-En esta historia no hay espacio en dónde plantear ese tipo de pinceladas. A veces la cosa da para el humor y a veces no. Pero yo no abandoné ni la ironía ni el humor. Tengo planeado volver a la senda del bien [risas], al buen camino. Es algo que llevo adentro. Pero este otro costado más oscuro me gusta mucho.
-En tus películas siempre hay personajes a los que la vida los lleva hasta un punto límite, involuntario o no, tocan fondo y desde allí se ven llevados a tomar decisiones que jamás imaginaron. Aquí pasa lo mismo.
-Me gusta mucho eso de seguir a un personaje hasta el final y llevarlo a situaciones de encrucijada y límite. Es cierto que ese tipo de conductas aparece siempre en mis películas, lo mismo que algún contexto histórico visible de la Argentina. Descansar en paz fue un proyecto novedoso y desafiante por todo esto, por el tono y porque la historia tiene muchos personajes, además de los tres principales. Aparecen muchos actores, algunos en no más de una sola escena, y encontrar el registro justo para cada rol secundario tan chiquito, a veces de una sola intervención, fue un desvelo para mí.
-Este es el segundo trabajo consecutivo tuyo, después de la serie Iosi, el espía arrepentido, que vuelve sobre el tema del atentado terrorista contra la AMIA.
-En Iosi... tuve la suerte de ser convocado por mi queridísimo amigo Daniel Burman. Yo me adosé de alguna manera a un proyecto suyo, muy seducido por la idea y porque Daniel es una persona encantadora. Mientras estaba trabajando en la serie, apareció casi en paralelo la novela de Baintrub. Y no lo dudé. En Descansar en paz, el atentado es un hecho colateral, un accidente que se cruza en el destino de una persona y lo impulsa a cambiarlo. Hubo una coincidencia.
-Hablabas de tu interés por el contexto histórico de las historias que te gusta contar. La de Descansar en paz es típica de los años 90.
-La historia de Sergio es la de muchísimas personas en esos años. Alguien que tiene una empresa chica, la pelea y le va bien hasta que lo destruyen abriendo las importaciones. En esas circunstancias la gente no claudica de inmediato. Trata de sostener su trabajo, su estilo de vida. Si aguantamos un poco por ahí la cosa se da vuelta. Y en este razonamiento te endeudás, te hipotecás, te ponés el agua al cuello, hasta que en un momento tu esperanza se vence y empieza la desesperación. Estás solo, en el medio del mar. En esta Argentina cíclica las cosas son así. Y ahora vuelve a hablarse del tema.
-¿Tenías en mente de entrada a los actores que interpretan a los tres personajes principales?
-No. Cuando nos propusimos hacer esta película no teníamos un casting en la mente. Con Ricardo, el Chino y Federico trabajamos muy en equipo, tiramos nombres, pensamos, fuimos, vinimos. Hay nombres que aparecieron instantáneamente y se quedaron a vivir en la película. Otros los estudiamos mucho. Encontrarlos fue el fruto de un largo debate y un largo consenso.
-¿Y qué te dice el resultado final?
-Que no podríamos haberlos elegido mejor. Yo quería desde hace mucho tiempo trabajar con Joaquín y con Griselda. Soy amigo de ella y siempre le decía que teníamos que encontrar algo para hacer juntos. Hicieron un trabajo extraordinario, al igual que Goity, con quien hicimos un episodio de Tiempofinal. Los veías en el set y te podías emocionar igual que cuando aparecen con todo hecho: el color, la música, la corrección. Me hubiese gustado muchísimo que Griselda también ganara el premio en Málaga, pero eso es producto de la arbitrariedad de los festivales.
-¿Cómo fue el trabajo con los Darín? ¿Cómo se tomaban las decisiones en el día a día de la producción?
-A mí me gusta trabajar en equipo. El acto solitario puede ser escribir un guión y no ha sido este caso. Cuando le ponés carne y hueso a un proyecto todo es resultado de un acto colectivo. Y uno está allí como parte de un equipo. Llevo hechas muchas películas con Ricardo y desde que lo conozco trabajando siempre está pendiente de todo lo que pasa. Su mirada en un set es de 360 grados. Para él, lo mismo que para mí, estar del otro lado de la cámara no es un ejercicio antinatural, es algo completamente orgánico. El Chino, por su parte, tiene un alma de productor increíble. Y Federico Posternak hizo esto toda su vida. Como grupo nos impusimos el mote de inofendibles. Nos permitimos en todo momento decir y proponer cualquier cosa, nunca a título personal sino en función del bien común. Ahí la cosa crece.
-Descansar en paz es un estreno importante para el cine argentino en una realidad muy problemática, con la actividad del sector casi paralizada, incertidumbre hacia el futuro y un muy fuerte plan de ajuste en el Incaa. ¿Cuál es tu posición?
-Es un momento muy difícil para todos, no solo para el cine y me gustaría que se pusiera todo sobre la mesa. El Incaa es un ente público no estatal, autárquico. En términos prácticos no debería recibir financiamiento del Tesoro nacional sino de la Ley de Cine, que prevé el sostenimiento de la actividad con recursos que nacen del mismo circuito audiovisual. Ahora se entiende que tantos años de populismo kirchnerista desvirtuaron incluso todo esto.
-¿De qué manera?
-Recordemos, si querés, aquellas partidas infinitas de dinero que venían del Ministerio de Obras Públicas para hacer series y películas que nadie pedía o que a nadie le interesaban. Hasta se crearon productoras a tales efectos, ahí sí con la plata del Tesoro. Desde mi apreciación, y también de parte de varias personas involucradas en este tema, el Incaa se convirtió en una especie de refugio, de agencia de colocaciones y de caja política. Es algo que no debió haber ocurrido. Al convertirlo en deficitario lo que hicieron fue perjudicar al cine y generar todo este fastidio de la gente que hoy cree que el cine se hace con la plata que les falta a los comedores o a los hospitales. Y no es así. El cine es un círculo virtuoso que fue deformado y debería volver a la senda correcta.
-¿Tenés algún gran proyecto pendiente?
-Yo quiero en algún momento llevar a la pantalla El ruso, la novelita que escribí en pandemia como un divertimento y en realidad es una bandera temática en la que me planto y espero llevar de una manera u otra al formato audiovisual. Estoy trabajando para que eso suceda.
-¿Por qué tenés un interés tan especial en hacerlo?
-Porque lo veo como un tema grande, universal, que coronaría de manera fantástica otra de mis pasiones y obsesiones, la historia de la Segunda Guerra Mundial, de lo que es el siglo XX. El ruso es la historia de un argentino tanguero perdido en medio del Tercer Reich que sueña con la gloria y con ser el sucesor de Gardel. Se llama Alberto Rosenberg, el mismo apellido que tiene uno de los grandes ideólogos del nazismo, la mano derecha de Hitler. Pero lo que más me alucinó fue otra cosa.
-¿Cuál?
-Algo que salió a la luz según documentación histórica y es el uso masivo que se hacía en toda la sociedad alemana de aquellos años del Pervitin, ni más ni menos que una metanfetamina que le daban a los soldados y que también consumia la sociedad civil como un energizante de venta libre. Hoy no se pueden disociar la locura y el fanatismo de toda una sociedad hacia los nazis del consumo masivo de metanfetaminas. Estaban todos dados vuelta. Es sabido que Hitler consumía drogas de todo tipo y que Hermann Göring era un heroinómano perdido. También se sabía que los soldados que llevaban adelante aquella guerra relámpago que nadie podía parar…
-La Blitzkrieg.
-Consumían esas drogas y por eso actuaban como máquinas. Degollando, sin comer ni dormir. No puedo parar de imaginarme a toda una sociedad, de las más avanzadas y evolucionadas de su tiempo, pasada de metanfetamina y enfervorizada por tanto consumo. El Pervitin fue una ayuda extraordinaria para alimentar toda esa locura. No me quería perder esa historia y hacer mi humilde aporte desde la mirada argentina de un personaje como Alberto Rosenberg. Ahí sí podré volver al humor y la pincelada irónica, a pesar de la temática. Es el proyecto más grande con el que sueño. Pero no el único.
-¿Y esa otra idea hacia dónde va?
-En algún momento voy a tratar de llevar a la pantalla un proyecto que tenga como eje la historia de mi padre. Su carrera empezó cuando era muy chico, debutó en Montevideo cuando ni siquiera tenía documentos para poder viajar, hubo que hacerlos de apuro. Tenía 17, 18 años y estamos hablando de los años 40, una época en la que empieza a ponerse muy picante la historia argentina. Esa historia siguió 50 años más y me gustaría contarla con mi viejo como protagonista.
-¿Qué te pasa por la cabeza cuando vemos una y otra vez a Tato Bores hablando desde el pasado de la actualidad como si todo lo que dice estuviese ocurriendo en este momento?
-Yo tengo todos esos videos de la década del 60, cuando la televisión se hacía en vivo y mi viejo hablaba del dólar, de los jubilados y de las mismas cosas que hablamos hoy. Y que no se superan. Se van pegando como crustáceos a los palos de los barcos en los muelles. Un mejillón arriba de otro. En vez de limpiar esos problemas se van acumulando. Te lo resumo en una sola frase: la vigencia de mi padre es directamente proporcional a la decadencia argentina.
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