Santiago Bal y el cine: de rey de la comedia al emotivo epílogo junto a su hijo menor, Federico
Prototipo del porteño canchero y pintón (en 1976 su nombre sonó muy fuerte para interpretar a Isidoro Cañones en un proyecto trunco que llevaba adelante Hugo Moser), el paso de Santiago Bal por el cine no hizo más que consolidar esa imagen, aun cuando esas participaciones fueron eclipsadas por su éxito en teatro y TV.
En un lapso de veinte años, el actor filmó 18 películas, desde un papel menor en La casa de madame Lulu (1968) hasta llevar las riendas en comedias como ¿Los piolas no se casan...? (1981) de Enrique Cahen Salaberry, pasando por He nacido en la ribera, Estoy hecho un demonio y Las píldoras (las tres, de 1972).
El actor, surgido de la pantalla chica, también fue convocado para adaptaciones cinematográficas de historias que habían nacido originalmente en ese medio, como El veraneo de los Campanelli (1971) o Los hijos de López (1980). Bal también protagonizó producciones como Locos por la música (1980), donde un mínimo hilo argumental justificaba la presencia de números musicales protagonizados por ídolos adolescentes de entonces.
En estas películas, productos sin mayores pretensiones que el entretenimiento fugaz, Bal se movió sin problemas, repitiendo una y otra vez el estereotipo que tan bien supo construir desde sus comienzos, como así también resignificar algunos arquetipos, como el de Yo también tengo fiaca (1978).
En la segunda mitad de los 80, y con el subgénero de comedia picaresca en caída, Santiago Bal hizo su última participación en una película de estas características. El galán, ya algo maduro, tuvo en Las colegialas se divierten (1986) el rol de un caricaturesco profesor de literatura, y con él se despidió momentáneamente del cine.
Aunque había intentado dotar de mayor hondura a su trabajo con El bromista (1981), de Mario David, al intérprete todavía le faltaba demostrar todo su talento en la pantalla grande. De hecho, declaró en más de una ocasión que no estaba para nada feliz con su carrera cinematográfica.
Tal vez por eso, y a modo de revancha, es que aceptó inmediatamente cuando su hijo menor, Federico, le acercó el guion de Rumbo al mar. No solo era una historia con muchos puntos en común con lo que sentía en ese momento, sino que también se presentaba como una oportunidad de volver a filmar después de tres décadas, acompañando el debut de su hijo en el cine.
El film de Ignacio "Nacho" Garassino, basado en una historia de Juan Faerman, es una road movie centrada en Julio, un hombre al que le quedan dos meses de vida y un sueño: conocer el mar. Una última aventura que quiere emprender con su hijo Marcos, con el que nunca tuvo una muy buena relación. Al resto de la familia le parece absurdo pero él está decidido: quiere ir de Tucumán a Mar del Plata en moto.
Ese último viaje no solo va a sellar la historia de ambos, sino que va a servir para que ese padre, en el ocaso de sus días, cierre algunas asignaturas pendientes, como el reencuentro con su primer amor.
"Dicen que cuando vos estás por morirte, se te pasa la vida como una película, rapidita. Yo quisiera que no me pase rapidito, para que me permita saborear otra vez algunos momentos hermosos que me tocó vivir", reflexiona el protagonista en la película. Hoy ya no se sabe si el que habla es Julio o el propio Santiago a través de ese personaje.
Rumbo al mar se estrenará el 30 enero, y con la muerte de Santiago Bal se convierte en el testamento fílmico de su carrera, de sus afectos, y de su vida.
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