"París es para los amantes. Tal vez por eso solo he estado allí treinta y cinco minutos". Esa frase pronunciada por Humphrey Bogart, convertido en el frío y cerebral Linus Larrabee, sintetiza el espíritu de las comedias de Billy Wilder a partir de Sabrina. La ironía se convierte en el mejor antídoto al sentimentalismo y su exquisita concepción del romance se eleva por sobre las exigencias de la comedia más franca.
Cuando surgió el proyecto de Sabrina, basado en una exitosa pieza teatral de Broadway, Wilder se encontraba en un peculiar estadio de su carrera. Se había ganado el lugar de director con el moderado éxito de La pícara Susú (1942) –una versión naif de Lolita- , luego de insistirle a la Paramount que lo dejara dirigir sus guiones antes que otros se los sigan destruyendo, y se había consagrado como el hacedor de películas agudas y oscuras, que daban vuelta el imaginario blanco del cine clásico para mostrar su lado más corrosivo y algo inconfesable.
Pacto de sangre (1944), Días sin huella (1945), El ocaso de una vida (1950), hitos inolvidables que condensaron el sentido de observación de Wilder, el dominio del oficio en la narrativa, y su presencia como extranjero en el país y en el sistema de estudios (era inmigrante judío de ancestros polacos, con ambiciones de independencia en una industria vertical como Hollywood), para mostrar sus contraluces. Ahora había llegado el turno de la comedia y el romance, de desnudar el reverso de un género que en sus manos podía ser el mejor termómetro para deconstruir la mitología romántica y al mismo tiempo ganarse el corazón de sus espectadores. Sabrina tenía mucho de fábula y de cuento de hadas, y de hecho comenzaba con el "había una vez" en la voz de la hija de un chofer que sueña con casarse con el hijo del dueño de la mansión. Pero nada de ello transcurre en castillos y reinos medievales sino en la Long Island de los años 50, con Audrey Hepburn como el patito feo que va a París y regresa como el más fascinante de los cisnes.
Hay varias versiones sobre el origen de la película. Algunos afirman que fue la misma Hepburn la que vio la obra en el teatro y le pidió a su agente que convenciera a la Paramount de comprar los derechos. Parecía ser el vehículo ideal para el despegue de su carrera luego de su aparición en La princesa que quería vivir (1951). Hay otros que dicen que fue Wilder el que llamó la atención de la Paramount sobre la obra de Samuel Taylor, e incluso le pidió al dramaturgo que trabaje junto a él en la adaptación. Hay que recordar que a comienzos de los 50, Billy Wilder se quedó sin su coguionista Charles Brackett , con quien había formado un dúo perfecto. Hasta su celestial encuentro con I.A.L. Diamond en 1957, Wilder buscó y buscó un partenaire ideal para la escritura de sus películas. Sabrina pertenece a ese interregno entre 1950 y 1957 en el que colaboró con diversos guionistas, siempre elegidos en relación al material con el que debía trabajar. Aquí Samuel Taylor se sumó al proyecto para adaptar su propia obra, pero cuando vio que Wilder estaba dispuesto a modificar el texto original abandonó el barco. A último momento apareció Ernest Lehman, quien estuvo codo a codo con Wilder en el rodaje, escribiendo los diálogos a veces minutos antes de filmarse la escena.
La incomodidad de Humphrey Bogart
Ya con Audrey Hepburn en el elenco como la más prometedora de las estrellas de la Paramount, el desafío para Wilder era encontrar a sus galanes. El hijo menor de los Larabee, el playboy por el que Sabrina suspira enamorada, terminó cayendo en las manos de William Holden. Holden fue uno de los protagonistas emblemáticos de la primera etapa del cine de Wilder: el hombre que parece tenerlo todo y se queda sin nada, el escritor oportunista seducido por el gótico glamour de una estrella de antaño, el antihéroe que planea una fuga en un campo de prisioneros del nazismo, el galán que descubre tarde su corazón. Pero Holden necesitaba una contracara, el mayor de los Larabee, el hombre de negocios que eludía el romance y mantenía el buen nombre de la familia a toda costa.
"Tres o cuatro semanas antes de comenzar el rodaje de Sabrina estábamos seguros de tener a Cary Grant. En el último minuto nos falló. Todo estaba preparado para filmar y tuvimos que convocar a Bogart, un actor muy bueno, pero de ningún modo ideal para el papel", le cuenta Wilder al crítico francés Michel Ciment en una serie de entrevistas publicadas en el libro Billy & Joe. Conversaciones con Billy Wilder y Joseph L. Mankiewicz. Bogart nunca se sintió cómodo en el rol, se llevó mal con sus compañeros y terminó generando varias disputas. "Pensaba que no formaba parte de nuestra pandilla, los que nos juntábamos después del rodaje a tomar unos tragos. No estaba conforme con las escenas, tuvimos que reescribirle los diálogos y se quejaba de las repeticiones de tomas. Era entendible: no había suspenso ni armas de fuego, ni nada de la mística de Rick en Casablanca".
Un rodaje problemático
El inicio del rodaje de Sabrina se programó para septiembre de 1953 en los exteriores de una casona de Long Island Sound, que pertenecía a Barney Balaban, el jefe del estudio. Wilder viajó de Los Ángeles a Nueva York y se instaló en una suite en el St. Regis junto a Lehman, su coguionista. En el mismo hotel se alojaron Bogart y su esposa Lauren Bacall, los Holden y Audrey Hepburn. Esa armonía inicial al tiempo de la llegaba se vio interrumpida de inmediato por las primeras turbulencias.
"Los problemas en el rodaje de Sabrina surgieron desde el principio", relata Ed Sikov en su libro Billy Wilder. Vida y obra de un cineasta. "Los fuertes vientos que soplaban desde el Atlántico interrumpieron el rodaje varias veces y, aunque el director de fotografía Charles Lang consiguió un espléndido plano de las siluetas de Bogart y Hepburn junto al agua en el anochecer, los problemas continuaron. Además, las transparencias [para usar como fondo en los trucajes] tomadas en la estación de tren de Glen Cove para la escena en la que Sabrina regresa de París resultaron escasas y poco convincentes". Esa escena era crucial para Wilder porque constituía el momento en que Sabrina aparecía como una mujer adulta y sofisticada ante los ojos de David Larabee (Holden). No solo él no reconocía a la joven hija de su chofer, aquella a la que había ignorado hasta entonces, sino que resultaba encantado por esa dama elegante que llegaba vestida con los diseños de Givenchy. Wilder insistió en volver a filmar la escena en una estación de tren real, sin transparencias, y finalmente lo consiguió en el regreso a Los Ángeles.
El vestuario fue otro de los puntos álgidos del rodaje. Wilder estaba convencido que debía ser deslumbrante para dejar en claro al espectador la transformación radical de Sabrina. Entonces, gracias a la sugerencia de su esposa, contactó al novel diseñador francés Hubert de Givenchy para que le hiciera el vestuario a Hepburn. Cuenta la leyenda que cuando recibió el llamado de la Paramount, Givenchy estaba convencido de que lo visitaría Katharine Hepburn, porque era la única estrella con ese apellido que conocía. Al principio los ejecutivos de la Paramount no se mostraron dispuestos a financiar los caprichos de alta costura de Wilder y amenazaron con descontar el costo del vestuario del salario de Hepburn (ya que ella se iba a quedar con las prendas). Finalmente se llegó a un acuerdo: mencionar a Givenchy en los créditos aunque Edith Head figurara como responsable integral del vestuario de la película (como era de esperar, Head fue quien se llevó el Oscar a su casa).
La decisión de Wilder de ir retocando el guion día a día no solo originó la salida intempestiva del autor de la obra teatral sino un creciente agotamiento en su reemplazante. Wilder tenía a Lehman trabajando a contrarreloj casi al límite de la crisis nerviosa. Además, los ejecutivos del estudio se ponían impacientes porque la planificación se tornaba cada día más improvisada. Incluso Wilder tuvo que apelar a su complicidad con Audrey Hepburn, quien fingió gripes y dolores de cabeza para retrasar el rodaje unos días y así darle tiempo al director para pulir los diálogos. Mientras tanto, Bogart mataba las largas horas de espera entre desplantes y medidas de whisky escocés. "Un día Bogart se sintió ofendido porque solo Holden y Hepburn recibieron las páginas revisadas del guion –cuenta Sikov- y abandonó enfurecido el set. En otra ocasión, le dieron por fin los nuevos diálogos y rápidamente le preguntó a Billy si tenía hijos. ‘Sí, una hija de 13 años’. ‘¿Fue ella quien escribió esto?, replicó a los gritos el actor.
Crisis de nervios y el romance oculto
Durante los días finales de filmación, Lehman finalmente se derrumbó debido al estrés. No sería la primera ni la última vez que las exigencias de Wilder llevaban a su coguionista al borde de la internación. En el trabajo junto a Raymond Chandler en el guion de Pacto de sangre, Wilder había desquiciado al famoso autor de novelas negras con burlas y maltratos, tanto que parece que Chandler se encerraba durante horas en el baño para evitar más enfrentamientos. Al finalizar la película, su crisis emocional derivó en el regreso a la bebida y en la ácida inspiración de Wilder que imaginó a un escritor alcohólico como protagonista de Días sin huella. En el caso de Lehman, los llantos y los pesares solo lo confinaron a dos días en cama. "Billy tiene que dominar tu vida entera", recuerda el guionista en el libro de Sikov. "No te limitas a colaborar con él en el guion. Tiene que cambiar tu modo de vestir y lo que comes. Las peleas por una línea de diálogo o por la resolución de un conflicto siempre son a muerte".
Mientras tanto, Holden y Hepburn mantenían un romance a escondidas. Holden estaba casado con la actriz Brenda Marshall, pero hacía tiempo que el matrimonio estaba en crisis. Esa complicidad entre los nuevos amantes comenzó a acrecentar la alienación de Bogart que cada día se sentía más excluido. Incluso llegó a creer, un poco a instancias del mismo Wilder, que finalmente su personaje quedaría como el desplazado tercero en discordia. Un día se encontró en los pasillos de la Paramount con el célebre actor Clifton Webb, quien le preguntó: "¿Qué tal el trabajo con esa chica de ensueño?", refiriéndose a Hepburn, que ya estaba en boca de todos. "Bien, si te gusta repetir la misma escena 36 veces".
Pese a ciertos estragos que causó, el romance entre Holden y Hepburn no prosperó más allá del rodaje de la película, y lograron mantenerlo fuera de la luz pública e incluso de su atento director. Así lo recuerda Wilder en la biografía de Charlotte Chandler, Nadie es perfecto: Una biografía personal: "Yo estaba con Bill [Holden] y Audrey cada día; ambos eran mis amigos pero no me contaron. Eran personas discretas y maravillosas. Si algo pasó entre ellos, espero que hayan encontrado algo de felicidad. Tenían carreras grandiosas, pero no eran felices en su vida personal. Audrey había pasado tiempos muy difíciles en Holanda durante la ocupación en la guerra. En la película, David no consigue a Sabrina y en la vida real, Bill no se quedó con Audrey".
La producción de Sabrina concluyó el 5 de diciembre de 1953, con 11 días de retraso y dos millones doscientos mil dólares de presupuesto. Finalmente se estrenó en agosto del año siguiente e inmediatamente se convirtió en un éxito comercial. La Paramount capitalizó que tenía a cuatro ganadores de Oscar al frente (Bogart por La reina africana, Holden por Stalag 17, Hepburn por La princesa que quería vivir, y Wilder por Días sin huella) y encontró en la película la perfecta heredera de las comedias sofisticadas de Ernst Lubitsch que habían sido artífices de la gloria del estudio en el pasado. Wilder no solo era su discípulo –tenía en su oficina un cartel con una frase que lo socorría ante cualquier crisis creativa: ‘¿Cómo lo haría Lubitsch?’-, sino aquel que había aggiornado esa herencia de cara a los nuevos tiempos.
Vista hoy, Sabrina descubre el artificio detrás de toda fantasía romántica, se burla con ingenio del amor sacrificial en la nota de suicidio de Sabrina, y ofrece una muestra ejemplar de cómo el imaginario estadounidense ha releído la tradición romántica francesa, tanto en la música (donde usa con astucia el tema "Isn’t it Romantic?" de Rodgers y Hart asociado a la icónica interpretación de Maurice Chevalier en Love Me Tonight) como en los rituales amorosos y en las costumbres culinarias. Primero en Sabrina y unos años después en Amor en la tarde (1957), Billy Wilder construye personajes femeninos que esconden su desconcierto frente al mundo de la madurez creando máscaras y disfraces con los que consiguen presentar batalla en la disputa por el poder que toda seducción pone en juego. Sabrina regresa de Europa convertida en una mujer sofisticada y madura, vestida con Givenchy, y dispuesta a conquistar al hombre del que ha estado enamorada toda su adolescencia. Su anhelo no es tanto casarse con su príncipe azul sino pertenecer a un mundo del que hasta entonces solo había sido espectadora. Sexo, dinero y poder se conjugan en las comedias de Billy Wilder para la constante subversión de las tradiciones, los valores y las buenas costumbres que definen a una sociedad en plena transformación.
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