Sabina, según el cineasta que lo retrató a lo largo de 13 años: “Es un tipo entrañable, no tiene pudor en mostrar su fragilidad y su ternura”
El director Fernando León de Aranoa habla del documental dedicado al exitoso músico, quien llegó a la Argentina en el marco del tour Contra todo pronóstico, y cuenta cómo fueron los trece años de rodaje en los que se embarcó
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Es una suerte que Joaquín Sabina haya confiado en Fernando León de Aranoa para que se haga cargo de una película sobre su figura. No es tan preciso decir “un film sobre su vida”, o “un documental biográfico”, porque Sintiéndolo mucho –que se acaba de estrenar en cines y el viernes 31 estará disponible en Star+– es otra cosa. Experimentado ganador de varios premios Goya, este cineasta madrileño ha conseguido, después de trece años de filmar a su protagonista, un retrato sensible y elocuente de un personaje con muchas facetas, un hombre que ha vivido intensamente, que ha estado más de una vez al borde del colapso y que a los 73 años sigue subiéndose al escenario para mostrar su arte.
Ahora mismo, Sabina se está reencontrando con sus numerosos fans argentinos a través de una serie de conciertos en el Movistar Arena (el martes 21, el jueves 23, sábado 25 y lunes 27), luego pasará por Rosario (el 29, en el Autódromo Municipal de esa ciudad) y después continuará un tour muy exigente que pasará por Uruguay, México, Puerto Rico, Inglaterra (el 19 de mayo se presentará nada menos que en el Royal Albert Hall de Londres) y casi todo el territorio de España. El cierre de la gira –titulada oportunamente Contra todo pronóstico– será en Madrid, con dos fechas en el WiZink Center (18 y 20 de diciembre), el mismo lugar donde en 2020 sufrió aquel famoso accidente del que logró recuperarse.
En lugar de acumular testimonios celebratorios o de ceñirse a una cronología rígida, León de Aranoa va completando su pintura personal con diferentes trazos de la vida (agitada) y la obra (profusa) de un músico popular y venerado con el que notoriamente armó una buena sociedad. La película juega con los tiempos e ilumina determinadas zonas del personaje para plasmar una imagen impresionista del largo camino que ha recorrido alguien que siempre pretendió, como él mismo revela en el inicio del documental, que el tipo del bombín que es parte del mundo del espectáculo no sea exactamente el mismo fuera de ese contexto.
Sintiéndolo mucho es un documental cálido y evocativo. Exhibe las hazañas y las contradicciones de un provocador entrañable que en 2021 fue distinguido con un Grammy “a la excelencia musical” y todavía sigue empeñado en alimentar su leyenda. Y de yapa lleva el sello particular de León de Aranoa, capaz de dejarlo impreso en apenas dos planos que evidencian la atención que le presta a la realidad que lo circunda: cuando nos muestra el barrio donde vive hace años Sabina (a metros de la estación de metro Tirso de Molina), aprovecha para contarnos brevemente el Madrid de hoy, enriquecido por la inmigración y al mismo tiempo gentrificado para capturar al turismo: “Más hoteles son más desalojos”, advierte la pintada con aerosol negro de un paredón.
Con ese tacto y ese nivel de detalle que también relucen en películas como El buen patrón (2021), Los lunes al sol (2002) y Barrio (1998), se acercó León de Aranoa al personaje principal de esta historia, el cantautor, poeta y pintor que hizo dupla con Joan Manuel Serrat y Fito Páez, que leyó con fruición a Proust, Joyce y Marcuse, que en los 70 se acercó al comunismo y tuvo que exiliarse en Londres por las amenazas de régimen autoritario de Franco, que se rindió ante el talento del mexicano José Alfredo Jiménez -” el rey de la música ranchera”-, que sobrevivió a un infarto cerebral sufrido hace más de veinte años y que ahora sigue entre nosotros, obstinado en prolongar los hechizos que produce cuando cuenta historias. A este proyecto le dedicó trece años, pero el vínculo con Sabina excede ese plazo, como nos revela en esta entrevista.
–¿Cuál fue el primer contacto que tuvo con la música de Sabina?
–Es un relato largo que, en el fondo, tiene mucho de canción de Joaquín. Sucedió “cuando era más joven”, como dice una de sus grandes canciones. Yo tenía 16 años, creo, cuando compré un disco doble grabado en vivo con su banda de entonces, Viceversa. Lo escuché y sentí que esas canciones, como señala Joaquín en el documental, me ofrecían un hombro donde llorar. Sentí que me hablaban a mí, que expresaban cosas que tenía muy cerca. Es esa magia que tiene Sabina para hablar de las cosas y que hace que te sientas aludido. Ahí empezó todo, ese fue mi primer disco de Sabina y luego vinieron muchos más. Hubo alguna etapa de desconexión y otra de reconexión, pero ha sido una presencia constante en mi vida. Es uno de los dos o tres músicos en lengua castellana que más me gustan, sino el que más.
–Sabina es un personaje con muchas facetas ¿sobre cuál de ellas buscó poner el acento?
–Por un lado, cuando empecé el documental no había un plan, ni una estrategia, ni un objetivo. Eso nos quitó presión a él y a mí. Se convirtió en un proceso creativo compartido, muy interesante y muy divertido. No había que cumplir ante nadie. Los rodajes eran siempre pequeños y económicos. Eso hizo que él no se sintiera obligado a meterse dentro de un plan mío; algo que, creo, hubiera sido un problema. Poco a poco, en el viaje que significó hacer esta película, fuimos viviendo momentos muy intensos. Yo estuve muy cerca y los pude registrar gracias a la gran confianza que tuvo Joaquín en mi trabajo. En algún momento de ese viaje entendí que quería hacer una película que tuviera que ver con su inspiración, con lo creativo. Descubrir de dónde procede su universo, de dónde vienen esas imágenes que aparecen en sus canciones.
–La idea no era una biografía tradicional.
–Para nada. Tenía claro de entrada que no quería hacer un documental biográfico, y mucho menos hagiográfico. Ni siquiera testimonial. No quería contar su vida o agrupar gente que opinara sobre la música de Sabina. Quería una película con situaciones muy intensas, vívidas, compartidas. Y él me abrió las puertas para que así fuera, yo sentí todo el tiempo que podía estar ahí pasara lo que pasara. Ese fue un privilegio, un lujo. Pero lo central fue siempre registrar momentos que se conectaran con su creatividad, como decía antes. Cuando fuimos a Úbeda y hablamos de su infancia, no tuve la idea de contar dónde nació ni cuántas novias tuvo, sino que preferí visitar el escenario donde cantó por primera vez para ver cómo recordaba él mismo ese momento tan importante. En ese viaje también habló de su padre y de cómo lo inspiró con su amor por la poesía y la palabra. Esas son las cosas que me interesaron más. Quería, en definitiva, que la película se pareciera mucho a él, que tuviera muchas cosas típicas de Joaquín, alguien a quien además conocí muy bien a través de todo este proceso. Mostrar cómo es el Joaquín que yo conozco y compartir esa percepción personal con el espectador.
–¿Y cómo es, en suma, ese Joaquín que conoce?
–Un hombre con mucho sentido del humor, entonces me propuse que la película también tuviera gracia. Un artista que no es nada grandilocuente, nada solemne. Cuando dice algo que roza la solemnidad y se da cuenta, rápidamente lo desecha, hace una broma. La película tenía que reflejar todo eso y al mismo tiempo transmitir belleza, que es lo que me transmite a mí su obra.
–¿Descubrió facetas de Sabina que no conocía?
–No. De alguna manera, hacer esta película profundizó algunas percepciones que ya tenía sobre Joaquín. Quizás me haya sorprendido la preocupación por la gente que tiene alrededor, la que trabaja regularmente con él. En todo el rodaje, aún en las situaciones de mayor tensión, nunca he visto un maltrato, una palabra de más con alguien, y eso normalmente ocurre en cualquier entorno creativo. Las pruebas de sonido, la previas de un show o la grabación de un disco casi siempre son momentos tensos. Y yo nunca lo he visto perder la paciencia. Es algo que podía intuir, pero que igual me resultó anómalo porque es muy habitual que sea diferente. También me conmovieron la confianza y el respeto por mi trabajo. Cuando Joaquín vio el documental, me di cuenta de que estaba muy contento y orgulloso del resultado, pero aparte de eso me dijo: “Si hubiera algo que quisiera cambiar, no te lo diría porque este es tu documental”. Que alguien te retrate en una pantalla es siempre complicado, yo no sé si hubiera sido tan generoso en su lugar (risas). Eran todas cosas que intuía de él, insisto, pero que se confirmaron en este proceso de trabajo.
–En esos trece años de trabajo en sociedad seguramente se forjó una relación entre ustedes ¿trató de mantener cierta distancia para conservar el equilibrio?
–En realidad, había serias chances de que el rodaje pudiera transformarse en un problema para nuestra amistad. Pero al no haber un plan y, por ende, tampoco muchas presiones, todo fue muy fluido. Realmente no hubo fricciones. Este documental ha afianzado la relación entre nosotros, cuando podría haber sido al revés.
–No faltan en la película los momentos difíciles, ¿siempre tuvo la idea de registrar y mostrar las situaciones más crudas?
–Se muestran muchas de las vulnerabilidades de Joaquín, sus dificultades en muchos momentos, incluso a la hora de salir a cantar. Y él valoró mucho eso. “Me encanta que no sea una película hagiográfica”, me dijo una vez. Y yo le respondí: “¡Pero la película un poco bien de ti también habla, Joaquín!” (risas). Creo que la caída del escenario en el WiZink Center y la cornada que sufrió el torero José Tomás en México son dos pasajes complicados. Joaquín la pasó muy mal en esas dos desgracias. Confirmé que el rodaje de un documental suele ser más difícil de gestionar que el de una ficción, donde uno es responsable de todo y entonces tiene una libertad absoluta para decidir. Depender tanto del personaje al que vas a retratar hace que las cosas sean más difíciles. Hay que resolver a qué distancia te sitúas de esa persona y hasta dónde entras en su intimidad, sobre todo en trances complicados. Creo que finalmente conseguí un retrato muy humano de alguien que derrocha ternura, sensibilidad y genio.
–Y que tiene contradicciones, como todos.
–Por supuesto. Eso yo ya lo sabía antes de hacer esta película. Cuando a uno le gusta el trabajo de alguien es porque comparte algo de su manera de ver el mundo. Y yo esa parte la entiendo perfectamente, la de las contradicciones permanentes, porque también las atravieso todo el tiempo.
–Habrá rodado mucho material que ha terminado descartando. ¿Siente que quedaron cosas valiosas afuera?
–Creo que dejé afuera lo que había que dejar afuera. Sin dudas hay cosas valiosas en el material que no entró en la película, pero también estoy convencido de que la película es esta. Hicimos una larga entrevista en el Teatro Salamanca, un lugar hoy abandonado, por ejemplo, y ahí hablamos sobre muchas de sus canciones. Eso podría ser muy interesante para la gente que lo sigue, para sus fans, porque fue una especie de taller donde él contó con bastante detalle cómo trabajó esas canciones. Pero el relato que fui construyendo mientras hacía la película me fue diciendo lo que sobraba. Y a mí cortar no me resulta tan complicado, no me enamoro de todo lo que filmo.
–¿Cómo definiría brevemente a Sabina?
–Creo que esa definición está expresada en la película. Es un tipo entrañable, muy generoso, que no tiene pudor en mostrar su fragilidad y su ternura, lo cual ya lo hace grande, sobre todo siendo la figura que es. Y es un increíble escritor y poeta, sin ninguna duda.
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