Rosamund Pike brilla con su ácido talento para la comedia negra en Descuida, yo te cuido
La última vez que vimos a Rosamund Pike concebir un plan maestro para el engaño fue en Perdida (2014), la película de David Fincher que brindó a su carrera esa pátina de comedia negra que estaba necesitando. Acostumbrada al vestuario georgiano de su Jane Bennet en Orgullo y prejuicio (2005) o a esa tímida sensualidad que la impulsaba al ascenso social en Enseñanza de vida (2009), en Perdida Pike se jactó de su acidez como nunca antes, en ese agudo retrato de las negociaciones maritales que Fincher ensayó como uno de sus más atrevidos acercamientos a la sátira. Si allí Rosamund Pike pareció encontrar el traje perfecto, en Descuida, yo te cuido, película que estrenó Netflix, nuevamente se permite hacer gala del más exquisito sarcasmo. “Hay dos tipos de personas en este mundo: depredadores y presas. Leones y corderos. Me llamo Marla Grayson y no soy un cordero. Soy una leona”. Esa es la definitiva presentación de su personaje, con sus trajes de color pastel y sus anteojos oscuros de diseño, convencida de querer devorar el mundo antes que alguien se la devore a ella.
Escrita y dirigida por J Blakeson (La desaparición de Alice, La quinta ola) como una cínica exégesis del sueño americano, Descuida, yo te cuido presenta a Marla como la narradora y artífice de su propio destino. Junto a su socia y pareja Fran (Eiza Gonzalez) regentean una empresa destinada al cuidado de ancianos, cuidado que básicamente consiste en despojarlos de sus bienes y encerrarlos en un geriátrico. Cada una de sus estratagemas está llevada a cabo con la perfección de una sofisticada estafa que incluye médicos, jueces, directores de asilos y demás eslabones de una cadena perfecta. Pero detrás de todo ese plan maestro está la determinación de Marla de conseguir lo que se propone, y la de la película de convencernos de seguir su camino de cerca, por más inquietante que parezca. En una reciente entrevista con Vogue, Pike recordaba cómo nació el disparador de la película: “J [Blakeson] tuvo la idea al leer un artículo periodístico sobre la explotación de los tutores de ancianos y enseguida descubrió que allí había una historia. Cuando leí el guion le dije que Marla era el personaje femenino más fascinante que me habían ofrecido en años”.
De alguna manera, al optar por la perspectiva del depredador, en ese juego de leones y corderos, Blakeson convirtió a su película en una sátira desenfadada concebida a partir del humor más negro. Ya las primeras escenas nos dan la clave. Un hombre desesperado intenta visitar a su madre en un geriátrico sin conseguirlo. Luego vemos a Marla, con su traje a medida y su prolijo corte de pelo, defender su posición en el juzgado: “Cuidar es mi trabajo, es mi profesión. Me ocupo de los que necesitan protección, protección de la apatía, de su propio orgullo, y a menudo protección de sus propios hijos”. Casi al borde de las lágrimas, Pike consigue definir a Marla en unas breves líneas, en esa férrea convicción de que puede torcer el funcionamiento del sistema a su favor, jugar sus mejores cartas y salir airosa. “Lo que me interesaba de Marla era encontrar la clave de sus apetitos, su anhelo de riqueza y de poder. Ella piensa: ‘Ya he perdido lo suficiente, ahora me toca ganar. Ahora voy a jugar sucio’. Y es el sistema el que permite que juegue sucio. Por ello J escribió una parodia sobre el sueño americano de triunfo, al mismo tiempo que una feroz crítica a la mercantilización de los sistemas de salud y asistencia social”.
Sin lugar a dudas, Marla recuerda la celebrada interpretación de Pike en Perdida, en el corazón de esa cínica mirada sobre el matrimonio que Fincher ensaya bajo la cáscara de un thriller de venganza. Pero aquí la actriz ha logrado sumar su lúcido aprendizaje del timing de la comedia, concebido más allá del gag o de la explosión de los chistes, cimentado en sus miradas y reacciones sutiles, en ese halo subterráneo de ironía que saca al personaje del inmediato disgusto que podría causarnos. Quizás su mejor experiencia en la dinámica del género haya sido la breve pero excelente miniserie State of the Union (2019), escrita por Nick Hornby y dirigida por Stephen Fears, sobre los periódicos encuentros de una pareja en un bar, preámbulo de la sesión de terapia en la que deciden qué hacer con su matrimonio. Con su acento británico y junto al excelente Chris O’Dowd, Pike consigue la ideal entonación para la escritura de Hornby, la revelación de una crisis a través de momentos ridículos, de tópicos que oscilan entre el sexo, la infidelidad, el desgaste emocional y el Brexit. Alejada del desenfreno de la sátira que había dominado en la construcción de la Amy de Perdida, Pike adquiere el tono perfecto para un humor que prevalece a toda oscuridad.
El estilo de Marla Grayson resultó clave para modelar su personalidad, por ello Pike recurrió al mismo estilista que había realizado su corte de pelo en Perdida y decidió utilizar una serie de trajes ceñidos, en distintos colores, que marcan las diversas posiciones en las que Marla se encuentra a lo largo de la película, ya sea como cazadora o como presa. “El vestuario es parte esencial de su artificio. J me sugirió que utilizara un traje amarillo cuando Marla se acerca por primera vez a su codiciada presa, y luego otro traje del mismo color cuando es ella quien resulta la perseguida”. Es que en la búsqueda de la presa perfecta, Marla se encuentra con Jennifer Peterson (una impecable Dianne Wiest): una mujer jubilada, sin familia y con abultada cuenta bancaria que parece mostrar incipientes signos de pérdida de memoria y desorientación. Presa muy tentadora para dejarla escapar. Pero hay algo más detrás de esa promesa de riqueza que resulta ser la inocente anciana, secretos bien guardados que no tardarán en revelarse. El juego que propone Descuida, yo te cuido no resulta del retrato del crimen como subversión de la ley sino justamente de su cumplimiento como trampa. El desafío para Marla consiste en el encuentro con alguien que juega su mismo juego, aunque lo haga con apuestas más extremas y peligrosas.
Una de las evidentes inspiraciones para la construcción de esta fría y calculadora estafadora fue la figura de Elizabeth Holmes, la fundadora de la empresa Theranos dedicada a servicios de salud y análisis clínicos que resultó ser un fraude monumental hace algunos años. “Vi con detenimiento todos los videos de Elizabeth Holmes para comprender ese ejercicio del arte de vender, esa inminente bancarrota moral que igual consigue poner a la gente de tu lado. No me basé en Holmes para construir a Marla como personaje sino que observé los pequeños detalles de su comportamiento, su lenguaje corporal, el movimiento de los párpados, y ese pretendido discurso de la sinceridad. La idea era que los argumentos de Marla fueran solventes y razonables, aquello en lo que los demás también puedan estar de acuerdo”. Y esa también es la clave para construir al personaje: su vida por fuera esa sádica sociópata que conduce las estafas. Su relación y sociedad con su pareja, su aspiración de bienestar, la convicción de que para triunfar es imprescindible tomar los dictámenes del sistema a su favor, son esenciales para modelar su complejidad, sus diversas aristas, e incluso dar sustancia a la idea de éxito que promueve su accionar.
Nuevamente nominada a varios premios, entre ellos al Globo de Oro como mejor actriz de comedia, Rosamund Pike logra lucirse más allá del mundo construido a su alrededor. Algo que quedó demostrado en la reciente Madame Curie (2019), en la que su interpretación se eleva por encima de los méritos de la película. En Perdida también lo había conseguido al emerger como la exquisita portavoz del filo en la mirada de Fincher, algo que su personaje conseguía evocar como lo habían hechos los más carismáticos asesinos de Pecados capitales o Mindhunter. Una milimétrica lejanía la preservaba de una excesiva humanización, la contenía en esa monstruosidad que latía en su interior sin nunca revelarnos la verdadera dimensión de su origen. Pike demostraba ser el cuerpo flexible de esas maquinaciones que Amy compartía en su diario, un espejo gélido donde todas las ambiciones mostraban su transparente radiografía.
Marla Grayson es un personaje más cómodo en la comedia, más cercano en su representación, o por lo menos eso intenta Blakeson cuando la enfrenta al villano que interpreta Peter Dinklage, némesis que permite resignificar su implacable convicción. La solvencia de Pike le permite adueñarse del mismo ritmo del relato, que se suspende cuando ella se hunde en el fondo de un lago, se acelera cuando se escabulle en la casa de su enemigo, o alcanza su máxima expresión cuando consigue convertir sus mendacidades en el complemento ideal del discurso del tribunal. Debajo de la armonía que trasunta su apariencia de civilidad se aloja una interpretación salvaje, en sintonía con ese retrato nihilista en el que lo peor siempre está por llegar. Es allí donde asoma su talento como comediante, cómoda en la negrura que nunca se dispersa, la misma que le permite pronunciar la frase “no existen las buenas personas” e intentar convencernos de que pese a todo lo que vimos ella puede no ser la peor.
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