Rojo profundo, una película polémica y fabulosa de los 70 que vuelve a los cines
Obra clave de Darío Argento, fue duramente criticada en la época de su estreno pero mantiene su magnetismo intacto; se reestrena en salas de todo el país
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No hay que desaprovechar la oportunidad de ver Rojo profundo en una sala de cine. Estrenada originalmente en 1975, esta película es considerada con justicia como una de las mejores de la extensa filmografía del italiano Darío Argento y ahora vuelve a exhibirse en unas cuantas salas argentinas en su versión completa de dos horas, en su idioma original (italiano) y con una excelente calidad de imagen y sonido, lograda a partir de un cuidadoso trabajo de remasterización. A partir de hoy, es parte de la programación de Cinemark Palermo, Cinépolis Recoleta, Cinépolis Mendoza, Hoyts Abasto, Hoyts Unicenter, Cine Lorca, Cine Rocha (La Plata), Cinema Devoto y Cinerama Córdoba. Una distribución generosa para una reposición que asegura placer cinéfilo al cien por cien.
Antes de que John Carpenter le abriera la puerta al cine slasher en 1977 con Noche de brujas, en Italia había aparecido el giallo, un subgénero de películas policiales con asesinos disfrazados, tramas cargadas de suspenso y misterio y un alto nivel de violencia. El giallo tiene su origen en la literatura pulp italiana, más concretamente en las novelas de tapa amarilla publicadas por la editorial Mondadori, herederas bastardas de las historias de autores célebres como Edgar Wallace y Agatha Christie. Rojo profundo es considerada por algunos especialistas como una obra maestra del subgénero, pero es más preciso considerarla como una película bisagra en la obra de Argento.
El director romano es, sin dudas, uno de los exponentes más ilustres del giallo, que vivió su era dorada entre las décadas del 60 y del 80 (con los films de cineastas como Mario Bava, Lucio Fulci y Umberto Lenzi), pero después de Rojo profundo empezó a incorporar cada vez más elementos sobrenaturales y fantasías del inconsciente a su cine, en películas también muy celebradas como Suspiria (de la que su compatriota Luca Guadagnino estrenó una remake en 2018), Inferno y Phenomena. En los universos extravagantes y estilizados de su filmografía siempre hay, de acuerdo a sus propias palabras: “Un algo que viene de mi interior, de mis sueños, de mis pesadillas”. La preocupación principal del cine de Argento fue indiscutiblemente el cómo, la forma en la que se cuenta, más allá de la historia propiamente dicha. “Mis películas no están ni siquiera centradas en una época, las cosas que cuento son eternas, hablo de los pensamientos y de los sueños”, dijo allá por los 70 este cineasta que tiene hoy 82 años. Sin embargo, es cierto que Rojo profundo admite una lectura relacionada con el contexto: se estrenó en 1975, en los “años de plomo” en Italia, una época marcada por una violencia política extrema agitada sobre todo por grupos de extrema derecha, la entrada en vigencia la ley Reale, que autorizaba a la policía a disparar en caso de que “hubiera necesidades operativas” y el asesinato de Pier Paolo Pasolini. Había sangre por todas partes en Italia. Rojo profundo apareció en ese caldo de cultivo social.
El protagonista de la película, la quinta de la carrera de Argento, es un pianista expatriado que interpreta el británico David Hemmings, el mismo de Blow Up, la primera película en inglés de otro gran nombre del cine italiano, Michelangelo Antonioni, basada en el relato Las babas del diablo de Julio Cortázar. El joven músico vive en Roma y es testigo circunstancial del brutal asesinato de una vecina clarividente. El caso llega a la tapa de un diario gracias a la crónica publicada por una joven periodista (Daria Nicolodi, pareja y musa de Argento durante años, mamá de la popular actriz Asia Argento, además) con la que el músico termina asociado en una investigación paralela a la que lleva adelante una fuerza policial enfocada claramente con el prisma de la sátira.
Es muy interesante la manera en la que Argento plantea la relación entre el pianista y su socia en esa investigación informal. Hablamos de una película estrenada en 1975, cuando el feminismo todavía peleaba sin mucho éxito por introducir sus reclamos más urgentes en la agenda social. Sin embargo, la chica se encarga de burlarse de la idea cristalizada de la fortaleza como cualidad exclusivamente masculina, y Argento simboliza y acentúa esa alteración de roles con un gracioso paso de comedia en el pequeño automóvil de ella: el asiento del acompañante se hunde imprevistamente y el músico queda obligado a mirar a la conductora siempre desde abajo.
Más allá de lo estrictamente argumental -una historia deudora del cine de Alfred Hitchcock pero desarrollada con menos rigor que el revelado en ese modelo evidente porque en el giallo casi siempre los guiones han apostado más por la complicidad del espectador que por la verosimilitud-, Rojo profundo seduce por el magnetismo y la inventiva de su puesta en escena: el trabajo con el color y la luz, la variedad y calidad de los encuadres -incluyendo el homenaje a Nighthawks, la pintura más famosa del neoyorquino Edward Hopper-, el glamoroso vestuario e incluso el maquillaje, que juega un rol importante en la película. Es su gramática, más que sus “temas”, lo que la transformó en un film de culto. También fue un acierto la sugestiva banda sonora, a cargo de Goblin, una banda de rock progresivo que Argento convocó después de descartar a Pink Floyd, su primera opción, al enterarse de la accidentada experiencia del grupo inglés con Antonioni en Zabriskie Point (1970).
Las críticas menos piadosas con Rojo profundo en la época de su estreno señalaron “la representación unívoca y alarmante de las enfermedades mentales”, su “excesivo voyeurismo” y su “regodeo en la violencia más extrema”, reflejos patentes de miradas que ignoraron el humor que recorre la película, combinado con mucha sagacidad con su temperamento más sombrío, un mix extraño que la volvió difícil de clasificar, la característica que quizás más irritó a sus solemnes detractores. Ese humor desapareció por completo en Suspiria, una incursión más salvaje en el terror metafísico cuyo metraje original terminó con varios minutos censurados para su exhibición en los Estados Unidos y también la campana de largada de la zona de su obra donde la interpretación tuvo, y sigue teniendo, claro, un papel más decisivo que nunca. “He leído mucho a Freud y a Jung, y he aprendido a autoanalizarme, a comprender la mente humana, el miedo, los traumas más escondidos. Mis miedos son profundos, están en el subconsciente, más allá de la vida cotidiana”, declaró Argento en esos años en los que su obra todavía generaba más suspicacias que adhesiones. “En las películas de Argento nadie ni nada tiene sentido: ni un elemento de la trama, ni una reacción psicológica, ni un personaje menor, ni un trozo de diálogo, ni un ambiente”, publicó por ejemplo la revista New York en 1977, cuando eran pocos los que se animaban a predecir su consagración como un nombre importante en la historia del cine, entendido esencialmente como experiencia sensorial, eso que nos continúa garantizando hoy una aventura artística de la talla de Rojo profundo.
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