Rojo, blanco y sangre azul: una comedia romántica que se parece más a un cuento de hadas queer para el nuevo milenio
El film estrenado en Amazon Prime cuenta la historia de amor entre el hijo de la presidente de los Estados Unidos y el príncipe Henry de Inglaterra
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Rojo, blanco y sangre azul (Red, White and Royal Blue, Estados Unidos/2023) Dirección: Matthew López. Guion: Matthew López, Ted Malawer, a partir de la novela escrita por Casey McQuiston. Fotografía: Stephen Goldblatt. Edición: Kristina Hetherington, Nick Moore. Música: Drum &Lace. Elenco: Taylor Zakhar Perez, Nicholas Galitzine, Uma Thurman, Sarah Shahi. Ellie Bamber, Rachel Hilson, Stephen Fry, Clifton Collin Junior. Calificación: apta para mayores de 16 años. Disponible: Amazon Prime Video. Duración: 118 minutos. Nuestra opinión: buena.
La comedia romántica Rojo, blanco y sangre azul estrenada el viernes en Amazon Prime Video utiliza todos los elementos del género que Hollywood lleva perfeccionando desde los años treinta para contar una historia de amor que habría sido considerada ilegal en esos tiempos. El género que los estudios de cine tantas veces dieron casi por extinguido sigue luchando por su supervivencia, por adaptarse a los tiempos de romances virtuales, cupidos generados por inteligencia artificial y sexualidades fluidas. En ese contexto, el film basado en la novela del mismo título escrita por Casey McQuiston, quien participó de la adaptación junto al guionista y director Matthew López que debutó como realizador con este film utiliza las herramientas tradicionales del género del que por momentos solo se diferencia por el hecho de que los potenciales enamorados en el centro de la trama son dos hombres. Más cuento de hadas queer que comedia romántica moderna, la película apunta a igual el éxito editorial del libro inscripto en la categoría de literatura para jóvenes adultos que la inspira.
En el centro de la trama está la historia de amor entre Alex Claremont-Díaz (Taylor Zakhar Perez), el hijo de la presidente de los Estados Unidos -que Uma Thurman interpreta con un acento sureño intermitente-, y el príncipe Henry de Inglaterra (Nicholas Galitzine). Para desarrollar el romance la ficción aprovecha una de las fórmulas más utilizadas en la comedia romántica: la de dos personajes que comienzan como enemigos y cuando son obligados por circunstancias externas a pasar tiempo juntos se dan cuenta de que en realidad lo que parecía desdén era tensión sexual y que están hechos el uno para el otro. Así sucede con Alex y Henry que forzados a fingir una amistad que no comparten para salvaguardar las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y Gran Bretaña descubren una mutua atracción que podría destruirlas del todo.
Más lágrimas que carcajadas
Cuando se trata del humor que toda comedia romántica debe contener en dosis suficientes para pertenecer al género que necesita de ella para ayudar a evitar el empalagamiento que puede provocar el resto de sus elementos narrativos, Rojo, blanco y sangre azul se queda corta. Al concentrar sus pasajes cómicos en el personaje de Zahra, la asistente de la presidenta encargada de lidiar con su díscolo hijo, un papel que interpreta Sarah Shahi, una actriz a la que le sobran recursos pero a la que el guion le otorga apenas un par de escenas significativas, los resultados dejan sabor a poco. Y no ayuda que su compañero en todas las secuencias sea Perez cuyo espectro interpretativo es tan limitado como ajustados son los pantalones que utiliza en todo el film.
Por otro lado, en el caso de los protagonistas los estereotipos del género los ubican más cerca del melodrama que de la comedia. Alex es presentado como un idealista estudiante de leyes tan preocupado por divertirse como por ayudar a su madre a ganar la próxima elección. El actor encargado de encarnarlo, al que algunos reconocerán por su participación en las dos últimas entregas de la saga romántica adolescente El stand de los besos, interpreta a su personaje supuestamente impulsivo e imprudente como un optimista no demasiado inteligente, una supuesta metáfora que representa a los Estados Unidos frente al realismo pesimista de Henry, de pura cepa británica.
Quizás el escollo más grande en el camino del film sea su afán de reflejar no solo la diferencia entre los países encarnados en sus personajes centrales sino también su búsqueda por hacerle justicia a un romance gay sin dejar de atender al cuento de hadas moderno, pero no del todo, que es. En este caso, el príncipe es el que necesita que lo rescaten para escapar del clóset en la torre y el plebeyo quien al descubrir un nuevo costado de su sexualidad está decidido a hacerlo.
“Hagamos historia”, le dice Alex a Henry en una escena fundamental de la trama que parece reflejar el deseo de los realizadores que se tomaron con evidente cuidado y responsabilidad la creación de un romance homosexual de estos tiempos que no le escapa a las escenas de sexo ni a la conversación sobre las características particulares del vínculo y que está dirigido al público joven y global. Si por momentos la puesta en escena y el guion se inclinan demasiado por lo telenovelesco también es cierto que evitan viejos modelos de la ficción en los que romances secretos como los protagonistas terminan en tragedia. La posibilidad del final feliz para Alex y su príncipe -al que Galitzine le aporta emoción y matices que su compañero de elenco no tiene a su alcance-, es como Rojo, blanco y sangre azul logra hacer historia.
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