El film que disparó la carrera del actor pudo haber llegado a la pantalla sin su presencia
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Hoy, martes 6 de julio, Sylvester Stallone cumple 75 años. Una de las mayores estrellas de Hollywood se acerca a las ocho décadas, con su popularidad intacta y en buena medida, esa fama tiene mucho que ver con Rocky, el film que lo posicionó como un verdadero ícono. Pero el recorrido que llevó a Balboa a las grandes salas estuvo minado por el escepticismo de una industria, que desconfiaba del actor, un desconocido que soñaba con lograr en el cine, eso que Rocky obtuvo en el ring. No necesariamente ganar, pero al menos sí trascender.
Un guion de tres días
Con poco más de veinte años, Stallone era un joven que quería hacerse un camino en la actuación. Como muchos que empiezan en este negocio, el muchacho de Hell´s Kitchen combinaba trabajos que le permitían ganar algo de dinero, con decenas de castings para pequeños papeles en distintas producciones. Algunas apariciones breves (como en Bananas), se mezclaban con pequeñas frustraciones absurdas, como la negativa de no considerarlo ni siquiera como extra en El padrino. Sin dinero y sabiendo que era aceptar ese rol “o salir a robar”, como confesó alguna vez, en 1970 protagonizó la película erótica The Party at Kitty and Stud´s (luego relanzada como El semental italiano), de la que si bien no reniega, tampoco está demasiado orgulloso.
Stallone vivía junto a su novia, moza y también aspirante a actriz, en un departamento muy chico. Por esos días, su obsesión era leer Edgar Allan Poe, fantasear historias y mirar mucho cine, algo que su trabajo como acomodador le permitía con relativa facilidad. Y mientras tanto, castings y más castings en busca de abrirse un camino. Hasta que, según cuenta la leyenda, una noche cambió su vida. El actor fue uno de los tantos testigos en la pelea entre Chuck Wepner y Muhammad Ali, en marzo de 1975. Wepner era un boxeador que ya había transitado sus días de gloria y que de golpe estaba ante la oportunidad de luchar contra el púgil más grande de la historia. Y aunque él perdió, logró dar mucha batalla (e incluso tumbar a Alí), en una ceremonia que aún hoy es recordada como una de las veladas más mágicas en la historia del boxeo. Allí, Stallone vio la materia prima para escribir la saga de un humilde boxeador.
El actor no perdió un minuto y se encerró en una maratónica sesión de tres días en la que escribió la saga de eso que hoy se denomina, “un héroe de clase trabajadora”, un hombre humilde que encuentra en el boxeo una herramienta de redención y reivindicación. Rocky se definía a través el boxeo y desde ese lugar se revelaba como un personaje complejo, con un sentido afán de autosuperación que en muchos aspectos, reflejaba la sufrida vida de Stallone. Sin lugar a dudas, la ficción se convertía en el reflejo del artista y el de los púgiles era un mundo fascinante porque, según reconoció el propio Stallone: “Nadie iba a querer ver la lucha de un actor y guionista por triunfar. Ese no era un mundo que podía generar mucho empatía, ni siquiera en mí podría generarla y desde luego que en el público mucho menos”.
Los productores Robert Chartoff e Irwin Winkler no venían de una exitosa seguidilla. Algunos de sus proyectos habían fracasado notablemente como New York, New York, de Martin Scorsese, y ambos buscaban algún proyecto económico, pero con el potencial de convertirse en un éxito de taquilla. Mientras supervisaban algunos castings, conocieron al anónimo Stallone y algo les llamó la atención. Luego de ser rechazarlo para un pequeño papel, él les comentó que tenía un título entre manos. Chartoff y Winkler, inesperadamente, le pidieron ver el libreto y notaron que ahí había potencial. De forma totalmente casual, Rocky se ponía en marcha.
El protagónico de un millón de dólares (menos)
La dupla de productores no podía creer lo que tenía entre manos. La idea de Rocky era perfecta, no solo porque no demandaba una inversión excesiva, sino también porque era uno de esos típicos relatos de caída y auge, que tanto entusiasmaban a los espectadores. El guion tenía todos los condimentos y el personaje de Balboa combinaba simpleza y una cara oculta mucho más compleja, que podía conmover incluso a quienes no estaban interesados en ver “una de boxeo”. Stallone no pudo ocultar su sorpresa cuando le ofrecieron comprar el libreto por 350 mil dólares. El actor estaba casi en la calle, solo tenía cien dólares en el banco y había vendido a su perro porque no podía ni darle de comer. Finalmente había aparecido su oportunidad de oro, pero firme en sus principios, quiso imponer algunas condiciones.
Sylvester aceptó hacer numerosas modificaciones en el guion (escribió nueve versiones más y descartó el primer borrador que terminaba con Rocky renunciando al boxeo) y por ese trabajo aceptó no cobrar absolutamente nada, pero en donde se mostró inflexible, fue en su deseo de protagonizarla. Aunque con algo de dudas, Chartoff y Winkler aceptaron esa cláusula y compraron el guion. Con el libreto en su poder, los productores se asociaron con United Artist, quienes inicialmente propusieron una inversión de dos millones de dólares, con nombres como Robert Redford, James Caan o Burt Reynolds para el protagónico. Cuando surgió la cláusula que ubicaba a Stallone como la estrella, United Artist no la objetó, pero redujo el presupuesto a un millón. No pensaban arriesgar más por un actor al que no conocía nadie. Por su parte, Sylvester con su primero sueldo, compró nuevamente a su perro y lo convirtió en la mascota de Rocky. Comenzaba el tiempo de descuento y, según lo pautado, el largometraje debía filmarse en apenas un mes.
Un rodaje contra reloj
Filmar Rocky y tenerla lista en el tiempo pautado, era un desafío que el novato Sylvester Stallone debía cumplir. El director elegido para llevar adelante la película fue John G. Avildsen, un realizador poco relevante que como la estrella del film encontró en la historia del boxeador una posibilidad enorme. En lo referido a quiénes iban a integrar el elenco, la gran búsqueda fue la de encontrar a una Adrian ideal. El interés romántico del héroe debía personificar esa inocencia que requería el guion y dar con la actriz idónea para ese papel fue un desafío. En la lista de aspirantes estuvo Susan Sarandon, quien fue descartada por ser “muy sensual”, y a ella le siguieron Cher y Bette Midler, pero finalmente el trabajo quedó en manos de Talia Shire. La hermana de Francis Ford Coppola logró una dinámica inmejorable con Stallone y pudo imprimirle a Adrian la complejidad emocional que demandaba su personaje, esa mezcla entre ternura y contención que tanto conmovió al público. Burguess Meredith, el actor que interpretó al entrenador Mickey, trabajó mucho con Stallone sobre el tipo de relación que ambos debían tener en pantalla y hasta improvisaron algunas escenas que ayudaron a lograr el clima de intimidad entre ambos. Por último, la llegada de Carl Weathers fue la pieza que terminó de armar el rompecabezas. Weathers era un jugador de fútbol americano, que poco a poco comenzaba una carrera en films clase B y en series como Kung Fu o Starsky y Hutch. Cuando se conocieron, Carl y Sylvester no congeniaron, la tensión entre ellos era evidente y Weathers no dejaba de criticar a Stallone por su talento actoral. Con el tiempo, la relación comenzó a mejorar y también como sucede entre Rocky y Apollo, esa rivalidad inicial dio paso a una sincera amistad.
Con todo listo, la filmación comenzó el nueve de enero de 1976, con un presupuesto de un millón de dólares, que luego recibió una inyección de cien mil dólares más (que llevó a Chartoff y Winkler a hipotecar sus hogares). Como exigía el calendario, el rodaje se realizó en 28 días exactos, claro que eso no significó que todo fuera calmo sino todo lo contrario. Para ahorrar costos y no pasarse (tanto) del presupuesto, buena parte de la filmación fue realizada de forma casi amateur, sin extras contratados y simplemente prendiendo la cámara sin una puesta muy profesional de luces y sonido. Muchas de las imágenes en las calles eran improvisadas por Avildsen, que se limitaba a seguir a Stallone mientras trotaba, ante la sorprendida mirada de muchos transeúntes. Entre los muchos recursos empleados para ahorrar, decidieron prescindir de vestuario y le pedían a los intérpretes que usaran prendas personales. Toda esa impronta, sin lugar a dudas, le dio al largometraje un espíritu de lucha que coincidía con el del propio Rocky. De esta manera, la mítica escena en las escalinatas del Museo de Arte de Filadelfia, se convirtió en el símbolo de una historia y de un rodaje, hecho a pulmón y sin las comodidades propias de una industria millonaria como es Hollywood.
El éxito de Balboa
Rocky llegó a los cines en 1976 y Stallone, Avildsen, Chartoff y Winkler pronto descubrieron que habían logrado un éxito arrasador. El film no solo obtuvo críticas elogiosas, sino que incluso fue el más taquillero de ese año y con una inversión de un millón cien mil dólares, recaudaron más de doscientos millones. También ganó tres premios Oscar, en las categorías mejor dirección, mejor película y mejor montaje. Las nominaciones fueron numerosas, y aunque no ganó, Stallone fue reconocido en los rubros a mejor actuación y guion.
El éxito del film le abrió a Stallone puertas que jamás pensó que estarían a su disposición. Las numerosas propuestas laborales no tardaron en aparecer, aunque él procuró elegir cuidadosamente sus siguientes proyectos con el fin de no estancarse. Ese recorrido lo llevó en 1982 a protagonizar Rambo, el otro gran papel de su carrera. Por otra parte, hubo dos gigantescas estrellas que quisieron conocer a Sylvester para ver Rocky con él, Charles Chaplin y Elvis. En ambos casos, Stallone no pudo vencer su timidez y no se animó a aceptar esas invitaciones, algo que luego lamentó cuando ambos artistas murieron poco tiempo después.
Con el tiempo, el público quiso ver más material vinculado a Rocky. Por este motivo, en los años (y las décadas) posteriores llegaron siete películas más y una octava cuyo estreno está pautado para 2022. También hay una serie televisiva en marcha, que sirve a modo de precuela del primer largometraje, como así también varios videojuegos, documentales e incluso novelas. En 2011, Stallone ingresó en el Salón de la fama del boxeo por su trabajo “entreteniendo e inspirando alrededor del mundo a los fans de ese deporte” y en 1981 se erigió una estatua de bronce de Rocky, en las escalinatas del Museo de Filadelfia. Al final del camino, Sylvester Stallone pudo lograr ese reconocimiento con el que tanto había soñado y que a través de la figura de Rocky Balboa, le permitió imprimir su leyenda en la historia del cine.
Rocky se encuentra disponible en Netflix.
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