Robocop: el traje del millón de dólares, el calvario de su protagonista y la confrontativa actitud de su director
Este inoxidable policial de ciencia ficción persiste como una de las obras maestras de los ochenta
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La historia es conocida: un policía llamado Alex Murphy (Peter Weller) es brutalmente asesinado, pero una empresa llamada OCP, que controla a la policía de Detroit, logra revivirlo mediante una tecnología que une sus restos con partes robóticas, aunque en el proceso le borra todos sus recuerdos.
Con un guion que no inspiraba demasiada seguridad sobre su destino, el realizador Paul Verhoeven tomó el proyecto Robocop y logró un film contundente, que dejó su huella en pantalla. Pero su estilo confrontativo y las numerosas fricciones que mantuvo con su elenco, hicieron de este rodaje un pequeño campo de batalla.
Con la ayuda de Terminator
La saga de Robocop empieza con un joven aspirante a guionista llamado Edward Neumeier. Su trabajo en Universal lo aburría tremendamente y, como forma de escape, solía fantasear con escribir alguna historia de ciencia ficción que bebiera de los cómics que tanto habían formado su paladar. Iron Man y Rom, ambos títulos de Marvel centrados en hombres enfundados en poderosos trajes, fueron sus influencias más inmediatas para crear una trama sobre un policía robotizado (ambos cómics, dicho sea de paso, son disimuladamente vistos en el film).
Por esa época, Neumeier conoció a un estudiante de cine llamado Michael Miner, que estaba garabateando un concepto similar titulado SuperCop, y entre ambos le dieron forma a un guion llamado Robocop: The Future of the Law. Con la sátira como tono rector, la dupla comenzó a pulir su propuesta mientras recorrían estudios y oficinas de productores con la intención de venderles el libreto. Pero nadie se interesaba por la idea, a los ejecutivos les parecía un concepto demasiado costoso para un producto que tenía destino de clase B. Hasta que todo cambió.
Estrenada en 1984, Terminator de James Cameron se convirtió en un gran éxito que motorizó el interés del público por los robots. Y en las oficinas de Orion Pictures (justamente los responsables de Terminator), reconsideraron entonces el guion de Robocop, y le dieron luz verde. Con un presupuesto moderado destinado al largometraje, el estudio elaboró una lista de potenciales directores; uno de ellos fue Kenneth Johnson, quien rechazó la propuesta por considerarla demasiado “desagradable y ultra violenta”. Alex Cox también fue tentado, pero prefirió apostar por su proyecto, Straight to Hell. David Cronenberg, un nombre en gran ascenso a mediados de los ochenta, también recibió el guion, pero terminó por declinar la oferta. Y así llegó a escena un casi desconocido Paul Verhoeven.
Verhoeven era un recién llegado a Hollywood que contaba con algunos notables títulos en su Holanda natal, entre los que se destacaban Delicias turcas, Spetters y Soldado Orange. Con la intención de continuar una carrera en la meca del cine, logró sorprender con Flesh and Blood, un violento retrato de la Europa del siglo XVI.
Por su forma de plasmar la violencia en pantalla, el suyo era un nombre ideal para Robocop, pero luego de leer el guion, Verhoeven lo descartó al considerarlo mediocre. En ese momento, su esposa Martine lo leyó y consideró que se trataba de una ingeniosa sátira política con una punzante crítica corporativa. Sin dudarlo, ella le insistió a su marido que debía hacerse cargo del título, y finalmente el realizador terminó por aceptar.
Con un capitán a bordo, los productores se sintieron aliviados, pero luego descubrieron que la dura mano de Verhoeven estaría muy lejos de convertir esa filmación en un paraíso.
La mil y una batallas de Verhoeven
Mientras el holandés revisaba el material y comenzaba a idear de qué forma abordarlo, dio inicio el proceso para seleccionar el elenco. Al director le gustaba mucho Arnold Schwarzenegger para el rol central, pero debieron descartar esa opción cuando descubrieron que no querían a un Robocop que se impusiera más desde los músculos, que desde lo robótico. Eso propició la llegada de Peter Weller, quien descartó un protagónico en King Kong 2 para convertirse en el policía del título.
Actor consagrado al Método, Weller comenzó a tomar clases de mimo con el fin de trabajar sus movimientos físicos, de cara a componer un personaje que debía expresar más a través de su cuerpo que de sus palabras. Con respecto a Anne Lewis, la compañera del protagonista, la primera opción era Stephanie Zimbalist, pero a último momento ella renunció por su compromiso con la serie Remington Steele. De ese modo, Nancy Allen se quedó con el papel, cortándose el pelo como primera medida, con el fin de alejarse de la habitual sensualidad que desprendían sus papeles en otros largometrajes. Kurtwood Smith como Boddicker, Miguel Ferrer como Bob Morton y Dick Jones como el ambicioso vicepresidente de OCP, completaban el elenco del film.
Con todo listo, el 6 de agosto de 1986 empezó un rodaje, en el que todos descubrieron que el clima era de mucha tensión. Verhoeven tenía un temperamento feroz, no era alguien muy dispuesto al diálogo, su forma de dirigirse al elenco era poco diplomática y, sin demasiadas vueltas, rechazaba de mala manera las ideas que le acercaban sus colaboradores. Por todo eso es que los actores y actrices preferían intercambiar ideas con el responsable de la segunda unidad de dirección, Monte Hellman, una leyenda viva del cine.
Debido a su irascible personalidad es que Verhoeven no tardó demasiado en ponerse en contra a buena parte de sus estrellas y colaboradores, especialmente a Peter Weller. Actor y director discutían constantemente y parecían no estar de acuerdo en nada. Para colmo, Weller estaba tan metido en personaje que pedía que solo se dirigieran a él llamándolo Murphy o Robo, algo que a Verhoeven le resultaba absurdo. A las pocas semanas de rodaje, y luego de un ida y vuelta que casi termina en golpes de puño, desde Orion consideraron que era mejor empezar de cero, y convocaron a Lance Henriksen para interpretar a Robocop.
En ese paréntesis, la producción continúo el rodaje, con el coordinador de escenas de acción, Gary Combs, dentro del traje robótico. Eventualmente, Verhoeven y Weller hicieron las paces. El realizador confesó que en Holanda dirigía las películas con mano muy dura, pero comprendió que ese no era el camino en Hollywood. Y fue así que, poco a poco, el rodaje vivió un clima de mayor paz, y el proyecto siguió adelante sin más sobresaltos.
La robo armadura
Como el director tanto temía, la confección de la armadura fue la prueba más dura. El encargado del diseño fue Rob Bottin, que llevó a cabo decenas de diseños. Como referencia para lo que buscaba, Bottin estudió los movimientos de C3PO, uno de los principales androides de Star Wars. Finalmente, el equipo desarrolló la idea visual final, y fabricó siete armaduras, que tuvieron un costo de casi un millón de dólares de los 13 que el film tenía presupuestado.
Al momento de ponerle el traje a Weller por primera vez, el equipo tardó casi once horas, un tiempo que los llevó a pulir cuestiones de diseño para hacerlo más fácil de calzar. El actor odiaba profundamente esa armadura en la que se podía mover mucho menos de lo esperado y que lo hacía transpirar tanto que perdía un kilo y medio por jornada (eventualmente, debieron instalarse a la armadura, unos dispositivos de ventilación). En una nota, Weller recordó sobre ese traje: “Fue lo más difícil que hice en mi vida, y creo que quizá sea lo más difícil que haya hecho jamás alguien”.
El exitoso brazo de la ley
Aunque Orion tenía mucha fe puesta en Robocop, su éxito superó por mucho las expectativas. El holandés puso el acento en una violencia desmedida (que buscaba así subrayar el absurdo del asunto), sin perder de vista esa afilada mirada sobre el peligro de una justicia privatizada, y hasta se animaba a reflexionar sobre conceptos tan complejos como la condición etérea del alma y en dónde reside. Y a esos ingredientes, Verhoeven los envolvió con una arrolladora puesta en escena repleta de acción.
A los productores les preocupaba la excesiva violencia del título, y aún más, les asustaba ponerse en contra a la policía, debido a esa representación tan brutal de la fuerza. Pero cuando Robocop debutó, en julio de 1987, el público recibió extasiado este visceral retrato de un futuro cercano, y los espectadores se agolpaban en las salas para rever y rever el film; Verhoeven, de hecho, supo que muchos policías disfrutaron con su historia, especialmente con la escena en la que el protagonista le lee los derechos a Boddicker mientras lo revolea contra varias paredes de vidrio.
A pesar de las dificultades, y de la mala relación que tuvo con sus actores, Verhoeven pudo concretar su primer gran éxito en Hollywood, un camino que lo llevó a realizar otras grandes películas como Bajos instintos, El vengador del futuro o Invasión.
Sin intención de perder el tiempo, Orion puso en marcha una secuela de Robocop, pero Verhoeven no fue parte del proyecto. Con el tiempo, llegó también una tercera parte, algunas series de dibujos animados, como así también cómics, novelas, videojuegos, juguetes y hasta una remake en 2014.
A excepción de la secuela, dirigida por Irvin Kershner, el resto de estas continuaciones y adaptaciones no fueron de la mejor calidad. Ninguna de ellas logró el impacto de la pieza original, y el discurso de Verhoeven pronto se licuó en manos de otros autores que, de forma equivocada, pensaron que Robocop había triunfado solo por su violencia. Pero reencontrarse en este 2022 con la primera película pone en perspectiva el valor de un director que, con más ímpetu que corrección política, se animó a mostrar las cenizas de una sociedad en llamas, de la mano de un protagonista que en la pérdida de su humanidad, se encuentra a sí mismo.
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