Roberto Goyeneche: la leyenda, el hombre sencillo, el rockero, el hereje y todas sus facetas reflejadas en un documental
Se estrena este jueves en salas una película en la que la propia voz del Polaco, rescatada de una larga entrevista de fines de los años 80, estructura el relato.
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El Polaco Roberto Goyeneche, genio y figura. Pocos artistas simbolizan tan bien el espíritu porteño como él, y el documental que se estrena este jueves en los cines Gaumont y Cosmos le rinde un merecido homenaje, adelantándose al aniversario del año que viene: el 27 de agosto de 2024 se cumplirán treinta años de su muerte, y seguro que habrá múltiples recordatorios de su obra, de su singular personalidad, marcada por la calidez y la picardía, de todo lo que significó y significa para la historia del tango.
Dirigido por Marcelo Goyeneche, nieto de un primo hermano del cantor, Roberto “Polaco” Goyeneche. Las formas de la noche es un documental estructurado en base a la palabra del protagonista. El propio Polaco cuenta su vida y su carrera siguiendo un orden cronológico que al director le encaja perfecto para contar en paralelo un tramo convulsionado de la historia argentina -de los años 50 a los 90- que el músico también vivió con una intensidad que dejó una huella en el corazón de mucha gente. “La historia cultural está siempre ligada a la historia política y social. Y la del tango, ni hablar -dice el realizador-. La película cuenta lo que le pasó al Polaco y lo que pasó en el país en todos esos años”.
Uno de los testimonios más importantes en ese sentido es el de Gustavo Varela, autor de varios libros dedicados al género musical que identifica a la Argentina en todo el mundo, entre ellos el muy recomendable Tango y política. Sexo, moral burguesa y revolución en Argentina, editado por Planeta en 2016. “Es como mi álter ego en la película”, señala Marcelo Goyeneche para remarcar lo determinante que fue para él enmarcar la historia en un contexto: toda la época posterior al violento golpe de Estado que derrocó a Perón, que aún con la inestabilidad política provocada por su exilio forzado y los brotes de autoritarismo que la caracterizaron tuvo una vida cultural muy rica, lo que Varela define como “una maravilla, un milagro”. Los años de Mercedes Simone, Aníbal Troilo, Mario Soffici, Francisco Fiorentino, Pepe Arias, Tita Merello, Manuel Romero, Niní Marshall, Osvaldo Pugliese, Hugo del Carril, Ástor Piazzolla, los hermanos Discépolo y los Homeros (Manzi y Expósito), entre otros grandes nombres.
La voz del Polaco fue rescatada de una entrevista que el poeta y escritor bahiense Jorge Bocannera le hizo a fines de los años 80 para la revista Crisis. Marcelo Goyeneche pidió en redes sociales materiales sobre el tanguero que pudieran ser útiles para el documental y así llegó a esta grabación, que terminó siendo clave para su documental. También hay algunos materiales de archivo más conocidos y otros inéditos que acercó la propia familia del artista. Tanto Luisa Mirenda -su esposa, fallecida en 2020- como sus hijos, Roberto y Jorge, aparecen en la película recordando con cariño al Polaco. Son los encargados de revelar la intimidad de un hombre que -todos los que lo conocieron bien coinciden- siempre vivió con sencillez, tuvo un respeto innegociable por la amistad y defendió tesoneramente al tango sin necesidad de sumarse al discurso de los conservadores que vivieron cualquier innovación como una amenaza.
Roberto Goyeneche creció con Troilo y trabajó también con Piazzolla. Se conectó con el rock argentino, hizo un papel memorable en la película Sur (1988) de Pino Solanas y animó veladas memorables en el Café Homero del barrio de Palermo, atiborrado de gente joven que estableció de ese modo un contacto con el tango. “Si no te gusta Piazzolla, embromate”, decía cuando le preguntaban por la polémica que durante años agitaron los que acusaban al genial músico marplatense de haber “asesinado al tango”. Esa definición desafiante pero certera aparece en el documental, igual que un emotivo encuentro de 1985 con el bailarín Jorge Donn en el programa televisivo Cordialmente que conducía Juan Carlos Mareco: vestido con una campera deportiva, el Polaco canta a capella “Naranjo en flor” y el ambiente se llena de magia. Donn lo escucha embelesado, mientras fuma un cigarrillo en el estudio (eran otros tiempos, claro) y al final pide un poco aparatosamente que no haya aplausos, sino un silencio respetuoso.
“Me acuerdo bien de muchos domingos en la casa de mis abuelos paternos, en Villa Lugano, cuando había reunión familiar y el Polaco cantaba -apunta Marcelo Goyeneche-. Yo era un pibe y esperaba ese momento para rajar (risas). Era el momento de los adultos, nosotros nos íbamos a jugar. Y el Polaco nos decía ‘pibes, ahora no les gusta el tango, pero ya van a ver cuando crezcan cómo les va a llegar’. Y tenía razón, me llegó, claro que me llegó, cuando lamentablemente él ya no estaba”.
Director de El día que bombardearon Buenos Aires (sobre los trágicos hechos del 16 de junio en la zona de Plaza de Mayo durante la rebelión militar que destituyó a Perón), Las enfermeras de Evita y la más reciente El largo viaje de Alejandro Bordón, Goyeneche cuenta que tomó la decisión definitiva de hacer este documental -al que tenía en mente hace mucho tiempo- el día que se cumplieron los 25 años de la muerte del Polaco. “Estaba en la casa de la calle Melián donde vivía él, charlando con Luisa, su mujer, y dijimos ‘hagamos la película, no esperemos más’ -explica el director-. Arranqué investigando, como hice con cada uno de mis trabajos, y con la tranquilidad de saber que podía contar con material de archivo de la familia, que obviamente fue muy valioso. Hay mucho archivo inédito de audio y de imagen. Y la cinta de la entrevista de Bocannera fue fundamental, porque me gustaba mucho la idea de un Polaco que hablara de todo. Y ahí habló de todo: del tango y del rol de la mujer en ese entorno, de la noche, del amor, de la gente joven, de la música que le gustaba, de Platense…”.
Las mil caras de Goyeneche
Hay un solo Polaco Goyeneche, pero con muchas facetas diferentes, eso queda claro viendo la película. El cantor joven y excelso de la época de oro del tango que llamó la atención de Horacio Salgán, el que peleó para que sobreviva un género que parecía condenado a la extinción (con Pichuco como aliado) cuando asomaron el rock, el Club del Clan, los happenings y la expansión del psicoanálisis, el que terminada esa sociedad exitosa con Troilo estaba dispuesto a volver a manejar un colectivo si persistía la malaria con el trabajo, el que grabó “Balada para un loco” cuando era el equivalente a una herejía y la terminó convirtiendo en un clásico, el que logró reinventarse con ese estilo que terminó siendo el que más se asentó en la memoria popular, el de la gesticulación exagerada, las patadas al suelo y el fraseo, el que entraba en una especie de trance cuando cantaba.
La interpretación del Polaco de los últimos años estuvo impregnada de una melancolía que combinaba muy bien con el repertorio que elegía. Y esa elección, además, cobró un valor simbólico innegable porque mantuvo vigente una obra que fue base de la era dorada del tango y aledaños (”Siga el corso”, “Afiches”, “La última curda”, “Berretín”). Cuando Goyeneche subió al escenario con un impecable traje blanco para cerrar el festival Mi Buenos Aires Querido II, que convocó a más de 40 mil personas a la 9 de Julio, en noviembre de 1991, antes quien él habían cantado tangos JAF, Celeste Carballo, Horacio Fontova, Fabiana Cantilo, Roque Narvaja, María Rosa Yorio, Moris, Litto Nebbia, Silvina Garré, Alejandro Lerner, Patricia Sosa y Juan Carlos Baglietto. Fue una oportunidad única para que las nuevas generaciones se acercaran al género y tuvo la consecuencia inmediata de un reverdecer tanguero que empezó a gestarse a mediados de los 90 con la aparición de nuevas orquestas y la proliferación de milongas. Unos años antes, en 1989, Goyeneche había estado a cargo de ese mismo trabajo de preservación cultural en un país lejano, pero notoriamente deslumbrado por el tango, Japón: allí dio su último concierto fuera de la Argentina.
“La primera imagen que viene a la mente cuando pienso en el Polaco, más allá de aquellos encuentros de la vida familiar, es la de los años 90 -advierte Marcelo Goyeneche-. Ahí empiezo a escuchar unos tangos que grabó con Atilio Stampone que son increíbles, por la exquisitez de los arreglos y por la voz extraordinaria de él. Y ahí también se empieza a consolidar el personaje: el tipo sencillo de barrio al que le gustaba tomarse una Hesperidina en un bar, el que podías encontrar cualquier tarde fumando un cigarrillo o dándole de comer a los jilgueros en la puerta de su casita en Saavedra, el que dejaba todo en cada show, el que escuchaba música clásica, folklore, los Beatles y los Stones, el que tendía puentes todo el tiempo con otras generaciones. El Polaco no fue un tanguero ortodoxo. Fue un artista muy abierto y un tipo muy generoso”.
En el documental de Marcelo Goyeneche, todas esas facetas están de alguna manera reflejadas. El Polaco mítico que tuvo como socios a muchos ilustres del tango -Salgán, Troilo, Piazzola, Stampone, Raúl Kaplún, Armando Pontier, Ernesto Baffa, Osvaldo Berlingieri y Raúl Garello, José Colángelo-, el que marcó una época, pasó momentos bravos, resistió y renació como artista y referente, el que contagió siempre, el que dejó el alma en el escenario cada vez que lo pisó, incluso cuando, como dice en la película, le costaba y mucho (“lo único que no me duele es la ropa”, sintetizó él con una de sus entrañables ocurrencias). Es una mirada amorosa y exhaustiva de un personaje extraordinario que tiene su estatus de leyenda bien merecido.