Robert Pattinson: por qué el actor más buscado en Hollywood prefiere el cine de arte
Las primeras imágenes de High Life ensayan una consciente evocación de uno de los clásicos de la ciencia ficción de todos los tiempos, la Solaris de Andrei Tarkovski. No están los colores brillantes de La máquina del tiempo imaginada por H.G. Wells, ni los monstruos de las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, sino los verdosos jardines en los que el psicólogo Kiri se despedía de la Tierra, de la dacha paterna que había sido su hogar, para habitar los fríos pasillos de una estación espacial alojada en los límites de ese planeta creado por el polaco Stanislaw Lem. Muchos años después, la directora francesa Claire Denis convierte ese velado homenaje en una de las más imponentes exploraciones de la dimensión existencialista de la ciencia ficción en el estudio de un futuro alarmante, en una imagen siniestra del anunciado Purgatorio, en una de oda al corazón de su personaje y al cuerpo de su actor, Robert Pattinson.
En ese universo de soledad e interrogantes sin respuestas que es High Life, filmado con un oscuro sentido elegíaco, el joven Monte (Robert Pattinson) repara los desperfectos de la nave que lo cobija mientras escucha a la distancia los intermitentes sonidos de un bebé. Las muecas infantiles, que se transforman en un tibio llanto cuando la voz de Monte se torna algo distante, instalan el ambiguo clima de esa lenta odisea que se despliega por un espacio infinito y deudor de un pasado atormentado. La primera película en inglés de Claire Denis es más que una aventura espacial: es la exploración de una angustiada convivencia entre seres desplazados de ese mundo del futuro, convertidos en escoria reciclada, confinados a una extraña supervivencia. Dotar a su héroe de esa extraña melancolía es toda una conquista, como el haber explotado el notable crecimiento actoral de Pattinson de los últimos años, convertido en el amuleto de grandes directores, como inesperada confirmación de esa fotogenia que cimentó los días de Crepúsculo.
Parece no quedar demasiado en este dorado presente del actor de aquel pálido semblante de Edward Cullen, el vampiro posmoderno de la saga adolescente escrita por Stephenie Meyer. Pero por más extraño que parezca, hay algo de esa frágil apariencia de supervivencia ancestral, de trágicos amores y sacrificios obligados, que Pattinson todavía hoy se apropia con oficio para nutrir a sus nuevos héroes, los escalones obligados de su sorpresiva evolución como actor. En High Life, su rostro brinda a esa incierta distopía sobre un mundo cruel y deshumanizado, confinado a la perpetua errancia en una nave que experimenta con la vida y la fertilidad, una asombrosa calidez, afirmada en la materialidad de su cuerpo prisionero, en el dolor concentrado en su mirada, en la ternura asociada al despertar de la esperanza.
El destino de Robert Pattinson luego de la saga Crepúsculo era todo un enigma. Sus encendidas fanáticas, su sonado romance mediático con Kristen Stewart, las despiadadas críticas a su rígida interpretación del galán inmortal, más cercana al exhibicionismo de la pasarela que a la mística de la tradición gótica, no auspiciaban un futuro más allá de la explotación de esa imagen de juvenil enamorado. Pero sus decisiones sorprendieron a devotos y detractores. Primero la decidida persecución del director David Cronenberg para que le diera un lugar en el cine de autor; luego la entrada en el agobiante apocalipsis de la injustamente olvidada El cazador; después las aventuras en el confín del Amazonas boliviano en Z: La ciudad perdida de James Gray y, por último, la demostración de que podía incursionar en un registro sucio y realista con Good Time: Vivir al límite, de los hermanos Safdie. Su prolijo semblante se fue agrietando desde adentro hacia afuera, desde las austeras monstruosidades que Cronenberg puso de manifiesto, hasta el trágico derrotero de sus personajes sin rumbo ni destino, caminantes de un presente de ruinas y desamparo.
"Pattinson es el primero en admitir ese aire despreocupado con el que asume cada uno de los riesgos de su carrera. Y es justamente esa actitud la que lo ha ayudado a convertirse en uno de los actores más interesantes del cine contemporáneo", asegura David Ehrlich en una entrevista realizada al actor para Indiewire. Su afirmación se sostiene no solo en el anuncio de que será Pattinson quien vista en breve el traje de Batman, en un intento de reflotar la saga luego del fiasco de Ben Affleck, sino también en los rumores que lo ponen al frente del secretísimo proyecto de Christopher Nolan para 2020. "Creo que comencé a descubrir el camino luego de Cosmópolis", sintetiza el actor respecto de ese cambio radical en la forma de acercarse a sus personajes, menos guiado por las inseguridades de su estatuto de estrella que por la intuición de su ambición profesional. Pasar de esa inevitable asociación con la fama de Crepúsculo a estar ligado a una lista de talentosos realizadores como Cronenberg, Werner Herzog (con quien filmó La reina del desierto), James Gray o Claire Denis llevó no solo años de madurez sino un salto en la confianza en sí mismo.
"Quería trabajar con Claire porque en sus películas se puede ver cómo los actores son conscientes del uso de sus cuerpos y cómo ello los lleva a pensarse de manera diferente (…) A partir del trabajo con ella descubrí que podía tener control sobre mi cuerpo, e incluso que podía deformarlo de diversas maneras". La precisión corporal que define a Monte es uno de los grandes aportes de High Life, una película sutil e introspectiva, que transgrede las formas convencionales de tratar la corporalidad en un escenario tan despersonalizado y ascético como el recurrente en los tópicos de la ciencia ficción. Allí es donde el actor puede teñir el agudo e irónico universo de Denis con pinceladas de su propia invención, con rasgos modelados en ese semblante de pómulos pronunciados y mirada nostálgica que definió a sus diversas criaturas. Tal como Cronenberg se apropió de esa condición de estrella posmoderna en su estudio del colapso financiero que fue Cosmópolis, Denis –con la que volverá a trabajar el año próximo– enriquece la galería de sus audaces invenciones con lo que el personaje puede vampirizar de quien lo interpreta.
Los riesgos se acumulan en el futuro inmediato de Robert Pattinson. No solo el desafío que supone interpretar al Caballero de la Noche de esta nueva era, sino también conquistar a un público masivo pero diferente del que había seducido en los años de su fama adolescente. Ser Batman no es solo ser parte de una de las franquicias más queridas y celebradas del cine de superhéroes, sino honrar la estirpe de un personaje cuyos cultores son sin duda los más exigentes. Pero junto a ese legendario personaje también lo aguardan otros, como el protagonista de la nueva película de terror de Robert Eggers, el director de la celebrada La bruja, ambientada en la sombría Nueva Inglaterra de fines del siglo XIX, o el aguerrido enemigo del shakesperiano Enrique V en la nueva producción de Netflix, The King, presentada hace unos días en el Festival de Venecia.
Así como pasó casi tres años rogando a Claire Denis para trabajar con ella, como decidió sumarse a proyectos interesantes pese a no ser la figura estelar como en Z: La ciudad perdida, hoy sigue confiado en sus decisiones: "Yo nunca quise ser actor para luego convertirme en político o en activista. Me convertí en actor para hacer las películas que me interesan, y eso es lo único que me importa. Si mi carrera tiene que ser en el llamado ‘cine de arte’, si ese es mi camino, bienvenido sea".
Kristen Stewart
El rumbo de la carrera de Kristen Stewart no fue muy diferente del de su partenaire y expareja. Desde su salida de la saga Crepúsculo, Stewart combinó las incursiones en el cine europeo de prestigio con el trabajo en proyectos de mayor presupuesto y envergadura. Uno de los hitos de su joven trayectoria fue la doble colaboración con Olivier Assayas, tanto en la bergmaniana El otro lado del éxito, junto a Juliette Binoche –por la que ganó el premio César como actriz de reparto-, como en Personal Shopper, la fascinante historia de fantasmas que le valió críticas laudatorias en todo el mundo.
Como Pattinson, Stewart rompió el molde de la heroína trágica que construyó la saga adolescente, para explorar un perfil más audaz y desafiante. Si bien se reservó un lugar en el mainstream con películas como Blancanieves y la leyenda del cazador o el reciente reboot de Los ángeles de Charlie –cuyo estreno en cines llega a fin de año–, también incursionó en el indie con Ciertas mujeres, de Kelly Reichardt; trabajó con Woody Allen en Café Society y hoy es la estrella de Seberg, película inspirada en la trágica historia de Jean Seberg, que se presentó en el Festival de Venecia con celebrado entusiasmo por su actuación.
Su estilo despojado de cualquier histrionismo, el magnetismo de su presencia en cámara y la notable madurez que ha adquirido su trabajo interpretativo confirman el prometedor presente que le espera. Salir del corsé de un éxito popular de las dimensiones y expectativas que generó Crepúsculo no era tarea fácil, y ambos protagonistas demostraron que tienen las ambiciones y el coraje para afrontarla.
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