Robert Downey Jr.: el pedido de Christopher Nolan que “desafió” toda su carrera y su “menguante credibilidad” y la valentía para “enterrar” a Iron Man
El actor fue uno de los grandes protagonistas de la 96ta. entrega de los Premios Oscar; por más que haya llegado a la ceremonia como amplio favorito en su categoría, con la victoria no solo se sacó un peso de encima sino que recibió el cariño de todos sus colegas
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Robert Downey Jr. fue Iron Man. Fue Chaplin. Fue el Salieri de Oppenheimer. Fuer Sherlock Holmes. Fue un periodista obsesionado con los asesinatos del Zodíaco. Fue un actor disfrazado de otro actor interpretando a otro actor. Pero más allá de los personajes que interpretó en la pantalla grande, su vida fue de película: con todos los arcos dramáticos de caída y redención que tanto le gustan a Hollywood, esas historias de artistas apasionados con talento desbordante. Rebeldes con o sin causa que parecen naufragar batidos por las olas de la vida, pero nunca se hunden. El Oscar que recibió este domingo, con 58 años, es el justo reconocimiento para una estrella que nunca se apagó.
Su padre era un aficionado del cine. Cuando su hijo cumplió 5 años le dio su primer papel frente a cámaras. Pound, estrenada en 1970, era una película independiente que a través del humor expresaba la energía contracultural de la década anterior. Todavía no lo sabía, pero las cámaras seguirían toda la vida de ese joven. “Siempre me sentí alguien ajeno a esta industria. Supongo que es porque estoy loco”, admitió alguna vez en una entrevista. “No suelo sentir que pertenezco al lugar donde estoy”.
No es falsa modestia: en muchas entrevistas, Robert Downey Jr. dejó en claro que es una persona con inseguridades. Cuando tuvo que interpretar al padre de la comedia, Charles Chaplin, se sintió deprimido. Fue su primera nominación al Oscar como actor. “Fue la culminación de una oportunidad y también la mayor humillación que haya vivido. Fue como ganar la lotería y después ir a prisión. Me deprimía terminar de ver una película de Chaplin y darme cuenta que nada de lo que yo había hecho antes iba a servirme para interpretarlo. Lo que él hacía en un cortometraje de 20 minutos era más gracioso y expresivo que todo lo que yo había hecho en mi vida”.
Tal vez algo de esa humillación frente a un ídolo haya sido canalizada para interpretar a Lewis Strauss: el hombre que quiere hacer carrera en ese nido de víboras que es la política. Oppenheimer lo define de una manera más despectiva: “un pobre vendedor de zapatos” que se hizo a sí mismo. Para Strauss el mundo es claroscuro, el poder permanece en las sombras. Contrasta con la chispa iridiscente del creador de la bomba atómica, del genio que robó el fuego de los dioses. Strauss es serio, trata de ocultar sus emociones, cuida sus palabras. Lo atormenta pensar que pueden haber hablado mal de él.
¿De quién podía sentir envidia un hombre que había sido elegido como una de las personalidades más influyentes del mundo, que era uno de los actores mejores pagos de Hollywood y había sido la principal cara de Los Vengadores, el éxito mundial que agotó las salas de cine durante la última década? Christopher Nolan le recomendó que vea Amadeus, el clásico de Milos Forman, y le dijo que esta vez iba a tener que ser Salieri. “Eso me llegó al corazón. Nolan estaba desafiando toda mi carrera y mi trayectoria. Me pedía que encontrara nuevos recursos”.
Entre 2012 y 2015 fue el actor mejor pago de Hollywood. Como Tony Stark, el hombre de hierro, era un galán muy seguro de sí mismo, fanfarrón, mujeriego, divertido. Despachaba a sus enemigos con frases ingeniosas, como si fuera un James Bond criado en el cine de superhéroes. Autos de lujo, tecnología de punta, millones a su disposición. Tony Stark había hecho su fortuna vendiendo armas en Medio Oriente hasta que, literalmente, le explotó una en la cara. Iron Man fue el éxito inesperado que permitió crear un universo que iba a cambiar la historia del cine. En el centro: su rostro y corazón inoxidables.
Antes de Iron Man, nadie en la industria quería trabajar con él. Era un enfant terrible. Adicto a la heroína y la cocaína, había tenido una participación memorable en la serie Ally McBeal, hasta que lo despidieron por sus adicciones. Entró a un programa de rehabilitación que duró tres años. Cuando terminó, en 2003, era visto como un paria. Mel Gibson pagó el seguro de su amigo cuando el estudio rehusó contratarlo en 2005 para protagonizar El detective cantante. También tuvo un rol secundario en Buenas noches y buena suerte, el gran drama sobre el periodista que se enfrentó al senador McCarthy.
En 2007, David Fincher lo alejó un poco más de la comedia en la que se movía tan bien. Había algo de su propia vida en la de Paul Avery, el periodista que interpretó en Zodíaco: el descenso de un hombre obsesionado con la identidad del asesino serial que aterroriza la ciudad de San Francisco. Pero nada podía compararse con el año que lo esperaba: entre Iron Man y Una locura de película, volvía al centro de la escena.
Con Una locura... volvió a ser nominado al Oscar, esta vez como actor de reparto. La película es una parodia brillante que desnuda la hipocresía de Hollywood. Con Kirk Lazarus interpretó a un galardonado actor que tenía que filmar una película de guerra. El personaje con nombre bíblico era un actor del método: en la ficción dentro de la ficción, como si fuera una mamushka, tenía que interpretar a Kirk Lazarus, un hombre blanco interpretando a un soldado negro. Hoy parece imposible pensar una sátira donde aparezca un actor con la cara pintada de negro. Pero el film fue una sátira mordaz que cuestionaba en primer lugar la idea de representación (y la falsa corrección política) que habita en Hollywood hasta el día de hoy.
Pero Tropic Thunder (tal el título original) quedó opacada por el éxito de Iron Man. Aunque el actor intentó probar suerte en otras comedias y dramas, no obtuvo un buen resultado. El solista, Todo un parto, Chef, Sherlock Holmes, El juez: algunas tuvieron más repercusión que otras, pero una y otra vez volvía a ponerse el traje de Tony Stark. Cuando terminó con Marvel, hizo Dolittle y se encontró con uno de los peores fracasos comerciales de su carrera. ¿Volvería al anonimato después de 12 años de llenar los cines? ¿El público lo amaba a él o a Iron Man?
“Soy un puto actor, tengo mi propio pasado interesante. Pasé años hablando con pelotitas de tenis rodeado de una pantalla verde; para mí fue un gran placer hacer una película como Oppenheimer”, dijo el actor para distanciarse de su pasado en Marvel. Muchos fanáticos se ofendieron con sus palabras. Lo llamaron desagradecido con la franquicia que lo convirtió en millonario. ¿Él le debe todo a Marvel o Marvel le debe todo a él?
“Pasé 12 años de mi vida interpretando a un tipo llamado Tony para Marvel. Chris Nolan me sugirió hacer un último esfuerzo para recuperar mi menguante credibilidad”. ¿Por qué ante cada nuevo premio que recibía por Oppenheimer decidía atacar al personaje con el que todo el mundo lo asocia? Quizás por eso mismo: porque confunden a la persona con el personaje. Su caso no es el primero ni el último: Sean Connery y Daniel Craig renegaron de James Bond. Peter Sellers odió al Inspector Clouseau. Alec Guinness no quería saber nada con Obi-Wan.
Su fragilidad fue evidente aún cuando estaba surfeando en la cresta de la ola de los millones que recaudaba Los vengadores. En Birdman, una película sobre la inseguridad de un actor que buscar ¿fama, amor, admiración? en los espectadores, hacen un chiste sobre la cantidad de actores que cayeron en las películas de superhéroes y lo mencionan a él. El chiste no le gustó. El director mexicano Alejandro González Iñárritu fue uno de los primeros que se atrevió a hablar en contra del género de los superhéroes cuando esas películas recaudaban miles de millones de dólares. “Es un genocidio cultural”, dijo. Los Oscar premiaron a Birdman, pero el actor que interpretaba a Iron Man no se quedó callado. Admitió que no le gustó la mención que allí hacían sobre él y expresó un comentario xenófobo contra Iñárritu: “Para alguien cuya lengua nativa es el español, poder armar una frase como «genocidio cultural» demuestra lo brillante que es”.
Aún con todos los Oscar y críticas positivas que había ganado Birdman, la película no recaudó ni si quiera un cuarto de lo que hacía cualquier film con Iron Man en pantalla. Pero al actor le molestaba la mención que hacían en la película. Como si los millones no fueran suficientes. Como si los fanáticos no bastaran. Como si el propio actor viera en el protagonista de Birdman su propia vida.
Nunca intentó disimular que los premios son más que una caricia para el ego frágil de los actores. “Algún día voy a ganar el Oscar porque se van a quedar sin gente para dárselo. Seguro lo gane en un año en el que otra persona lo merezca. ¿Por qué? Porque es mi turno de ganar, maldita sea. Así funciona esta mierda. Cuando lo gane voy a estar en la cima. Bienvenidos a Hollywood, perras”.
Para muchos, Oppenheimer marcó su regreso como un gran actor. La realidad es que siempre lo fue. Si Iron Man funciona es porque estuvo él dándole vida a esa historia. No es fácil conseguir el rango para convencer en drama y comedia. Para divertir, para conquistar al público con un carisma arrollador y luego ponerse en los zapatos de alguien que siempre se sintió menos. Solo un hombre puede ser Tony Stark y Lewis Strauss. Y él es Robert Downey Jr.
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