Ricardo Darín, la única estrella latinoamericana de cine
A pocas semanas de que reciba el premio Donostia en la próxima edición del festival de San Sebastián, podemos decir que Ricardo Darín es la única estrella latinoamericana de cine. La anterior es una afirmación tal vez provocadora, que puede y debe ponerse a prueba, y quizás hasta ser desmentida prontamente. Pero veamos qué tan verdadera o resistente es, o cuánto explica: ¿Darín es conocido masivamente en toda América latina? Con diferencias de alcance pero a respuesta es que sí, es muy conocido. También lo es en Europa, empezando por España.
Desde Nueve reinas ha acumulado muchos éxitos millonarios y tres películas nominadas al Oscar: El hijo de la novia, El secreto de sus ojos (ganó el premio de la Academia) y Relatos salvajes. Ésas y otros films que protagonizó se vendieron a muchos mercados internacionales y –sobre todo en el caso de las películas de Damián Szifron y Juan José Campanella– obtuvieron mucho éxito. Darín estrenó películas que lo tuvieron como protagonista en los festivales de Cannes y San Sebastián, entre otros; también premios, conferencias de prensa, alfombras rojas y fotos siempre con fotogenia, claro. Y sobre todo, después de Nueve reinas, Darín mantuvo una consistencia en el trabajo en la gran pantalla que lo ha convertido en eso que no es nada sencillo de encontrar y menos en el cine latinoamericano: una presencia que irradia magnetismo, cualidad de estrella, y aura de cine, como pueden serlo Tom Cruise o Tom Hanks, por ejemplo.
Un actor reconocible, una presencia inconfundible: “es Darín” y a la vez es una máscara que se adapta a diversos papeles, con una capacidad notoria para “ser el personaje”. Y ni Darín ni el personaje se aplastan entre sí, no se imponen el uno sobre el otro en detrimento del relato. Darín, si bien ha trabajó y con éxito en teatro y en televisión, hoy en día su actividad principal y su estirpe es la del actor de cine: una estrella cinematográfica. Hoy en día no es alguien “de la tele” que hace cine, en todo caso es un actor de cine que puede llegar a aparecer en televisión o actuar en teatro.
¿No hay otras estrellas en el continente? Claro que las hay, pero ninguna parece reunir las características de Darín. Están los mexicanos Gael García Bernal y Diego Luna , pero su carrera se ha sostenido en buena medida en producciones más globales, desde Neruda al cine de Michel Gondry pasando por Star Wars y un western de y con Kevin Costner. El resto de los grandes actores latinoamericanos son menos conocidos en promedio cuando se trasponen las fronteras de sus propios países, o más allá de ciertas capas más enteradas y entrenadas de público: puede citarse a Damián Alcázar, Paulina García, Guillermo Francella, Oscar Martínez , Natalia Oreiro , Carlos Alcántara, Salvador del Solar, Stefan Kramer, Sergio Hernández y un largo etcétera de notables y notorios. Nadie cumple como Darín lo de ser conocido y taquillero en todos los países en cuestión y a la vez con su trayectoria de años como actor de cine y –por ahora– en español. Quizás sea más lógico decir que Darín es la mayor estrella de cine latinoamericana, pero afirmar que es la única es un truco necesario para llamar la atención: necesitamos más estrellas de y en la región para fortalecer el cine, para que circulen más y mejor las películas de los países cercanos, idiomática y territorialmente hablando.
En el siglo XX hubo anuncios, indicios de que Darín se convertiría en el actor indudable que es hoy: un poco en Perdido por perdido, de Alberto Lecchi (1993) y en El faro (Eduardo Mignogna, 1998), pero especialmente en El mismo amor, la misma lluvia (1999), de Juan José Campanella. Y poco después, con Nueve reinas –ópera prima del impar Fabián Bielinsky– Darín se graduaría definitivamente como actor de cine, respetado más allá de aquellos que ya le reconocíamos méritos en La discoteca del amor, de Adolfo Aristarain (1980). En ocasión del estreno de Nueve reinas, Gustavo Noriega le dedicó un texto al actor en la revista El Amante. Empezaba así: “Ex galancito, estrella de la TV, ex pareja de Susana Giménez, simpático profesional. Los antecedentes de Ricardo Darín parecen ser una acumulación de contrariedades: una persona así no puede ser un gran actor. El prejuicio debería haberse disipado ya hace bastante tiempo pero sigue flotando en algunos ambientes: ¿La de Darín? Ni en pedo.” Noriega citaba una reacción que todavía podía encontrarse en buena parte del público del cine argentino a fines del siglo XX y principios del siglo XXI, cuando incluso todavía se usaba “cine argentino” como término con una connnotación a priori negativa. Nueve reinas haría mucho por cambiar esa noción, y también por catapultar la carrera de Darín, que hoy en día ha modificado ese diálogo cotidiano a “¿Ah, no es con Darín? Ni en pedo”.
El simpático y entrador Marcos (Darín) revelaba, en Nueve reinas, una dimensión progresivamente siniestra. En la otra película de Bielinsky, El aura, Darín sería “el bueno” del relato: un personaje sin nombre y de una oscuridad tremenda. Es que Darín sabe ocultar y mostrar, mentir y decir la verdad, y poner el gesto al medio, abajo y arriba, y siempre estar convencido. No trabaja de actor: de alguna manera lo es, y muta en su personaje sin necesidad del gesto excedido. Ante todo, entiende la sobriedad que exige la pantalla grande en una sala oscura. Y a esas capacidades supo sumarles la de volverse convocante, una estrella munida del viejo, noble y cada vez más necesario star power.
Darín es sinónimo de éxito de taquilla, versátil, eficaz, magnético: de directores que empezaron con óperas primas de bajo presupuesto estrenadas mundialmente en el Bafici como Pablo Trapero y Santiago Mitre (Mundo grúa y El estudiante, respectivamente) que crecieron y llamaron a Darín como protagonista. Esta semana, con el estreno de La cordillera, la película argentina estrenada con más copias en la historia del cine local, volverá a ponerse a prueba el poder de convocatoria de Darín, con el desafío de interpretar nada menos que al presidente de nuestro país. Sus personajes también fueron ladrones, estafadores, taxidermistas con sueños criminales, vengadores urbanos, críticos de cine, pilotos, abogados, curas y más, y con cada uno de ellos nos hizo creer en su decisión de serlos. Y de volverlos memorables, algunos incluso hasta míticos.
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