Retrato sobre la vida colectiva italiana
La mejor juventud -Primera parte ( La meglio gioventù , Italia/2003, color; hablada en italiano). Dirección: Marco Tullio Giordana. Con Luigi Lo Cascio, Alessio Boni, Adriana Asti, Sonia Bergamasco, Fabrizio Gifuni, Maya Sansa, Jasmine Trinca, Andrea Tidona. Guión: Sandro Petraglia y Stefano Rulli, Fotografía: Roberto Forza. Edición: Roberto Missiroli. Presentada por IFA. 180 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
Nuestra opinión: muy buena
En varios sentidos, La mejor juventud es una rareza, una bienvenida rareza. Primero, porque no es frecuente que el cine apunte al gran cuadro épico-histórico tomando como punto de partida la aventura individual, empresa de largo aliento que en otros tiempos dio obras tan valiosas como Rocco y sus hermanos , Nos habíamos amado tanto o Novecento y que parece ahora confiada a la responsabilidad casi exclusiva de la literatura. Segundo, por las condiciones de su propia llegada a las pantallas: la obra fue concebida originalmente para ser emitida por TV en cuatro episodios de 90 minutos cada uno, pero la miopía de algún funcionario de la RAI demoró tanto en disponer su salida al aire que el productor Angelo Barbagallo, ya triunfador en Cannes 2001 con La habitación del hijo , de Nanni Moretti, gestionó y logró su inclusión en una cotizada sección del festival, Un Certain Regard, de donde salió aplaudida y premiada. Tercero, porque después, al llegar al público, tanto a través de la TV como de los cines en los que se la proyecta, igual que aquí, dividida en dos partes de tres horas, quedan en evidencia sus enormes méritos: La mejor juventud (línea tomada de un verso de Pasolini) es como una novela popular sobre la vida colectiva de una generación italiana (aquella que en los años sesenta soñó con hacer del mundo un mejor lugar para vivir); consigue insertar con admirable fluidez en la crónica de familia los ecos de la historia social (y viceversa), y sin hacer alarde alguno logra quizás algo más difícil: percibir el lado épico de la vida cotidiana.
El único tropiezo deriva tanto de su ambiciosa propuesta como de la entrañable carga emotiva que logra transmitir al espectador: la duración impide prácticamente su proyección completa en una sola sesión, pero a veces (como en nuestro país, donde la segunda parte se verá en agosto) la programación prolonga el intervalo más de lo razonable, desatendiendo la intimidad adictiva que el film ha sabido generar en el espectador. Forzosamente, además, la división contribuye a que se la observe y se la juzgue no como la obra única que es, sino como dos capítulos independientes, y a que se establezcan comparaciones improcedentes.
Dos hermanos, dos destinos
De algún modo, Marco Tullio Giordana y sus dos admirables libretistas -Sandro Petraglia y Stefano Rulli- retoman la historia de Italia allí donde Bertolucci la había dejado. Estamos en los sesenta; los cambios habidos en el país imponen que los protagonistas no sean ya un campesino y un terrateniente, sino representantes de la clase media urbana: dos hermanos pertenecientes a una familia romana de apreciable nivel intelectual y a una generación -la de quienes tenían 20 años en los tumultuosos días del 68- para la cual el futuro parecía colmado de posibilidades. Una de ellas, central, la de promover la renovación necesaria en busca de una sociedad más justa, solidaria y honesta.
En el centro está la aventura existencial de Nicola y Matteo, caracteres opuestos que la vida separa y reúne a lo largo de los casi veinte años que abarca la primera parte. Pero la visión se extiende más allá, hasta abarcar familia, novias, amigos. Intimamente ligados a sus trayectorias personales, que como suele suceder van modificando el rumbo según lo determina el accidentado itinerario que constituye la vida (Nicola, médico, alienta el cambio y se vuelca, entre otras pasiones, a la antipsiquiatría; a Matteo el desorden lo inquieta, por eso procura sostén en las rígidas reglas de la disciplina militar o policial), se suceden momentos importantes de la historia italiana: la revolución pacífica de los hippies, las inundaciones que devastaron Florencia, las protestas estudiantiles, los primeros brotes de rebeldía violenta que concluirán en la creación de las brigadas rojas, los rasgos incipientes que anticipan una reacción contra la corrupción mafiosa o los primeros atisbos de una nueva conciencia en materia de ecología y de sexualidad.
Más allá de que suene a veces un poco forzada la forma en que el medio familiar se ve mezclado en los dramas de la realidad social, son verdaderamente prodigiosas la síntesis y la precisión con que libretistas, director y actores (todos admirables) enriquecen cada escena. El film, cálido y de seductora fluidez, está hecho de breves, exactas pinceladas que definen caracteres al tiempo que conllevan el vínculo con su marco histórico. Los Carati son seres vivos, humanos, reconocibles y, por lo tanto, conmovedores. Y en su historia, simple y apasionante, se reflejan muchas de las mudanzas que en Italia, pero también fuera de ella, han ido transformando al mundo en lo que es hoy.
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