Recuerdos mortales: un relato con recursos endebles y un final totalmente previsible
La solvencia de Russell Crowe en el protagónico es el atributo más destacado de un film que probablemente no quede en la memoria del gran público
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Recuerdos mortales (Sleeping Dogs, EEUU y Australia, 2023). Director: Adam Cooper. Guion: Adam Cooper y Bill Collage. Música: David Hirschfelder. Fotografía: Ben Nott. Montaje: Matt Villa. Elenco: Russell Crowe, Karen Gillan, Marton Csokas y Tommy Flanagan. Duración: 111 minutos. Calificación: Mayores de 13 años, con reservas. Nuestra opinión: regular.
Antes que las canas, para el cinéfilo una de las primeras señales de que se está haciendo mayor aparece cuando nota que los actores que vio convertirse en estrellas ya no son protagonistas sino los padres de los protagonistas. Un indicador más contundente es que esos mismos actores empiecen a encarnar personajes que tienen Alzheimer. Russell Crowe viene de ser el padre de Superman y ahora le toca interpretar a un exdetective de homicidios que sufre demencia. No está solo en este derrotero. Hace poco Liam Neeson pasó por el mismo padecimiento en Asesino sin memoria, al igual que Michael Keaton en la aun inédita Knox Goes Away.
La casa de Roy Freeman (Crowe) está llena de carteles que dicen cosas como “Esta es tu casa”, “Tu nombre es Roy Freeman”, “Hay comida en la heladera” y, como para que no queden dudas, “Sufres de Alzheimer”. Roy es un policía retirado que está en un etapa avanzada de la enfermedad, aunque participa del ensayo clínico de un tratamiento que podría devolverle la memoria. Su doctora le recomienda que ejercite su cerebro con lecturas o palabras cruzadas. Cuando la integrante de una asociación de apoyo a condenados a muerte lo contacta para que revise uno de sus antiguos casos, el exdetective decide que puede ser un modo de encontrar un entrenamiento mental más ameno que armar rompecabezas. El caso en cuestión es el homicidio de un reconocido psiquiatra cuyo supuesto perpetrador, luego de diez años de cárcel, está a punto de ir a la silla eléctrica. Tras la forzada reflexión a la que lo llevó su encarcelamiento, el condenado afirma ser inocente del crimen del que se había declarado culpable y le implora a Freeman que encuentre al verdadero asesino.
Tal es el planteo de un film que juega con los tropos de la novela negra como la trama laberíntica o la femme fatale manipuladora, pero también con uno de los recursos más endebles del policial como es la amnesia intermitente de uno de los personajes, que olvida o recuerda lo que resulta más conveniente para el construcción del misterio. Aquello que sostiene el interés aquí es que un espectador avezado sospechará que, dado que la película presenta el punto de vista de un personaje cuyas facultades están alteradas, no se puede tomar sus imágenes al pie de la letra. Creemos que este narrador no debe ser nada fiable y seguramente nos está llevando de la nariz hacia una revelación sorprendente e impensada, que cambiará todo lo que vimos. Nada de eso sucede. La amnesia sí conduce a una vuelta de tuerca final (tan evidente que se ve desde el primer acto) pero no tiene consecuencia alguna sobre la narrativa que, en efecto, es exactamente el conjunto de coincidencias inexplicables, lugares comunes recalentados e improbabilidades que parece. Películas como Memento o El padre presentan un uso productivo de la amnesia para construir un relato innovador. Aquí no es más que un recurso crudo y mal aprovechado, que apenas otorga un previsible golpe de efecto en el final. La solvencia de Crowe en el rol principal es el atributo más destacado de un film que probablemente no quede en la memoria de mucha gente.
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