Netflix: El olvido que seremos retrata a una familia cruzada por la violencia en Colombia
Se estrenó en Netflix la película más reciente del director español, un notable retrato biográfico del médico y activista colombiano Héctor Abad Gómez, asesinado por paramilitares en 1987
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El mundo escuchó por primera vez a Fernando Trueba el lunes 21 de marzo de 1994, cuando la fiesta del Oscar todavía se celebraba lejos de Hollywood, en el downtown de Los Angeles. Esa noche, en el escenario del Dorothy Chandler Pavilion, el director madrileño recibió de manos de Anthony Hopkins la estatuilla al mejor film extranjero del año votado por la Academia de Hollywood, Belle Époque. Fue la segunda vez en la historia que ese premio viajaba a España.
“Me gustaría creer en Dios para poder agradecerle este premio, pero sólo creo en Billy Wilder. Así que gracias, señor Wilder”, dijo Trueba. Al día siguiente, todavía en Los Angeles, Trueba recibió un llamado telefónico. “¿Fernando? Soy Dios –le dijo Wilder al otro lado de la línea-. Desde ayer, la gente se para y se arrodilla para adorarme cuando me ve por la calle”.
Pasaron 27 años, Wilder falleció en 2002 y Trueba ya tiene 66. Pero con toda seguridad su última película, El olvido que seremos (que acaba de estrenar Netflix), sería del agrado del gran director austríaco. Al menos cumple con una de sus grandes máximas. “Me encanta contar historias –dijo Wilder una vez- como cuando consigo que en una mesa grande todos suelten los tenedores para escucharme. Me imagino el público del cine de una manera parecida. También los espectadores deben olvidarlo todo escuchando y mirando: soltar los tenedores. Quizás sea ese el único motivo por el que muchas de mis películas empiezan con una historia que llama la atención”.
Es una pena que la nueva historia narrada por Trueba no pueda ser vista en los cines. En sus dos horas y cuarto, El olvido que seremos es una memoria personal, familiar y social que se engrandecería en una pantalla grande. Tiene en ese sentido características parecidas a las de Roma, ese monumental fresco de la vida cotidiana construido a partir de los recuerdos de infancia del director mexicano Alfonso Cuarón, pero transcurre en Colombia y su primer artífice no es el director, sino el observador del relato, llamado Héctor Abad Faciolince. Es el hijo del protagonista.
Convertido hoy, a sus 62 años, en uno de los más reconocidos autores colombianos y heredero del boom literario latinoamericano, Abad Faciolince es el autor del libro que inspiró la película dirigida por Trueba. El olvido que seremos es la crónica de la vida de su padre, Héctor Abad Gómez, médico, docente universitario y ferviente activista por los derechos humanos que murió asesinado en Medellín el 25 de agosto de 1987 a manos de fuerzas paramilitares.
La película es el retrato en distintas etapas de la vida de esa familia, integrada además por la esposa de Abad Gómez, Cecilia, y las cinco hermanas de Quiquín, como se lo conocía de pequeño a Abad Faciolince. Aquí hay un eco de Belle Époque, en cuya historia también había cuatro hermanas, las bellas hijas de ese artista que había elegido aislarse del mundo hasta que un joven desertor rompe esa soledad.
El mundo de los Abad, en cambio, es bien urbano. El médico interpretado de manera ejemplar por el gran actor español Javier Cámara vive en un barrio acomodado de Medellín. Esa buena posición responde al talento y al prestigio profesional del médico, pero también a la estirpe materna. Cecilia pertenece a una familia tradicional muy ligada a la Iglesia. Quiquín tiene un tío obispo y recibe formación religiosa, junto con sus hermanas, por parte de una monja que parece ser una más de la familia. Con este personaje, de paso, Trueba pone en práctica varias veces la primera parte de la frase de agradecimiento en el Oscar que lo hizo famoso.
El olvido que seremos es un viaje por la memoria en el que fluyen los mejores recuerdos y observaciones de Quiquín sobre la vida familiar y la actividad de su padre. Son viñetas cuidadosamente narradas y enhebradas por Trueba en las que se muestran con toda naturalidad pequeños y sencillos rituales. En ellos, sin el mínimo énfasis, el pequeño Quiquín empieza a descubrir, sin entenderla del todo, la dignidad que envuelve todo el tiempo la tarea de su padre, un médico consagrado a mejorarle la vida a la gente y a corregir situaciones evitables de consecuencias muy graves. Así, imagina junto a un colega estadounidense (personificado por un colega y amigo en la vida real de Trueba, Whit Stillman) cómo mejorar la red de agua potable y ampliar las campañas de vacunación.
Trueba es un cineasta clásico. Lo demuestra el acercamiento casi fordiano que hace a la humanidad de sus personajes. También el modo con el que construye diálogos y situaciones. Pero también se anima a correr algunos bienvenidos riesgos. Como el de iniciar la película en blanco y negro para la etapa en la que Quiquín, en 1983, estudia literatura en Turín, y pasar al color para narrar los tramos de la infancia y la adolescencia del narrador.
En ellos, el muchacho también se asoma a los comienzos de la vida de su padre como activista social y promotor de los derechos humanos, un compromiso que se llenará de equívocos en una Colombia que empieza a sufrir al extremo los estragos de la violencia política. En un momento, Abad Gómez dirá que por esas confusiones los conservadores lo acusan de marxista, y los marxistas de conservador.
“Aunque haya un evidente trasfondo político, es un film sobre un humanista que no vendía entelequias a nadie. Pensaba que debía hacerse una cosa concreta y la hacía, esa era su política, y para mí es la mejor de todas”, señaló Trueba a la prensa española con un claro propósito. Quería decir que no tenía ninguna intención de contar la historia de Abad Gómez con miradas parecidas a las de Francesco Rosi o Costa-Gavras, dos directores sensibles al relato humano pero fuertes en la enunciación de contenido político en sus obras. Tampoco quería, según propia confesión, inclinarse hacia el lado contrario y hacer una película al estilo de Frank Capra.
“Esta es una película sobre la felicidad y la pérdida de la felicidad. Solo te afecta ese dolor tremendo que sienten los familiares de Héctor en su pérdida si antes has vivido lo otro, esa intensa felicidad. Para mí era muy importante describir bien esa burbuja familiar, el ambiente en la casa, las comidas. Me llevé a todos los actores a la casa antes del rodaje para que estuvieran juntos, no para ensayar. Quería que convivieran y se apropiaran de ese decorado. Al cabo de un rato, las actrices que interpretan a las hijas estaban contándose cosas personales como si estuvieran realmente en su propia casa. Quise crear esa sensación antes de comenzar a rodar”, confesó Trueba a la publicación española El Periódico.
El olvido que seremos está íntegramente producida en Colombia, con el respaldo de un actor mediático tan poderoso en ese país como Caracol. Y llega como representante de ese país con las máximas expectativas a los premios Platino 2021, que se entregarán el próximo domingo en Madrid: mejor película, mejor director, mejor actor protagónico, mejor guión (escrito por Trueba y su talentoso hermano David), mejor actriz de reparto (Kami Zea).
Tan colombiana resulta que Cámara debió trabajar muchísimo para hablar a la perfección en la película con el acento paisa, característico de los habitantes de Medellín. Trueba hizo pruebas de cámara con varios actores colombianos, pero ninguno de ellos logró alterar lo que imaginaba de entrada: Javier Cámara tenía que ser Abad Gómez. “Estaba predestinado que así fuera –explica el director-. A Héctor le recordaba mucho a su padre y yo creía desde el principio que era el ideal. Si fuera colombiano no hubiera ni dudado. Javier no tuvo un coach de acento pero tiene muy buen oído y escuchó muchísimos documentos sonoros, grabaciones de radio, las cartas que Abad Gómez le grabó a su familia, entrevistas en televisión y radio… Un material donde podía estudiar cómo hablaba con su acento paisa, más culto, que no tiene nada que ver con el acento callejero”.
Colombia es el último destino de un incansable trotamundos como Trueba. Filmó en España, en Francia, en Praga, en Hollywood (Two Much, la película en la que se conocieron Antonio Banderas y Melanie Griffith) y hasta en Nueva York, donde rodó la mayor parte de Calle 54, el mejor documental jamás realizado sobre el jazz latino, una de las grandes pasiones del director.
“Me gusta poder ir por el mundo, rodar aquí y allá, sentirme en cualquier sitio como en mi casa. Además, yo creo en la globalización, no en la económica que nos jode todo el tiempo sino la que hacemos nosotros, que elegimos la patria, la música y el cine independiente de donde venga”, le dijo Trueba a LA NACION en abril de 2001, cuando llegó a Buenos Aires para presentar Calle 54 en el tercer Bafici.
Tanto lo entusiasmaba esa música que al enterarse por este cronista que esa misma noche se presentaba en La Trastienda uno de los grandes bateristas del jazz latino, Horacio “Negro” Hernández, como integrante de la banda de Marc Ribot (Los Cubanos Postizos), cambió sobre la marcha todos sus planes para ir a verlo. También en su vida personal Trueba honra lo que pregona su maestro, Billy Wilder: “Tengo diez mandamientos. Los primeros nueve dicen que no te aburrirás”.
El olvido que seremos está disponible en Netflix
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