Recomendado de cine: diez comedias “de rematrimonio” clásicas para descubrir después de Pasaje al paraíso
Uno de los más perdurables subgéneros de la comedia romántica encuentra a los protagonistas en veredas opuestas de la vida tras un romance trunco, como ocurre con George Clooney y Julia Roberts en el film actualmente en cartel
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En su libro La búsqueda de la felicidad, el filósofo norteamericano Stanley Cavell analiza una serie de películas de las primeras décadas del cine sonoro para alcanzar en su reflexión la esencia de un nuevo género: ‘la comedia de enredo matrimonial’. Una comedia heredera de la tradición shakesperiana, concebida en el corazón del cine de Hollywood, que muestra “a una joven pareja que supera obstáculos individuales y sociales para alcanzar la felicidad en la forma del matrimonio”. Lo interesante de ese recorrido, que alcanza su esplendor en las comedias que parten de una separación o divorcio para alcanzar un rematrimonio hacia el final, es la nueva estatura de esa unión, ya no formal y codificada por los deberes de clase, familia o ámbito de pertenencia, sino por la conquista de una autonomía individual que adquiere expresión en la vida compartida.
La esencia de la ‘comedia de rematrimonio’ alteró alguno de los estándares de Hollywood en ese momento. Fue uno de los géneros que tuvo a la mujer como epicentro del relato, una mujer adulta e independiente, a menudo profesional, sexualmente activa, capaz de conducir el relato por sus decisiones o quizás por sus meros caprichos. La dinámica de las películas estaba menos en la incógnita sobre el destino de los personajes, aquello que compartían para formar una pareja, que en el tiempo que pasaban juntos en la reconquista de una unión antes superficial. Y si bien retuvieron algunos gags de la comedia física, su razón de ser se sostenía en el ingenio de los diálogos, cargados de doble sentido, en la burla a las convenciones, en la justa reprobación de los mandatos frente al libre albedrío del deseo. Audaces, divertidas y profundamente actuales, aquellas comedias construyeron el escenario perfecto en el que la felicidad prometida alcanzó la medida humana.
Asumiendo como horizonte la clasificación de Cavell en sintonía con la vigencia que la comedia de rematrimonio recogió en estos días con el estreno de Pasaje al paraíso, recorrimos el streaming para elaborar un posible viaje por el género, con alguno de sus clásicos y otros de sus exponentes atípicos que nos permiten asomarnos a esa felicidad tan bienvenida.
Sucedió aquella noche (1934), de Frank Capra. La comedia de Frank Capra no solo supuso el despegue de la nueva comedia romántica nacida sobre los estertores del cine mudo sino también la consagración del director como uno de los grandes nombres de Hollywood. Ellie Andrews (Claudette Colbert), una rica heredera, caprichosa y malcriada, se escapa de su casamiento como un extraño artilugio de emancipación. En su fuga, conoce a Peter Warne (Clark Gable), un periodista orgulloso de su oficio y de sus orígenes, y la forzada convivencia que los traslada a lo largo de los Estados Unidos convierte el simulacro de un matrimonio en una realidad. Si bien no hay recorrido del divorcio al rematrimonio, sí lo hay desde la representación a la verdad. Lo que pone en escena Capra es un perfecto manual de los tópicos de la comedia romántica, aquella en la que los dos personajes se encuentran, se detestan, se conocen y recién después se enamoran. La escena de la caída de los muros de Jericó no solo es el símbolo de la conquista de una sexualidad adulta sino también la madurez de un género en su mismo alumbramiento, capaz de sortear censura y pruritos morales en el mismo gesto de la igualdad. Disponible en Qubit TV.
La pícara puritana (1937), de Leo McCarey. Otra de las elegidas por Stanley Cavell sigue con fruición la fórmula perfecta del rematrimonio: Lucy y Jerry Warriner (Irene Dunne y Cary Grant) están a punto de divorciarse luego de infidelidades mutuas, reproches y desavenencias, egoísmos enfrentados. Lo único que les importa es la custodia de su perro, el señor Smith, por la cual batallan en los tribunales. Después de la sentencia y obligados a compartir un régimen de visitas por el bien del perrito, los Warriner se cruzan una y otra vez, con sus nuevas conquistas de ocasión y sus adinerados pretendientes, para dar origen a las situaciones más absurdas e hilarantes. El señor Smith, una de las estrellas caninas del período, oficia de perfecto hijo de ese matrimonio en crisis, y sus reacciones son las que mejor dibujan esa absurda disputa. McCarey, artífice de los gags de las primeras comedias de los hermanos Marx, modela en la exquisita pareja que forman Dunne y Grant la esencia de la epopeya del reencuentro. Además, configuran uno de los extraordinarios terceros en discordia de la screwball comedy en el dedicado patetismo de Ralph Bellamy, personaje que se convertirá en uno de los jugosos ingredientes del género. Disponible en Apple TV.
Una lección de amor (1954), de Ingmar Bergman. Lo que Ingmar Bergman haría en clave de psicodrama en Escenas de la vida conyugal -y con ella mandaría a terapia de pareja a todos los matrimonios de Suecia-, lo hizo dos décadas antes en clave de comedia. Una lección de amor es una de las películas más atípicas del director de El séptimo sello y una de las más divertidas. No en vano era la favorita de François Truffaut cuando descubrió la obra del sueco allí por los tempranos años 50 en una amplia retrospectiva de la Cinemateca Francesa. El ginecólogo David Enerman (Gunnar Björnstrand ) es un hombre soberbio, neurótico e infiel. Después de su último affaire, su esposa Marianne (la genial Eva Dahlbeck) se escapa a Copenhague para retomar la historia de amor con un antiguo novio. Bergman explora, a partir de una compleja estructura de flashbacks, el pasado de ese matrimonio y aquello que resiste debajo de la rutina y los desgastes cotidianos. Así recordaba Bergman a la película en su libro Imágenes: “En el estreno de Una lección de amor me paseaba desgraciado, como un alma en pena, por el vestíbulo del Röda Kvarn –un famoso cine de Helsingborg, en Suecia-. De repente escuché una carcajada, y luego otra, y otra, que salían del interior de la sala. Pensé: ‘¡No es posible! Se ríen. ¡Les hace reír algo que he filmado yo!’”. Disponible en Qubit TV.
Casados y descasados (1941), de Alfred Hitchcock. A menudo conocida como “la única comedia de Alfred Hitchcock”, en realidad supone la única incursión del inglés en el género de la screwball comedy en su período de apogeo. Luego vendrían comedias negras, otras en la Costa Azul y un sinfín de exploraciones del humor en los interiores más oscuros de su cine. Pero aquí el matrimonio Smith, integrado por Robert Montgomery y la extraordinaria Carole Lombard, descubren que por un error del registro civil su matrimonio es inválido. El traspié burocrático se convierte en la excusa perfecta para reevaluar su unión, y también para barajar y dar de nuevo, a ver si en esta historia de las parejas les toca algo mejor. Hitchcock expone en ese argumento atípico para su cine aquellas preocupaciones que han sido constantes en su obra, como la tensión entre el deseo individual y las opresiones impuestas por la moral. Como también lo haría Patricia Highsmith en su literatura, el director de Psicosis fue capaz de asimilar la mente enamorada a la criminal y aquí convertir a esta pareja desencontrada en los cómplices de un delito imaginario. “Después de aquella famosa declaración ‘los actores son como ganado’ –recordaba Hitchcock en las conversaciones con Truffaut para el libro El cine según Hitchcock- llegué al set de Casados y descasados el primer día de rodaje y descubrí que Carole Lombard había hecho construir una jaula con tres compartimentos en cuyo interior había tres terneras vivas que llevaban colgado un disco blanco con un nombre: Robert Montgomery, Carole Lombard, Gene Raymond. Ella me había dado la perfecta respuesta a mi declaración, una broma para pasar el rato. Y, a propósito, creo que estaba bastante de acuerdo con mi declaración”. Disponible en Apple TV.
Morgan, un caso clínico (1966), de Karel Reisz. Karel Reisz fue uno de los directores claves del Free Cinema inglés, pese a su nacimiento en la vieja Checoslovaquia. Compañero de Lindsay Anderson y Gavin Lambert en los grupos de teatro de Oxford, se convirtió en uno de los fundadores de la revista Sequence, en crítico en Sight & Sound, y dirigió junto a Tony Richardson uno de los documentales claves del despegue del Free Cinema en aquel programa del National Film Theatre: Momma Don’t Allow (1955), sobre un club de jazz en Wood Green, al norte de Londres. Después de su notable opera prima de ficción, Todo comienza el sábado (1960), con Albert Finney como uno de los jóvenes airados de aquella generación de ingleses, Reisz exploró en clave pop la locura contemporánea en la figura del pobre Morgan. Casado con la burguesita que interpreta Vanesa Redgrave, el Morgan de David Warner se rebela contra los mandatos sociales influido por los ideales de izquierda de la generación de sus padres y termina en el divorcio y la indigencia. La comedia de rematrimonio que parte de la separación de la pareja por los condicionamientos sociopolíticos del entorno y el atisbo de locura de Morgan, se convierte en una sátira de aquellos discursos que también Anderson expondría en If (1968) sobre la Inglaterra previa al ‘Swinging London’. La clave romántica resulta un ingenioso mecanismo para retratar las aspiraciones y los fracasos de aquella generación rebelde que puso el cine en otra sintonía. Disponible en Qubit TV.
Pecadora equivocada (1940), de George Cukor. “La importancia de la importancia” es el título del capítulo que Cavell dedica al clásico de George Cukor y en él señala que una de las principales diferencias con el resto de las comedias de rematrimonio consiste en la estatura que le otorga al llamado ‘tercero en discordia’. La historia es la siguiente: Tracy Lord (la inigualable Katharine Hepburn) es una joven de la alta sociedad, hija de la crème de Connecticut, quien separada hace tiempo de su primer marido (Cary Grant, ¡quién si no!) vuelve a contraer nupcias. Su nuevo matrimonio es la comidilla de las columnas de sociedad y, al mismo tiempo que despierta el recelo de la novia, alimenta el morbo de la prensa. Dos periodistas se infiltran entre los invitados para cubrir el casamiento, uno de ellos es el joven Mike O’Connor (James Stewart), obligado por sus jefes a cubrir un tema de la prensa rosa que estimula su costado esnob. Pero será también él una víctima de los encantos de Tracy y al mismo tiempo el tercero en discordia que enriquece la compleja dinámica de esta comedia. “¿Qué tiene Cary Grant que no tenga James Stewart?”, se pregunta Cavell en un análisis que explora no solo la dinámica del trío que subyace a la película –e inspirará numerosas reversiones de esta fórmula-, sino también el encanto de ese éxito que reflotó la alicaída carrera de Hepburn –considerada por entonces como ‘veneno para la taquilla’- e impulsó a la screwball a su momento de gloria. Disponible en Apple TV.
Domicilio conyugal (1970), de François Truffaut. Uno de los grandes herederos de aquella comedia de rematrimonio en clave moderna ha sido François Truffaut. Alma mater de la nouvelle vague, convirtió a la historia de su alter ego Antoine Doinel en el corredor de una obra compleja y encendida, lamentablemente trunca por su muerte temprana. La película inaugural –de su carrera y de la nueva ola en su conjunto- fue Los cuatrocientos golpes (1959), sobre la infancia del pequeño Doinel en una París todavía preñada de las sombras de la guerra, renacida al calor del cine y la literatura. Aquel niño que prendía unas velas a Balzac y terminaba escapando de un reformatorio seguiría sus aventuras en el corto Antoine & Collette (1962), luego en Besos robados (1968), donde pasaba por el ejército y la Cinemateca, se enamoraba y se convertía en detective, hasta concluir en Domicilio conyugal, epicentro de su vida amorosa. Esta película cuenta la historia de amor y desamor de Antoine y Christine (Claude Jade, quien también fue pareja de Truffaut), signada por las desavenencias de la vida conyugal, la inmadurez de su protagonista, la ansiedad por la gestación de una familia, y la tensión entre la realidad y la imaginación. Truffaut reinventa los códigos de la screwball en una comedia entrañable y melancólica, que subvierte ese camino a la madurez de aquellos protagonistas de los años 30 para descubrir que quizás la felicidad se halla en los juegos de la infancia. Disponible en Mubi.
Ser o no ser (1942), de Ernst Lubitsch. La obra maestra de Ernst Lubitsch a menudo es considerada como una sátira, dentro del amplio espectro de los subgéneros de la comedia. Y razón no le falta a esa etiqueta. Es la historia de un grupo de actores de teatro, en la Varsovia de los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, quienes interpretan el Hamlet de Shakespeare y se convierten, casi sin querer, en una célula de resistencia contra el avance de Adolf Hitler. Vaya atrevimiento en su momento hacer comedia sobre el nazismo y su barbarie en los meses posteriores a Pearl Harbor y en plena convulsión por la conflagración mundial. Pero Lubitsch lo hizo, y además convirtió al matrimonio Tura en una de las más hilarantes parejas de esta extraña y deforme comedia de rematrimonio. Joseph Tura (Jack Benny) ve con reserva el cortejo que un joven comandante de la aviación (un apuesto Robert Stack) ensaya con su esposa: envía flores, asiste a todas las representaciones, la espera con ojos de enamorado. Sin embargo, lo que más le preocupa a Tura es que el público no aprecie su magnánimo talento, y que su ego quede herido por la ignorancia de esos despistados espectadores. Es entonces cuando Maria Tura convierte a su joven enamorado en la excusa perfecta para atizar el mando de su marido y convertir esa unión formal en un amor con todas las letras. Con los mejores diálogos y un sentido óptimo del cruce entre la comedia romántica y la sátira, Lubitsch modela uno de los clásicos imprescindibles de la época y una película imperecedera aún en este mundo contemporáneo. Disponible en Qubit TV.
La boda de mi mejor amigo (1997), de P. J. Hogan. Fue imposible no pensar en La boda de mi mejor amigo a partir del estreno de la reciente Pasaje al paraíso. Nuevamente Julia Roberts, en este caso aliada con su exmarido y mortal enemigo interpretado por George Clooney, se convierte en artífice de un plan para arruinar un casamiento. Ese también había sido el camino de la crítica culinaria Julianne Potter cuando descubría que su amigo de toda la vida volvía a casarse, enterrando definitivamente la vieja historia de amor que los había unido. El ingenio del australiano P.J. Hogan no estaba solamente en construir una comedia romántica alrededor de una de las grandes estrellas del género en el papel de la villana, aquella capaz de inimaginables bajezas para separar a dos que se amaban. Lo que completaba esa poderosa deconstrucción era la subversión del rol lateral del tercero/a en discordia –gracias a la presencia de Julia Roberts– en el principal impulsor del relato. Julianne no solo mide fuerzas con su rival –Cameron Diaz en pleno ascenso en un género que ya tenía dueña– sino que convierte esa disputa en la esencia de la comedia, dejando al hombre en una posición pasiva. Aquella lógica de “descubrir andando lo que une a los amantes ya separados”, aquí se convierte en su inverso: el aprendizaje de la derrota como inequívoca forma de renacimiento. Disponible en HBO Max, Claro Video, Movistar Play, Google Play y Apple TV.
Como si fuera la primera vez (2004), de Peter Segal. La historia de Adam Sandler en el cine lo había confinado al comediante heredero de la slapstick en su versión posmoderna de los 90. Como ocurría con varios de los comediantes del cine silente, desde Chaplin hasta Keaton pasando sobre todo por Harold Lloyd, Sandler era un pobre desgraciado enfrentado a un mundo que se le venía encima. La gracia siempre estaba en la mirada de quien disfrutaba de ese grotesco padecimiento. Y a diferencia de la etapa muda, escatología y absurdo se entremezclaban, conjugando con la comedia física la herencia tan menospreciada de Jerry Lewis. Pero en los 2000 Sandler exploró otros caminos, primero el cine de autor con Paul Thomas Anderson en Embrigado de amor (2002) y luego en la comedia romántica con Drew Barrymore –algo en lo que ya habían incursionado en La mejor de mis bodas con menos prestigio. Como si fuera la primera vez recoge la premisa de la comedia de rematrimonio a partir de la desmemoria: lo que en las películas separaba a las parejas –la rutina, el egoísmo, el peso de la sociedad– aquí termina uniendo a Henry y Lucy. Ante el olvido matutino de toda una vida compartida, Henry ensaya la reconquista de su amor a partir de aquel mundo en común. La pareja es nuevamente fruto de un aprendizaje antes que de un flechazo, un mundo de peleas y sinsabores que son propios y por eso tan valiosos. En lugar de ir de la separación a un nuevo matrimonio, Henry y Lucy van de la memoria al olvido como una oportunidad constante para entender aquello que los enamora. Disponible en Netflix, HBO Max, Paramount+, Claro Video, Movistar Play, Google Play y Apple TV.
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