Raya y el último dragón, el film animado de Disney que invita a la aventura
La película, disponible en salas y en Disney+ está inspirada en las culturas del sudeste de Asia
- 7 minutos de lectura'
En una de las primeras escenas de Raya y el último dragón, la película animada de Disney que hoy llega a las salas y mañana –con un precio adicional– se podrá ver por Disney+ , una plaga arrasa con el mágico mundo de Kumandra, una tierra integrada por cinco territorios que hasta ese momento vivían en armonía. Una convivencia pacífica que quinientos años después ya es material de leyenda así como los cinco dragones que protegían ese reino. Ese es el mundo de Raya, la joven princesa guerrera que desciende de una larga línea de protectores de la mágica gema que contiene los restos del poder de los dragones y mantiene alejada a la plaga.
Si el argumento del film, inspirado en las diferentes culturas del sudeste asiático, parece estar respondiendo al estado del mundo pandémico con un virus que aísla y divide al mundo, lo cierto es que el argumento se trata de una curiosa casualidad. Aunque claro, en los estudios Disney hasta las casualidades parecen aumentar su encanto.
“Este tipo de películas tienen un tiempo de producción largo. Pueden ser siete años en algunos casos así que es complicado hacer un film en respuesta a un evento de la actualidad. Pero creo que es extremadamente importante y emocionante que podamos presentar algo como esto al público en este momento. Especialmente en el contexto de la creciente violencia dirigida a personas de origen asiático en los Estados Unidos. Tener esta película en la que celebramos con orgullo nuestra cultura es muy importante para mí”, dice la actriz Kelly Marie Tran desde Los Ángeles vía Zoom.
Hija de inmigrantes vietnamitas y conocida por interpretar a Rose en última trilogía de la saga Star Wars, Tran le presta su voz a la versión original de Raya, la nueva princesa que se suma al extenso canon del estudio. Claro que la chica que emprenderá un viaje en busca del mítico último dragón que podría terminar con la plaga que transformó a su amado padre -y a muchos de sus compatriotas- en piedra no es una de esas damiselas en peligro a la espera del príncipe azul que la rescate ni una de esas que rompe en canción ante el primer obstáculo. Todo lo contrario. Raya es una guerrera solitaria que desconfía de todos y todo menos de su habilidad con la espada. Claro que, más allá de tener un personaje central femenino muy consciente de su poder, esta no deja de ser una película de Disney, y como tal cuenta con la simpática mascota de turno. En este caso, la criatura que acompaña a la protagonista se llama Tuk Tuk, y es una cruza entre mulita y bicho bolita gigante que en el comienzo es la única compañía que Raya cree necesitar.
A través de una animación extraordinariamente bella y mucho humor que aporta Sisu (con la voz en inglés de la comediante Awkawfina), el colorido dragón del título, el film tiene un mensaje claro y explícito: la unión hace la fuerza y esa unión solo se puede conseguir a través de tener confianza en los demás. Una lección que los realizadores de la película también se vieron forzados a aprender cuando la pandemia y el trabajo a distancia modificaron los últimos meses de la producción.
“Cuando tuvimos que irnos a casa, el film se hizo desde 450 lugares distintos. Nos vimos obligados a trabajar en equipo como nunca antes. El hecho de que la historia que estábamos contando también se centrara en la unión de muchos para conseguir un objetivo en común hizo más significativo todo el proyecto. Aprendimos a confiar de un modo que no hubiéramos imaginado antes de la pandemia”, detalla Osnat Shurer, productora de la película que la llevó a recorrer junto a su equipo once países del sudeste asiático en busca de inspiración narrativa y visual. Una investigación a la que luego se sumaron los aportes de antropólogos, arquitectos y diseñadores especialistas en la región. Esa comisión cultural se completó con la guionista Adele Lim (Locamente millonarios), nacida y criada en Malasia, y el dramaturgo Qui Nguyen (Dispatches from Elsewhere), nacido en los Estados unidos de padres vietnamitas.
“La producción estaba repleta de gente con raíces en el sudeste de Asia y todos íbamos sumando al proyecto pequeñas cartas de amor a nuestros orígenes. Esos mensajes se pueden ver en las frutas resaltadas en una escena, en cómo están vestidos los niños o el modo en que se relacionan con sus padres. Son detalles que no se averiguan leyendo un libro o investigando la zona. Para nosotros es el modo en que crecimos. Para mí era muy importante que este relato de aventuras que es Raya y el último dragón reflejara las mejores cosas del tipo de historias con las que crecí: las películas de acción y aventura que se hacían en Hong Kong protagonizadas por jóvenes mujeres fuertes que lucen hermosas pero que también son hábiles con la espada y despachan a los villanos”, explica Lim que, entre los muchos elementos culturales presentes en el film, destacó uno que terminaría siendo el leitmotiv de toda la película. Desde el epílogo y hasta el final su arco dramático se puede recorrer a través de la comida retratada en extraordinario detalle.
“Es una de las formas más auténticas de representar nuestra cultura. Estamos obsesionados con la comida, tenemos la mejor del mundo. En Malasia, donde crecí, coexisten muchas razas y religiones, cada una con sus costumbres y por eso se entiende que haya diferencias pero cuando observas nuestras comidas típicas te das cuenta de lo maravilloso que resulta tener todas esas influencias distintas: esos cruces nos hacen mejores. Y así lo muestra la historia de Raya en la que la comida es una metáfora de la comunidad. En el comienzo, ella come sola sin convidar, lo que para nosotros es la mayor descortesía, y a medida que avanza el relato empieza a compartir lo que preparó y a seguir las enseñanzas de su padre, que soñaba con el retorno de Kumandra”, cuenta la guionista, que en el comienzo del rodaje formó parte del grupo que organizó una ceremonia típica de Laos.
“Es un ritual hermoso llamado Baci que se utiliza para bendecir el comienzo de algo. Fue una experiencia increíble y muy emotiva estar ahí, en los estudios de animación de Disney, atando cintas a las muñecas de todo el equipo como símbolo de buenos deseos”, recuerda Tran, que poco tiempo después de aquella reunión se encontró en su casa armando una especie de fuerte con frazadas y mantas desde donde grabó la voz de Raya mientras los directores Don Hall (Moana) y Carlos López Estrada daban indicaciones vía zoom.
Más allá de los rigores de trabajar de manera remota, la tarea del experimentado Hall y el debutante López se complicó también por las características de una historia que además de tener al agua –especialmente difícil para la animación- como omnipresente símbolo, se desarrollaba en cinco reinos distintos.
“Cuando nos sumamos al proyecto hace un año y medio la película ya llevaba cuatro años y medio de producción y la idea de las cinco tierras ya formaba parte de su ADN. Lo que implicaba que tenían que ser lugares lo más diferentes posibles visualmente y que esa diversidad incluía absolutamente todo. Desde la ropa, las costumbres, la arquitectura y hasta la topografía del terreno. De alguna manera me recuerda a lo que amaba de las viejas películas de Star Wars, donde las aventuras podían ocurrir en un planeta desértico como Tatooine, en el bosque de Endor o en las heladas planicies de Hoth. Claro que nosotros lo hicimos todo en un mismo film”, se ríe Hall desde Los Ángeles vía zoom ya aliviado porque, contra viento, marea y una pandemia, Raya y el último dragón por fin llegará a las pantallas del mundo entero.
Otras noticias de Disney +
Más leídas de Cine
Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes. “El cine argentino es tenido en cuenta en todo el mundo, hay que sostenerlo”
Con ojos norteamericanos. Gaucho gaucho es un atípico acercamiento a la vida rural en el Norte argentino
Una edición austera. Mar del Plata, una ciudad casi ajena al Festival de Cine que está por comenzar
Uno de los films musicales más influyentes. El regreso de la icónica película de Demme sobre Talking Heads y por qué hay que correr a verla