Ramón Ayala
(Argentina/2013). Dirección: Marcos López. Fotografía: Marcos López. Edición: Andrea Kleinman. Sonido: Lena Esquenazi. con: Ramón Ayala, Juan Falú, Tata Cedrón, Charo Bogarín, Liliana Herrero, Claudio Torres, Víctor Kesselman, Carla Aciar, María Teresa Cuenca, Hugo Alcaraz. Distribuidora: Carina Sama. Duración: 63 minutos, los viernes, a las 20, en el Malba.
El fotógrafo y artista plástico Marcos López decide retratar al músico (y también pintor) misionero Ramón Ayala. Y de esa unión nace un documental de especial impacto en los sentidos: la vista se ve interpelada con una claridad notable.
Nuestra opinión: Muy buena.
López encuadra de forma persistente con un propósito: plantear en el plano el equilibrio de la abundancia, del exceso, del derroche. Selva, tierra roja, campo, ropas, decoraciones, ciudades, pueblos, río, discos, chucherías: en ese aparente caos hay un orden fotográfico, pictórico, una armonía. De ese choque entre la cantidad y la claridad de la mirada nace un dinamismo singular, una forma particular del brillo. López confía de forma apasionada en su paisaje. Allí donde otros podemos llegar a ver fealdad o estridencia -el cucú de Villa Carlos Paz, ferias abarrotadas-, López ve la posibilidad de encontrar la belleza de esas formas, de esos colores, de esos parajes. También puede encontrarla en el carrito de un vendedor de panchos y en esos pomos nada elegantes de mayonesa. Cuando el realizador se acerca a cerditos de cerámica -parientes cercanos de los enanos de jardín- su afición por el color estalla y demuestra con pruebas evidentes la importancia del encuadre.
El mundo selvático, tropical, lleno de colores de Ramón Ayala hace perfecta conexión con los impulsos de representación visual de López, y cuando vemos los cuadros firmados por Ayala la conexión se hace más fuerte. Y López y el montaje de la película van más allá: inmediatamente después de la muestra de cuadros y de alguna declaración cargada de importancia, impone unos relucientes y seductores pollos al spiedo en primer plano. En este documental hay una erótica de la imagen consciente, un trabajo que descubre texturas, formas, colores y calores. López abraza las imágenes, los vestidos, los diques, los festivales, la venta de discos MP3 en el transporte público, a ese personaje querible que los vende y a otros entrevistados. López abraza el arte popular de Ramón Ayala y el mundo que lo rodea. El oído se ve seducido también: por la música de Ramón Ayala, por su forma de hablar, por su convicción artística, por el ritmo que ha creado -el gualambao- y su puesta en práctica, por lo que dicen de él otros músicos o su mujer, por las interpretaciones propias o ajenas de sus canciones.
Esta película, en 63 minutos tan contundentes como disfrutables, tiene lo que suele faltar en tantas películas argentinas: conciencia de su forma, que parte en este caso de una notable concentración y concisión. No solamente por la mencionada claridad para decidir qué encuadrar y cómo encuadrarlo sino también por el montaje (de Andrea Kleinman, la misma de Süden y Papirosen, de Gastón Solnicki), que exhibe una notable conciencia rítmica. La película no se apura, pero tampoco se detiene, más allá de algunas declaraciones a veces menos rítmicas que su contexto.
La modestia de esos 63 minutos de duración se combinan positivamente con la profundidad de la mirada de López y su equipo para acercarse a la nunca sencilla conexión entre un artista popular y su público. Así se demuestra una vez más la verdad del retrato cinematográfico, que es una encarnación particular de la verdad general del cine y del arte. El qué es el cómo: qué retratar es cómo darle forma a ese retrato.