Quién es Santiago Mitre, el “escritor que dirige” detrás del fenómeno Argentina, 1985
Detrás de la película nacional más importante de los últimos tiempos se afirma la figura de un realizador meticuloso, abierto a toda clase de influencias y convencido de que la política, tema recurrente en su filmografía, es “la gran obsesión argentina”
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“Soy un escritor que dirige. Entiendo una película a partir de un proceso de escritura muy largo y con esa premisa me dispongo a dirigirla”. El retrato artístico de Santiago Mitre podría resumirse en esta frase autobiográfica que le entregó a LA NACION en junio de 2022, cuando todavía trabajaba en los últimos detalles (efectos digitales, corrección de color, títulos) previos al estreno de una película de la que hoy se habla mucho en buena parte del mundo.
Las palabras de Mitre encuentran en Argentina, 1985 un ejemplo perfecto de aplicación. Cuando presentó la película en Buenos Aires a fines de septiembre pasado, después de su exitoso paso por el Festival de Venecia y antes de sumar en los cines locales una convocatoria superior al millón de espectadores, recordó que concretar el proyecto le llevó cuatro años.
Un breve repaso cronológico deja a la vista que Mitre no es un realizador apurado por filmar o estrenar. Todo lo contrario. Su ópera prima, El amor (primera parte), es de 2005, como resultado de un trabajo colectivo de dirección compartido junto a Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Juan Schnitman.
Después llegaron la consagratoria El estudiante (2011), La patota (2015), La cordillera (2017) y Pequeña flor (2022), la única hasta ahora que filmó fuera de nuestro país. Y, por fin, Argentina, 1985 (2022), responsable excluyente del reencuentro masivo del público argentino con su cine en las salas después de la pandemia y dueña de un notable recorrido internacional. Acaba de ganar el Globo de Oro, mientras se afirman sus chances de una posible nominación al Oscar internacional.
El cuadro se completa con el mediometraje Los posibles (2013), un cruce casi experimental entre cine y danza codirigido con Juan Onofri Barbato y una muestra del espíritu de colaboración con el que Mitre siempre llevó adelante su obra. Hay más: escribió junto a Fadel, Mauregui y Schnitman los guiones de Leonera (2008), Carancho (2010) y Elefante blanco (2021), tres exitosas películas de Pablo Trapero. Y en cada uno de sus cinco largometrajes propios el guion surgió de un trabajo a cuatro manos con Mariano Llinás.
“Hacer cine es una de esas experiencias vitales tan extremas que uno se conecta con cosas luminosas y oscuras a la vez. Es un poco vivir o morir”, dijo hace poco en una entrevista. Pero siempre recuerda con felicidad la anécdota de su primera experiencia cinematográfica. Tenía 13 años y una profesora de historia en la escuela propuso armar un trabajo práctico como si se tratara de un cortometraje. Con un grupo de amigos consiguió una cámara y cumplió con la propuesta. “Era fue la primera vez que tomé conciencia de que para producir imágenes en movimiento había que estar tomando decisiones: desde dónde se paraba un actor hasta dónde lo encuadraba”, recordó.
Esas primeras intuiciones se fueron modelando y creciendo a favor del gusto por el cine que existía en el hogar familiar. De sus padres (un sociólogo de vasta experiencia como funcionario en organismos internacionales y una asistente social especializada en cuestiones judiciales) heredó ese entusiasmo, que más tarde se conjugó con una natural curiosidad por los hechos políticos, constante (más explícita o más encubierta) de todas sus películas.
“La política es la gran obsesión argentina”, le dijo Mitre en 2017 a LA NACION. En su obra ya se configuraba esa mirada, que se fue expresando de distintas maneras alrededor de un puñado de cuestiones: la tensión entre los ideales y el pragmatismo, el modo en que se negocian (en todos los sentidos posibles) los espacios de poder, el impacto de la esfera pública en la vida personal y familiar de sus protagonistas.
Mitre estudió a fines de los 90 en la Universidad del Cine, pero su formación más sólida tiene que ver con lecturas voraces, clásicos del cine a los que recurre como consulta o influencia mientras prepara cada nueva película, búsquedas constantes desde lo narrativo y estilístico (el interés por el cine fantástico, por ejemplo). Argentina, 1985, su obra más importante y la que instaló más temas de conversación en la Argentina gracias al cine en los últimos tiempos, es resultado de la complejidad que Mitre se impone como autoexigencia: investigar algún aspecto de la realidad (en este caso, por primera vez en su carrera, hechos reales ligados al histórico Juicio a las Juntas) y convertirlo a través de un meticuloso trabajo de escritura y puesta en escena en una obra de ficción. Todo ese riguroso método nace de una firme convicción: “Todavía me siento más escritor que director”
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