Érase una vez en el Oeste: una ópera rodada en Italia y protagonizada por Charles Bronson, quien cumpliría hoy 100 años
Érase una vez en el Oeste, el spaghetti western más ambicioso de Sergio Leone, tiene un elenco colosal, cuenta una historia fascinante y hasta tuvo que soportar en pleno rodaje el suicidio de uno de los actores de su elenco
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Breve, intenso, transformador, vacuo y prodigioso a la vez, el extraordinario ciclo de la historia del cine del Oeste a la italiana tuvo un momento de gloria absoluta. Fue en 1968, cuando a Sergio Leone se le ocurrió llevar el spaghetti western a una instancia superior. El mismo director que había diseñado algunas de las líneas fundamentales del género a través de la Trilogía del Dólar (o la del “Hombre Sin Nombre”) entre 1964 y 1966, dos años después quiso escapar de su creación, que ya sentía como una cárcel, para ir más allá.
Erase una vez en el Oeste (C’era una volta il West) tiene al mismo tiempo la grandiosidad de una ópera y la más modesta aspiración de convertirse en una película de autor. Un “Western Art”, según la definición de Alex Cox, el talentoso y excéntrico director de Repo Man y confeso fanático del spaghetti western. Tanto, que se dedicó meticulosamente a estudiarlo en el libro 10.000 Ways to Die (10.000 maneras de morir), esencial para quienes quieren asomarse a la historia de esa expresión fugaz, inusual e irrepetible de revisionismo cinematográfico.
Cox y otros profundos estudiosos del género, como el inglés sir Christopher Frayling, hicieron notar que Leone tenía la expresa intención con esta película de unir la historia con la fábula. El “había una vez” del título original italiano (similar al inglés de Once Upon a Time in the West con el que se estrenó en los Estados Unidos) tiene que ver con la base mítica del relato y la presencia de algunos personajes prototípicos que se enfrentan poniendo en juego sus propios destinos. Al fin y al cabo, esta historia clásica de venganza se va transformando de a poco en una tragedia clásica.
Pero, a la vez, la mirada de Leone apunta a lo que cuentan los libros de historia. Y a hablar sobre todo de la conquista del Oeste a través de la extensión del ferrocarril y del gran sueño de los primeros pioneros de esa industria: unir a través del “caballo de hierro” el Atlántico con el Pacífico. Mientras avanza la construcción de la red ferroviaria también se impone el espíritu de civilización. “Donde llega el ferrocarril termina la aventura”, dice una máxima del género.
El ferrocarril es uno de los grandes personajes de la película. Hay trenes en movimiento, rieles o vías en construcción en casi todas las escenas importantes. El espíritu operístico que animó a Leone lo llevó a construir una estación entera y representar escenas en las que se recrea la extensión de las líneas ferroviarias en cercanías de la localidad de La Calahorra, en Granada (España). Hasta allí llegó todo el equipo de rodaje, como era habitual en tiempos de gloria del spaghetti western, para ubicar las cámaras en los escenarios naturales de Andalucía que más se parecen a los del verdadero Oeste.
La mayor parte del rodaje transcurrió en el desierto de Tabernas (Almería), el lugar por excelencia elegido para filmar los grandes spaghetti westerns de la historia. Pero Leone también se dio el gusto de aprovechar una semana completa de filmación registrando algunas escenas en Monument Valley, el maravilloso e inconfundible enclave del sudeste de Utah, casi en la frontera con Arizona, que John Ford utilizó en varios de sus inmortales westerns.
El western más ambicioso de Sergio Leone (también conocido por el título con el que se estrenó en España, Hasta que llegó su hora) puede recuperarse ahora gracias al streaming. Y la revisión adquiere un valor adicional en estos días por coincidir con el centenario de Charles Bronson, uno de sus grandes protagonistas. Hijo de un minero que emigró a los Estados Unidos desde Lituania, el futuro astro de rostro duro y pétreo tuvo en su documento de identidad distintos apellidos (Bunchinski, Bunchinsky, Buchinski) pero un único nombre artístico a través del cual todos lo recuerdan.
En el comienzo de su carrera había aparecido en los créditos de varios westerns de los años 50 como Charles Buchinski y de a poco se había instalado con comodidad en el género porque sus rasgos le permitían con total naturalidad asumir la interpretación de nativos estadounidenses. Paradójicamente, en los años 60 y cuando ya poseía el nombre artístico que lo identificaría para siempre, Bronson pensó seriamente en instalarse en Europa porque en Hollywood seguían considerándolo como “antinorteamericano” a pesar de haber nacido en Pensilvania.
Fue una de las mejores decisiones de su vida. La película de Leone fue el puntapié inicial de una etapa tremendamente exitosa de su carrera. Adorado por el público español, italiano y sobre todo francés (que lo bautizó como “el monstruo sagrado”) Bronson se convirtió entre 1968 y 1974 en una de las estrellas internacionales más cotizadas del mundo. En Érase una vez en el Oeste lo vemos con la fisonomía que tenían sus primeras apariciones en Hollywood. Durante su etapa europea (que incluyó otros extraños westerns como El sol rojo) comenzaría a mostrarse como siempre lo conocimos: cabellera tupida y oscura, de la que empiezan a asomar las canas, un fino bigote que acentuaba su aspecto exótico y la expresión más dura y áspera que nunca. Así volvería a los Estados Unidos para encarnar a su personaje más popular y controvertido en las películas de El vengador anónimo.
Leone siempre quiso a Bronson en sus westerns. Había pensado en él como una de las primeras opciones para personificar al Hombre Sin Nombre de su gran trilogía (Por un puñado de dólares, Por unos dólares más y El bueno, el malo y el feo) pero no le alcanzaba el presupuesto para contratarlo. Al final optó por Clint Eastwood, que era mucho más barato. Lo que Bronson le ofrecía al director era sobre todo el poder magnético de su rostro.
“Era una especie de bloque de granito, impenetrable pero marcado por la vida. Una cara de mármol, un mestizo que persigue implacablemente su venganza. Pero siempre debe tener una mirada impasible en su rostro. No habla mucho. Expresa su tristeza a través del sonido de su armónica. La música es un lamento que viene de lo más profundo. Es visceral, unido a una memoria ancestral, una raza antigua”. Así describió Leone al personaje de Bronson en Érase una vez en el Oeste.
Después del éxito de su primera trilogía, Leone encontró por fin en los estudios Paramount el respaldo económico para llevar adelante su monumental proyecto. Más tarde recordaría que los ejecutivos de Paramount “querían encerrarme en un manicomio” por insistir en Bronson para el papel de Harmonica Man, el misterioso hombre que llega al pueblo de Flagstone en tren y lo primero que hace es enfrentarse en la estación con tres pistoleros dispuestos a matarlo. El único que sobrevive es el hombre de la armónica.
El adversario de Bronson es el temible Frank, alguien capaz de asesinar a sangre fría y pensar al mismo tiempo cómo puede hacerse rico con la llegada del ferrocarril. Leone, para interpretarlo, eligió a Henry Fonda, todo un símbolo de la entereza moral y la representación más digna de los valores estadounidenses a través del cine, para que hiciera exactamente lo contrario. Fonda no estaba muy convencido de esa transformación, pero Leone logró persuadirlo. Y hasta hizo que mantuviera la clásica expresión de sus inconfundibles ojos azules contra la opinión del propio actor, que a su llegada a Roma se había puesto lentes de contacto marrones porque pensaba que a un villano le correspondía esa tonalidad.
El elenco principal se completa con Jason Robards como Cheyenne, un fugitivo de la ley que se cruza en el camino de ambos protagonistas y tendrá un papel decisivo en el destino de ambos y con Claudia Cardinale, que a los 29 años luce en plenitud su deslumbrante belleza mediterránea. Leone incorpora a través de ella por primera vez un personaje femenino clave a sus historias del Oeste. La Jill que encarna Cardinale es una mujer que llega al pueblo con la idea de formar una familia hasta que la tragedia se interpone en ese anhelo. La mujer deja entrever un pasado equívoco y los tres protagonistas se irán relacionando con ella de distintas maneras a lo largo de un relato que Leone quiso expresamente que fuera extenso y rico en detalles.
Solo la versión completa de dos horas y 46 minutos consigue capturarlos en plenitud. Leone lleva aquí a la máxima expresión su sello narrativo: largos primeros planos con la cámara procurando atrapar cada mínimo gesto, movimientos lentos, cuidados y atentos a cualquier reacción, el suspenso llevado al extremo con la idea de prolongar la tensión y demorar todo el tiempo necesario el momento del desenlace. En los westerns de Leone, y aquí más que nunca, los personajes dicen poco y hablan mucho más a través de sus miradas. Cada uno de ellos, además, es retratado desde la banda de sonido de Ennio Morricone con un tema propio.
Érase una vez en el Oeste siempre logró una respuesta de público bienvenida, generosa y amplia cada vez que se exhibió en su versión completa. En un cine de París, por ejemplo, llegó a mantenerse en cartel durante casi dos años ininterrumpidos. En los Estados Unidos, en tanto, los cortes impuestos por los ejecutivos de Paramount, temerosos de que una película tan larga no lograse una respuesta favorable del público, no funcionaron. Tampoco la intención del estudio de evitar a Bronson y reemplazarlo por otro actor. Las pruebas de Leone no funcionaron: ni James Coburn, ni Rock Hudson ni Warren Beatty cumplieron con lo que el director pretendía, sobre todo en la larga y extraordinaria escena de apertura, con Harmonica Man enfrentado a tres asesinos en la estación de tren.
Leone llegó a bajarle el pulgar al mismísimo Eastwood, a quien el director imaginó como una primera opción para el personaje de Harmonica Man. Las diferencias entre ambos se mantuvieron más allá de lo imaginable: no se hablaron durante los siguientes 20 años. Como alternativa, casi como una broma que quiso hacerse a sí mismo, el director llegó a imaginar que el trío protagónico de El bueno, el malo y el feo (Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach) podría encarnar a los tres pistoleros que se enfrentan al comienzo del relato con Harmonica Man en la estación. Van Cleef parecía dispuesto, pero Eastwood dijo que no, cerrando un vínculo que solo se reabriría poco antes de la muerte de Leone, cuando éste lo llamó para una reconciliación. Eastwood dedicaría más tarde su último western, Los imperdonables, a la memoria de Sergio Leone.
Finalmente, esos tres pistoleros tuvieron otros rostros: Jack Elam, Woody Strode y Al Mulock. Este último se suicidó saltando de la ventana de su hotel cuando le faltaba apenas un día de rodaje. Cuenta la leyenda que Mulock, de 41 años y con una larga historia de adicción a las drogas, se lanzó al vacío con la ropa que usaba su personaje y que en plena tarea de primeros auxilios (fallecería poco después) uno de los asistentes de producción escuchó detrás suyo una voz que le decía al oído: “El vestuario, hay que recuperar el vestuario”. Era Leone quien le hablaba. Algunos sostienen que Mulock entró en crisis porque no podía conseguir drogas. Otros, que el actor se había derrumbado por la reciente pérdida de su esposa.
Con esa mezcla entre actores estadounidenses (algunos veteranos del western clásico) y europeos, sumados a esa mirada en la que se cruzan la historia auténtica de la conquista del Oeste y las leyendas, Leone concibió su western más ambicioso, más desmesurado, más imponente y más consumado. En 1971 volvería al género con Los héroes de Mesa Verde (Giú la testa), con James Coburn y Rod Steiger. Y un año después se reencontraría con Henry Fonda en un spaghetti western que incluye uno de los más bellos finales de la historia del género (y probablemente del western sin distinción de origen), Ahora mi nombre es nadie (Il Mio Nome é Nessuno), junto a Terence Hill. En los créditos el director es Tonino Valerii, pero la mano de Leone se nota allí de principio a fin.
Ahora que el western vuelve a formar parte de la discusión cinematográfica actual, para bien (gracias al bienvenido y sorprendente estreno de Más dura será la caída) y para mal (por todo lo que está ocurriendo tras el disparo accidental de Alec Baldwin y la muerte de Halyna Hutchins en pleno rodaje de la película Rust) vale la pena volver a Érase una vez en el Oeste. Una película que remite y cita a buena parte de la historia del género (de Más corazón que odio a Fuerte Apache, de Shane, el desconocido a Winchester 73, de El vuelo de la flecha a Los siete magníficos, de Johnny Guitar a El caballo de hierro) y que también recupera la figura de Charles Bronson, el duro que cumpliría 100 años el 3 de noviembre de 2021.
Erase una vez en el Oeste está disponible en Qubit TV
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