Qué veo: RRR, una superproducción de la India que supera el poder de cualquier imaginación y es furor en Netflix
La épica se mezcla con el drama histórico y los cuadros musicales en una aventura colosal que muestra el poderío de un cine muy poco conocido en la Argentina
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El reciente paso triunfal de Tom Cruise por el Festival de Cannes dejó bien a la vista por qué el estreno de Top Gun: Maverick fue preservado durante toda la pandemia a la espera del regreso de los cines a una actividad más o menos normal. Había que mantener fuera de la tentación del streaming el lanzamiento de una película que más que ninguna otra estaba en condiciones objetivas y sobre todo simbólicas de sostener la experiencia colectiva de ver una película en pantalla grande. Una reivindicación a la que toda la maquinaria de Hollywood trató de darle el máximo valor posible. Desde los últimos días de mayo, Top Gun: Maverick no está sola en esta cruzada. Una superproducción realizada en la India, potente, magnética y con una trama que luce en apariencia completamente inverosímil, levanta la misma bandera con una energía pocas veces vista en la actividad cinematográfica global de los tiempos más recientes en todo el mundo.
Fue realizada en uno de los países más comprometidos con su cine a un costo de 72 millones de dólares y ya superó con bastante comodidad en la taquilla planetaria la marca de los 100 millones de recaudación, a lo que hay que agregar todo lo sumado (y todavía no recaudado) en las salas de su país de origen, receptores naturales de una película que como todo lo que se hace en la India tiene al mercado de consumo interno como destino final.
No hay otra manera que ver RRR (así se llama esta película) en la Argentina que a través del streaming (está disponible en Netflix). Pero con la fuerza arrolladora de su llegada no tardó casi nada en convertirse en una de las preferidas del público local, muy por encima de cualquier otra de las muchas producciones de la India (películas, series, reality shows y hasta especiales de comedia) disponibles hoy en streaming. No hizo falta más que un rápido boca a boca para llegar a ese objetivo. No hay ninguna otra cosa parecida a RRR en el mapa de las plataformas online.
¿A qué se debe esta singularidad? En principio, a que RRR es la puerta que mejor nos permite descubrir la identidad única que tiene el cine producido en la India. Un cine que más allá de sus manifestaciones regionales y sus distintas expresiones idiosincráticas alcanza su máxima expresión industrial y su alcance masivo a partir de la combinación en distintas variantes de tres géneros: la épica, el melodrama (sobre todo relacionado con historias de venganza y redención) y el romance. En este caso, esa mezcla original suma nuevos elementos: el relato de aventuras, el drama histórico, el musical (infaltable), el cine fantástico y hasta la mirada política.
Puesta en acción, esa urdimbre alcanza niveles descomunales de fortaleza, intensidad y dinamismo. Cuando la maquinaria de RRR se pone en funcionamiento se lleva todo por delante y nos guía al mismo tiempo hacia el corazón de la epopeya. Es posible que muchos al verla hayan regresado con la memoria al tiempo en el que ver una película tenía un solo y único significado, tal como nos lo recuerda el gran crítico y ensayista inglés David Thomson. En su ensayo How to Watch a Movie, dice que esa expresión tuvo durante décadas para nosotros como espectadores un significado y un valor compartido: “Una película era algo hecho, publicitado y exhibido solamente en el cine más cercano. Duraba noventa minutos y nos contaba una historia que respondía a ciertas convenciones aceptadas y reconocidas por todos”, señala allí.
Hay una una sola excepción en RRR, la referencia al tiempo. La película india del momento no es corta. Tiene tres horas y cinco minutos arrolladores, que jamás se notan porque el tiempo pasa volando. Más allá de ese dato, la tesis de Thomson se aplica a la perfección en este caso. Nos lleva de regreso al recuerdo vívido de las emociones compartidas al mismo tiempo con un montón de extraños que observan sentados dentro de una sala inmensa y a oscuras lo que pasa en una pantalla grande.
Y lo que pasa supera todo el tiempo nuestros cálculos, gracias a la pasión por el exceso que suele caracterizar al cine de la India. Con una salvedad importante. RRR no es un producto surgido de Bollywood, seguramente una de las usinas de producción cinematográfica más prolíficas del mundo, dominada por la lengua hindi. Nace, en cambio, de la ascendente y cada vez más fuerte industria de Tollywood, instalada en el sur del subcontinente indio y arraigada entre la vasta población que habla tamil y telugu.
En esas regiones, las estrellas de cine más famosas tienen estatuas de tamaño natural levantadas en su honor que los muestran, por ejemplo, bañadas en leche. Es habitual que los fanáticos se concentren frente a esas imágenes para rezar por el éxito de sus nuevas producciones. Lo menos que se espera de estas figuras es que encarnen en el cine a personajes de ribetes míticos y legendarios.
Es lo que ocurre en RRR con Alluri Sitarama Raju y Komaram Bheem, dos protagonistas reales de las luchas que lleva adelante la India en la segunda década del siglo XX por la emancipación del dominio imperial inglés. Los dos nunca llegaron a conocerse en la vida real, pero la película imagina y retrata ese momento con el apasionamiento que solo se dedica a las grandes causas. Encarnados respectivamente por Ram Charam y N. T. Rama Rao Jr. (dos grandes estrellas del cine de Tollywood), los dos héroes alcanzan una estatura legendaria y casi inverosímil por todo lo que son capaces de hacer. Así son vistos desde el imaginario colectivo y representados por un coro que, como en una ópera, exalta sus figuras, describe la complejidad que tendrá ese vínculo y anticipa los desafíos a los que ambos se enfrentarán.
La película cuenta cómo ambos, luego de una serie de equívocos y confusiones deliberadas, se ponen a la cabeza de una cruzada épica contra un despiadado gobernador británico (Ray Stevenson, a quien vimos hace poco en Asesino sin memoria, junto a Liam Neeson) después de que su no menos cruel esposa (Alison Doody, villana en la última película de Indiana Jones) se apropiara de la peor manera de una niña india para conservarla como una especie de objeto exótico.
El largo camino que lleva a la liberación, entendida en el sentido más amplio de la palabra, está marcado por una sucesión de escenas verdaderamente asombrosas, a las que puede tranquilamente aplicarse aquello de suspender por completo nuestra incredulidad. Vemos así cómo un hombre lucha mano a mano con un feroz tigre hasta derrotarlo. También la manera imposible en que otro de los protagonistas atrapa en soledad a un fugitivo en medio de una multitud que resiste esa acción y decide enfrentarlo.
La fiesta visual que ofrece RRR es inagotable. Las escenas de acción recurren todo el tiempo a instancias de aceleración y freno de la imagen para mostrar cómo los efectos generados digitalmente pueden adquirir un grado extraordinario de verosimilitud y, de paso, ponerse al servicio de la historia en vez de funcionar como un fin en sí mismos. Ese despliegue llega a su punto culminante en un par de extensas e imponentes secuencias de masas que impresionan en todo sentido: por la cantidad de recursos técnicos y humanos disponibles, por su puesta en escena y por el impacto de las imágenes.
La más importante de todas, el vibrante cuadro musical “Naatu Naatu”, con sus dos protagonistas al frente de una frenética danza, exigió 65 días de rodaje en Kiev, la capital de Ucrania, entre julio y agosto de 2021, todo un récord para el cine producido en la India. ”Es muy triste saber que tan cerca de ese momento tengamos que lamentar hoy en Ucrania una realidad tan diferente”, dijo el guionista y director de RRR, S. S. Rajamouli, cuyo talento e identidad como cineasta de Tollywood consagrado a relatos épicos también aparece en las dos partes de la monumental Baahubali, disponibles respectivamente en HBO Max y Netflix. Las escenas rodadas en Kiev son una una muestra de la escala que tuvo esta superproducción, filmada en escenarios naturales de la India (la ciudad de Hyderabad y las afueras de Delhi) y de Bulgaria.
La misma magnitud tiene el momento de la película conocido como “escena de intervalo”, que involucró en este caso un movimiento colosal de efectos visuales y una batalla con animales de gran porte, todos creados digitalmente. Este tipo de cuadros, similares a los que vemos en los grandes musicales de Broadway, aparecen justo antes de una pausa en el medio de una larga proyección, para adelantar algún giro decisivo que tendrá el desarrollo de la historia. Podemos imaginar al verlo cómo funciona la experiencia de ver películas como estas en los cines de la India.
No hay que temerle en este caso ni a la desmesura ni a la grandilocuencia. Lo que parece exagerado, temerario y fuera de toda lógica en la inmensa mayoría de las películas aquí funciona como sustento esencial de una historia que pretende ser más grande que la vida. La dimensión épica, mítica y legendaria de sus personajes y de las peripecias que les toca vivir así lo justifican.
Algunas de las más importantes se explican y fundamentan desde el título. En inglés, como se cuenta en el momento más autoconsciente de la película, RRR corresponde a las palabras “rise” (levantamiento), “roar” (rugido) y “revolt” (revolución). Otros términos surgen al aplicarse esas mismas iniciales a las diferentes lenguas del subcontinente indio involucradas en la producción (telugu, tamil, hindi).
Detrás de la escritura y sus significados lo que sobresale aquí es el poder intransferible e indestructible de la imagen en movimiento, que nos vuelve a transportar al tiempo en el que esa misma imagen alcanzaba toda su plenitud en una sala de cine y frente a una pantalla grande. RRR nos ayuda a recuperar esa memoria y vivirla como reminiscencia, por más que la veamos desde los contornos mucho más reducidos de una plataforma de streaming.
RRR está disponible en Netflix
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