¿Qué veo? La película que se estrenó al borde de la Tercera Guerra Mundial y Frank Sinatra sacó de circulación
Lanzada durante la crisis de los misiles de 1962, El embajador del miedo explora en el contexto de la Guerra Fría temas actuales como la paranoia y la manipulación política
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La paz mundial pendía de un hilo el 24 de octubre de 1962. Ese día, el primer ministro de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, envió una carta con palabras muy agresivas al presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy. “No estás apelando a la razón, sino que deseas intimidarnos”, escribió el líder de la URSS como respuesta a la anunciada intención del gobierno estadounidense de impedir desde el mar la llegada a Cuba de cargueros soviéticos con material militar.
Estaba en su punto máximo de tensión la crisis de los misiles, así llamada por el temor estadounidense de que la URSS emplazada en la isla gobernada por Fidel Castro varios de esos proyectiles guiados, con alcance suficiente como para llegar en pocos minutos a impactar en ciudades de Estados Unidos. Todos los registros históricos admiten que las dos superpotencias nunca estuvieron en aquel tiempo de Guerra Fría más cerca de iniciar un devastador enfrentamiento nuclear.
Quiso el destino que ese miércoles 24 de octubre El embajador del miedo (The Manchurian Candidate) tuviera en Nueva York y Los Angeles su estreno mundial. Seis décadas después, vale la pena revisar esta película y volver a verla desde un momento de la historia de la humanidad en el que reaparecen algunos de los elementos que la identificaron: un enfrentamiento armado que puede convertirse en la chispa de un conflicto de alcances mucho más extendidos; un estado generalizado de paranoia y desconfianza alrededor de los comportamientos políticos; la creencia de que todos pueden ser sospechosos en potencia y, como tales, urdir cualquier tipo de conspiración con tal de conquistar el poder o aferrarse a él, según el caso. Hay coincidencia en otra dimensión clave: las diferencias irreconciliables que aparecen en el interior de la sociedad estadounidense y por consiguiente elevan todo tipo de temores, sospechas y maniobras oscuras en las que se termina manipulando la verdad.
A partir de una novela de Richard Condon, El embajador del miedo describe lo que ocurre con un sobreviviente de la guerra de Corea, el sargento Raymond Shaw (Laurence Harvey), que a su regreso del frente de batalla es recibido en los Estados Unidos como un héroe, cuando en realidad se convirtió (junto al resto de su compañía) en objeto de un ejercicio de lavado completo de cerebro en la región china a la que alude el título.
La película dirigida por John Frankenheimer cuenta cómo un grupo de científicos rusos y militares chinos preparó a Shaw mediante una serie de sofisticadas técnicas y procedimientos de hipnosis a convertirse en una suerte de marioneta, capaz de ejecutar un asesinato político sin tener conciencia alguna de sus actos. El objetivo de ese magnicidio es entronizar como candidato a presidente de los Estados Unidos a un senador de pocas luces, figura ideal para ser manipulada por intereses comunistas. El mayor miedo imaginable.
En los últimos años se hizo costumbre mostrar desde algunos medios importantes al expresidente Donald Trump como un Manchurian Candidate, sobre todo por su jamás disimulada afinidad con su par ruso Vladimir Putin. Esa declamada simpatía llevó a pensar directamente que Trump tomaba ciertas decisiones en materia geopolítica en línea directa con los intereses de la potencia rival. El propio magnate alimentaba toda la ansiedad naturalmente expuesta frente a esta realidad al referirse a los hechos con palabras como sospecha, maquinación, insidia o falacia. En este escenario, todos parecen estar acusando a todos de maniobrar en las sombras con algún objetivo político nunca revelado.
Esta mirada apareció estimulada por el recuerdo mucho más cercano de la nueva versión de El embajador del miedo, estrenada en 2004, dirigida por Jonathan Demme (El silencio de los inocentes) y disponible en la plataforma Paramount+. En esta remake, el conflicto de Corea es reemplazado por una guerra mucho más reciente, la del Golfo (Kuwait, para ser más preciso), y en vez de acciones ordenadas por algunos gobiernos se habla de una manipulación (tortura mediante) que responde a explícitos intereses corporativos agazapados detrás de estrategias políticas que los ocultan. Ahora el control de la voluntad humana se puede ejercer a través de dispositivos muy sofisticados: microimplantes o chips que cualquier persona puede llevar dentro de su cuerpo.
El verdadero protagonista de la historia es Ben Marco, que en la versión original de 1962 también luce uniforme militar y es personificado por Frank Sinatra. Marco era el oficial superior del sargento Shaw en Corea y, como el resto de la compañía, también experimentó el lavado de cerebro en Manchuria. Pero después de la guerra, Marco empieza a tener horribles pesadillas que lo llevan de regreso al campo de batalla y al recuerdo de Shaw, convertido en columnista periodístico de temas políticos. Mientras crecen sus sospechas y la necesidad de unir las piezas dispersas de un complicado rompecabezas, Marco conoce a la bella Eugenie (Janet Leigh), que se convertirá en su aliada. El lugar que ocupa la mujer en la trama, jamás explicitado, se convirtió en materia constante de especulaciones (y más de una teoría conspirativa) cada vez que la película encontró un tiempo propicio para su reivindicación. Vaya paradoja.
El paso del tiempo (y sobre todo la remake de 2004) lograron recuperar el interés por una obra que en su momento quedó inevitablemente expuesta a más de una equívoca interpretación. A la coincidencia entre su estreno y la crisis de los misiles en 1962 debe sumarse la aparición de líneas paralelas entre la película de Frankenheimer y el asesinato del presidente Kennedy, hecho ocurrido al año siguiente, en Dallas.
Aquí también reaparecieron la paranoia y los efectos de aquello que genéricamente se conoce como “teoría del complot”. Como una de las escenas fundamentales de la película (y por extensión, la trama misma) tienen que ver con un asesinato político, algunos vieron en El embajador del miedo una nueva y peligrosa conexión entre la ficción y la realidad. A Condon, el autor de la novela, llegaron a preguntarle en ese momento si se sentía responsable de la muerte de Kennedy.
Como Sinatra era muy amigo de los Kennedy, más de una vez se sostuvo que él mismo se encargó de que saliera completamente de circulación en 1975, tres años después de comprar los derechos del film. Tal como recuerda un excelente texto sobre la novela y la película publicado en 2003 en el semanario The New Yorker, Sinatra nunca reveló las razones de esa decisión. La creencia de que se sintió culpable parece desmentida por el hecho de que autorizó a su propia hija Tina a llevar adelante una eventual remake. La película de 2004, protagonizada por Denzel Washington y Meryl Streep, incluye entre sus productores a Tina Sinatra. Su padre falleció en marzo de 1998, después de pasar los últimos 36 años sin poder curarse del todo de los dolores y las molestias sufridas en el dedo meñique de su mano derecha, que se fracturó durante la escena de la pelea con Henry Silva. Las exigencias y los tiempos de un rodaje que Sinatra tomó con gran compromiso le impidieron una pausa para curarse como correspondía y las secuelas del episodio le quedaron para siempre.
Unos cuantos datos y detalles más enriquecen el interés por descubrir (o volver a ver) la versión original de El embajador del miedo. Por ejemplo, el modo en que la película explora en una trama narrada con espíritu de thriller algunos aspectos psicológicos muy profundos de sus personajes principales. Aquí es donde aparece la impronta de Frankenheimer, una de las figuras más reconocidos de la primera generación de realizadores televisivos que logró pisar fuerte en Hollywood.
Integrante de una lista en la que también se destacan Delbert Mann, Sidney Lumet, Franklin J. Schaffner, Martin Ritt y Arthur Penn, Frankenheimer siempre se destacó por su pulso para narrar el suspenso, la preferencia por filmar en los escenarios naturales de la acción y una curiosa predisposición por usar en algunas escenas lentes desenfocados para dar una imagen de extrañamiento y deformación en la conducta de ciertos personajes.
La película también nos trae de regreso al hoy casi olvidado Laurence Harvey. Nacido en Lituania, criado en Sudáfrica, formado en Londres, pertenece a una brillante generación de actores británicos de estirpe teatral que brilló luego en el cine aportando gran complejidad y verosimilitud a personajes conectados con la realidad de ese tiempo. Tras alcanzar una nominación al Oscar como actor protagónico por Almas en subasta (1958) y alcanzar la cumbre de su carrera a lo largo de toda la década siguiente, Harvey murió prematuramente en 1973, víctima de un cáncer. Tenía apenas 45 años.
Quedan hoy tres sobrevivientes del elenco principal de El embajador del miedo: el camaleónico Henry Silva (93 años), villano de todas las etnias imaginables a lo largo de cuatro décadas; la rubia Leslie Parrish (87), a quien los fanáticos de la serie Batman recordarán por su aparición en algunos episodios como la patinadora Glacia Glaze (Glacia Gélida), y sobre todo la venerable e ilustre Angela Lansbury (96), cuyo extraordinaria personificación de una madre opresiva y manipuladora (personaje decisivo en toda la trama) le valió una de las dos nominaciones al Oscar que obtuvo la película. La otra fue por la edición. Lo más curioso es que Lansbury, al momento de filmar, tenía apenas tres años más que Harvey, su hijo en la ficción. En 1962, la futura Reportera del crimen tenía apenas 37 años. Los cumplió el 16 de octubre, el mismo día en que estalló la Crisis de los Misiles.
El embajador del miedo (1962) está disponible en Qubit TV.
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