¿Qué veo? Enemigo público, un thriller político que se adelantó a su tiempo, con una gran actuación de Will Smith
La película dirigida en 1998 por Tony Scott anticipó muchos de los debates que surgieron más tarde sobre la pérdida de la privacidad, las conspiraciones políticas y el poder vigilador del Estado
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Enemigo público (Enemy of the State) tuvo su estreno mundial en noviembre de 1998 y llegó a los cines argentinos en enero de 1999. Responden a los mandatos de la época el diseño de la mayoría de los gadgets usados en la película, la presentación visual de unas cuantas herramientas tecnológicas que funcionan como efectos digitales y casi todos los cortes de pelo. Por todo lo demás, la película no envejeció ni un día. Todo lo contrario: hay en su trama, en la idea que la inspiró y en su puesta en escena un espíritu anticipatorio tan fuerte que le garantiza una vigencia plena. Se anticipó a su tiempo y conserva hasta hoy esa condición casi profética. Alcanza con volver a verla para activar de inmediato la imaginación y comprobar hasta dónde llegaron en la realidad los efectos (reales, tangibles, concretos) de una trama que juega en la película con toda clase de conspiraciones y paranoias.
La realidad que nos describe Enemigo público es la de un mundo en el que cualquier ciudadano aparece expuesto al ojo escrutador y al control absoluto de los aparatos estatales de seguridad. Hasta los movimientos más rutinarios son observados por un sinfín de cámaras, lentes, visores y pantallas manejadas por oscuros especialistas en seguimientos y espionajes de todo tipo con la ayuda de la tecnología más sofisticada y silenciosa. Ninguna conducta, palabra o reacción resulta descartada por los constructores de este inmenso panóptico. No hay comportamiento, hasta el más banal, que merezca ser desatendido. Y si de esa maquinaria llegara a surgir un peligro concreto, el responsable de la conducta observada se encontrará en una situación de verdadero riesgo personal. Inclusive si se trata de algún ciudadano que hasta el minuto previo estaba lejos de cualquier sospecha por su comportamiento intachable, ejemplar.
Además de conectarse de manera anticipatoria a una realidad que con el tiempo reveló efectos todavía más graves sobre las libertades individuales más básicas y el derecho a la privacidad, Enemigo público es una de las mejores películas de Will Smith, el astro de Hollywood que recuperó en los últimos tiempos el primer plano gracias a una nueva aparición en el cine (Rey Richard, estreno de esta semana en las salas locales) que merecidamente lo coloca en una posición privilegiada como aspirante a llevarse el próximo Oscar a mejor actor.
Smith tiene un lucimiento parecido en este gran thriller político, definido además como la obra más hitchcockiana de toda la carrera de Tony Scott, como señaló en su momento el sagaz crítico Hernán Schell. Robert Clayton Dean, el abogado laboralista que encarna Smith, es un personaje de características muy parecidas a algunos de los grandes protagonistas del cine del maestro británico: un hombre común forzado, primero por el azar y luego por una serie de circunstancias encadenadas, a vivir situaciones extraordinarias.
Es cierto que el detonante de la acción es un hecho fortuito que en términos reales parecería completamente arbitrario, pero a los efectos de la trama funciona como factor determinante de la verosimilitud del relato. Cuando un dispositivo con información que compromete a uno de los responsables de la Agencia de Seguridad Nacional queda en manos de Dean, toda la ingeniería de seguimiento y control dispuesta desde ese organismo para cumplir con la “razón de Estado” de sus acciones se dirige hacia un ciudadano que hasta allí había demostrado bastante arrojo al denunciar a los autores de una ostentosa red de corrupción, ajena al asunto por el cual empieza a ser perseguido.
Lo que queda expuesto desde la primera secuencia es un escenario en el que los intereses oscuros ligados a las telecomunicaciones resultan todavía más poderosos, entre otras cosas porque hay organismos oficiales de altísima sensibilidad que en Estados Unidos se dedican a espiar para que otras redes de corrupción sigan funcionando de manera impune. Todo esto ocurre unos años antes del 11 de septiembre de 2001, con todos sus inquietantes efectos y consecuencias en términos de amenazas a la seguridad y todas las acciones dispuestas para evitarlas. Hasta las más cuestionables.
Smith es un intérprete perfecto para las necesidades del personaje. En sus buenas y en sus malas películas siempre personificó variantes de un mismo tipo humano: alguien con la suficiente confianza en sí mismo como para saberse capaz de sortear las situaciones más adversas. Es cierto que los peligros a los que se expone aquí no le dan la posibilidad de diseñar desde el principio un plan para alcanzar sus objetivos, como ocurre en películas como En busca de la felicidad o Rey Richard, cuya colosal interpretación ya lo instala hoy en un lugar muy próximo al Oscar, pero en Enemigo público ese clásico personaje de Smith se despliega en toda su plenitud: el aire ligero, la seguridad en las propias fuerzas, la conciencia del peligro, el convencimiento que transmite a sus seres más cercanos, el espíritu resolutivo, el chiste que siempre encuentra para ilustrar un momento de enojo o descarga anímica.
El elenco de Enemigo público incluye además a Jon Voight como el alto funcionario de la agencia de seguridad encargado con impasibilidad burocrática y justificaciones maquiavélicas de los trabajos más sucios (“Ustedes ganaron la guerra, ahora nos toca a nosotros luchar por la paz”, dice en un momento a quien le cuestiona su proceder), a Regina King (mucho antes de su influyente presencia actual) como la estoica esposa del abogado idealista, y a Jack Black como uno de los expertos hackers que trabaja para el Gobierno vigilando gente. En ese papel secundario, previo al momento de su consagración, Black aporta a la trama un comentario sexual casi intrascendente que hoy sería muy cuestionado por su incorrección política. Tanto como la divertida escena en la que Smith entra a una casa de lencería para comprarle un regalo de Navidad a su esposa y comprueba que las vendedoras reciben y atienden al público con la misma indumentaria que está a la venta en el local.
Y también está el gran Gene Hackman, que aparece por primera vez cuando estamos por llegar a la mitad de la película, en el minuto 50. Su presencia en la trama hará que Smith tome verdadera conciencia de lo que le pasa y resuelva entrar mucho más en acción. Ese revelador papel de Hackman funciona casi como un homenaje a su extraordinario personaje protagónico en La conversación (Francis Ford Coppola, 1974, disponible en Movistar TV y Pluto TV), una película pionera en el tratamiento de temas como las teorías conspirativas, el espionaje silencioso a cargo de los gobiernos, la vigilancia de la vida cotidiana y la invasión de la vida privada.
En este último punto, el carácter anticipatorio de Enemigo público adquiere toda su magnitud. Es imposible, después de ver (o volver a ver) esta película hecha 23 años atrás todo lo que llegó después. Sobre todo la presencia poderosa y abarcadora de las redes sociales, que de manera involuntaria o no contribuyeron muchísimo a la pérdida de la privacidad. Si la extensión de la capacidad de vigilancia o espionaje de los gobiernos resulta un dato de la realidad que se impone a la voluntad de los ciudadanos (y normalmente se ejerce con la reserva de las conductas que carecen de legitimidad), la aparición de algunas prácticas y comportamientos frecuentes en las redes no hacen más que alentar la renuncia voluntaria de las personas a sus inalienables espacios de libertad personal.
El estilo del realizador hace el resto. El cine de Tony Scott siempre se identificó por un montaje frenético, planteado a una velocidad supersónica. Pero con una rara virtud: en medio de semejante vértigo, el hermano menor de Ridley jamás pierde el control de la acción y mucho menos la claridad expositiva. En sus películas narradas a ritmo de videoclip todo es claro y comprensible. Schell dice que nunca estuvieron mejor aprovechados en una película de Tony Scott “los abruptos movimientos de cámara y zooms para simular esta sensación de un ojo técnico que puede mirar todo lo que desea de manera veloz, acelerada e implacable”.
Enemigo público nos lleva de nuevo a un tiempo en el que Will Smith elegía casi siempre bien sus personajes y hacía crecer a través de ellos su indiscutible condición de gran estrella de Hollywood, de las más carismáticas y queridas por el público. En la última década perdió ese don y pareció que su estrella empezaba a apagarse. Hasta que llegó Rey Richard para recordarnos que una figura de esas características también es un gran actor de cine. Como hace 23 años.
Enemigo público está disponible en Star+
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