¿Qué veo? El abismo negro: cuando Disney pensó en competir con Star Wars por el reinado de la ciencia ficción
Estrenada en 1979 y hoy casi olvidada, la película logró una nominación al Oscar por sus efectos especiales y se convirtió con el tiempo en objeto de culto e interés para fanáticos
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Hubo un tiempo en el que Disney quiso competir mano a mano con George Lucas y salir a la conquista del mismo público que llenaba los cines con la rutilante aparición de La guerra de las galaxias. Eso pasó en 1979, mucho antes de que el imperio del ratón Mickey revolucionara el mercado y pagara 4000 millones de dólares para adquirir Lucasfilm en 2012.
Desde ese momento la Fuerza está con Disney, a la que no le cuesta nada ponerse a la vanguardia de todos los relatos audiovisuales de ciencia ficción. El universo de Star Wars no deja de multiplicarse y encuentra en otros productos del estudio (Marvel, sin ir más lejos) una sólida correspondencia. Pero en 1979 la realidad era otra en Hollywood, y la explosión inicial provocada dos años antes con el estreno de la primera película sd la saga estimuló el surgimiento de nuevas ideas alrededor de ese mundo.
La respuesta directa de Disney a George Lucas en ese tiempo se llamó El abismo negro (The Black Hole). Olvidada durante mucho tiempo y recuperada ahora gracias al streaming, 43 años después de su estreno, esta película es una de las grandes rarezas de la producción de los estudios Disney en el último medio siglo. Verla ahora, con todo lo que pasó después, deja en el espectador una sensación en la que se mezclan la curiosidad y el extrañamiento.
Ante los ojos actuales, la película funciona como modelo de lo que nos suele ocurrir cuando vemos una obra de ciencia ficción realizada hace mucho tiempo. Buena parte de lo que en su momento parecía novedoso y sorprendente, sobre todo en el terreno de los efectos visuales, suele quedar en retrospectiva contemplado con una ingenua sonrisa. En este caso, nuestros ojos se acostumbraron tanto en los últimos años a la perfección de los efectos digitales que nos cuesta recuperar el impacto de recursos visuales mucho más cercanos a la experiencia física y tangible como los que propone El abismo negro. Pero en su momento, como se verá, esos recursos visuales resultaron muy atractivos. Llamaron muchísimo la atención.
Las semejanzas y los paralelismos con el universo de Star Wars no son producto de la casualidad. En El abismo negro hay figuras humanas de tamaño natural que se mueven detrás de uniformes metálicos blindados que funcionan como fuerza de choque (parecidos a los Stormtroopers, pero con movimientos mucho más limitados). También peleas a la distancia entre adversarios que se disparan unos a otros mortales rayos de luz. Y un robot llamado V.i.n.cent (con la voz de Roddy McDowall en la versión original) que cumple aquí una función bastante parecida a la de R2-D2 (el popular “Arturito”) en el universo de George Lucas. Ambos tienen un visible aire de familia.
Lo que cambia es la historia. Y también el entorno. Ron Miller, por entonces presidente de Walt Disney Productions, se convirtió en el gran artífice de esta película. Su primera decisión fue eliminar de los créditos iniciales el tradicional signo identificatorio de las películas de Walt Disney. Quería hacer otra cosa y lo tenía muy claro.
Con el tiempo, Miller ensayaría otras transformaciones con la aspiración de adaptar a Disney a un nuevo momento de la industria y de la relación entre el cine y sus audiencias. Siempre hizo notar que El abismo negro fue la primera película de la historia en recibir una calificación PG (Parent Guidance) en Estados Unidos. Hasta allí, ninguna producción de Disney había recibido la advertencia de que algunos temas o imágenes podrían ser inconvenientes para la sensibilidad infantil y por lo tanto requerían de la orientación de los padres o adultos responsables. Otro legado de Miller, años más tarde, fue la creación de Touchstone Pictures, una división de Disney dedicada exclusivamente a producir películas para el público adulto.
Miller era además el yerno de Walt Disney. Estaba casado con Diane, la única hija biológica del creador del ratón Mickey. Tenía respaldo suficiente como para encarar caminos innovadores y dejar atrás la exclusividad de las fórmulas tradicionales que dejaban rezagado al estudio frente al impulso transformador que aparecía en el Hollywood de la segunda mitad de los años 70, con la llegada de las películas de alto impacto y el comienzo de la era de los blockbusters, éxitos colosales de boletería que se extendían a otros negocios como el merchandising. Star Wars era el ejemplo más grande y más exitoso de una tendencia que Disney por entonces veía desde lejos.
Fue justamente el éxito inmediato y colosal de las primeras aventuras galácticas de George Lucas lo que llevó a Miller a asumir personalmente la producción de El abismo negro. Con su equipo desempolvó un proyecto de ciencia ficción que llevaba años sin resolverse, con varios cambios y reescrituras. Solo quedó en pie el punto de partida: una nave espacial que empezaba a acercarse a un agujero negro, extraña formación cósmica que parece tener el poder de absorber toda la materia que se le acerca, e inclusive la luz. Carl Sagan fue uno de los mayores divulgadores de esta idea, nacida de los estudios, las teorías y las investigaciones de Albert Einstein y Nathan Rosen. La ciencia ficción, desde allí, imaginó a través de los agujeros negros la posibilidad de hacer viajes en el espacio y en el tiempo.
De ese impulso surgió el eje narrativo de la película. Una nave exploratoria descubre en medio del espacio y muy cerca de esos temibles agujeros negros a una extraña formación fantasma que parece navegar a la deriva. Se trata en realidad de la nave Cygnus, que desde hace años se creía definitivamente perdida al igual que la figura de su comandante, un hombre llamado Hans Reichardt al que Maximilian Schell le aporta toda su elocuencia y una poderosa presencia teatral.
La nave que se acerca al Cygnus, bautizada USS Palomino, lleva una escueta tripulación: un comandante (el vigoroso Robert Forster, que años después brillaría en Jackie Brown, de Quentin Tarantino), un primer oficial (Joseph Bottoms), dos científicos (Anthony Perkins e Yvette Mimieux) y un veterano periodista (Ernest Borgnine). La mujer es hija de otro científico espacial que viajaba con Reichardt en la expedición que se dio por extraviada.
Antes de ese encuentro en medio del cosmos, la película tiene un arranque completamente atípico. En vez del tradicional logo de Disney, como dijimos, todo comienza con dos minutos con la pantalla en negro mientras empieza a escucharse la obertura compuesta y dirigida por John Barry, el extraordinario músico inglés creador del sonido que identifica a las películas de James Bond. Las letras de los créditos iniciales responden a la clásica tipografía de las computadoras de entonces. Y empiezan a aparecer las imágenes del espacio, que alcanzan bastante perfección técnica sobre todo en la sensación de tridimensionalidad.
El abismo negro logró una nominación al Oscar por sus efectos visuales, cuya característica más destacada fue el uso intensivo de las pinturas matte, un recurso que no falta en casi ninguna producción grande de Hollywood. Antes del empleo a gran escala de este recurso en su expresión digital, las matte paintings tenían un aspecto casi artesanal. A través de esta técnica se logra superponer una serie de imágenes, videos e ilustraciones con la idea de obtener una representación visual de la realidad. El resultado de esa combinación en El abismo negro, expresada en paisajes y fondos, es notable. Hay al menos 150 de esas pinturas en la película.
El otro aspecto visual destacado de la película es cómo se muestra la falta de gravedad en el interior de una nave espacial. Para lograr este efecto los actores se desplazaron con la ayuda de cables y arneses invisibles, cuyo uso abrió un problema inesperado. La actriz originalmente elegida para interpretar a la única mujer del elenco era la bella Jennifer O’Neill, muy buscada por entonces después de su consagratoria aparición en Verano del 42. Pero el personaje le exigía desprenderse de su cabellera larga y lacia. En vez de buscar algún recurso artificial (una peluca, por ejemplo), O’Neill se sometió a extensas y trabajosas sesiones de corte de pelo, con la ayuda del reconocido estilista Vidal Sassoon. La experiencia fue tan traumática para la actriz que al término de una de esas jornadas sufrió un accidente automovilístico bastante serio y debió abandonar el proyecto.
Su reemplazante fue Yvette Mimieux, ya conocida por el público del cine de ciencia ficción por su participación en la versión más conocida de La máquina del tiempo (1960), junto a Rod Taylor. El recuerdo de El abismo negro crece en estos días a partir del recuerdo de Mimieux, cuya belleza tenía rasgos europeos y latinos gracias a un padre francés y una madre mexicana, y su aparición en la película con el cabello rizado. La actriz falleció a los 80 años el 17 de enero.
El abismo negro tuvo un exigente rodaje (26 semanas en total), que se mantuvo casi siempre en secreto para alentar las expectativas despertadas por un proyecto innovador para las estrategias de Disney. Su director, Gary Nelson, era un competente y experimentado realizador televisivo (tuvo a su cargo varios episodios de La isla de Gilligan, El Super Agente 86 y otras series clásicas) y contaba con un elenco de nombres confiables y prestigiosos. El estreno no pasó inadvertido y pudo recuperar en la taquilla los 20 millones de dólares invertidos en su producción.
Pero a mediano plazo los resultados no fueron los esperados. El primer largometraje de Viaje a las estrellas con el elenco de la serie original, que costó casi el doble y se estrenó casi al mismo tiempo, encontró inmediatamente la certeza de una continuidad. Mientras tanto, nadie se animaba a decir una palabra sobre la posibilidad de hacer El abismo negro 2. Con el tiempo, muchos atribuyeron el desinterés en una potencial secuela al desconcertante final de la película. El propio Nelson, varias décadas después, admitiría ante The Hollywood Reporter, que la historia no tuvo un cierre preciso y convincente. El director y su equipo inclusive viajaron a Roma y lograron, con autorización expresa del Vaticano, registrar imágenes de la Capilla Sixtina con vistas a un posible final que finalmente quedó descartado. La opción elegida, de gran belleza visual, todavía llena de confusión a los especialistas.
Lo que no pudo lograr Miller con El abismo negro llegó para Disney en 1982 con Tron, otra fantasía futurista que logró hacer conocida su trama en la conversación popular, se estableció como relato con identidad propia y hasta logró continuidad décadas más tarde. El abismo negro, en cambio, quedó en la historia como una extraña anomalía. Una película imaginada para pelearle mano a mano a Star Wars el dominio de la ciencia ficción en el cine, pero condenada al olvido en los años siguientes. Hoy, la creación de George Lucas cuenta con un espacio dominante, amplio y propio en Disney+. El abismo negro, en cambio, se acomoda en un rinconcito de la plataforma, esperando que alguien esté dispuesto a descubrirla.
El abismo negro está disponible en Disney+
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