¿Qué veo? Conan el bárbaro, el clásico épico que convirtió a Arnold Schwarzenegger en estrella
Dirigida por John Milius y estrenada hace 40 años, adquiere hoy una estatura de mito por el modo en que se propuso relatar la vida de un héroe en un mundo que se remonta a 12.000 años atrás
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Cuarenta años después de su estreno, Conan el bárbaro se ganó el título de clásico. En el cuadro de las películas más vistas de 1982 quedó en el lugar número 15, precedida por algunos éxitos todavía más indiscutidos: E. T. El extraterrestre, Indiana Jones y los cazadores del arca perdida, Rocky III, Reto al destino, Porky’s, Arthur: el millonario seductor, Poltergeist. Pero no hay película con sus características que haya llegado tan alto como Conan. De hecho, además de clásica, a esta altura debe ser vista como una obra pionera.
Conan fue la primera película en la que nos convencimos de que Arnold Schwarzenegger, el fisiculturista al que en ese momento alguien definió como “un efecto especial con forma humana”, podía alcanzar el rango de una estrella de cine. Desde ese momento nadie se lo quitó: se convirtió en estrella indiscutida. También fue la primera en volver a levantar la vieja y noble bandera del cine inspirado en ciertos grandes mitos, modelos y estilos del mundo antiguo, aquello que se conoce en la jerga cinematográfica global como sword and sorcery. Historias fantásticas protagonizadas por bravos guerreros de tierras lejanas que se remontan al origen de los tiempos, pródigas en batallas épicas resueltas a espadazo limpio. Relatos llenos de magia, hechizos y conjuros, ambientados en escenarios míticos, exóticos y seguramente incomprensibles para el habitante de nuestros días.
Conan dejó una influencia enorme. Decenas de películas surgidas de esa inspiración aparecieron en los años siguientes, sin que ninguna de ellas pudiera acercarse a la fuente original, incluyendo a la propia (y bastante discreta) secuela oficial Conan el destructor (1984) y la remake de 2011 protagonizada por Jason Momoa. Esta multiplicación se pareció bastante a la que vivió Italia a fines de la década de 1950 y comienzos de la siguiente, época de apogeo del llamado cine “péplum”, protagonizado por forzudos estadounidenses que encontraron su efímero momento de gloria filmando en Roma aventuras en las que personificaban a Sansón, Hércules, Goliath, Ulises y otros héroes y mitos de la Edad Antigua.
El caso de Conan era distinto. Todavía más lejano en el tiempo. Su creador, Robert E. Howard, situó sus andanzas alrededor de 12.000 años atrás, unos 7000 antes de la aparición de cualquier referencia histórica más o menos reconocible. Un tiempo que Howard llamaba Edad Hiboria (Hyborian Age), referencia que fue muy tenida en cuenta por el talentoso director y guionista John Milius, el artífice más importante de la construcción del personaje y su llegada a la pantalla.
Milius siempre fue una rareza en el mundo de Hollywood, aunque se formó junto a ese grupo de cineastas que en los años 70 reivindicaba su cultura cinéfila y la ponía al servicio de una nueva ola en el cine estadounidense: Steven Spielberg (uno de sus grandes amigos), William Friedkin, George Lucas, Francis Ford Coppola. Su espíritu contracultural siempre lo llevó a ir en contra de cualquier corriente predominante, aunque su propio temperamento y la escala de valores en la que se apoyaba le alcanzaban para plantarse como un completo outsider. Se autodefinía como “anarquista zen”, pero eso no era todo. Fanático del surf, de las armas y de los códigos rituales de la disciplina oriental, a Milius le debemos aportes decisivos a películas que dejaron huella en los años 70.
Escribió el famoso relato del USS Indianapolis que le escuchamos al capitán Quint (Robert Shaw) en Tiburón, fue el creador de la más famosa frase de Apocalipsis Now (“Me encanta el olor del napalm por la mañana”, en la voz de Robert Duvall como el capitán Kilgore) y le hizo decir a Clint Eastwood, en una de sus apariciones como Harry “El sucio” Callahan, la película Impacto fulminante, otras célebres palabras: “Go Ahead, Make My Day” (Adelante, hazme el día).
Milius le dio a Conan una impronta a la que jamás hubiese llegado si el proyecto quedaba en manos del otro gran protagonista de esta creación, Oliver Stone. Ambos comparten en la película la firma del guion, pero Milius es el que modeló al musculoso héroe tal cual lo vemos en la pantalla: con una sensación vívida y completa de poderoso realismo, sin artificios o recursos efectistas. Cuando Conan, alguno de sus aliados o sus adversarios levantan una espada sentimos de verdad el peso del acero y la empuñadura en las manos de sus intérpretes.
El aliento mítico y filosófico con el que Milius envuelve la acción empieza con una cita de Nietzsche: “Todo lo que no nos mata nos hace más fuertes”. Cuatro décadas después del estreno todavía se sigue hablando mucho de Conan como encarnación de una idea heroica asociada al concepto nietzscheano de “superhombre” (Übermensch). Desde ese lugar, el protagonista del relato lleva adelante una clásica historia de venganza contra quien destruyó a su familia y lo dejó sin hogar. Conan el bárbaro no es otra cosa que la historia de un hombre huérfano, desarraigado y perdido en el mundo que lucha por recuperar el honor y la memoria mientras recorre el camino que lo convertirá en rey.
Milius terminó haciéndose cargo de un proyecto que Stone concibió en un primer borrador. En la imaginación del entonces muy joven guionista y futuro director de Pelotón y Wall Street, entre muchas otras películas, Conan vivía sus aventuras en un mundo distópico, desgarrado por un apocalipsis nuclear, en el que no faltaban ejércitos de mutantes y experimentos genéticos. Stone también imaginó que Conan el bárbaro inauguraría una serie de producciones al estilo de James Bond, con el regreso del héroe cada dos años con nuevas aventuras que superarían la decena.
Stone quería dirigir la película, pero los productores no estaban convencidos. Sobre todo desde que Dino de Laurentiis, el legendario productor italiano que era hábil como ninguno para moverse en el mundo de los relatos míticos, se hizo cargo del proyecto, prefirió aferrarse a la creación original de Howard. Cuenta la leyenda que en algún momento dudó en darle el papel principal a Schwarzenegger, defendido desde el principio con uñas y dientes por Milius. Cuando insinuó un cambio, el director dijo que lo aceptaba, pero en su lugar quería a... Dustin Hoffman. En ese momento, De Laurentiis supo que no tenía opción. O aceptaba a Schwarzenegger o se quedaba sin película.
Una de las pocas cosas que quedó del primer guion escrito por Stone es la secuencia del Árbol de Woe, lugar en el que Conan es crucificado por orden de su enemigo Thulsa Doom (James Earl Jones). Milius resignificaría la escena para darle un claro sentido de sacrificio desde una lectura mucho más cercana a los relatos bíblicos y evangélicos. Pero con otra clase de resurrección.
En la concepción de Milius, con la decisiva ayuda del diseñador de producción Ron Cobb, aparecen muchas influencias: la referencia a antiguos cultos y rituales, la búsqueda de indicios de las más tempranas civilizaciones, algunas leyendas y, por supuesto, las ilustraciones de Frank Frazetta en los cómics que narraban las aventuras de Conan.
El director también sorprendió con el armado del casting. Para acompañar a Schwarzenegger eligió a un viejo compinche de sus experiencias surfistas carente de experiencia artística, el hawaiano Gerry Lopez, para personificar a Subotai, el ladrón que se convierte en inseparable compañero de aventuras de nuestro héroe. El propio Lopez llegó a decir que Milius lo imaginó a imagen y semejanza del principal lugarteniente del temible Genghis Khan, el personaje con el que el director siempre estuvo obsesionado, aunque nunca pudo hacer con él la película que soñó. El japonés Mako es el mago Akiro, narrador de la historia, y la rubia bailarina Sandahl Bergman (recomendada por Bob Fosse) se convierte en la aguerrida Valeria.
Max Von Sydow se hizo cargo del breve (y clave) papel del rey Osric después de descartar a Sterling Hayden y John Huston. Y James Earl Jones se transformó en Thulsa Doom porque para Milius su figura era ideal para retratar un villano con reminiscencias de otros enajenados líderes de terroríficos cultos masivos como Jim Jones o Charles Manson. En el camino quedó la idea de adjudicarle ese rol a Sean Connery.
Schwarzenegger se construyó a sí mismo en la película. Logró con extraordinaria perseverancia y convicción cambiar para siempre la imagen que el mundo tenía hasta allí de él como un consumado fisiculturista para cambiarla por la de una estrella indestructible de las películas de acción, en un tiempo en que el cine buscaba esa clase de héroes. La disciplina del futuro Governator fue admirable, primero a través de la asimilación de las destrezas de su personaje (hay que verlo adoptando la postura del guerrero desde el modo en que levanta la espada hasta la forma en que coloca sus brazos) y luego con su riguroso entrenamiento para eliminar el duro acento austríaco que en apariencia lo tenía atrapado. Es imposible pensar en otra encarnación del personaje. Schwarzenegger es Conan y Conan es Schwarzenegger.
Hay otras razones para reencontrarse con Conan el bárbaro: la escena en que el protagonista lucha con el ofidio más grande que se haya visto en una película, el realismo que se sostiene en los extraordinarios escenarios naturales de Castilla y Andalucía (sobre todo la imponente aridez del desierto de Tabernas, lugar también usado en infinidad de spaghetti westerns) y la inolvidable banda sonora de Basil Poledouris, cuyos sonidos de tambores y vientos también nos llevan a ese tiempo de leyenda convertido, cuatro décadas después, en un indiscutido clásico.
Conan el bárbaro está disponible en Star+
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