¿Qué veo? Cine negro con espíritu de videoclip, ambiciones que matan, un robo fallido y Elvis de fondo
A veces exagerada pero siempre fascinante, 3000 millas al infierno empieza con el asalto a un casino de Las Vegas en medio de la convención de imitadores del Rey del Rock; brillan Kurt Russell y Kevin Costner
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En los cines argentinos, julio será el mes de Elvis. Más allá de las vacaciones de invierno y la previsible ola de propuestas animadas para convocar a las familias en el momento del año en que más público acude a las salas, el mes que está por arrancar tendrá como atracción principal a la ambiciosa película que Baz Luhrmann le dedicó al Rey del Rock.
Hay que lamentar en las vísperas de este lanzamiento, uno de los más poderosos de 2022 para Hollywood en el sentido más amplio del término, que no tengamos todavía a nuestro alcance en las plataformas locales de streaming gran parte del material fílmico más cercano al retrato de la realidad y la insuperable leyenda musical de Elvis.
Solo nos queda el consuelo de revisar desde el streaming un pequeño puñado de películas que lo tuvieron como protagonista, testimonios de una carrera cinematográfica en la que encontró más sinsabores que satisfacciones y estímulos artísticos. Están su debut en la pantalla con La mujer robada (Love Me Tender, 1956) y Estrella de fuego (Flaming Star, 1960), ambas disponibles en Star+ y QubitTV. También Star+ incluye en su catálogo Corazón rebelde (Wild in the Country, 1961).
Demasiado poco, sobre todo si tenemos en cuenta que hace un año, para esta fecha, Netflix tenía al alcance de sus abonados uno de los grandes documentales consagrados a su vida y su obra. Los dos extensos episodios de The Searcher (El buscador), estrenada en streaming como Elvis Presley: el rey del rock and roll, funcionan como espléndido marco para entender cuán lejos llegó Elvis como artífice de una virtuosa integración jamás alcanzada hasta ese momento entre el góspel, la música afroamericana, el clásico american songbook, el pop de los años 50 y 60, el country y el rock and roll. Y cómo una suma de tristes mezquindades y malentendidos destruyó en muy poco tiempo esa verdadera catedral artística.
Pero The Searcher lamentablemente ya no aparece en Netflix y tampoco en HBO Max, la plataforma que pudo haberla incluido ya que el canal premium del mismo nombre estrenó este documental extraordinario en 2018. Es una pena: hubiese sido el complemento testimonial perfecto al vistoso y desbordante retrato que propone Luhrmann. Tampoco están los Elvis reales o ficticios encarnados sucesivamente por Jonathan Rhys-Davies, Harvey Keitel, Michael Shannon y hasta Val Kilmer (sin llamarse Elvis sino simplemente “mentor”) en Escape salvaje (True Romance, 1993), de Tony Scott-Quentin Tarantino.
Como para compensar tanta ausencia, HBO Max nos permite revisar (o descubrir, que sería lo más probable) una desaforada fábula que mezcla al Rey del Rock con el mundo de la novela negra en clave de videoclip. Esta extraña alquimia, incomprendida en el momento de su estreno en los cines locales en 2006, se llama 3000 millas al infierno (3000 Miles to Graceland) y tiene un formidable punto de partida: cinco ladrones se proponen robar la recaudación del Riviera, uno de los grandes hoteles-casino históricos de Las Vegas, en el mismo momento en que se desarrolla allí la convención de imitadores de Elvis.
Inaugurado en 1955, cerrado en 2015 y demolido al año siguiente, el Riviera fue uno de los grandes y legendarios monumentos que identificaron durante décadas al Strip (la avenida central de Las Vegas) y ganó también reconocimiento como escenario de varias películas. Entre ellas la formidable aventura del Rat Pack que inauguró la moda de contar en el cine cómo se roba un casino inexpugnable: Once a la medianoche (Ocean’s Eleven, 1960), con Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr. y compañía.
Ahora estamos en 2006 y los dos líderes de la banda que quieren apoderarse del botín del Riviera tienen más de un punto en común con el Rey del Rock. Thomas Murphy (Kevin Costner) nació el mismo día que Elvis y alguna leyenda lo asocia con su propia descendencia como supuesto hijo ilegítimo. Michael Zane (Kurt Russell) tiene colgada en el cuello una cadena con la inscripción TCB (Taking Care of Business), una suerte de consigna o lema personal que Elvis incorporó a fines de los años 60 y que también le dio nombre a la banda que lo acompañó durante sus largas temporadas en Las Vegas, hasta el momento de su fallecimiento en 1977.
El dúo, asociado a tres secuaces (interpretados por Christian Slater, David Arquette y Bookem Woodbine) decide ejecutar el golpe mimetizándose con las decenas de clones de Elvis que acuden a la convención de imitadores. Los trajes llenos de brillo y lentejuelas, los anteojos oscuros y las inconfundibles patillas (notorias sobre todo en el caso de Costner) formarán parte de la escenografía de un asalto que sale mal y abre una más de las muchas vueltas de tuerca que tiene el relato.
La música de Elvis y la fascinación de la iconografía pop impuesta por el Rey del Rock en Las Vegas aparecen siempre como marco de referencia de una historia que se identifica desde el comienzo con la letra y el espíritu de la novela negra. Aquí abundan los perdedores ambiciosos y los personajes sin escrúpulos ni moral. Hay mucho dinero dando vueltas, la ambición activa con facilidad el germen de las traiciones y la ley no puede hacer mucho para alterar la ecuación. Se resigna apenas a tratar de entenderla y no quedar demasiado al margen de los resultados.
También hay una mujer atractiva y decidida a alterar planes y estrategias. Como la mayoría de los personajes de esta historia, decide tomar partido al no tener mucho que perder. Se llama Cybil Waingrow (“Cybil con C”, suele repetir) y Zane la descubre en un pueblucho agonizante ubicado a la vera de la ruta principal que lleva a Las Vegas. Un camino secundario que no tardará en sumarse al recorrido principal. Recién salida de Friends, Courteney Cox le pone energía, audacia y sensualidad a su personaje. También tiene un hijo, Jesse (David Kaye), que parece tener pese a sus 12 años las cosas mucho más claras que todos los adultos, sobre todo con vistas al futuro. Su presencia será decisiva.
En un entorno pop, la impronta bien clara y precisa de cine negro que envuelve este relato empieza a cobrar sentido desde la velocidad en forma de videoclip que le imprime el director Demian Lichtenstein. Buena parte de la acción tiene esos avances y retrocesos vertiginosos que forman parte de la esencia de los videos musicales. A esa altura un joven veterano de la industria del video musical, Lichtenstein hizo aquí su primera incursión en el cine más exigente, el que mueve mayores recursos de producción y se apoya en un elenco integrado por figuras bien reconocibles.
Los méritos de 3000 millas al infierno, que se hacen cada vez más apreciables según pasa el tiempo, no fueron entendidos en el momento de su estreno. La crítica estadounidense destruyó la película, descartada y olvidada casi de inmediato. Es muy probable que esa incomprensión haya persuadido a Lichtenstein para no volver a probar suerte en ese terreno. Una década y media después se muestra mucho más ocupado en explorar los cruces entre los medios visuales tradicionales y las posibilidades que ofrece el mundo del gaming y los videojuegos.
Es una lástima. Puede que 3000 millas al infierno haya pecado más de una vez por sus desmesuras, y también por los cambios de timón brutales y abruptos de una trama que una y otra vez frena y arranca de golpe como los autos de época que manejan algunos de sus personajes por caminos que parecen interminables. Hasta que en medio del desierto aparece algún testimonio de vida humana o una curva imprevista y todo cambia. O empieza de nuevo.
En 1979, Kurt Russell personificó a Elvis en un telefilm sobre su vida dirigido nada menos que por John Carpenter. Hace mucho que esa película no está al alcance del espectador local, ni en el cable ni por streaming. Russell, un actor clásico, magnético y muy convincente, es el intérprete ideal para moverse en un escenario con reminiscencias retro y detalles propios de otro tiempo. Su personaje nunca parece estar pensando en lo que puede ocurrir en tiempo real. En todo caso, se mueve pensando en un objetivo mayor: la idea de recuperar algo que parece perdido.
Russell evoca aquella encarnación del Rey del Rock en una espléndida escena que acompaña los créditos finales, tras un desenlace explosivo en toda la dimensión del término. Con el traje blanco clásico estampado de piedras brillantes y coronado en la imponente hebilla redonda de su cinturón, el actor se mueve a la perfección como el Rey del Rock mientras de fondo suena “Such a Night”, un clásico imperecedero de Elvis. Es la versión grabada en 1960, uno de los mejores momentos de su carrera.
La película se cierra con este divertimento, del que también participan los otros protagonistas y algunos personajes secundarios u ocasionales. En el final, este videoclip nos dice que lo que acabamos de ver no es más que una fábula entretenida e hiperviolenta que se mueve al compás de un latido muy parecido al del rock. Y que tiene otro puntal extraordinario como Costner, un formidable actor que nos acostumbró toda la vida a mostrar en el cine la noble estampa del héroe. Su personaje en esta película es el más violento, dañino y amoral de toda su gloriosa carrera, pero aún así resulta irresistible.
3000 millas al infierno está disponible en HBO Max
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