¿Qué veo? A 80 años de su estreno, El halcón maltés mantiene bien alta su estatura de mito del policial negro
La ópera prima de John Huston es una de las cumbres del género y sirvió para darle perfil de leyenda a su protagonista, Humphrey Bogart; también generó muchas historias paralelas a lo largo del tiempo
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John Huston ya era un autor muy apreciado en el sistema de estudios reinante durante la época de oro de Hollywood cuando encontró en 1941 la oportunidad de filmar su ópera prima como director. Dicen las leyendas jamás desmentidas de la Meca del Cine que los hermanos Jack y Harry Warner en un momento respondieron al insistente deseo de dirigir que tenía Huston con una propuesta: si conseguía transformar su siguiente guion en una película de éxito iba a tener las manos libres para filmar lo que se le ocurriese.
Lo logró ese mismo año con Altas sierras (High Sierra), un magnífico policial de Raoul Walsh protagonizado por Humphrey Bogart e Ida Lupino. Los Warner cumplieron con su palabra y Huston puso manos a la obra con la nueva versión de una película que el propio estudio ya había hecho una década atrás. Iba a adaptar nuevamente para el cine la tercera novela de Dashiell Hammett, El halcón maltés.
La versión original de 1931 se estrenó en la Argentina con el título de Mujer peligrosa, dirigida por Roy del Ruth, con el galán latino Ricardo Cortez como Sam Spade, el clásico detective creado por Hammett, y Bebe Daniels como la mujer fatal del relato. Cinco años después apareció una segunda versión, esta vez sazonada con toques de comedia y con Bette Davis como gran estrella. No alcanzó ni siquiera esa presencia estelar para que llamara la atención. Satán encontró a una mujer (Satan Met a Lady), dirigida por William Dieterle, cayó en el olvido.
Hasta que llegó el turno de Huston y la versión que lleva su firma es sin dudas la definitiva. pasó a la historia al mismo tiempo como piedra fundamental y cumbre indiscutida de esa variante del género policial conocida como cine negro. Pocas veces una novela surgida de esa escuela alcanzó en la pantalla tanta perfección. Pasaron ocho décadas desde la aparición de El halcón maltés y todo sigue igual, resistente al paso del tiempo, gracias a la fortaleza de una historia poderosa, magnética e irresistible, que además tiene el sello que marcó la obra de su creador.
En el libro de conversaciones de Peter Bogdanovich con grandes directores clásicos (Who the Devil Made It), Howard Hawks aporta un matiz muy interesante. Cuenta que él iba originalmente a filmar en 1941 El halcón maltés. Ese mismo año había estrenado El sargento York (Sergeant York), con Gary Cooper, y le recomendó a los hermanos Warner contratar como director a Huston, que había escrito para Hawks esa película: “Le dije a Johnny Huston que había pensado en El halcón maltés, que tenía que dirigirla él. Me contestó que dudaba, porque ya se había hecho dos veces. Y lo le contesté que estaba equivocado, porque esa película no se hizo nunca hasta ahora. Alguien pensó que podía escribir igual o mejor que Hammett y lo único que hizo fue cambiar el sentido del libro”. Hawks dice allí que convenció a Huston diciéndole que el único capaz de entender a Hammett y contar en el cine la historia de El halcón maltés con el espíritu de su autor era él.
Una de las cinco antológicas conferencias que ofreció Guillermo Cabrera Infante entre la primavera y el verano de 1962, en La Habana, llevó como título John Huston y la filosofía del fracaso. Esa charla, como las demás, se convirtió en ensayo y pasó a formar parte de un libro pequeño y extraordinario, Arcadia todas las noches, editado en nuestra lengua por Alfaguara. Buena parte de las reflexiones del gran crítico y ensayista cubano sobre Huston está consagrada allí a la observación de El halcón maltés, que además de ser el título de la película es una figura que no resulta otra cosa que “una copia, una falsificación”, mientras al mismo tiempo llama a la codicia de un grupo de personas.
“Los torcidos personajes de El halcón maltés van tras el sueño de la riqueza pronta y es la ambición, casi la avaricia, la que los guía. Más bien los deslumbra. Huston colocó este impulso como uno de los motores humanos en su obra, y el colofón es el fracaso”, escribe Cabrera Infante. Para el cubano, esa idea de fracaso que aparece de manera obsesiva en casi toda la filmografía de Huston no debería verse como equivalente de una derrota. Como se ve en El halcón maltés, los fracasados son a la vez personajes muy porfiados. La mayoría cree posible levantarse y salir otra vez a buscar esa vana ilusión, aunque la sensación de fracaso acompañe cada intento como un destino imposible de torcer.
Ese espíritu queda a la vista en la inolvidable frase final, que forma parte de las mejores de toda la historia de Hollywood. Después de ser descripto como un “halcón de oro recubierto de finas joyas” o como una figura “negra, suave y brillante” hecha de porcelana o piedra negra, una vez que todo ya está escrito y ese brillo se comprueba ficticio y engañoso, un policía que tiene la estatuilla en la mano le dice al detective: “Pesa mucho, ¿de qué es?”. Spade le responde: “Del material del que están hechos los sueños”.
Sam Spade es Humphrey Bogart, quien llegó a la película a partir de la insistencia de su gran amigo John Huston. La intención original de los hermanos Warner era darle ese papel a otro actor muy popular en el cine de gánsteres de la época, George Raft. Para los dueños del estudio, el acuerdo consistía en darle libertad a Huston para la elección del tema de la película, pero guardándose la prioridad de elegir a algunos de los actores principales. Sin embargo, Raft no estaba demasiado dispuesto a ponerse a las órdenes de un director debutante, y así Huston pudo salirse con la suya.
La historia le dio sobradamente la razón. El mito que se fue construyendo alrededor de la figura de Bogart y perdura hasta hoy se lo debemos en buena medida a su papel en El halcón maltés. Allí empezó a configurarse definitivamente su presencia insustituible y su identidad como intérprete excelso de las pulsiones que nacen de la novela negra. “Los más elementales toques de un retrato de san Bogart nos lo describen como un solitario, como un hombre lleno de determinación, que tomaba por sí mismo sus propias decisiones sin considerar nada más que su propia satisfacción”. Así lo describe Louise Brooks.
En El halcón maltés Bogart nos conduce magistralmente por ese camino a través de una sucesión de acciones, sonrisas cínicas, actitudes y encuentros con personajes extraordinarios que desde otro lugar sueñan con el mismo objetivo. Allí están Birgid O’Shaughnessy (Mary Astor), que recurre a la mentira compulsiva como arma de seducción; el sinuoso Joel Cairo (Peter Lorre), el frío pistolero Wilmer (Elisha Cook Jr.) y sobre todo el ambicioso y manipulador Kaspar Gutman (Sydney Greenstreet).
Si el elenco completo, integrado por intérpretes excepcionales, es un pilar de la película, entre todos ellos sobresale sin dudas el colosal (en el más amplio sentido de la palabra) Greenstreet, un actor británico de estirpe teatral que hasta ese momento, con 61 años cumplidos, nunca había hecho una película. Cuenta el anecdotario de El halcón maltés que al comienzo del rodaje el corpulento Greenstreet, hecho un manojo de nervios, le pedía a Astor que le sostuviese la mano para llevar adelante su primera escena.
Abundan los diálogos suculentos a lo largo de los 100 minutos de la película, pero los que comparten Bogart y Greenstreet justifican cada nueva visión. En uno de ellos, ambos llegan a la conclusión de que la famosa estatuilla del halcón (cuyos orígenes se remontarían a misteriosos tiempos medievales) podría llegar a valer un millón de dólares. En la película queda demostrado que ese razonamiento es falaz, pero la realidad posterior se encargó de darle a la figura una cotización que ni siquiera la imaginación de Hammett podía evaluar.
Con los años, la estatuilla que aparece en la película (no hay acuerdo entre los historiadores acerca de si se usaron dos o tres) se convirtió en uno de los objetos más valiosos de la memorabilia del Hollywood clásico. Se la consideró extraviada durante muchos años, recorrió el mundo como parte de varias exhibiciones organizadas por Warner Bros. y pasó por varios museos. Hasta que en 2013 apareció en una subasta realizada por la casa Bonhams en Nueva York. Con una base cercana al millón de dólares hubo esa tarde en Madison Avenue una puja apasionante entre dos personas dispuestas a llevarse el halcón negro. Una estaba presente y la otra hacía sus ofertas por teléfono. El precio subía y subía hasta que la misteriosa voz (que luego se supo que representaba al magnate hotelero de Las Vegas Steve Wynn) se lo llevó por algo más de cuatro millones de dólares.
El halcón maltés fue en el momento de su estreno un gran éxito de público, aunque las críticas que lo acompañaron no resultaron tan favorables. Esa repercusión inmediata en la audiencia llevó a los Warner a entusiasmarse con una posible secuela, pero Hammett no quedó satisfecho con el dinero que el estudio le ofrecía para escribirla y el proyecto desapareció del radar.
Con el tiempo, según cuenta Cabrera Infante, llegó desde Francia una reivindicación que la crítica estadounidense se resistía a hacer, y de a poco El halcón maltés fue adquiriendo un genuino reconocimiento como película de culto. En la Argentina esa estatura mítica se agigantó porque la película llegó durante mucho tiempo a ser muy difícil de conseguir. Todos querían verla, sobre todo después del fallecimiento de Huston (en agosto de 1987) y la revisión que empezaba a hacerse de su gran obra como director.
Tanto era el entusiasmo por reencontrarse con El halcón maltés que el 11 de febrero de 1988 el anuncio de una proyección gratuita de la película en el Centro Cultural San Martín convocó a una multitud que desbordó la capacidad del lugar. La función terminó a las trompadas, según se evoca en una desopilante crónica que escribió Homero Alsina Thevenet para el diario Página 12 dos días después.
Al parecer, nadie había avisado que la película se iba a proyectar en video desde los únicos dos televisores disponibles en la sala. El tamaño de esos aparatos, comunes y corrientes, era propio de una época muy anterior a la llegada del plasma, de los modelos LCD de amplias dimensiones y, por supuesto, de las proyecciones en alta definición. Dadas así las cosas, solo quienes estaban cerca de los diminutos televisores podían ver la película con alguna nitidez. Podemos imaginar la reacción del resto, en una sala colmada de gente y de expectativas frustradas.
“A los tres minutos de proyección, un hombre había sido derribado de un puñetazo, sobre la puerta de salida. A los cinco minutos los organizadores habían suspendido prudentemente la proyección de El halcón maltés, que ya excedía los conflictos previstos por Dashiell Hammett y John Huston”, relata Alsina Thevenet. Ocho décadas después de su estreno, por fortuna, El halcón maltés hoy está al alcance de todos. Gracias al streaming es posible ver y volver a ver uno de los mejores exponentes del cine policial de todos los tiempos.
El halcón maltés está disponible en HBO Max.
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