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En sus 40 años de carrera filmó más de cien películas, pero aquí, en la Argentina, es recordada fundamentalmente por dos: Matador, de Pedro Almodóvar, y Yo, la peor de todas, de Maria Luisa Bemberg, de la que no guarda un buen recuerdo.
Posiblemente sea la actriz española con la carrera cinematográfica más vasta y –hasta la aparición de Penélope Cruz– más internacional. Además de filmar en castellano, lo ha hecho en catalán, inglés, francés, italiano y portugués y ha trabajado con grandes directores: desde Carlos Saura (Dulces horas) hasta Pilar Miró (El crimen de Cuenca), pasando por Bigas Luna (Lola) y Pedro Olea (El maestro de esgrima). Su mayor éxito mundial, no obstante, poco tiene que ver con el prestigio de aquellos hacedores: en la producción hollywoodense Orquídea salvaje se desnudaba junto a Mickey Rourke y así derretía las pantallas de todo el mundo.
Hoy se encuentra en el país ofreciendo un curso de actuación en cine en Sagai (junto a su marido, el actor y guionista escocés Scott Cleverdon) y rodando Expansivas, un thriller coproducido entre la Argentina (Crudo Films) y España (BTF Media) con gusto a revancha feminista, a tono con los tiempos que corren y su propio posicionamiento sobre las injusticias de género. Sobre estos temas se ocupa también en el comité ejecutivo de la Academia de Hollywood, cargo que desempeña junto a Tom Hanks y desde el cual hace mucho para que no se repita "el ominoso affaire Harvey Weinstein".
–Tenés fama de ser muy cuidadosa en tus elecciones profesionales, ¿qué te interesó de Expansivas, la película que estás rodando en La Plata?
–La película aborda la lucha de las mujeres por visibilizar la violencia de género y es presentada como una forma de tomar justicia por mano propia cuando no la hay. Es una historia de venganza, sobre el olvido y lo no dicho en las familias. Habla de la necesidad de que el mundo sea más transparente, más consecuente y más responsable. Lo no dicho en una familia siempre es un problema, es como una mancha de aceite que se va extendiendo de generación en generación. Hay dos hijas que quieren saber qué le ha pasado a su madre y luego estoy yo, que soy la tía, que debí venir de España cuando pasó lo que pasó... Mi personaje es el equilibrio, la que opina que con la venganza no se consigue nada, que de eso siempre se sale más vacío. Porque cuando concluís con la venganza tenés que cavar dos tumbas: la tuya y la del otro. Aunque es una película de género, un thriller, permite un desarrollo muy interesante de cada uno de los personajes. Es una película de mujeres pero dirigida por un hombre, Ramiro García Bogliano (argentino criado en España y formado en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba), que sabe escucharnos y por eso es un delicia trabajar con él. Me gustó también que las protagonistas sean dos chicas jóvenes (la actriz Martina Juncadella y la artista de hip hop Sara Hebe, compositora de la banda sonora de la serie El marginal). Recuerdo que cuando yo empecé era muy difícil que una jovencita pudiese protagonizar. O, qué va, que una mujer madura pudiera hacerlo. En ese sentido estamos mejor, no digo que las actrices estemos protagonizando en un cincuenta por ciento (con respecto a los actores), pero vamos bien.
En el film Yo, la peor de todas la pasé fatal por María Luisa Bemberg. Ella era dictatorial
–Haciendo un balance de tu carrera cinematográfica, que ya cuenta con 112 películas, ¿de cuáles guardás mejores recuerdos y con cuáles te sentís más satisfecha?
–Hay películas que aunque no he disfrutado mucho haciéndolas me han dado una proyección internacional, como es el caso de Orquídea salvaje (en la que no me interesó el guion, pero sí trabajar con Mickey Rourke y rodarla en Brasil y conocer Bahía, Río de Janeiro y todos sus ritos) y The Craft (Jóvenes brujas, de Andrew Fleming, con Neve Campbell), un film de terror sobrenatural donde componía a una bruja buena. Ahora, si vamos al tipo de cine que a mí me gusta hacer y de lo que artísticamente me dejó más satisfecha no puedo dejar de nombrar a Red de libertad, que rodé el año pasado y que al público le encantó. Allí doy vida a Helena Studler, una religiosa que logró liberar a cerca de 2000 personas de un campo de concentración nazi en la Francia de la Segunda Guerra Mundial. A mí me parece importante hacer películas que le gusten al público, deberíamos siempre tener en cuenta a las audiencias; si no, ¿para quién trabajamos? En este caso, además de entretener, le dimos a la gente un producto en el cual podía (como en un espejo) proyectarse e identificarse, con una serie de valores sobre los cuales reflexionar y así, creo yo, se puede mejorar la sociedad en la que vivimos. Después están las películas que a mí me han gustado pero al público no, que una ha hecho con buena fe y sin embargo no han interesado demasiado. Ese es el caso de Momentos robados, mi segundo film argentino, rodado en la Patagonia con mi adorado Oscar Barney Finn. Y después están aquellas películas de culto, que han contado con grandes críticas y se han exhibido en todas las universidades del mundo, como Yo, la peor de todas, pero donde la he pasado fatal.
–¿Por qué la pasaste fatal?
–Por María Luisa Bemberg. Ella era dictatorial en su manera de relacionarse con la gente. A mí me gusta el cine cuando es una obra de todos, en la que todos podemos participar por igual y en la que no existe una voz que origina miedos sino creatividad.
–Existe una versión que asegura que al final del rodaje vos te fuiste muy molesta porque ella había decidido doblar tus diálogos por encontrar tu español muy cerrado ¿Es cierto?
–Sí, es verdad que me fui muy enojada, pero no es cierto que mi español fuese cerrado. A su pedido yo trabajé mucho el acento, porque ella decía que en la Argentina molestaba mucho escuchar el acento español (lo cual me pareció un disparate, ya que mi personaje era la hija de un virrey y por lo tanto toda su educación había sido española). De todos modos trabajé mucho el acento con una profesora e hice toda la película en neutro (como ella quería). No obstante, al final decidió doblarme. Ahí comprendí que siempre me había mentido, que nunca había pensado dejar mi voz. Pero eso no fue lo peor: pretendió que firmara una cláusula por la cual si yo no aceptaba ser doblada no me pagarían la última semana de trabajo. Como no la firmé, el último día me sacó de una escena y así terminó todo: mal. Antes me llegó a decir: "Donde hay patrón no manda marinero". Horrible. En fin, trabajé muy duro para esta película. No olvidemos que se centraba en una poetisa del siglo de oro con un vocabulario muy difícil y yo trabajé denodadamente para que todos sus poemas resultaran ágiles y al final me sentí traicionada.
–¿Es por esta primera mala experiencia en el cine argentino que volviste tan poco a rodar al país?
–No, pero por esta mala experiencia concebí un código de ética del actor en el campo audiovisual. Utilicé mi bronca de aquel momento para generar algo positivo. Este código habla de la relación del actor con el director. Se basa en mis propias experiencias y en las de otros colegas que a lo largo de los años han tenido problemas... Es un código en el que tengo mucha fe, sobre todo ahora por la posición que tengo dentro de la Academia de Hollywood. Después de lo que pasó con Harvey Weinstein y sus abusos de poder le están dando mucha importancia. Pero, ojo, los abusos no son solo de hombres con mujeres; si no, mirá ahora el caso de la actriz Asia Argento (acusada recientemente de haber abusado de un colega menor en 2003). También los hay de hombres contra hombres, donde Kevin Spacey es sólo uno de tantos ejemplos. La industria del cine no es democrática, es piramidal y por eso se presta a todo tipo de abusos de poder.
–Durante tu estancia en Hollywood, ¿conociste a Weinstein? ¿Tuviste algún tipo de vínculo con él?
–Sí, lo conocí. ¿Y sabés lo que yo pienso? Que en la vida hay que escoger, no se puede tener todo. En una carrera pretendidamente seria no podés utilizar ciertos recursos, digamos tu belleza, para obtener un trabajo. Lo digo porque al fin y al cabo Weinstein hizo lo que hizo (en general) con la gente que se prestaba, no con cualquiera. Lo hizo con la gente que a cambio buscaba un resultado. Ahí se plantea un tema ético. Yo, por ejemplo, lo conocí a él en el VIP de la discoteca House of Blues de Los Ángeles. Me lo presentó un director e inmediatamente vi de qué iba la cosa. Las actrices no tenemos por qué sentirnos víctimas, siempre tenemos la posibilidad de recular. Está en nosotras poner un límite, pero a veces creo que no somos lo suficientemente responsables. Ojo, esto que cuento fue en un contexto donde había otra gente y obviamente no me podía obligar a nada.
–Cuando te pregunté hace un rato sobre las películas que más rescatabas de tu carrera, no nombraste a Matador. ¿Lo hiciste por algún motivo en especial? Te lo comento porque la relación de los actores con Pedro Almodóvar suele ser un tanto ambivalente: están los que lo aman (Penélope Cruz) y los que lo odian (Gael García Bernal). ¿Cómo fue tu experiencia con él?
–Con Almodóvar no somos enemigos, sólo que... era otra época. Fijate que filmamos Matador en 1985, en una época muy loca. Él estaba en sus comienzos, pero yo no, yo ya era famosa. Por eso no soy ni nunca fui "una chica Almodóvar" porque él no me descubrió. Tampoco estuve junto a él en la movida porque yo soy de Cataluña. Filmando nos respetamos muchísimo, y yo me reía a carcajadas con sus ocurrencias y su manera de ser. No tuvimos ningún problema. Lo que sí sucedía es que yo le hablaba de algunas imágenes que tenía en la cabeza y que podían servir para mi personaje y él me miraba extrañado. Éramos de dos mundos distintos, pero eso no significa que no nos lleváramos bien. Lo que no me gustó es que no me dejara ver los resultados de lo que íbamos filmando día a día. Yo venía de trabajar con Carlos Saura, donde todo había sido muy transparente e inclusivo. Pedro, en cambio, era receloso del material, como si fuera sólo el resultado de su trabajo. Ahora no tanto, pero en aquel momento los actores necesitábamos vernos en cámara para comprobar lo que estábamos haciendo, ya que toda nuestra formación había sido teatral. No teníamos ideas de objetivos ni de distintos tipos de luces ni de lo que pasaba dentro de un cuadro. Y si el director no te abría el juego quedabas un tanto desvalido. Supongo que fue entonces que empezó a generarse en mí la necesidad de concebir este curso de "Interpretación cinematográfica" que estoy impartiendo desde hace años por todo el mundo y que ahora estamos brindando en Sagai.
En fin, volviendo a Almodóvar, desde entonces con él no ha pasado nada, ni positivo ni negativo. Digamos que estamos en un stand by. Cuando nos encontramos en un evento, lo saludo y él no se muestra súperafectivo, no suenan fuegos artificiales ni nada por el estilo. Digamos que estamos ahí... No creo que él pueda reprocharme nada, porque en 1985 yo lo ayudé muchísimo. Cuando no se sabía quién era Almodóvar en el mundo yo organicé una proyección de Matador en París con críticos franceses que luego lo han ayudado muchísimo. En fin, sigo su carrera y sus películas siempre me han gustado mucho. Yo no descarto volver a filmar con él, hay que ver qué piensa él al respecto.
–Muchos cinéfilos sostienen que tus escenas de sexo en Matador y Orquídea salvaje contienen dos de los orgasmos más reales –o mejor fingidos– de la historia del cine.
–iQué bien! Siempre está muy bien que alguien piense eso. El actor no trata de fingir, trata de buscar la verdad y si no es creíble no está bien hecho el trabajo. Nunca me han molestado las escenas de sexo. Pienso que el cuerpo es un medio más para contar cosas. Y como las arrugas también dicen mucho y por eso hay que mantenerlas, creo que está bien mostrar el cuerpo según se va transformando con el tiempo. Es algo bueno que el público conozca y es enternecedor.
–Si te propusieran ahora, a tus recién cumplidos 61 años, una escena de sexo, ¿la aceptarías?
–Claro que sí, sin ninguna duda. Yo siempre he tratado a las escenas de sexo como a cualquier otra. No suelen darme vergüenza. Sólo pido discutirlas antes de rodarlas porque suelen ser cruciales, ya que allí se comprueba el deseo del personaje en estado máximo; y que el actor que me acompañe me mire a los ojos. Si todo el mundo se comunica a través del sexo, ¿por qué voy a privar a mis personajes de eso?
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