¡Qué bello es vivir!, el gran clásico del cine navideño de todos los tiempos
A 75 años de su estreno mundial, la película de Frank Capra conserva intactas todas las virtudes que le dieron origen y sigue influyendo con fuerza en la obra de grandes directores
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“¡Qué bello es vivir! La vi 103 veces. Leí más de cinco libros sobre ella. Le debo mi trabajo y mi familia. Ninguna otra obra influyó tanto en todos los aspectos de mi vida”, escribió Juan José Campanella desde su cuenta oficial de Twitter el 7 de agosto de 2019. Cuando LA NACION le preguntó hace pocos días si esa cifra estaba actualizada, respondió: “Al día de hoy son 104. La vi en un cine de Nueva York en la Navidad de 2019, copia nueva, buenísima. Es recontrapotente volver a verla en pantalla grande”.
Acaban de cumplirse 75 años exactos del estreno mundial de ¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life), justamente en Nueva York, el 20 de diciembre de 1946. Al cumplir sus bodas de diamante, la obra cumbre de Frank Capra conserva intactos sus dos principales atributos. Es el gran clásico del cine navideño de todos los tiempos y es la máxima demostración de optimismo que la pantalla fue capaz de crear a lo largo de toda su historia. Por eso, al menos una vez, toda persona que sienta un auténtico amor por el cine debería pasar por la experiencia que Campanella tuvo la suerte de vivir antes del estallido de la pandemia.
Definido por Guillermo Cabrera Infante como “el director más estadounidense de toda la historia, a pesar de haber nacido en Sicilia”, Capra se preparaba en 1977 para regresar por primera vez a su pueblo natal de Bisacquino, cercano a Palermo, después de 74 años de ausencia. Estaba por cumplir 80 (había nacido el 19 de mayo de 1897) y quería festejar así ese cumpleaños tan simbólico. Pocos días antes, el crítico italiano Gian Luigi Rondi le hizo una pregunta muy sencilla: ¿qué le pide al cine? “Que pueda ayudar a las personas a vivir mejor. Porque la vida es maravillosa y muchos no lo saben. Se avergüenzan de expresar sus sentimientos”, contestó.
No se trata de una frase demagógica, calificativo con el que algunos suelen mirar despectivamente el cine sentimental y humanista de Capra, del cual ¡Qué bello es vivir! constituye la máxima expresión. La visión del mundo de Capra, definido como un gran autor cinematográfico por estudiosos de tanto rigor como Andrew Sarris, se apoya en una mirada optimista y en la convicción de que la bondad humana siempre terminará imponiéndose. “La habilidad y el humor con que envolvió esa simple filosofía, más su cariño por seres extravagantes pero inofensivos, le conquistaron la simpatía del público”, escribió una vez el crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet.
“Qué Bello es Vivir”. La vi 103 veces. Leí más de cinco libros sobre ella. Le debo mi trabajo y mi familia. Ninguna otra obra influyó tanto en todos los aspectos de mi vida.
— Juan José Campanella (@juancampanella) August 7, 2019
Sarris plantea algo más en The American Cinema, un diccionario de directores que funciona en realidad como un notable ejercicio teórico sobre la evolución y la identidad del cine estadounidense. “El ruidoso humor de Capra parece adecuarse al estado de ánimo del público en tiempos de la Depresión, pero a la vez se expresa a través de muchas de sus películas como una sombría parábola cristiana de idealismo traicionado e inocencia humillada. Hay una escena casi obligatoria en todas las películas de Capra: la del reconocimiento público de la estupidez de la manera más amplia posible”.
Todo lo dicho define a George Bailey, el sencillo, atribulado e idealista personaje central de ¡Qué bello es vivir! El hombre es un querido vecino de Bedford Falls, un arquetípico enclave de la vida estadounidense, que sueña desde chico con llevarse el mundo por delante, viajar, estudiar en la universidad, construir rascacielos y darle máxima velocidad a sus sueños en movimiento. “El héroe de las películas de Capra es ese soñador inocente que trata de sobreponerse a la dura realidad no solo para mantener vivas sus ilusiones, sino para triunfar con ellas”, escribió Peter Bogdanovich.
La vida de Bailey, personificado por James Stewart, está marcada a fuego desde la infancia (y desde el principio de la película) por un episodio doloroso. Perdió parte de la audición mientras trataba de salvar a su hermano menor, sumergido en las aguas congeladas después de un fallido juego infantil en pleno invierno. Capra luego nos lleva a imaginar algunas variaciones en ese episodio y, en general, en toda la vida del protagonista. Sobre todo cuando, ya adulto, casado con una mujer ejemplar (la espléndida Donna Reed, a la que Capra bautiza deliberadamente con el nombre de María) y con varios hijos, siente que todo se desmorona a su alrededor y que el empuje vital y las buenas intenciones de su conducta no alcanzan para enmendar los errores que precipitaron la caída.
Bailey hereda el manejo de una firma familiar consagrada con un espíritu virtuoso a prestar dinero para que la gente pueda cumplir sus sueños. Enfrente tenía a un adversario despiadado, un poderoso usurero que logra adueñarse de casi todos los resortes económicos que mueven la vida cotidiana de Bedford Falls. Potter (así se llama) es una variación al estilo Capra de Ebenezer Scrooge, el más clásico de todos los villanos navideños de la literatura y del cine.
Como en todo su cine, Capra elige la comedia como vehículo expresivo de las búsquedas, los sueños (casi siempre frustrados), las ansiedades y las desgracias de Bailey. “Capra fue el último sobreviviente del póquer de ases de la gran comedia americana. Sus otros integrantes eran Leo McCarey, Ernst Lubitsch y Preston Sturges”, escribe Francois Truffaut, un gran admirador del cine de Capra, en el libro Les Films de Ma Vie (Los films de mi vida). “El hombre que llevó a Hollywood los secretos de la commedia dell’arte fue a la vez experto navegante del arte de llevar a sus personajes a lo más profundo de la desesperación humana y a partir de allí mostrar que es posible recuperar la confianza en la vida”, agrega el director francés.
Con una sola visión de ¡Qué bello es vivir! nos damos cuenta que Bailey no podía ser interpretado por otro actor que no fuese James Stewart. “Nunca hice una película para un actor. Siempre pensé en cambio en salir a buscar a los actores más adecuados para interpretar a los personajes que llevo a la pantalla. Jimmy es mi actor preferido. Y el intérprete exacto para Vive como quieras, Caballero sin espada y ¡Qué bello es vivir!”, le dijo Capra a su coterráneo Rondi.
En conversación con Bogdanovich, el director fue más allá. Al retratar a Stewart aludió a “esa integridad personal imposible de definir” que hace imposible que Jimmy aparezca en alguna película como el malo de la historia. En Who the Hell’s In It, su extraordinario libro de retratos de legendarios actores de Hollywood y conversaciones con ellos, Bogdanovich parte de lo que vivió Stewart durante la Segunda Guerra Mundial para explicar su compromiso profundo con ¡Qué bello es vivir!
Es probable que Stewart haya sido el astro de Hollywood que más cerca vivió la guerra como integrante de las fuerzas militares estadounidenses. Cuenta Bogdanovich que gracias a su experiencia previa como piloto civil se sumó a la Fuerza Aérea y allí alcanzó el grado de coronel. Comandó veinte misiones de bombardeo aéreo sobre Alemania y recibió varias condecoraciones, pero nunca quiso hablar sobre esa cruenta experiencia. Capra sí.
“Después de volar todos esos B-29, Jimmy no se sentía muy bien en su vuelta a las películas –le contó el director a su colega Bogdanovich-. ¡Qué bello es vivir! era su primer rodaje después de la guerra y un día, en medio de la filmación, Jimmy me dijo que quizás la actuación no era algo propio de las personas decentes. Decía que actuar empezaba a parecerle algo tonto, completamente irrelevante en relación con todo lo que había visto y vivido. Tenía decidido hacer esa película y después renunciar para siempre a la actuación”. Según Capra, fue el venerable Lionel Barrymore (que personifica a Potter en la película) quien convenció a Stewart de cambiar de opinión al hablarle todo lo que un actor y una actuación pueden ejercer en el público.
Nadie mejor que un idealista como Stewart para encarnar a un personaje que representa a la perfección ese mismo atributo. George Bailey lleva esa impronta hasta el final del relato. Antes del feliz desenlace, junto al “ángel guardián” que le impidió tomar una decisión límite, Bailey descubre que el mundo que conoció y en el que vivió comienza a adquirir connotaciones casi distópicas.
Como señala el ensayista e historiador David Thomson, solo el idealismo de Capra (como autor) y de Stewart (como intérprete) logran devolverle a ¡Qué bello es vivir! su profundo sentido espiritual y humanista después de asomarse por un rato a lo que hubiese ocurrido si llegaba a imponerse la mirada egoísta de Potter sobre el mundo y también sobre sus semejantes: un típico escenario de policial negro, marcado por el miedo y la ansiedad. “George Bailey –completa Thomson en un libro esencial, The Big Screen, The Story of the Movies– está en el corazón de la leyenda de James Stewart, la de ese gerente de una compañía de ahorro y préstamo consagrado a su ciudad e identificado con la Navidad”.
Aquel tuit revelador de Campanella es la mejor ilustración de la profunda influencia que todavía ejerce este gran clásico del cine navideño en el público y sobre todo entre los creadores cinematográficos. Steven Spielberg, sin ir más lejos, dice que siempre ve tres películas clásicas antes de empezar un nuevo rodaje: Más corazón que odio, de John Ford; Dos en el cielo, de Victor Fleming, y ¡Qué bello es vivir! Un clásico de la historia del cine y de la Navidad.
¡Qué bello es vivir! está disponible en Qubit TV.
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