Pulp Fiction: el film de Quentin Tarantino que salvó Danny De Vito
El estreno de Perros de la calle fue la violenta irrupción de Quentin Tarantino en los márgenes de Hollywood. Sin grandes nombres ni demasiado presupuesto, y armado solo con un guion de hierro, el director detonó los cimientos de los géneros cinematográficos y se erigió como un promisorio joven autor que llegaba para darle voz a una industria afónica. Por ese motivo, todos los ojos estaban posados en el hombre que debía demostrar que la perfección de su ópera prima no había sido un feliz accidente, sino el primer pincelazo de un estilo reconocible.
El desafío del nuevo niño mimado
"Me ofrecían tal película, con fulano de tal, y yo siempre respondía 'bueno, mandame el guion que lo veo'. Pero todos sabían cuál iba a ser mi próximo paso. La cosa era que ya me había malacostumbrado. En Perros de la calle jamás hubo una reunión de producción. Yo me mantuve ajeno a ciertos vicios. Ningún productor me andaba cargoseando con ningún guion. Entonces, yo tenía mi propio proyecto y pensaba que si alguien quería hacerlo, excelente, lo hacemos; pero si no les gustaba, entonces me iba a buscar a alguien más", recuerda Tarantino sobre los días en los que debía decidir su nuevo título.
El realizador sabía que su próximo objetivo era una vieja idea basada en reciclar el espíritu de los relatos pulp, esos folletines (injustamente considerados "literatura baja") que siempre versaban sobre violentos antihéroes sumergidos en todo tipo de submundos, relatos fantásticos, westerns de ideas trilladas y firmas de autores que nadie conocía (H.P. Lovecraft o Robert E. Howard por ejemplo, eran algunos ilustres surgidos de esas revistas). A él le gustaba la idea de jugar con historias ridículamente típicas: el asesino a sueldo implacable en su trabajo aunque torpe a la hora de salir con la esposa de su jefe, el limpiador profesional capaz de borrar la escena de un crimen en pocas horas, o el boxeador que debe perder pero cuyo orgullo lo obliga a ganar (una historia que remite a The Set Up, el enorme film de Robert Wise estrenado en 1949, y que probablemente también marcó a Tarantino).
Con esa idea, el productor Lawrence Bender y Tristar le pagaron novecientos mil dólares por el guion y, a finales de 1992, Tarantino se fue a Ámsterdam por tres meses a encerrarse en una habitación de hotel y a escribir furiosamente esa reivindicación de los géneros menores.
En mayo de 1993, luego de un arduo trabajo que se demoró más de lo pensado, tenía listo un libreto de 159 páginas. Ejecutivos de Tristar recibieron expectantes el material, pero Mike Medavoy, uno de los productores jefe de la empresa, dijo que la historia era "demasiado demente", y el exceso de violencia y drogas no le gustaba. De ese modo, TriStar puso el guion a la venta para que lo tome otra productora.
Y como sucede en Hollywood con los proyectos con destino de grandeza, apareció un hada madrina que salvó al film. En este caso, ese milagro llegó de la mano de Danny DeVito. El actor había conocido a Tarantino en 1991, en la función estreno de Terminator 2, y luego de escucharlo diez minutos pensó: "Creo que conocí a alguien que habla más rápido que Martin Scorsese". Cuando se enteró del proyecto huérfano de Quentin, DeVito llamó a Harvey Weinstein, jefe de Miramax, quien al recibir el guion de 159 páginas preguntó "qué era esa guía telefónica".
Las estrellas de Hollywood, a muerte por Tarantino
Para una firma como Miramax, que buscaba proyectos chicos pero de prestigio, un concepto como el de Pulp Fiction era la materia prima ideal. Confiando en las posibilidades de la película, y con ocho millones y medio de inversión, comenzó entonces la producción de esa épica violenta que convertía a las calles de Los Ángeles en una jungla que mezclaba criminales obsesionados con una cultura rabiosamente contemporánea, relatos pugilísticos a lo Jack London y hasta un debate sobre los peligros inherentes a darle un masaje de pies a la mujer equivocada.
Tarantino era la quintaesencia del enfant terrible según Hollywood. Tenía apenas 30 años, disparaba ideas cinemáticas como ametralladoras y su verborragia se convertía en fotogramas que golpeaban como inyecciones de adrenalina. Pero el mayor reto que enfrentó no tuvo que ver con la forma de su film, sino con las estrellas. A Tarantino no le importaban las caras famosas, aunque sí lo entusiasmaba darse todos los caprichos de elenco que pudiera. Harvey Keitel, musa masculina de Quentin y principal impulsor de Perros de la calle, desde el minuto uno debía ser El Lobo, el "arregla todo" que salva a Jimmie de un potencial problema con su esposa. Samuel L. Jackson, un actor poco conocido que estaba por estrenar Duro de matar 3, tuvo la posibilidad de leer el guion y se postuló como Jules, ganándose el papel de manera inmediata.
Una joven poco conocida de tan solo 23 años era, para Tarantino, la única capaz de interpretar a Mia Wallace. La esposa de Marsellus no era un personaje sencillo, atravesaba una sobredosis, un furioso twist, consumía cocaína como una Tony Montana en miniatura y contaba un pésimo chiste sobre un tomatito. Él sabía que la opción era Uma Thurman, sin embargo, la actriz se mostraba muy reticente al proyecto por sus dosis de violencia. Mientras se decidía, comenzó el habitual desfile de nombres que incluyeron a Meg Ryan, Holly Hunter, Rosanna Arquette, Michelle Pfeiffer y uno muy particular, Julia Louis-Dreyfus,que en teoría rechazó la propuesta por su compromiso con Seinfield.
Con Thurman entre ceja y ceja, el realizador no bajó los brazos y la llamó para leerle todos y cada uno de sus parlamentos . Finalmente, quizá por agotamiento, ella aceptó. Pocos meses después, la actriz logró una fama enorme con el film, y se convirtió en la chica pin up de Pulp Fiction, una poderosa estampilla que fue, probablemente, el último gran póster de Hollywood.
Marsellus fue otro dolor de cabeza para el director. Su actor ideal era Max Julien, un ícono del blaxploitation, género que apasiona a Tarantino. Pero el veterano intérprete no estaba seguro de filmar una escena en la que era sodomizado en un sórdido sótano, y descartó el guion. Allí entró en escena Ving Rhames, un joven criado en Harlem de casi dos metros que, justamente, encontró en esa secuencia su gran oportunidad: "Por mi apariencia, no tengo la posibilidad de interpretar a hombres vulnerables".
Butch, el duro boxeador, llegó a manos de Bruce Willis por descarte. Cuando las negociaciones con Matt Dillon no prosperaron, la estrella de Duro de matar mostró su entusiasmo por trabajar para el joven autor. Para Weinstein, la llegada del popular actor fue un verdadero alivio porque se trataba del primer nombre importante con el que contaba la película. Y eso era un bálsamo para una disputa habitual que el entonces todopoderoso productor tenía con Tarantino sobre otro actor que el director quería, pero él no.
Chuck Berry y un milk shake de cinco dólares
Hoy resulta imposible pensar en Tiempos Violentos sin el baile entre John Travolta y Uma Thurman. Ese mítico momento, tatuado en centenas de cuerpos, citados en decenas de obras y resignificado como uno de los instantes más poderosos del cine del siglo XX, pudo haber tenido un rostro muy distinto. Cuando Michael Madsen rechazó ser Vincent (luego de interpretar a un criminal de mismo apellido en Perros de la calle), Quentin pensó en John Travolta. Ese actor estaba muy lejos de ser un nombre taquillero en ese momento, y su incorporación era un riesgo absoluto. Weinstein no lo quería bajo ningún punto de vista, y mientras Travolta aceptaba trabajar por 150 mil dólares (una cifra muy baja para alguien de su trayectoria), Tarantino le daba al productor un ultimátum: sin él, la película no se hacía.
El actor se metió en su papel con sincero entusiasmo, y luego del rodaje expresó: "Recuerdo pensar que era divertido que Vincent hablara de forma particular, subrayándolo todo con los dientes y los labios, y teniendo en cuenta el tipo de personaje que era, una extravagancia era aceptable. Quentin me dijo un día: 'No sabía que estaba haciendo una comedia, hiciste que el personaje fuera gracioso'. Y yo le respondí que así debía ser, porque reventarle a alguien la cabeza no es divertido, pero si ahí decís algo que te corra de eje, entonces es llevadero porque todo se vuelve impredecible". Para Travolta, el truco consistía en humanizar al gangster, una lógica comprensible teniendo en cuenta que su personaje se la pasaba menos tiempo matando que hablando de comida y milk shakes de cinco dólares.
La construcción de un autor
Weinstein tenía una idea muy clara: a Tarantino había que venderlo como un autor integral. El director tenía el perfil, el talento y el carisma para ser uno de esos realizadores que salta de su obra para convertirse en una personalidad de peso propio, un rostro reconocible y poderoso como lo eran el de Alfred Hitchcock o Steven Spielberg. El paso del tiempo demostró que Quentin tiene una presencia magnética, al tiempo que su conocimiento enciclopédico del cine, lo convierte en un analista al que siempre resulta fascinante escuchar. Pero en la previa a Pulp Fiction, a los productores del film les interesaba venderlo como un autor que no necesitaba respaldo de ningún tipo, y eso propició una polémica que duró años.
Roger Avary, colaborador de Quentin y quien compartió con él varios años trabajando en un videoclub, trabajó en la construcción de Pulp Fiction. El guionista se ocupó principalmente del fragmento protagonizado por Butch, y luego Tarantino durante su estadía en Ámsterdam, se encargó de pulir ese tramo y brindarle su impronta. A la hora de los créditos, sin embargo, para Weinstein era importante que figurara "dirigida y escrita por Quentin Tarantino". Eso despertó la bronca de Avary, que se consideraba también merecedor del rótulo de guionista.
Eventualmente, el autor reconoció que por sus aportes Avary recibió 25 mil dólares, pero que bajo ningún punto de vista podía considerar que su trabajo había sido el de guionista. Avary no daba su brazo a torcer hasta que simplemete le dijeron que si no cedía, iban a descartar sus aportes. Finalmente la película se estrenó "dirigida y escrita por Quentin Tarantino", y con un segundo cartel que decía "Historias por QT y Roger Avary". Ambos autores no se hablaron por años, hasta que el tiempo cerró las heridas y Avary reconoció: "Yo amo esa película. Me encantó poder contribuir en ella. Eso es suficiente. Y amo a Tarantino, es como un hermano"
Tarantino, como Dylan
Pulp Fiction se presentó en Cannes el 21 de mayo de 1994. La tarde previa a la entrega de los premios, Weinstein llamó al director y le dijo que por favor no se le ocurriera faltar a la gala de premios. En la ceremonia, presidida por Clint Eastwood, se reveló que el largometraje recibía la Palma de Oro, el galardón más importante.
En 1966, cuando Bob Dylan empuñó por primera vez una guitarra eléctrica para interpretar "Like a Rolling Stone", una voz anónima quedó inmortalizada al gritarle "Judas". Con Tarantino sucedió lo mismo cuando al recibir la Palma de oro, alguien del público indignado le vociferó "¡Pulp Fiction es una mierda!". Quentin le hizo un gesto levantando su dedo mayor, y poco después dijo: "Mis películas no unen a la gente, sino que las separan". Como le pasó a Dylan, Quentin le dio un golpe de evolución a un medio empantanado, y debió sufrir el rechazo inicial.
El 14 de octubre de ese año, el film fue estrenado en Estados Unidos, y el éxito fue inmediato. El crítico Owen Gleiberman consideró que la pieza "reinventó el cine mainstream americano", mientras Weinstein la llamó "la película independiente encargada de romper absolutamente todas las reglas". También fue el primer largometraje producido por un estudio chico que logró superar la barrera de los doscientos millones de dólares y fue nominado al Oscar en varias categorías. Si bien esa noche arrasó Forrest Gump -en lo que es ya un clásico de la Academia, premiando al film de moda contra la pieza encargada de renovar el campo cinematográfico-, al menos Tarantino y Avary obtuvieron una estatuilla al Mejor guion original (un reconocimiento casi irónico, teniendo en cuenta la pelea entre ambos).
En diciembre de 2012, Tarantino dijo en una entrevista para el New York Times: "Creo que cada película en sí misma es un género. Una película de John Cassavettes pertenece al género John Cassavettes. Eric Rohmer para mí es un género. La conclusión a la que llegué en base a eso es que si vas a contar algo que se parece al típico relato de crimen y misterio, pero es algo orgánico y puro y sentís que es lo que debés hacer, hacelo y listo". No es casual que Tarantino someta la lógica de los géneros a la mirada del autor que lleva adelante el relato. Amante de los western clásicos y de géneros mal considerados menores, desde su absoluta cinefilia entendió que ningún relato pasa dos veces por el mismo filtro, en la medida que no hay dos directores iguales.
Con Tiempos violentos, Tarantino demostró que era un autor en el sentido más estricto de la palabra, pudiendo teñir de su sensibilidad a historias fácilmente reconocibles. Sus personajes respondían a una lógica personal y sus fetiches cinéfilos, musicales y culturales se amontonaban de a decenas.
A 25 años de su estreno, Pulp Fiction todavía hace ruido y Travolta sigue bailando al ritmo de Chuck Berry, en una de las muchas postales perfectas que dejó la segunda película de este autor que con 56 años, aún es el enfant terrible favorito de Hollywood.
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