Protagonistas
Para Yves Montand no había bajo perfil posible. Y no hablamos del perfil según ese criterio actual que asocia tal condición a la frecuencia con que un personaje está presente en los medios, es decir a la cantidad de noticias, chismes o escándalos que proporciona, sino a cierto don de la personalidad que hace que un individuo jamás pase inadvertido. Así sucedía con este francés nacido en la Toscana y mediterráneo hasta la médula de cuya muerte acaban de cumplirse diez años. Su presencia era notoria y absorbente ya estuviera derrochando simpatía en el escenario del music hall (donde forjó su fama de showman y pudo darse el gusto de coquetear con el swing y el jazz que tanto amaba); ya metido en la piel de un personaje de ficción; ya despojado de máscaras y expresándose a sí mismo como ciudadano, como militante o como figura pública. Sobran ejemplos, pero basta recordar "Z". Hacía falta una presencia como la suya para que en el film de Costa-Gavras, su personaje (inspirado en el diputado Lambrakis, cuyo asesinato precedió en Grecia a la dictadura de los coroneles), permaneciera vivo en la memoria del espectador aunque él desapareciera tempranamente de la pantalla.
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Para entonces, hacía rato que Montand -nacido Ivo Livi en una familia socialista italiana que fue perseguida por el fascismo y recaló en Marsella- había podido imponerse en el cine. No tanto al principio -impulsado, cuando no, por Edith Piaf, debutó a su lado en "Etoile sans lumiére"-; ni tampoco guiado por Marcel Carné en "Les portes de la nuit", aunque ese film le dio uno de sus grandes éxitos como cantor: "Las hojas muertas". Pero su temperamento dramático y su carisma se revelaron años después en "El salario del miedo" (1953) y en "Las brujas de Salem" (1957), al lado de su compañera de casi toda la vida, la inolvidable Simone Signoret. (Imposible detenerse en el extenso capítulo de sus amores, en el que caben desde Piaf hasta Carole Amiel -que le dio su único hijo cuando él ya había cumplido 67- pasando por la mismísima Marilyn Monroe, su compañera en "La adorable pecadora").
En los años sesenta vendría Hollywood en busca de su seducción y de su estampa de galán viril y sexy, pero las comedias livianas lo conformaban menos que los temas comprometidos afines a sus inquietudes políticas: la crisis ideológica entre exiliados españoles en "La guerra ha terminado", de Alain Resnais; la denuncia del régimen griego en "Z", las "purgas" de los países del Este en "La confesión" o la guerrilla tupamara en "Estado de sitio", todas de Costa-Gavras, con quien también filmó un policial ("Crimen en el coche cama") y una melancólica historia de amor ("Claro de mujer").
Tuvo, claro, otras sociedades fecundas en el cine: con Claude Sautet ("Cesar y Rosalie", "Vicente, Francisco, Pablo y los otros") o con Claude Berri ("Jean de Florette", "Manón del manantial") y hasta brilló en algunos policiales como "El círculo rojo", de Melville. No siempre sus personajes estaban en el centro de la acción. Pero aunque asomara un par de minutos, como en "Arde París?", nadie pasaba por alto su presencia. Lo que prueba otra vez que no es protagonista quien quiere, sino quien puede.
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