Premios Oscar: bloopers y grandes escándalos a lo largo de la historia de la gran fiesta de Hollywood
A lo largo de sus 94 ediciones, la ceremonia de entrega de los galardones de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood tuvo todo tipo de episodios poco felices
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Cuando aún retumba en el Dolby Theatre la bofetada que Will Smith estampó en el rostro del comediante Chris Rock (y con todo un revés de la trama con respecto a la autoría y espontaneidad de sus palabras, que también está en debate), no son pocos los que mencionan este escándalo como el peor en la historia de los premios de la Academia. Y posiblemente sea el más sonoro pero, en la perspectiva de su 95ª edición el próximo año, los traspiés se acumulan por decenas zigzagueando entre el más puro desliz y la directa provocación.
De manera cándida, la sumatoria de desaciertos se remonta a 1935, cuando Lo que sucedió aquella noche, de Frank Capra, ganó los premios más importantes de la noche y Claudette Colbert estaba tomando un tren hacia Nueva York cuando escuchó por radio que había ganado como mejor actriz. Así, como se había ausentado de la ceremonia porque pensaba que jamás obtendría la estatuilla, hizo a tiempo de tomarse un taxi hasta el Biltmore Hotel donde transcurría la ceremonia y recoger el premio en ropa de calle, anunciando que tenía que volver a la estación. “Soy feliz como para llorar, pero no tengo tiempo para hacerlo. Me espera un taxi afuera con el motor en marcha”, declaró abandonando raudamente la escena. Ese año Capra se llevó su estatuilla, aunque su “carrera hacia el escenario” había comenzado un año antes, cuando al escuchar de boca de Will Rogers “Sube a recogerla, Frank”, emprendió raudo el camino al Oscar sin percatarse de que el ganador era Frank Lloyd por Cabalgata y no él por Dama por un día.
Otra controversia tuvo lugar en 1937, cuando la mejor música correspondió a Cien hombres y una muchacha que, en rigor, era una sumatoria de diferentes partituras seleccionadas por Charles Previn y que dejó sin la estatuilla a compositores de la talla de Max Steiner, Alfred Newman y Dimitri Tiomkin, entre otros de los catorce nominados. A partir del año siguiente se decidió dividir la música original de aquella que no lo era y no tenía compositor para recoger el premio.
Pero otras estatuillas quedarían sin retirar por motivos lejanos al quehacer cinematográfico, como el Oscar que en 1956 ganaba un desconocido Robert Rich como mejor guion por El niño y el toro. Nadie subió al escenario porque el premiado solo existía como seudónimo detrás del Dalton Trumbo, prohibido por las listas negras del Comité de Actividades Antiamericanas en su caza de brujas que excluía a todo aquel sospechado de vínculos con el comunismo. Tres años más tarde, otro guion, el de Fuga en cadenas, de Nathan Douglas y Jacob Smith, se llevaba el mismo premio y generaba similar controversia, con el agravante de que tan solo uno de sus autores estaba proscripto y había firmado con seudónimo. Nathan Douglas era en realidad Nedrick Young y la dispar situación llevó a la Academia a otorgar los dos premios y a levantar toda prohibición.
En 1968, mientras el mundo se convulsionaba, los Oscar intentaban mantener la corrección política que los caracterizaba aunque se deslizó el conflicto en el rubro documental, donde el largometraje Young Americans recibió un Oscar que fue anulado días después al comprobarse que había sido estrenado en la temporada anterior. Journey Into Self fue finalmente la ganadora de una estatuilla con sabor a premio consuelo y muchos años antes de la descalificación que sufriera (antes de la entrega), la argentina Un lugar en el mundo, nominada al Oscar de aquel 1993 como mejor Película Extranjera por Uruguay. Varias películas fueron excluidas por diversas razones (algunas idiomáticas y otras geográficas) de esta categoría debido a los reglamentos de la Academia pero sin llegar a la nominación.
Pero si de escándalos escénicos se trata, todo el mundo recordará -y de lo contrario allí está YouTube para actualizarlo- cuando en 1974 Robert Opel se coló completamente desnudo rumbo al escenario y corrió detrás de un imperturbable David Niven. Los gritos y la música hicieron lo suyo e instantes después Niven presentaba a una fulgurante Elizabeth Taylor como si nada hubiera sucedido.
Un año antes, Marlon Brando enviaba a Sacheen Littlefeather, una activista por los derechos civiles de los pueblos originarios, con una carta para rechazar el premio al mejor Actor por El Padrino en protesta por cómo eran estos tratados en territorio norteamericano.
En 1971, George Scott había pedido que se retirara su nombre de las nominaciones, pero la Academia continuó su marcha hasta premiarlo por Patton. “¡Oh Dios!” dijo Goldie Hawn antes de leer su nombre sabiendo que Scott jamás concurriría. En 1975, con la guerra de Vietnam como centro del debate público, a su turno de presentar un premio, Warren Beatty dijo: “Gracias, Frank, carcamán republicano”, refiriéndose a la previa declaración de Sinatra sobre que los Oscar no eran lugar para discursos políticos. Había ganado un documental que exponía el conflicto y su director había dado una encendida proclama en el agradecimiento.
La arena política fue caldo de cultivo a la hora de recibir un premio desde Vanessa Redgrave a Michael Moore, pero pocas veces se escucharon abucheos y una recepción tan fría como la que recibió Elia Kazan cuando se llevó su Oscar honorario luego de estar en el centro de la polémica por haber colaborado con la “caza de brujas” macartista en Hollywood.
La lista de galardonados que no recogieron su estatuilla es infinita, pero hay dos constantes: Katharine Hepburn y Woody Allen, y un esperado ganador que no concurrió temiendo ser detenido por la policía como Roman Polanski, ganador por El pianista y evadido de la justicia norteamericana desde los años 70 por una denuncia por una violación.
En el historial de gaffes insólitos también se anota John Travolta que, en 2014, anunció a “Adele Dazeem” al presentar a Idina Menzel, pero su error fue involuntario al leerlo escrito en fonética desde el telepromter. Nada similar a la viva voz de Faye Dunaway cuando, junto a Warren Beatty, habían protagonizado el más gigantesco bochorno de los Oscar -¿hasta el pasado domingo?- cuando mencionaron por un sobre equivocado a La La Land como ganadora en lugar de Luz de Luna que, efectivamente se había quedado con la estatuilla a la mejor película en ese impactante fin de ceremonia en 2017. Ese error ocultó otro de la misma ceremonia cuando en el In Memorian el rostro de la productora australiana Jan Champan fue confundido con el de Janet Patterson, que sí había fallecido, y dio lugar a aclaraciones de la propia productora y otras disculpas de la Academia.
Seguramente cuando en su tradicional, y seguramente irremplazable, conducción de los Oscar de 1968 el gran Bob Hope dijo: “El año pasado Hollywood hizo sus primeras películas con palabrotas y este año hicimos las imágenes que las acompañan”, jamás imaginó que esa poderosa síntesis se daría cita en la misma escena de los Oscar cincuenta y cuatro años después, con el cachetazo que borró de un plumazo a la gran fiesta del cine que busca resurgir luego de la pandemia y con el streaming pisándole los talones a la aparentemente intocable Meca del Cine.
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