Premios Oscar 2019: por qué Nace una estrella debería ganar la estatuilla
Se dieron a conocer las flamantes nominaciones al Oscar que arrojaron, como suele suceder todos los años, muchas sorpresas, omisiones y nuevas estadísticas.
Roma de Alfonso Cuarón y La favorita de Yorgos Lanthimos lideran con 10 nominaciones, mientras que Nace una estrella de Bradley Cooper y El vicepresidente de Adam McKay las siguen de cerca con 8. En esta nota mencionamos algunos motivos por los cuales el drama de Cooper coprotagonizado por él y Lady Gaga debería alzarse con el premio a la mejor película, aunque sus chances de lograrlo sean mínimas: no recibió nominaciones clave a mejor director y edición, y no triunfó en ningún premio precursor.
Una original vuelta de tuerca a una historia muchas veces contada. La razón que explica el pobre camino al Oscar que trazó Nace una estrella en los premios televisados - en los Globos de Oro ganó solo mejor canción, en los Critics' Choice se repitió ese escenario, mientras que Lady Gaga empató con Glenn Close como mejor actriz- posiblemente sea su falta de originalidad. A los ojos de la Academia, la película de Cooper no presenta nada nuevo: la historia data de 1932 y tuvo sus relecturas con las duplas Lowell Sherman y Constance Bennett, Fredrich March y Janet Gaynor, James Mason y Judy Garland, y Kris Kristofferson y Barbra Streisand. Sin embargo, ese prejuicio, el obstáculo más difícil que se le presentó al realizador - apuntalado por los guionistas Eric Roth y Will Fetters -, fue superado con creces.
Nace una estrella mantiene el componente trágico de las historias anteriores - aunque tiene más puntos de contacto con la última remake, dirigida por Frank Pierson en 1976 -, pero lo hace inyectándole una energía apabullante que es lo que la volverá atemporal, un clásico. Las secuencias filmadas en verdaderos festivales de música no solo le otorgan una autenticidad ineludible, sino que además permiten que Cooper se luzca como director junto a su director de fotografía, Matthew Libatique, quien ya había captado la magia de los conciertos en la extraordinaria Straight Outta Compton. Por otro lado, el componente queer se erige como la mejor forma de celebrar a la comunidad LGBTQ, desde el momento en que Jackson Maine (Cooper) pone sus pies en el Bleu Bleu y les canta a los drag queens "Maybe It's Time", hasta la felicidad de Ally (Lady Gaga) por poder cantar con ellas y convertirse en "una de las chicas gays".
La química entre Lady Gaga y Bradley Cooper. Cuando el actor de El lado luminoso de la vida vio a Lady Gaga interpretar "La Vie en Rose" en un evento benéfico, supo que había encontrado a la mujer perfecta para interpretar a Ally, esa joven de baja autoestima que tiene miedo de exponerse ante la mirada ajena con sus propias canciones. No es secreto que Gaga y Cooper conectaron de inmediato- no sucedió lo mismo con Beyoncé, como el actor dejó entrever en la mesa redonda de directores de The Hollywood Reporter -, y eso se trasluce en la brillante primera hora del film. Desde el momento en que Jackson contempla por primera vez a Ally bajo esa apropiada luz roja, hasta la escena clave (una de las mejores de 2018) en la que la invita al escenario a cantar "Shallow" - la adictiva banda sonora es un triunfo en sí mismo - que Nace una estrella logra algo mágico: captar cómo es el instante en que dos personas se enamoran. Cooper filma esos momentos con precisión, con vértigo, con viajes en avión, encuentros a deshoras y el esperado beso que tarda en llegar pero que, cuando lo hace, se contrarresta con la realidad. Porque la película es tanto una historia de amor como la de un hombre y una mujer que deben sobreponerse a un poderoso obstáculo: la depresión.
Buscar la identidad en medio de una lucha interna. Cuando Lady Gaga obtuvo el Critics' Choice Award como mejor actriz, remarcó que el punto neurálgico de Nace una estrella no es tanto el renacimiento de Ally como sí el retrato de una depresión, y es imposible no secundarla. En contraposición con las otras versiones - y por su propia experiencia como adicto en recuperación -, Cooper escarba en lo más profundo de la depresión, enfermedad que en la mayoría de los casos deriva en adicciones, y lo hace a través de escenas pequeñas que se equilibran con la grandilocuencia que parece definir a su film. A diferencia de su hermano Bobby (Sam Elliott, merecidamente nominado al Oscar como mejor actor de reparto), "Jack" repitió el camino de su padre, y su primer intento de suicidio se produjo a los 13 años.
De allí en adelante, el cantante convivió como pudo con la enfermedad y no fue hasta la llegada de Ally que pensó en darle pelea. En los ojos de Cooper vemos cómo, a pesar del disfrute de los momentos compartidos entre Jackson y Ally, hay algo que está llevando a su personaje al abismo. En este sentido, la última canción que escuchamos en el film ("I'll Never Love Again") se vuelve aún más significativa analizándola desde esa óptica, e incluso tiene un doble sentido. Fue escrita por Jackson, pero completada por Ally. Para él, es una carta de despedida. Para ella, un manifiesto de su eterno duelo. En lo que es una decisión arriesgada pero efectiva, Cooper interrumpe a Gaga en su interpretación final con un flashback de su personaje presentándole el tema a pareja, piano de por medio. La simpleza le gana la pulseada al espectáculo.
"Cualquier persona puede tener talento, pero tener algo para decir, eso es algo completamente distinto", dice Jackson. En esa búsqueda de lo real, de lo genuino, de lo verdadero, es cuando se conoce con Ally - quien también pregona por la fidelidad hacia uno mismo -, y cuando queda claro que Nace una estrella, desde su inicio, siempre les perteneció a los dos.
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