Premio Oscar 2021: cuando la Academia se equivoca
La estatuilla equivocada para La La Land es acaso el peor traspié en la historia del premio, pero eso no quiere decir que sea el único: las campañas mediáticas, la falta de tino de los votantes y más han conspirado para cristalizar injusticias
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Rara vez los resultados de la ceremonia del Oscar tienen que ver únicamente con los méritos artísticos de una película. Los cineastas que quieren ser ganar la estatuilla dorada, como si fueran políticos, tienen que hacer “campañas” que involucran participación publicitaria activa en distintos medios. Por eso, entre otras cosas, se considera que todo es parte de una “carrera” (que se asemeja más a una maratón) por el premio. Pero —como en toda competencia— también existen las jugadas poco santas: la creación de “narrativas” a favor y en contra de ciertos títulos que pueden determinar el resultado. Algunos podrán pensar que la Academia se preocupa más por juzgar todo lo que sucede fuera de la pantalla que por lo que se ve adentro. Eliza Hittman, la directora de Nunca, rara vez, a veces, siempre, manifestó este año su enojó en contra de un votante del Oscar que hacía pública su negativa a ver su película, la historia de una adolescente que decide abortar. Como los votantes no están obligados a ver las nominadas, muchas veces las producciones que tienen una fuerte campaña de marketing detrás consiguen más nominaciones (y premios) que otras. Cualquier combinación de algunos (o todos) esos factores puede provocar que la Academia cometa ciertas “injusticias” contra películas que, con la ayuda del tiempo, parecen haber envejecido mejor que otras dentro de la memoria cultural colectiva. Aquí, un repaso por algunas de las memorables equivocaciones del Oscar.
El ciudadano apenas ganó un Oscar
Cuando un periodista le pregunta a Orson Welles, el personaje ficticio de Mank, si está decepcionado porque El ciudadano solo ganó un Oscar (al mejor guion original, compartido entre Welles y Herman Mankiewicz) luego de recibir nueve nominaciones, el actor y director responde con un tono soberbio: “Bueno, amigo mío, ese es Hollywood”. La realidad es que apenas un premio para la que es considerada como la mejor película de todos los tiempos, más allá de cualquier ego involucrado en su creación, suena a poco. El problema con marcar las injusticias que ocurren durante la gran noche del cine es que no significa necesariamente que las ganadoras hayan sido malas películas: ese año competían títulos formidables como La loba, El sargento York y La sospecha, pero la gran triunfadora fue ¡Qué verde era mi valle! El melodrama sobre mineros galeses sigue siendo un clásico y no hay nada para reprochar en que así sea, y mucho menos podría menospreciarse a su director, John Ford (a quien el propio Orson Welles admiraba) pero aún así no deja de ser cierto que El ciudadano merecía más. Uno de los grandes artífices de esa “derrota” fue William Randolph Hearst, el millonario que desde su laberíntico castillo movilizó a su imperio mediático para hundir la película de Welles que lo interpelaba.
Cuando la Academia no hizo lo correcto
Tanto Shaka King, director de Judas and the Black Messiah, como Chloé Zhao, la realizadora de Nomadland, fueron alumnos de Spike Lee. En más de un sentido, Lee fue un maestro para toda una generación de cineastas, críticos y espectadores. Haz lo correcto irrumpió en 1989 en la adornada escena hollywoodense como un relámpago estruendoso que desafiaba los cánones narrativos de su época. En más de un sentido, la historia sobre un crisol de razas que convive en el barrio neoyorquino de Brooklyn, donde la mínima chispa puede provocar un incendio, hizo más que “pintar una aldea”: retrató muchos de los problemas socioculturales que persisten hasta hoy en Estados Unidos. Cuando Kim Basinger presentó a las cinco nominadas a Mejor Película de ese año dijo que eran grandes porque todas decían la verdad, pero agregó: “una película merece estar en esta lista porque, irónicamente, dice la mayor verdad de todas: y esa es Haz lo correcto”. La ceremonia culminó con el reconocimiento mayor para Conduciendo a Miss Daisy. Una victoria que (hasta hoy) enfurece a Lee como si fuera una herida abierta.
La La Land pierde su sueño
El musical protagonizado por Emma Stone y Ryan Gosling fue un éxito de taquilla que se acrecienta cuando se lo pone en contexto: una de las películas originales (es decir: que no es remake, ni secuela, ni adaptación de ninguna obra prexistente) más vistas en los últimos diez años. Un musical que convertía a su director, Damian Chazelle, en algo más que una joven promesa. Puede ser que la “narrativa” de ese año también haya dividido a los votantes del Oscar, que ya habían sido criticados por la falta de diversidad racial en las nominaciones. Donald Trump acababa de ganar la presidencia y el reclamo por hacer a la Academia más inclusiva se hacía sentir fuerte en Los Ángeles. La campaña en contra del musical que remite a Los paraguas de Cherburgo argumentaba que una película donde un hombre blanco le daba a un hombre negro lecciones sobre cómo tocar jazz no podía ser la vencedora. Al término de la noche, La La Land se llevó seis de sus históricas 14 nominaciones pero, en uno de los episodios más bochornosos en la historia de la Academia, sus creadores tuvieron que bajarse del escenario para que subiera el equipo detrás de la película que realmente había ganado, Luz de luna. Su director, Barry Jenkins, hizo que la audiencia pusiera los pies sobre la Tierra al exclamar: “Al diablo con los sueños, esto es real”.
Steven Spielberg aprendió la lección
Cuando Julia Roberts abrió el sobre y leyó Green Book, sin ocultar su alegría y con una enorme sonrisa, para muchos fue una sorpresa. La película sumaba detractores (y defensores) en las últimas semanas antes de que cerrara la votación para el Oscar. Semanas antes de la ceremonia alguien denunciaba que uno de los guionistas de Green Book había tenido expresiones xenófobas en Twitter. Steven Spielberg pedía no votar por “películas pensadas para TV, porque para eso existen los Emmy” justo cuando empezaban a crecer las voces críticas que entendían que Roma, la producción de Netflix dirigida por Alfonso Cuarón que amenazaba con ganar el Oscar, apenas se había estrenado en unos pocos cines y ponía en crisis al modelo de exhibición tradicional en salas. Según cuentan los realizadores de Green Book, el director de La lista de Schindler amó la película (la vio cinco veces en dos semanas) y afirmó que era su historia sobre la amistad favorita desde Butch Cassidy. Spielberg aprendió: en 1999 Rescatando al soldado Ryan estaba encaminada a ganar el premio central. Era un éxito de taquilla dirigido por uno de los cineastas más queridos en el mundo. Pero contra todo pronóstico, Harvey Weinstein, mandamás de Miramax, logró que su Shakespeare apasionado consiguiera arrasar en la noche del Oscar. Cuenta el jefe de marketing de DreamWorks que en esa época que todos intentaban advertirle a Spielberg que Weinstein había empezado una campaña sucia en contra de su película, pero el director se rehusaba a creerlo: “Harvey amó mi película. Hasta me mandó una carta diciendo lo mucho que le gustó”.
El cine de género, prejuicio (y deuda) histórica de la Academia
Mad Max: furia en el camino parecía destinado a arrasar la noche del Oscar. Acumulaba seis distinciones y muchos creían que era la oportunidad para que Hollywood distinguiera el talento del australiano George Miller, uno de los máximos realizadores de su país, con una franquicia histórica. Pero al final Mad Max se quedó sin nafta a pocos metros de la línea de llegada. Alejandro González Iñárritu alzaba de nuevo el Oscar como director y En primera plana, un drama sobre la investigación periodística de las denuncias de pedofilia contra la Iglesia Católica, vencía a Mad Max, aunque solo había ganado otro premio en toda la transmisión. La derrota podría explicarse con cierto prejuicio histórico del Oscar en contra del cine de género. E.T. el extraterrestre, perdió en 1983 contra Gandhi, aunque el mismísimo director de la película, Richard Attenborough, reconocía que la película de Steven Spielberg era mejor. “Mi película no sería nada sin la premisa de Mahatma Gandhi: es una pieza de narración más que una pieza de cine. E.T. es infinitamente más creativa y fundamental como obra cinematográfica y Steven Spielberg es un genio”. Apenas dos películas enroladas en el género fantástico ganaron el Oscar principal en los 93 años de historia de la ceremonia: El señor de los anillos: El retorno del rey (2003)y La forma del agua (2017) Este año, la gran ignorada fue una comedia con elementos fantásticos que había sido aplaudida en Sundance: Palm Springs.
Secreto en la montaña pierde contra Crash
Roger Ebert decía que, de no haber ganado el Oscar, Crash sería mejor recordada por los cinéfilos. Pero la noche de la ceremonia de 2005 hasta Jack Nicholson se sorprendió cuando abrió el sobre y leyó el título. Todo hacía pensar que Secreto en la montaña, el recordado éxito de público y crítica sobre el romance clandestino entre los vaqueros, que ya había ganado el Globo de Oro, sería la triunfadora. Pero ganó una película sobre historias que se conectan de distintas maneras, dirigida por Paul Haggis y criticada por la forma en que hablaba de las tensiones raciales en su país. Aunque ese tipo de películas corales eran populares en Hollywood durante esos años (Ciudad de ángeles, Magnolia, Amores perros y Babel parecen probarlo) muchos entendieron que el premio dejó al descubierto la homofobia de los integrantes de la Academia.
Una larga tradición: los grandes directores que se quedaron sin Oscar
Alfred Hitchcock nunca consiguió el Oscar como director (se llevó el premio Thalberg en 1968) y apenas una de sus películas ganó el Oscar principal. Fue Rebecca, una mujer inolvidable. El maestro del suspenso no le guardaba tanto cariño a esa película porque no la consideraba “suya” sino del megaproductor David O. Selznick. Un destino similar le tocó a Stanley Kubrick, cuyo único Oscar fue por los efectos visuales de 2001: odisea del espacio. No son los únicos genios del cine ignorados: Quentin Tarantino, David Fincher, Federico Fellini, Ingmar Bergman, Charles Chaplin, Pedro Almodóvar, Akira Kurosawa y Sergio Leone, por mencionar algunos, integran la lista de talentos superlativos que nunca subieron al escenario a agradecer la estatuilla.
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