James Gunn, el responsable de Guardianes de la galaxia, es quizá el único “autor” del mundo de los superhéroes; su mudanza a DC desde Marvel resalta la aparición de toda una camada de cineastas que se toman muy en serio lo que antes nadie se tomaba en serio
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La fórmula actual del blockbuster está basada sobre todo en marcas y franquicias. Nada nuevo: el sistema taylorista de Hollywood siempre optó por la misma estrategia, aunque quizás hoy sea más notable. Sin embargo, algo que nos ha enseñado Internet y la interconexión universal es que ninguna obra exitosa lo es sin estar sincronizada con su época, es decir el público masivo. Pero para que eso suceda, también los realizadores deben compartir una visión del mundo similar. Redes sociales mediante, nunca como hoy el diálogo entre creador, obra y público ha sido más estrecho. Lo notable es la aparición de una especie de poscinéfilos. Para decirlo de un modo grueso: realizadores que se toman en serio lo que nadie se tomaba en serio en los años 80 y 90, y cuyo paradigma es el creador de Guardianes de la Galaxia -y quizás el único verdadero autor en el mundo de los superhéroes- James Gunn. Que si bien por edad pertenece a la misma generación de Quentin Tarantino (Gunn tiene 56 años; Tarantino, 60) tiene una sensibilidad mucho más infantil, en el sentido más noble del término.
Detrás de Gunn hay otros realizadores del mismo background (el notable y poco valorado Scott Derrickson, creador de Dr. Strange y la reciente El teléfono negro), Lee Cronin (50 años, realizador de Evil Dead: El despertar); los hermanos Anthony y Joe Russo (famosos por Avengers: Endgame, nacidos en 1970 y 1971, respectivamente); el malayo James Wan (El juego del miedo, El conjuro, Aquaman); el taiwanés Justin Lin (Rápidos y furiosos 5, 6 y 9); la dupla Tyler Gillett (41 años) – Matt Bettinelli-Olpin (45), responsables de Boda sangrienta, Scream y Scream VI; Zach Cregger (42 años, creador de Bárbaro); Michael Jelenic (46 años) y Aaron Horvath (43), realizadores de Teen Titans Go!: La película y la súper exitosa Super Mario Bros.; Phil Lord y Christopher Miller (ambos de 48 años) que hicieron Comando Especial, La gran aventura Lego, Spiderman: un nuevo universo, y produjeron Batman Lego: La película. Hay más: en la Argentina, el mejor representante de esta generación es Damián Szifron; y se puede incorporar tranquilamente a los mexicanos Alfonso Cuarón y -más incluso- Guillermo del Toro, aunque en el caso de los latinos aparece una gravedad y una mirada seca sobre lo social que no se nota en los estadounidenses.
Verán en la lista que las películas giran alrededor del terror, la animación, el videojuego, la comedia, los superhéroes. A veces por separado (Dr. Strange, Spiderman: Un nuevo universo), la mayoría de las veces, en mezclas (Boda sangrienta es horror y comedia; Batman Lego, animación, superhéroes y comedia al igual que Teen Titans Go!; Bárbaro es sátira y terror; etcétera). Esa mezcla de géneros y tonos es, probablemente, un sello de quienes se criaron con el cine de los ochenta como contemporáneo. Pero hay una gran diferencia entre el tratamiento tierno e irónico que Richard Donner -o Mark Lester- le daban a Superman en las dos primeras películas con Christopher Reeve, que intentaban combinar la ingenuidad del cómic con la “relevancia” del cine de los setenta, o con las vueltas góticas y también satíricas de Tim Burton en Batman y (la mejor) Batman vuelve y estos realizadores. También es una gran diferencia la que hay entre esta generación y aquellos directores que filmaban películas “de género” o de personajes menores para entrenarse en la industria mientras esperaban otra cosa. Un ejemplo reciente de esa clase de director es Peter Segal, que arrancó con La pistola desnuda 33 1/3 o la reescritura con superpoderes de Shane, Hancock, y hoy hace películas como Horizonte profundo o El día del atentado. Pero lo más interesante de la lista es que estos realizadores no salen del género ni se apartan del cine masivo, con fuerte acento en la fantasía. Ya no consideran esto un aprendizaje.
Ayer, Francis Ford Coppola comenzaba su carrera con el thriller preslasher Dementia 13 y luego trabajaba en remontajes, producción y dirección de escenas de filmes de Roger Corman; Peter Bogdanovich, también en la fábrica Corman, hizo con casi nada Míralos morir, mientras cubría otros roles en otras películas. De allí salieron Martin Scorsese, Jonathan Demme, William Friedkin, Joe Dante y James Cameron. Pero todos estos realizadores (con la excepción quizás de Dante) usaban la International Pictures como taller, al tiempo que, en el ejercicio de géneros populares, se preguntaban críticamente cómo Hollywood había conectado con el mundo del siglo XX por más de medio siglo. Inyectaban sus obsesiones en esas películas, pero sus mundos -lo demostró el tiempo- excedían con mucho las fronteras de las formas más estereotipadas, incluso si ocasionalmente (Friedkin es el caso más claro) volvían a ellas. Su “patria” cinematográfica estaba en Ford, en el neorrealismo, en la nouvelle vague, en Hitchcock.
Los cineastas que mencionamos al principio (algunos con una obra sólida como Derrickson, otros, diletantes como las varias duplas de la lista -otra curiosidad, la dirección de a dos tan frecuente-) no toman el género como escuela de formas y efectividad sino como un canon. Súper Mario, el Dr. Strange, los bloques de Lego, la locura posmoderna de Sam Raimi, no son objetos de cariño y culto, de nostalgia adolescente para estos creadores sino algo clásico, consolidado, con sentido más allá de lo que cada película muestra o dice por sí misma. Ya no se trata de un cine “posmoderno” como el de los ochenta, con su mezcla de géneros; o el de los noventa, que comentaba -Tarantino, otra vez, es ejemplar- las películas de la generación inmediatamente anterior. No es “cine de collage” como fue Volver al futuro, donde Robert Zemeckis mezclaba la comedia musical, la de rematrimonio, la aventura física, la sátira social y el suspenso a lo Hitchcock con excusa de ciencia ficción. En este caso, se trata films más modestos en cuanto a historia (a veces, solo situaciones) y repletos de gags o secuencias autónomas, pero realizados con gravedad o con un sesgo sentimental. Pertenecen a una generación de cineastas que se educó básicamente en el blockbuster, con el auge del videojuego y en la posibilidad de que cualquier imagen fuera posible gracias a los desarrollos digitales.
La trilogía de Guardianes de la Galaxia, por tanto, funciona como paradigma. Puede verse como una relectura de la Star Wars original (hay muchas referencias al respecto) pero sobre todo como un testimonio de por qué Star Wars fue relevante para James Gunn y sus congéneres. Son en cierto modo películas-resumen que no carecen de una mirada personal. La manera de tratar a un personaje (veamos por ejemplo el de Courteney Cox en Scream VI) es mucho más que fan service: es crítica en el sentido de explicar su peso cultural y, al mismo tiempo, de que los directores (dupla Bettineli-Olpin y Gillett) comuniquen al espectador por qué les fascinó desde el principio, por qué eligen hacer Scream VI y por qué declaran que seguirán con la serie todo lo que puedan. Es cierto que está detrás el gran dinero y que lo conocido, la marca establecida, mueve el mundo. Es cierto que hay algo así como un homenaje. Pero también hay una cierta forma de deconstrucción (maldita palabra), de desarmar el original para comunicar su sentido, que implica un ejercicio personal y crítico. Y lo que resulta divertido, entretenido, digno de verse, es menos el efecto susto o la risa que pueden provocar tal o cual secuencia que la mirada del realizador detrás de tales efectos.
Es una forma retorcida, por supuesto, de cinefilia, de “autorismo” incluso. Sin embargo, está allí. Sobre todo, es una manera de hacer películas y comunicar ideas en el momento en el que el negocio del cine en salas se encuentra en una crisis, porque desde hace años (y no es culpa de la pandemia) los grandes estudios apuestan a uno o dos espectáculos carísimos para mantener todo el circo (de allí que los medios estadounidenses los hayan bautizado “tentpoles”, el parante que sostiene la carpa). Lo que estamos viendo es que muchos directores, formados además en escuelas de cine y que han leído al menos lo básico sobre la teoría de autor, abrazan sin prejuicios sus gustos de infancia y adolescencia y vierten en ellos su propia mirada. Claro que es también una especie de estrategia de supervivencia: ¿secuela de terror? Si querés filmar, es lo que hay. Pero en general, las películas citadas al principio de esta nota, con sus brillos y sus sombras, están realizadas alrededor de la admiración y el gusto por la materia base, no solo como una obligación alimentaria. Hay carreras de peso construidas en este sector del cine. Hay autores, aunque aún es temprano en muchos casos para poder citarlos como tales y, como sucedió cuando Cahiers du cinéma comenzó a alabar a Hitchcock, decir que James Gunn o Scott Derrickson o la dupla Miller-Lord lo son puede llevar a burla.
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